Montessori llegó a San Isidro: nido y comunidad infantil con impronta de música, arte y yoga

En Argentina no es habitual encontrar adultos que hayan sido criados y educados en ambientes Montessori. Por eso mi sorpresa cuando conocí a Natalia Ferrari, que de chica fue al colegio Greenfields de San Isidro y es, además, hija de Beatriz Legorreta, una guía formada directamente por una discípula de María Montessori en Perugia, Italia.

Hoy Natalia gestiona su propio ambiente, que crecerá a partir del año 2023 para albergar a bebés de 9 meses y niños y niñas hasta 3 años, con espacios simultáneos pero separados de Nido y Comunidad Infantil. Comenzó ayudando a su mamá en una escuela de México, se formó como música y es madre desde hace 11 años. Toda esa experiencia confluyó en un proyecto con sello propio que incluye algunas prácticas que no son habituales en los ambientes de esa pedagogía. Ella misma nos lo cuenta en esta entrevista.

«Yo nací y viví en Cuernavaca hasta los dos años, mi madre es mexicana. Cuando nos mudamos a la Argentina, ella trabajó en la primera primaria Montessori del país, en la calle José Ingenieros. Que fue bastante experimental, no era 100% Montessori, pero con la mirada y el acompañamiento de mi mamá vivíamos el método en casa, como se pudo. Cuando tenía 11 nos volvimos a México y allá continué en una escuela Montessori más cercana al método», me cuenta cuando empezamos a conversar sobre su niñez.

-Si existe algo así como una niñez montessoriana, ¿cómo sentiste vos tu crianza y educación?

-Cuando terminé la primaria me dejaron elegir la secundaria y opté por lo opuesto: una escuela que había sido un convento de monjas. Bien de adolescente. Creo que era bien lo que necesitaba en ese momento. Pero lo que rescato en general de la educación que recibí fue la libertad de elección. Eso estaba habilitado, aun con las limitaciones humanas de una madre que a veces son lo opuesto a lo que propone el método. Que más tarde entendí mejor, cuando empecé a estudiar un poco más el método desde otro lugar, no tanto el de niña o alumna, sino como adulta y educadora. Comprobé cómo uno busca mucho en la vida algo que te ayude a trabajar esas cosas que más te cuestan.

Creo que también tengo una facilidad de adaptación que tiene que ver con esa educación, con ir de un país al otro, de un cole totalmente opuesto a otro, eso me dio mucha flexibilidad. Tres años más tarde, de todas formas, me cambié a otro secundario intermedio, porque me cansé de las maneras y las rigideces. Después, me independicé y empecé una búsqueda personal.

Pero, desde niña, todos los almuerzos en casa eran conversaciones sobre situaciones con los chicos, porque mi mamá es una apasionada, todo el tiempo era pensar en ellos. Por ejemplo, íbamos a un mercado y ella veía las cosas como un material posible para la escuela. Y a mí esas historias me interesaban mucho, escuchar cómo se resolvían los conflictos. Ya a los 12 empecé a ayudarla en su ambiente cuando terminaba, porque estábamos en la misma escuela y ella se tenía que quedar un poco más. Más tarde, también la ayudé cuando con mi tía abrieron una academia de música en Cuernavaca. Ahí se aplicó muchísimo el método para la enseñanza musical.

A partir de entonces me di cuenta de que tenía algo con los niños, que había ahí un propósito, un potencial a desarrollar. Trabajé también como profesora de inglés en colegios estatales de Cuernavaca y con grupos de niños ayudando en un taller de arte. Recién cuando llegué a la Argentina me empecé a interesar más sistemáticamente en el método a partir de la enseñanza musical. Trabajé en Montessori House (una Casa de Niños en Nuñez, CABA, que ya no existe) y en Tigre Montessori, donde sigo.

Natalia Ferrari

-Hiciste un recorrido muy propio de la formación.

-Sí. Entré en contacto con la FAMM y me sentí acompañada, pero no hice la formación aun. Estudio por mi cuenta. Tenemos un grupo de estudio regular con las docentes que trabajan conmigo, mi mamá y otras educadoras mexicanas. Ese grupo nos funciona como una supervisión, exponemos las situaciones y tratamos de ser prácticas. Y si bien mamá tiene más experiencia, consideramos que todas tenemos algo valioso para aportar.

-Me contabas que empezaste armando un jardín rodante en distintos barrios de la zona norte del conurbano.

-Sí. Yo tenía un estudio de música, estudié la carrera y el profesorado en el Conservatorio. Y empecé a tener niños, cuyas madres empezaron a proponerme armar un jardín con más días y frecuencia. Tanto me lo pidieron que una de ellas lo terminó armando en su barrio. Eso fue hace diez años, y empecé a sentir que era por ahí. Y ahí, en esos momentos en las casas, empecé a probar algunos materiales: los estudiaba, hablaba con mamá. Y lo que me pasó es que los materiales que iba incorporando funcionaban muy bien por sí solos. La interacción, al lado de otro que no era Montessori, por más que fuera de madera y súper didáctico, era otra, se veía la diferencia. Hacía la presentación de los tres pasos, pero también probé dejarlos que exploren.

Así, los fui incorporando cada vez más y el rodante se convirtió en una propuesta con enfoque montessoriano. Teníamos las cajas, que poníamos y sacábamos todos los días, era algo muy simplificado. Y también hacíamos un trabajo con las familias para que el espacio donde estuviéramos fuera respetado y no invadido. Al tiempo me cansé de rodar por tres barrios distintos, teníamos dos grupos a la mañana y otro a la tarde. Yo terminé más dirigiendo, pero quería estar con los chicos, así que abrí un espacio en casa con solo cinco niños. Y en una de las entrevistas apareció una familia que me ofreció compartir su casa. Ahora nos mudamos a un espacio mayor, pero que se mantendrá pequeño en escala.

-¿Cómo está formado el equipo?

-Tomo en cuenta la experiencia y preparación, pero mucho más lo que opinan de cómo debe ser el trabajo con niños en general. También, la conexión que sienta con la persona en el momento y su disponibilidad para transformarse. Una de las dos docentes de nuestro equipo es guía Montessori, pero estoy convencida de que una formación no asegura nada si no hay una disposición. También observo que puedan tener empatía y la compasión, primero consigo mismas, y después con los niños.

-¿Qué buscan las familias en un espacio infantil como el tuyo?

-Algo en lo que que coinciden mucho es en la búsqueda de la independencia, la autonomía. También buscan que sus hijos tengan sus primeros vínculos con otros. Y la tercera es que quieren que jueguen. He recibido comentarios de que tanto han descubierto el poder de su autonomía que en casa hay algunos que quieren hacer todo solos. También noto cómo van adquiriendo habilidades para vincularse de una manera saludable, y es abismal la diferencia entre el inicio del año y el final. A veces traen de casa ciertas formas, porque hay otros hermanos u otras formas, y acá conocen que hay una manera más cuidadosa, más amable y más saludable con uno mismo y la modifican. Es una cuestión de tiempo a veces para que las familias adopten estas formas en casa.

-¿Ves que haya una demanda por una educación inicial distinta a lo que se ofrece en general?

-Así es. Observo que es una demanda pero también un deseo interno de las madres y los padres. Hay una necesidad de todo esto y un interés muy grande en estas otras formas de educación. Sin embargo, todavía hay mucha resistencia, porque se requiere de coraje romper con nuestros sistemas de creencias y adoptar nuevas formas. Y para brindarle eso al niño, primero hay que hacerlo uno. Nosotros una vez por mes tenemos un día de reunión y conversación familiar todos juntos. Tratamos distintos temas de acuerdo a las necesidades del grupo que vamos observando.

-¿Por qué creés que buscan esto las familias?

-Me sale decirte así, espontáneamente, que estamos en época de cambios. Puede que busquen una crianza o educación diferente a la que tuvieron. Yo, cuando los conozco, les pregunto sobre su experiencia. Y la mayoría me cuenta que viven con algo de angustia dejar a sus hijos tan chiquitos. O relatan sensaciones de miedo o angustia de quedar ellos mismos a los dos tres años en una institución grande. Así que buscan un espacio más amoroso, más cercano a lo que es una casa, para la primera infancia. También lo hacen por una necesidad laboral, porque la mayoría trabaja todo el día.

-Música, arte y yoga, ¿son tu impronta en los ambientes que gestionás?

-He visto que sucede en algunos, y en otros no. Con esto de respetar y apoyar la concentración, en muchas ocasiones no hay espacio para la música en los ambientes Montessori porque «distrae». Y no se sabe cómo manejarlo. En nuestro ambiente la música sucede constantemente; te doy un ejemplo. Se permite que alguien esté cantando, incluso a veces se suman otros de manera muy natural. Si empieza a cantar muy fuerte, es como gritar, así que le explicamos que baje un poco el tono o vaya a otro espacio. Eso, por un lado: hay una habilitación para que suceda porque es una exploración sonora que necesitan. Además, hay un momento cuando nos reunimos para comer algo. Ahí empieza a sonar música que hago con el clarinete, el ukelele o la guitarra, distintos instrumentos que toco. Simplemente empiezo a tocar, la música los llama y algunos se acercan, otros se quedan haciendo otra cosa. No los convoco yo directamente.

Lo mismo hacemos con el arte y el yoga. Ofrecemos distintas propuestas de arte con técnicas variadas, le doy mucha atención a eso. Y, por otra parte, suelo hacer posturas de yoga de la misma manera, espontáneamente, incluso ellos hacen ese tipo de movimientos naturalmente en esas edades. No creo que esto interrumpa de ninguna manera el trabajo de los niños. Son un lenguaje, y por eso considero importante que haya libertad para explorarlo y oportunidad para aprender cómo hacerlo, al igual que el lenguaje hablado.

Para conocer más sobre «A Rodar», visitá la web https://www.arodarmontessori.com/ o el Instagram: https://www.instagram.com/arodar_zn/

Dolores Bulit

Nací en la Ciudad de Buenos Aires en 1972. Mi educación formal ocurrió en el jardín Casa de los Niños fundado por Elena Frondizi, la Escuela Normal Nacional en Lenguas Vivas “John F. Kennedy” y la Carrera de Comunicación Social de la Universidad de Buenos Aires. Mi educación no formal se amasó en una familia numerosa, presente, matriarcal en medio del patriarcado, de clase media profesional. Sin presiones curriculares o extracurriculares, con mucho tiempo y enorme oportunidad para el juego libre en la ciudad y en el campo. También me eduqué en mis empleos y en mis viajes, en mi pareja y con mi maternidad, con todas las personas que pasan por mi vida y a través de mi experiencia más reciente y transformadora con la gestación de Tierra Fértil, un espacio de aprendizaje basado en el juego y la autogestión con 8 años de historia.

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