Conocí a Jaime Nosti en el 9o. Encuentro Plural de Educaciones Posibles (EPEP) en Chapadmalal. Llegó representando al colectivo Antu Hué, que gestiona un espacio de educación libre con 10 años de existencia, primero en la ciudad de Neuquén y ahora en Balsa Las Perlas, junto al río Limay, del lado de Río Negro. El proyecto alberga niños y niñas desde los 2 años, está integrado hoy por diez familias y cuenta con un equipo de cuatro acompañantes adultos.
-¿Cómo es tu historia personal en Antu Hue?
-Fui papá del proyecto hasta el año pasado con mi hija Ayelén. Ella estuvo desescolarizada tanto acá como en España y este año nos pidió ir a la escuela. Creo que en proyectos como los nuestros se complica a medida que les niñes van sumando años. La presión social e interna de los padres aumenta las dificultades, o al menos así se perciben. No sé si es tan así, pero lo cierto es que en proyecto chiquitos como el nuestro les más grandes son cada vez menos. Y al entrar en cierta etapa buscan más pares de su edad. Ayelén entró este 2019 en un espacio normalizado estatal, nos pedía tener amigas. Entró directamente sin examen, sin siquiera una entrevista. La vocación del sistema es absorber, así que no hubo problemas.
Yo soy migrante del estado español. Allá, con la que era mi compañera, iniciamos un proyecto familiar y una de nuestras elecciones cuando trabajábamos fuera de casa era participar de un proyecto educativo. Encontramos a Tartaruga, una escuela urbana de Madrid, y estuvimos fuertemente implicados. El proyecto tenía una vocación antagonista, funcionaba en un centro social ocupado durante un año y medio y luego se mudó a otros lugares. Hoy ya está consolidado y tiene niños en edad de primaria.
Por eso cuando llegamos al Valle buscamos alternativas. Nos acercamos a las dos Waldorf, algo cuya propuesta medio ya sabíamos que pedagógica y filosóficamente son muy dispares con lo que pensamos. No veíamos que la antroposofía fuera una pedagogía que promoviera autonomía y pensamiento crítico. Así que dijimos: vamos para adelante con algo que hagamos nosotros. Nos unimos a otras familias que se juntaban a leer textos, una especie de proto-proyecto de escuela libre con correlato en Facebook. Cuando nos incorporamos propusimos juntarnos en las casas. Así hicimos y se hizo más estable en la nuestra, que en realidad no era nuestra sino de unos primos que nos acogieron. Allí empezamos los acompañamientos y en un momento se nos dio la oportunidad de habitar un espacio que estaba libre por las mañanas. Se empezó a forjar un equipo de acompañantes, todos éramos papás y mamás. Nos empezamos a reunir con un rol más marcado que antes y las familias empezaron dejar a sus niñes; nosotros asumimos ese rol de forma más concreta. Cuando se nos acabó ese lugar pudimos alquilar unas horas en una asociación con un lugar adecuado, muy grande, y ahí armamos la siguiente fase de Antu Hué y se empezó a pensar en la posibilidad de que los acompañamientos recibieran plata.
También salió la oportunidad de irnos a Balsa Las Perlas, que es la divisoria entre Neuquén y Río Negro. Había unas familias que vivían ahí y pactamos un alquiler, es un sitio ideal cerca del río que tuvimos que meterle un montón de trabajo de construcción. También de adaptación, porque hubo mucha subida repentina de familias, muchas que llegaban por la cercanía y otras sin entender bien el concepto de no directividad, de libertad y límites. Para algunos entonces era un proyecto rígido y para otros lo contrario. Llegamos a 16 familias pero era muy difícil de entender la esencia del espacio, el objetivo de fondo. Ahora somos menos pero estamos creciendo mucho en lo pedagógico, en lo humano y lo organizativo.
Yo sigo como acompañante y pertenezco a la comisión pedagógica, soy parte del equipo. Tuve mucho peso junto a mi compañera al principio, y demasiadas responsabilidades, que elegí como algo transitorio para que fuera decantando en responsabilidades compartidas. Al día de hoy soy uno más dentro del colectivo.
-¿Cómo describirías el perfil de Antu Hue y cómo se organizan para tomar decisiones?
-Somos un colectivo con una vocación comunitaria fuerte. Al día de hoy sí que tenemos este componente de construcción colectiva y horizontal donde, si bien hay roles diferenciados, no hay jerarquías. Les acompañantes sí que tenemos más influencia en lo pedagógico pero no somos los únicos que estamos en esa vuelta. Nos organizamos en asambleas cada dos semanas, en fin de semana, para la cuestión organizativa, incluso algunas cuestiones pedagógicas son puestas sobre la mesa, y se toman decisiones de forma consensuada. La cuestión organizativa más cotidiana se lleva a cabo a través de comisiones de trabajo, con distintos desafíos. Económica, Materiales, Mantenimiento, Pedagógica. Los papás y las mamás se comprometen a participar en alguna de esas comisiones.
-¿Cuáles son los desafíos a mediano plazo?
-Económicamente nos sostenemos como podemos. Hay una cuota orientativa para familias de 2500 pesos. La idea de que sea bajita tiene que ver con esto de que no sea un proyecto para pocos. Y familias que no pueden pagarla completamente o nada no dejan de ser aceptadas en el colectivo. Solidariamente afrontamos de forma colectiva los gastos. Creo que el objetivo a mediano plazo es encontrar un equilibrio para seguir apostando fuerte por nuestros principios organizativos políticos y pedagógicos sin estar tan sujetos a los vaivenes de las dificultades económicas. Porque eso afecta a todo lo demás, la energía y el tiempo. Hemos ensayado varias fórmulas, todos los meses tenemos una o dos actividades extra para cubrir gastos fijos. Tenemos que llegar a un punto de creatividad para generar una economía más solvente y poner la energía en otros lugares. Ese es un objetivo fuerte fuerte que tenemos.
-¿Encontraron alguna forma institucional? ¿Están en red con otros proyectos en la zona?
-Somos lo que llamaría a-legales, no estamos dentro del sistema educativo oficial. Eso es algo que se decidió en una asamblea hace dos años y medio más o menos. Llegamos a la conclusión de que en el momento donde estaba el proyecto no nos beneficiaba la vía institucional. Analizamos las asociaciones, la Gestión Social y Cooperativa. Pero esta modalidad de mantenernos por fuera, de desescolarizar, nos parece una apuesta política fuerte y beneficiosa en varios sentidos. Sin embargo, tampoco es básico o esencial al proyecto y lo vamos debatiendo entre las personas que vamos formando parte. Hemos encontrado la formula para que vayan rindiendo en forma libre en Buenos Aires, o puede que en la propia Neuquén haya una posibilidad.
No tenemos una red estable, pero sí contactos, algunos más frecuentes que otros, con proyectos o colectivos determinados. El encuentro de Pedagogías Abiertas del Sur de este año en Bahía Blanca es lo más afín de la zona, una red cercana a parte a nuestras intenciones. Por acá nos hemos juntado con algunos proyectos más de corte político, o de acción social directa, también estamos en contacto con comunidades en Cuatro Esquinas y hacemos cosas juntos. Esto que también se habló en el EPEP, sentimos necesario una red regional estable. Teneos contacto con una editorial autogestiva de la zona, Curuf. Nos falta una red de apoyo mutuo más estable.
-¿Qué te llevás como experiencia del noveno EPEP?
-El EPEP ha sido muy intenso. En un principio íbamos a viajar más y por nuestro momento económico no pudimos pero queríamos que alguien estuviera. Me ha parecido muy rico, muy intenso, muy diverso, interesante. Momentos de mucha alegría, de aprendizaje, algún enojo, creo que por toda esa diversidad que se mueve. En el intercambio me quedo con la energía de mover este mundo. Con algunas modalidades comparto y con otras no, otras incluso me inquietan porque creo que se pierden en el camino cuestiones esenciales. Yo tenia algunos prejuicios que pasaban por lo que llamo la cuestión espiritualista, una despolitización de lo educativo. Me daba la sensación de que a veces hay un enganche, un exceso de espiritualización de la cuestión humana y educativa. Por ejemplo, las esencias de Oriente, que llegan y se toman para los proyectos. Pude ver que en algunos espacios que se llaman escuelas vivas se utilizan conceptos directivos que tienen que ver más con el budismo o el yoga, por ejemplo. Pero en definitiva me gustó porque en este EPEP estuvimos hablando cuestiones humanas y pedagógicas bien concretas, y claro, algunas pueden tener que ver con la espiritualidad. Así que rompí ese prejuicio. Hubo buen clima de respeto, de escucha en general, y muy buena organización.
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