Durante el EPEP (ver nota acá), compartimos algunos viajes con Nadia Reyes, psicopedagoga de formación y cofundadora de la comunidad de aprendizaje «La Guarida» en Arturo Seguí, La Plata. La escuché en el auto contar sobre su viaje de cinco años desde Argentina hasta México en un Chevrolet Rally Sport de 1971 que heredaron de los abuelos.
Salieron en 2013 y a fines de 2017 llegaron al sur de México, que era el destino que se habían propuesto junto con su pareja, hoy papá de sus dos hijos. El diálogo que tuvimos con Nadia representa muy bien la forma en que van gestándose algunos espacios de aprendizaje no convencionales, a través de mujeres con inquietudes que la maternidad agita cuando es vivida como una expansión de la conciencia.
-¿Ya tenías esta idea de educar distinto desde antes del viaje?
-Estudié la licenciatura en psicopedagogía, me dediqué a la educación no formal pero también soy docente. Ya salí de viaje buscando reflexionar sobre cuál era mi rol dentro de la educación, porque tenía la sensación de estar tapando los baches de un sistema que no quería reconocer las necesidades ni de las familias ni de las niñeces. Trabajé durante cinco años en psicopedagogía clínica a través de la pregunta, intentado que los adultos pudieran entender que sus hijos no tenían un problema sino la escuela y la sociedad en general. Reflexionaba con los padres y madres acerca de qué lugar tenía esa niñez en el cotidiano, y surgía la pregunta también de cuál es el tiempo que esta sociedad nos da para dedicarles tiempo de calidad cuando el sistema laboral nos exige un ritmo que no es saludable para nadie.
Y también laburé con docentes que venían con burnout, era recibirlas y sentir que debería laburar más desde lo preventivo, aunque en la práctica luego no haya ni reconocimiento ni valoración, algo que creo que no es casual, el vaciamiento de la educación o la salud.
Trabajé en escuelas privadas y trataba de llevar propuestas que procesaba porque yo también me estaba deconstruyendo. Con herramientas que por suerte me fueron llegando, como el psicodrama, la música o la educación popular.
Mi compañero es veterinario, y también con algunas disconformidades, decidimos viajar, un poco hacia adentro, pero no solamente. Teníamos claro que no haríamos turismo sino que queríamos conocer y compartir nosotros también algo, así que llevamos un cine y una juegoteca itinerantes, que llegó a hasta Perú, donde la dejamos, porque nos ocupaba mucho espacio.
-Y entre medio llegaron los hijos…
-Parecía el próximo paso, porque casa y auto ya teníamos. Pero lo cierto es que fantaseaba con no convertirme en madre «para no arruinarle la cabeza a nadie». Y durante el viaje surgió el deseo. Yo había pensado en adoptar, pero estando nómade era imposible, así que llegó Simón cuando vivíamos en Costa Rica. Mi embarazo fue un gran proceso de aprendizaje: entré en el mundo del parto humanizado y parí acompañada de una doula húngara y un partero andaluz. Fue hermoso y poderoso poder elegir, entendiendo que si puedo hacerme todas esas preguntas sobre mi vida -cómo trabajar, qué comer, cómo parir- soy una privilegiada.
A la vez, veía que esas preocupaciones en torno a la maternidad, la salud y la educación eran búsquedas mías, pero los padres éramos dos. La maternidad me tocó las fibras más íntimas y me sumergí en el feminismo porque ahí lo sentí en el cuerpo, por eso era una urgencia para mí. Entramos en todo un proceso de familia, de pareja, de criar como extranjeros.
Al llegar a Chiapas tuve la posibilidad de ir al primer «Encuentro de mujeres que luchan» que las zapatistas abrieron a otras mujeres. Como los hombres no estaban permitidos, mi compañero me ayudaba cuidando a Simón, que iba y venía entre pasamontañas negros. Ya en el segundo encuentro sospechaba estar embarazada de Kalén. Y esa vez al cierre nos pidieron prometer que llevaríamos a nuestro territorio lo que habíamos vivido allí.
Ser nómade también es cómodo, te da la excusa para no comprometerte con nada porque estás de paso. Sin embargo, conocí a dos mujeres, una italiana y otra belga, y armamos la tribu de Maternidades Feministas, hacíamos lecturas y escrituras colectivas. No nos quedamos en lo virtual y armamos una red física. Teníamos muchos planes de tener encuentros de autocuidado, de masaje, que no fueran solo para pensar o estudiar. Hicimos algo de teatro de las oprimidas, buscando caminitos para acompañarnos, y empezó la pandemia. Tuvimos suerte de haber estado allá porque no tuvo el impacto que tuvo acá en Argentina y pudimos estar cerca.
Finalmente, en ese punto empecé a tener algo de independencia económica y pensamos en volver, pero no a la casa sino al interior de la provincia de Buenos Aires, a unas tierras de la familia. Durante el viaje habíamos conocido experiencias de agroecología con organizaciones como Las bartolinas en Bolivia, la Red Comuneros en Venezuela, la Red Puna en el norte argentino, el MoCaSE (la UNICAM en el Sur y la escuela de agroecologia en el Norte). Todos estaban laburando esto de la vuelta al campo.
-¿Ahí empezó el viaje de vuelta?
-Sí, pero tampoco queríamos vivir aislados como familia y romantizar el campo. Tratamos de buscar gente que nos acompañara, pero no encontramos, así que volvimos a la misma casa de la que nos habíamos ido. Pero éramos otras personas. Soñábamos con una escuela viva para Simón, parecida a la que habíamos encontrado en México.
En Arturo Seguí participábamos de una propuesta en las afueras del pueblo con varias familias con las que luego formamos La Guarida. En ese momento estábamos con mi compañero haciendo un taller de «Comunicación no violenta», que fue muy nutritivo. La facilitadora nos dijo que no estaría el próximo fin de semana porque viajaría al EPEP. Me puse a ver qué era eso y me sorprendí porque en Villa Elisa, en un espacio del que participaba, «Arte en la calle», habíamos proyectado el lanzamiento de «La educación prohibida». Se cerraba un círculo. Me anoté para ir al de San Luis y me anoté en la ronda donde los proyectos más viejos ayudaban a los más nuevos. Yo no quería tomar la iniciativa de fundar algo, porque eso de iniciar es algo que hago siempre. Pero ahí estaba María José Vaiana y dijo un par de cosas que me ordenaron: basta de estar pidiendo a otros que hagan algo que es una necesidad mía. ¡Basta de llorar!
-¿Y ese fue el nacimiento de La Guardida, entonces?
-Le pregunté a mi compa si me acompañaba en esto y hablamos con una pareja que habíamos conocido. Les contamos del EPEP y les dije que si éramos cuatro me animaba. Llamamos a más y La Guarida ahora es una comunidad de aprendizaje con 14 familias y 19 niñeces, que este año nos encontramos tres veces por semana, por la tarde. Nos reunimos una vez por mes en asamblea para resolver más que nada cuestiones prácticas y para sostén.
Hacemos aportes en dinero para que haya acompañantes que no sean padres ni madres. Y aunque los cuatro iniciales somos parte del equipo, tenemos un rol diferente, el de acompañarlos a ellos en este camino de educación libre. Una vez a la semana compartimos nuestras observaciones.
Por ejemplo, hace poco los vimos jugar a la guerra, y a algunos adultos los incomodaba. Aprendimos a separar qué es del juego de ellos y qué cargamos nosotros en eso. Justo teníamos un libro de Cándido López sobre la guerra de la triple alianza y armamos una actividad para ofrecerles a partir de nuestra observación. Es un buen ejemplo de cómo en La Guardia conviven esas dos cosas, el juego libre y una propuesta, que nunca es obligatoria.
No tenemos un espacio físico único sino que nos encontramos en tres casas diferentes, un club y una biblioteca de la comunidad, porque queremos habitar intencionalmente el espacio público. Además hay círculos de maternidades, paternidades y xaternidades, así que también somos una red real de sostén y vamos criando y educando dándole a nuestros hijos la posibilidad de convivir con otros referentes adultos.
Contacto con La Guarida: https://www.instagram.com/laguarida_aprendizajevivo/
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