La insoportable inconsistencia de las inasistencias

La escuela no justifica las faltas por viaje. Te las cobra. No sé si te quedó suficientemente claro: te sanciona por conocer en vivo otras culturas y paisajes.

Se mira tanto el ombligo que no sabe apreciar aprendizajes más allá de sus paredes. Los quiere acaparar para ella sola. Cree que si no está ahí para evaluarlos, sus súbditos no aprenden.

Para poder viajar a Inglaterra y Holanda conmigo, Vito va a faltar dos semanas. Que, igual, son menos horas de las libres que ya tuvo desde marzo por ausencia de sus profesores.

En estos 20 días de viaje, va hablar y escuchar inglés durante todo el día.

El lunes fuimos a la Torre de Londres. De pasada, entramos a una capilla que nos llamó la atención por sus vitreaux de barcos. El cuidador nos contó la historia.

Una tarde fuimos a ver autos deportivos a un café temático fuera de la ciudad. Otra, a un muro de escalada cercano al hotel, donde Vito compartió técnicas con un escalador francés y otro ruso.

Ayer pasamos el día en el Museo Británico. Se tomó su tiempo leyendo los carteles; le fascinó la sala de Japón y la colección de jades de China.

Hoy fuimos en plan de periodistas a una fábrica donde preparan autos deportivos de rally, touring y Fórmula 1. Entrevistó a dos ingenieros, con preguntas y repreguntas.

Durante los seis días de camping en el Festival de la Niñez por los cien años de Summerhill, va a convivir con 700 chicos y adultos de 50 países.

En 2019 hicimos el último viaje en familia, a los parques nacionales Talampaya e Ischigualasto. Era su primer año en una escuela y yo, ingenua, le pregunté a la tutora si era posible justificar esas faltas. Le expliqué que para nosotros viajar era una parte importante de la educación. Nos mandó a hablar con el director. Que nos trató muy bien, pero no: las únicas faltas que no se cuentan son por enfermedad.

Limitar las faltas tiene sentido para un sistema industrial enfocado en la enseñanza, que no en el aprendizaje. Para asegurarse de repartir la misma información a todos al mismo tiempo.

¿Por qué la escuela es obligatoria? ¿Hace falta prepararse desde los seis años para ser trabajadores cumplidores? Si al menos nos pagaran, me dijo Vito una vez. Si fuera tan buena, nadie se la querría perder, ¿no? (en esta nota hablamos una vez sobre la escuela voluntaria y se encendieron las pasiones).

Soportar la matrix escolar cuando tu mente está desescolarizada, es incómodo. Pero, a la vez, te pone en bandeja las pruebas del absurdo.

Dolores Bulit

Nací en la Ciudad de Buenos Aires en 1972. Mi educación formal ocurrió en el jardín Casa de los Niños fundado por Elena Frondizi, la Escuela Normal Nacional en Lenguas Vivas “John F. Kennedy” y la Carrera de Comunicación Social de la Universidad de Buenos Aires. Mi educación no formal se amasó en una familia numerosa, presente, matriarcal en medio del patriarcado, de clase media profesional. Sin presiones curriculares o extracurriculares, con mucho tiempo y enorme oportunidad para el juego libre en la ciudad y en el campo. También me eduqué en mis empleos y en mis viajes, en mi pareja y con mi maternidad, con todas las personas que pasan por mi vida y a través de mi experiencia más reciente y transformadora con la gestación de Tierra Fértil, un espacio de aprendizaje basado en el juego y la autogestión con 8 años de historia.

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1 Respuesta

  1. Maru dice:

    No podes más se hippie… tremendo white People problem el tuyo