«Para mí, aprender en casa ya es normal: me organizo como me funciona, y no como le funciona a otro, como en la escuela, cuando tenía que adaptarme a un adulto con exigencias de adulto»

Hace ocho años que Olivia aprende sin escuela, y hoy tenemos la suerte de que haya querido contarnos en primera persona algo de sus días. Necesitamos escucharlos mucho más para empezar a acompañarlos asertivamente sin arrastrar valijas de dudas. Y más adolescentes como ella precisan verse reflejados en algún lugar.

En este texto, escrito íntegramente por ella, responde varios de los desvelos adultos. Y, por suerte, nos deja bastante mal parados: quizás nos venga bien chocarnos contra esa pared de una vez. ¡Gracias Olivia!

«Aprender sin escuela es algo difícil de explicar, porque es distinto a lo que la gente se imagina. Cuando decís que no vas a la escuela, las personas suponen muchas cosas, algunas muy graciosas. Como por ejemplo, que vivís en una burbuja o que tenés recreos y pizarrones en tu propia casa; que siempre estás encerrado, que no socializás, que tu mamá es tu maestra, que no sabes ni leer ni escribir… O que no hacés nada, que dormís hasta las 3 de la tarde y pasás el resto del día mirando la tele. No es mi caso.

Yo aprendo sin escuela hace ya 8 años, y a través de la West River Academy certifico mis estudios. Hice jardín y hasta segundo grado dentro del sistema escolar, y al terminar hicimos el cambio. Luego se sumó mi hermano.

Ahora que me pongo a pensar en esto, ni mis familiares ni mis conocidos me hacen preguntas de cómo aprendo o de cómo es aprender sin escuela. Saben que lo hago y que me va bien. Cuando les cuento por primera vez los chicos de mi edad, me suelen decir «¡qué suerte!», y nada más. Generalmente no me vuelven a hablar del tema aunque nos veamos todas las semanas. Los adultos, al enterarse, después del shock inicial, hacen dos o tres suposiciones rápidas y me cuentan lo que ellos creen que hago en vez de preguntarme a mí. Es raro, pero ya estoy acostumbrada. Y aunque los corrija y les explique cómo aprendo, siguen pensando lo que ellos supusieron.

En estos ocho años vivimos todo un proceso para ir encontrando lo que nos servía, lo que funcionaba para nosotros. En un momento hice exámenes libres viajando a Buenos Aires, pero luego me di cuenta de que era mucha presión innecesaria y que estudiaba para lo que me iban a tomar en el examen, y no como me gusta aprender a mí, que siempre quiero profundizar en los temas. No lo estaba disfrutando tanto y decidí dejar de hacerlo.

La gente no suele entender que no rinda exámenes porque están acostumbrados a otra cosa, y no entienden cómo sé que aprendí algo si nadie me evalúa o lo certifica. Yo lo sé porque puedo aplicar lo que estuve leyendo, lo puedo conectar con otras materias y relacionarlas entre sí. A diferencia de cuando iba al colegio, no uso solamente libros de texto sino todos los recursos que encuentro: películas, Internet, música, libros que no sean de texto, fotografía, museos, viajes, experiencias cotidianas. Todo lo que puedo. Todo lo conecto.

Conozco varios chiques que aprenden como yo, pero en otras ciudades. Con elles no hablamos de aprender fuera de la escuela (de eso hablan más nuestras mamás), pero sí charlamos de cómo es vivir en una ciudad chica del interior del país, como es mi caso ahora. Las cosas para hacer que encontramos, las que no, cómo es relacionarse con gente de nuestra edad que no comparte nuestros intereses, sobre todo artísticos. Estamos expuestes a otras experiencias y nos interesan cosas que a la mayoría no. Vas a otro ritmo, y a veces se hace un poco difícil conectar.

Para mí, aprender en casa ya es normal. Me funciona mucho más por como soy y cómo trabaja mi cabeza. Aprendí a organizarme como me funciona a mí y no como le funciona a otro, que es lo que sucedía en la escuela, cuando tenía que adaptarme a los ritmos de alguien más. Generalmente, un adulto con exigencias de adulto.

No fue fácil aprender a organizarme porque tuve que desaprender la estructura de la escuela e ir probando hasta crear la mía. Prestarme atención, conocerme, entender lo que me servía y lo que no. Tuve que tomar las riendas de mi propia educación. Por ejemplo, aprendiendo en casa puedo buscar los libros de texto que a mí me sirven para trabajar. Tengo un aprendizaje muy visual y táctil que me lleva a una exigencia estética para poder usar un material, y en la escuela eso no podía hacerlo. Era el libro que elegía la maestra y listo. Ahora, al buscar los manuales para cada año puedo revisar no sólo los contenidos que quiero aprender sino también cómo se organiza la información y qué colores y diseños se usaron, algo que para mí es muy importante y me permite enfocarme mejor en lo que estudio.

Otra herramienta que adquirí en estos años fue entender cómo balancear mis estudios con mis proyectos personales. Estando en la escuela no hubiera tenido ni la energía ni el tiempo para hacer todo lo que hago o probé a lo largo de estos años: acrotelas, yoga, escalada, baile, cerámica, dibujo, historieta, pintura, natación, gimnasia, inglés, tejido, monta, muchísimos cursos online, películas de stop motion, fotografía, taller literario, concursos, encuentros de ciencia, talleres presenciales (son los que me acuerdo ahora, pero hay más). Lo veo en mis amigos, que siempre están cansados, hartos, llenos de exámenes, sin tiempo para ellos mismos. Y cuando lo tienen, en muchos casos no saben a qué dedicarlo porque nunca tuvieron el espacio y el acompañamiento para descubrir o investigar qué les gusta. Y cada año que pasa, mientras crecemos, veo que es peor, porque después ya ni se animan a buscarlo. Están agotados, y es una pena, porque éste es el momento para conocernos a nosotros mismos y lo que queremos hacer en el futuro.

Desde muy chica supe que quería dedicarme al arte. Era algo que me nacía. No creo poder vivir sin eso porque me encanta. Es mi forma de ser. Acabo de inaugurar una muestra de collages en el museo de mi ciudad y hubo reacciones diversas… Los adultos que me conocían estaban emocionados por mí; los que no me conocían estaban medio descolocados, sin saber cómo reaccionar por el tema de mi edad. Creo que hay un pensamiento de que los adolescentes no tenemos intereses, ni dedicación para un proyecto ni nada que decir.

Yo había hecho una exposición a los 10 años como invitada de mi profe de aquel entonces, y siempre quise hacer otra por mi cuenta, pero llegó la pandemia y lo tuve que posponer. Desde que salí del cole estudié con varios docentes y de manera autodidacta, porque quiero dedicarme a la ilustración. Hoy mi técnica favorita es el collage y quería mostrar lo que sé hacer. A principios de este año me animé a presentarme a la convocatoria y estoy feliz. Lo planifiqué por meses: aprendí a organizarme para trabajar, cómo montarlos, gestionar los tiempos, darle un estilo a la muestra y a lo que yo quería transmitir, que en este caso es representar situaciones cotidianas que me llamaban la atención, con gente, personajes, situaciones que observaba día a día… ¡Y fue todo un aprendizaje! Lo disfruté un montón».

Para conocer más sobre Olivia pueden vivitar su cuenta de Instagram: @oliviailustrada

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Dolores Bulit

Nací en la Ciudad de Buenos Aires en 1972. Mi educación formal ocurrió en el jardín Casa de los Niños fundado por Elena Frondizi, la Escuela Normal Nacional en Lenguas Vivas “John F. Kennedy” y la Carrera de Comunicación Social de la Universidad de Buenos Aires. Mi educación no formal se amasó en una familia numerosa, presente, matriarcal en medio del patriarcado, de clase media profesional. Sin presiones curriculares o extracurriculares, con mucho tiempo y enorme oportunidad para el juego libre en la ciudad y en el campo. También me eduqué en mis empleos y en mis viajes, en mi pareja y con mi maternidad, con todas las personas que pasan por mi vida y a través de mi experiencia más reciente y transformadora con la gestación de Tierra Fértil, un espacio de aprendizaje basado en el juego y la autogestión con 8 años de historia.

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