Comparto con ustedes la nota que escribí como invitada para la revista Gerencia Ambiental del mes de octubre de 2019:
Nuevas escuelas en busca de legitimidad. Por Dolores Bulit*
El supuesto de que los niños y las niñas deben educarse en una escuela, aprendiendo al mismo tiempo el mismo currículum y separados en aulas por edades, es relativamente nuevo. El modelo de la escuela actual se remonta a la necesidad de las grandes religiones y los primeros estados de transmitir a los miembros de sus sociedades una doctrina o cultura común. Más tarde, el modelo de producción industrial puso su sello y el tiempo escolar empezó a medirse con timbres, relojes, grados seriados y pruebas estandarizadas.
Esto significa que la escuela es una institución de fuerte raíz histórica, que no ha sido diseñada de acuerdo a lo que sabemos del aprendizaje humano, tanto desde el punto de vista cultural como del biológico. Ese diseño ha traído varias tensiones que, por suerte, hoy se debaten más que nunca. No todos los seres humanos aprendemos igual ni nos interesan las mismas cosas. De niños, nuestra atención es más dispersa, aunque logra focalizarse poderosamente cuando el estímulo proviene de nuestro propio interés. También necesitamos movernos mucho, experimentar y expresarnos con todos nuestros sentidos. Muchas veces, aprendemos mejor de nuestros pares que de los adultos.
Aunque no es la misma de hace un siglo, lo cierto es que la escuela se sigue pareciendo a esa línea de montaje. El diseño de las aulas, la segregación por edades, la pirámide jerárquica, el currículum único y las evaluaciones con nota (un sistema, en definitiva, de premios y castigos) no favorecen el aprendizaje significativo. Algunos niños y niñas se adaptan y aprenden rápido a ser alumnos. Otros quedan afuera y se pone en marcha un enorme sistema de muletas o parches para lograr ponerlos al supuesto nivel de los demás. Es que el objetivo original de la escuela era –y sigue siendo- formar personas iguales, una noción que contradice nuestra propia experiencia vital como seres humanos diversos.
Estas conclusiones pusieron en marcha a un grupo de familias que en 2012 creó un espacio de aprendizaje para sus hijos e hijas en la zona norte del conurbano bonaerense. Sabían qué era lo que no les gustaba de la escuela tradicional, pero tuvieron que investigar y aprender qué es lo que finalmente pondrían en práctica. Así nació Tierra Fértil, uno de los primeros espacios educativos argentinos para mayores de 6 años que incorporaba varias visiones y prácticas pedagógicas centradas en las necesidades de los niños durante cada etapa. Tierra Fértil lleva siete años funcionando de forma autogestiva y ha inspirado a otras familias y educadores a crear proyectos similares en Argentina y otros países.
Las democratic schools del mundo anglosajón, las escuelas libres y libertarias de España, el movimiento unschooler inspirado en Iván Illich y John Holt, las pedagogías activas de Montessori y Reggio Emilia, la psicomotricidad de cuna francesa y húngara, la psicología sistémica y gestáltica, el juego libre, la autopoiesis de Humberto Maturana, el cooperativismo, entre otros, son los principales referentes filosóficos y metodológicos habituales en estas propuestas. Las nuevas prácticas de la cultura maker, el emprendedorismo, las TIC, las metodologías ágiles y de open space aportan también a la hora de crear espacios de aprendizaje más acordes con la capacidad humana de aprender desde el parámetro de la equidad –que se adapta a cada uno-, más que el de la igualdad –que nos quiere a todos iguales-.
No hay un día típico en estas escuelas, porque cada uno es diferente. Se preparan espacios para distintos usos y con distintos materiales y estímulos, con todo al alcance para permitir la autonomía. Los adultos, que idealmente tienen distintas formaciones e intereses, acompañan a los chicos y las chicas en un recorrido que eligen ellos mismos. No hay exámenes ni calificaciones, ni el tiempo está dividido en clase y recreo. El entusiasmo hace que cada cual, o en grupos de interés, se concentre el tiempo que sea necesario en una actividad. En la primera infancia, hasta los 12, predomina el juego: simbólico, espontáneo, reglado, expresivo. Las propuestas más abstractas, sociales y regladas aparecen a medida que se acerca la adolescencia.
Los niños y las niñas, igual que los educadores, padres y madres, son co-responsables de la gestión de la escuela o proyecto educativo (muchos no tienen aún reconocimiento oficial). Por eso, ordenan cada día lo que han usado, ayudan en la limpieza y participan en las decisiones de presupuesto, en el armado de las propuestas didácticas y hasta en el plan de salidas y visitas fuera de la escuela. Hay un currículum para cada uno, y esa es quizás la mayor dificultad. Familias y educadores que se han formado en la escuela y el profesorado tradicional, el de la clase magistral, deben reentrenarse para acompañar los procesos de aprendizaje de los individuos y los grupos, en su propio y particular contexto. No se trata de nuevos métodos, sino de modificar radicalmente la mirada.
Además, estas propuestas suelen tener un bajo impacto ambiental, un mayor contacto con la naturaleza y un mejor uso de los recursos. La basura orgánica e inorgánica se recicla, tiene huerta propia, salen con frecuencia a parques y reservas si no tienen espacios verdes disponibles, usan descarte como recurso didáctico y hacen compras comunes de material que se usa de forma comunitaria y queda en la escuela. Y si bien a veces tienen más personal docente (se sugiere un rango de 7 a 10 niños por maestro), se ahorran recursos humanos en auxiliares y personal burocrático.
El cambio de paradigma educativo desde la instrucción a la comunicación, como lo llama el educador portugués José Pacheco, ya está en marcha. La presión de la demanda, es decir, de las propias familias, se está haciendo sentir y cientos de proyectos y escuelas alternativas florecen en todo el mundo. La omnipresente Internet ha acelerado la conclusión de que, en sociedades donde la información está al alcance de todos, lo importante es aprender a aprender, a vincularnos, a desplegar cada uno nuestro propio ser. Ya hay múltiples registros de jóvenes y adultos educados de esta forma que se han acostumbrado a dirigir sus propias vidas desde pequeños y están en saludable contacto con sus capacidades, necesidades e intereses.
Para que estos cambios reales se pongan en marcha, se necesita que los gobiernos y los diferentes actores de la sociedad civil apoyen estas iniciativas con apertura y sin miedo. Que la sociedad las legitime permitirá adaptar, flexibilizar o reglamentar las normativas educativas actuales. Y quizás la eficacia de un nuevo sistema que no requiera de “muletas” para lo que la escuela no ofrece y que aproveche la oferta de educación no formal existente (museos, centros culturales, juegotecas, parques), permita redistribuir recursos, tanto públicos como privados, para que más personas puedan acceder.
*Dolores Bulit es editora del sitio AlterEdu.com.ar y co-fundadora de Tierra Fértil.
Facebook: https://www.facebook.com/tierrafertileducacion
Ver completa la Revista Gerencia Ambiental – Octubre de 2019
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