Historias de abuelas con nietos sin escuela

¿Qué puede llegar a sentir una abuela cuando se entera de que sus nietos no irán a la escuela por elección de sus progenitores? En un mundo donde para la mayoría todavía es sinónimo de educación, es probable que la noticia la sacuda bien fuerte. Si en general se enorgullecen de haber criado a sus hijos e hijas con mayores oportunidades de las que ellas tuvieron, si sienten que la educación ha sido su mejor legado, el susto puede ser enorme.

Por eso, cuando la conocí a Haydeé hace un mes, acompañando a su hija y a sus dos nietos desescolarizados en Chapadmalal, en un encuentro de educación alternativa, supe que tenía que hablar con ella. ¿Cuán a prueba puede ponerse el amor incondicional hacia una hija cuando te cuenta que no va a mandar a tus nietos al colegio? Para ubicarlos en un contexto actual y posible, muchas de las denuncias contra madres que eligen no escolarizar provienen de sus entornos más íntimos. Sin llegar a eso, tampoco es raro que las familias se distancien por este motivo. Explicar que para nosotras esa elección trae un gran beneficio es sumamente difícil: tenemos una sociedad completa y 300 años de historia escolar en contra, aún con los fracasos a la vista. Es como un combate donde el knock out está asegurado, nosotras versus la escuela, el último tabú.

Voy a ser honesta: nuestra conversación con Haydeé fue bastante espontánea, al fondo de un auditorio, mientras sus nietos disfrutaban de un taller. Yo me sumergí sin tomar notas y cuando terminamos salí veloz a seguir trabajando. Así que no recuerdo ya sus palabras exactas, pero sí tengo bien presente lo que me quiso decir cuando le hice mi única pregunta al sentarnos: ¿cómo te lo tomaste?

Su respuesta jamás incluyó las palabras «bien» o «mal», pero estaba ahí, camuflada en la larga descripción que me hizo de la vida de su hija Malena. Que desde muy chiquita tomaba decisiones y era capaz de ejecutarlas y sostenerlas, por más extrañas que pudieran parecer. Por ejemplo, elegir el trabajo artístico para acompañar a personas con enfermedad mental mientras estaba en la secundaria, reinventarse como escenógrafa y titiritera en otro país, entre muchas otras cosas que me contó.

Sin responderme directamente, el relato de Haydeé me indicaba que su reacción fue seguir haciendo con su hija lo mismo que había hecho desde siempre: confiar en ella. Por lo tanto, eso que ahora elegía para sus nietos iba a estar bien. También me estaba diciendo que su rol era acompañarla, en lo que podía y como podía viviendo a barrios de distancia. Como una abuela, como cualquier abuela con nietos que van a la escuela.

Repasando estos 7 años que lleva Tierra Fértil, el espacio educativo que fundamos con otras familias para nuestros hijos e hijas, me puse a recordar cómo fue el proceso para mi propia madre. Como la gestación y el armado tomó unos dos años, para ella no fue exactamente una sorpresa. Gradualmente, su actitud fue parecida a la de Haydeé: respeto y compañía, como había hecho con otras decisiones «extrañas» que tomé en mi vida. Ahora, con la excusa de esta nota, le pregunté en modo reportaje qué había sentido exactamente cuando supo que su nieto no entraría a primer grado como todos los demás.

«Cuando me dijiste que Vito no volvería al jardín y empezarías un proyecto para educarlo con otras mamás, para mí fue un infarto, no eras docente ni habías trabajado en escuelas. Pero sabía de tu inteligencia y tenacidad, así que decidí escucharte (¡no queda otra!) y darte tiempo en tu proyecto. A medida que lo hacía fui descubriendo muchas verdades, tenías razón en tantos aspectos positivos». Así empieza la carta que me escribió cuando le dí a elegir si quería charlar por teléfono o mandarme un audio. «Como la enseñanza personalizada y cuidada, protegiendo y acompañando los intereses de cada uno», sigue mi mamá en su escrito de tres carillas.

Pero no todas fueron rosas en este proceso de aceptación. «Temía que fuera muy ideal», reconoce mamá. «Confieso que mi preocupación fue en los primeros tiempos cuando noté su dificultad para escribir. Cuando te dije, me contestaste que ya iba a aprender solo, y esa es quizás mi primera crítica: yo lo hubiera ayudado mucho con una simple ejercitación». «Con el tiempo y leyendo tus artículos, fui entendiendo todo lo positivo, ¡que era mucho! Me tranquilizaba ver que igual aprendía, lo veía seguro, tranquilo, leía muchísimo y de un día para otro hablaba inglés sin haber ido a profesor».

Los temores volvieron cuando supo que Vito iba a probar la escuela «real, tan diferente». «Siempre respeté y admiré tu capacidad maternal, tu amor y dedicación fue absoluta», escribió, pero me confesó que sufrió cuando vio el contraste entre sus años en el proyecto y el primero de secundaria en una escuela estatal, grande y caótica. Sintió que pasé de acompañarlo en el día a día a lanzarlo a la fosa de los tiburones. Pobre querida mamá, tiene bastante razón: el «aterrizaje» en el sistema formal fue con todo, sin airbag. Como ella, llegué a pensar en una escuela privada como opción porque supuse también, como dice en su escrito, que ahí «la contención y la comunicación con la familia tienen más prioridad».

«Lo importante y maravilloso de todo esto es que él salió airoso y terminó esta etapa tan difícil exitosamente. Simplemente, me hubiera gustado que fuera más fácil el tránsito. Como decía tu abuela Labue, el amor a los nietos duele de tanto que se los quiere», resume mamá. Yo por mi parte puedo decir que su gran aporte a mi decisión de no escolarizar fue su respeto y apoyo en la forma en la que ella me lo podía dar.

Es probable que mi mamá, al igual que la mayor parte de la sociedad hoy, mida el éxito de la educación de diferente manera porque esa es, precisamente, la clave del cambio de paradigma educativo. Adaptarse a algo que funciona mal o aprobar exámenes no son los indicadores que en general buscamos quienes nos embarcamos en proyectos de aprendizaje no escolarizado (ni escolarizante). Sin embargo, la forma en que transitamos ese proceso, para los que vivimos al margen de esa seguridad y legitimidad que da la institución escolar, es única. No tenemos otra vida para atravesar mejor esa incertidumbre, por eso el amor, la confianza y la compañía de quienes nos rodean es esencial. Le pregunté a mamá qué les diría a otras abuelas que están en la misma. «Les diría que confíen. Hoy puedo decir que el resultado es una personita feliz».

Martha es la otra abuela de nuestra familia, que tenemos la suerte de tener muy cerca. Tanto que desde su balcón casi podía ver las tres casas de nuestro proyecto en Béccar entre 2013 y 2018. Siempre que tenía ganas nos visitaba con masitas, recetas y café.

Yo no puedo saber cuánto peso tiene esta nueva teoría antropológica que dice que las abuelas son esenciales para la supervivencia y la longevidad de los humanos, pero sé con certeza lo bien que nos hacen cuando nos acompañan.

Texto: Dolores Bulit

Dolores Bulit

Nací en la Ciudad de Buenos Aires en 1972. Mi educación formal ocurrió en el jardín Casa de los Niños fundado por Elena Frondizi, la Escuela Normal Nacional en Lenguas Vivas “John F. Kennedy” y la Carrera de Comunicación Social de la Universidad de Buenos Aires. Mi educación no formal se amasó en una familia numerosa, presente, matriarcal en medio del patriarcado, de clase media profesional. Sin presiones curriculares o extracurriculares, con mucho tiempo y enorme oportunidad para el juego libre en la ciudad y en el campo. También me eduqué en mis empleos y en mis viajes, en mi pareja y con mi maternidad, con todas las personas que pasan por mi vida y a través de mi experiencia más reciente y transformadora con la gestación de Tierra Fértil, un espacio de aprendizaje basado en el juego y la autogestión con 8 años de historia.

Tambien puede interesarte...

1 Respuesta

  1. 27 de enero de 2021

    […] (conocí a esa abuela desescolarizada en el EPEP de Chapadmalal y no pude dejar de entrevistarla: https://alteredu.com.ar/2020/01/02/historias-de-abuelas-con-nietos-sin-escuela/). Después vino Astor, y fue cuando Bruno empezó el jardín en la escuela Kennedy del barrio de […]