Antroposofía + Pikler: la doble manta que abriga a niños y niñas judicializados en el Hogar Amaranta

Nos cruzamos cuando ambas buscábamos espacios físicos para nuestros proyectos: ellas para el hogar de tránsito de niños judicializados y nosotros para nuestra comunidad de aprendizaje, Tierra Fértil. El Parque Arenaza, en Boulogne, al norte del conurbano bonaerense, es un lugar idílico con bosque y varias casas antiguas que una familia de San Isidro cedió al gobierno nacional hace años para uso exclusivo de proyectos relacionados con la niñez. Ninguna de las dos consiguió la cesión de un espacio allí, pero desde ese momento quise conocer el trabajo del Hogar Amaranta, que hoy funciona en una casa alquilada en San Isidro.

Alejandra de Renzis Peña, una de las fundadoras, me recibe en la cocina, donde soy testigo del trabajo sincronizado de voluntarias y cuidadoras. Hay pizarras con los menúes, la lista de cambios de turno y los horarios de salidas a dos jardines Waldorf donde van becados algunos niños y niñas del hogar mayores de 3 años. El gran diferencial de Amaranta es la atención puesta en la calidad, con cuidadoras formadas y sumamente conscientes de la importancia de su trabajo para ayudar en los primeros y vitales años a estos niños que llegan heridos. 

¿Cómo funciona Amaranta en el día a día?
-Acá llegan bebés, niños y niñas judicializados de la ciudad de Buenos Aires. Nuestro trabajo tiene que ver con asegurar un adulto referente que da seguridad. Si bien el Estado exige un cuidador cada seis, nosotros tenemos uno por cada tres bebés y uno cada cuatro cuando son más autónomos. A eso se suma un cuidador de apoyo. No son voluntarios que van rotando, sino personas a las que formamos antes de ingresar. Primero, con una pasantía, luego espejan a otro cuidador con experiencia y luego hacen un pasaje sincrónico antes de que el anterior se vaya. Los niños y bebés así saben quién estará cuidándolos en cada turno, cada día. En este momento hay tres grupos en dos salas, un total de once. Hemos tenido hasta 17.
Hay un ritmo que se sostiene. Los bebés toman la mamadera el tiempo que necesitan, hay un sillón en su sala que es el espacio de comer. Se les anticipa la hora de comer y ellos empiezan a poder esperar sin angustiarse a raíz de tanta previsión y orden. Le damos tiempo a los baños, siestas y comidas. En este momento hay 18 cuidadores en los turnos, más los apoyos y algunos periféricos que han trabajado y están disponibles si hay que reemplazar a alguien. Dejamos claro que nadie viene a salvar a nadie, el cuidador le da al niño la posibilidad de que despliegue su ser en un lugar amoroso.
La otra parte del corazón del hogar son los voluntarios, que llamamos «hadas». No por una cuestión mágica sino porque su trabajo es silencioso pero indispensable. Son un apoyo externo muy preciado, que pasan por una serie de instancias antes de sumarse. Se anotan para una charla general donde se cuentan los ejes de trabajo y se reparten en turnos para cocinar, lavar y doblar ropa, por ejemplo. Tenemos el apoyo del centro psicoterapéutico Los Girasoles y la pediatra Lina Conti, que controla y hace el seguimiento durante el tiempo que cada niño o niña esté acá. También tenemos el apoyo del hospital de San Isidro cuando lo necesitamos.
También tenemos donantes de dinero, que usamos principalmente para pagar a los cuidadores, más profesionales que donan sus servicios de salud o personas que traen alimentos complementarios a lo que llega todos los jueves de la ciudad, donan ropa, medicamentos, pañales.

-¿Cuáles son los fundamentos para el marco que le dan a su trabajo en cuanto a desarrollo infantil?
-En Amaranta están los aportes de cada una de las doce que fundadoras que llegamos desde distintos ámbitos. Yo traje la atención temprana del desarrollo infantil basado en la pedagogía de Emi Pikler, una mirada neuropsicosocial donde están los conceptos del rol adulto, la coherencia de los ritmos del día y la disposición de los ambientes. Y otras de las fundadoras trajeron el aporte de la Antroposofía y la pedagogía Waldorf, que creo están perfectamente amalgamadas.
Esa mirada de Rudolph Steiner, que fue contemporáneo de Pikler, aunque nos e conocieron, nos da esa envoltura para organizar los ritmos del día, la semana e incluso las estaciones. Hay una gran sincronía y eso le da una coherencia exquisita a nuestro trabajo. Porque no solo hay un fundamento desde la pediatría, la psicología e incluso la psicomotricidad, sino que además hay un faro espiritual de lo que es el hombre, el cuidado de los sentidos, todo lo que le da ese calorcito a lo que es de la salud mental de quien desarrolló la propuesta del movimiento libre. Es realmente un abordaje integral, y no estoy hablando de religión. Hace 8 años, cuando nos juntamos, yo no conocía la antroposofía. Pero me reconocí en la coherencia y sincronía con lo que veía desde mi trabajo de treinta años.

-¿Cuál es tu recorrido previo a Amaranta?
-Soy profesora Inicial del Eccleston y trabajé 12 años en un jardín maternal y de infantes que fue modelo de Latinoamérica en su momento. Está en Vicente López y era de la obra social de los empleados de comercio, Osecac. Eran cuatro pisos con dos salas de bebés, un lactario, todo vidriado, espacio de juego, alimentación y sueño. Tenía pediatra, psicóloga, odontóloga y cocineros. En ese momento no existían las formaciones para atender bebés, pero ya era un logro que pusieran a maestras jardineras formadas, que encima ganaban tres veces más que en otro lugar.
Hubo un momento en ese tiempo que siempre cuento porque fue bisagra en mi vida de cuidadora de niños. Me tomaron para una suplencia en la sala de bebés. Llega una mamá que había hecho la adaptación con la maestra que se había ido y yo cubría. Con su bebé de 45 días se me quedó mirando, congelada, porque no me conocía. Me quedé sosteniéndole la mirada profundamente, esperando que pudiera confiar. No la apuré, en un gesto de respeto absoluto y le prometí que lo iba a cuidar y estaría bien. Me senté un rato largo con él envuelto en la mantita que le había traído. Mis compañeras me animaban a ponerlo en la cuna para no «malcriarlo», era el concepto de esa época. Pero yo les dije que iba a darle tiempo porque no me conocía. Siempre empiezo mis charlas con eso porque puedo entender al maestro, puedo ponerme en su zapato por la responsabilidad tremenda que tenemos cuando recibimos a un niño. Si fuéramos conscientes de la injerencia que tenemos como adultos en la vida de ese ser humano. Una huella que no se borra nunca más, junto con olores, percepciones.
Un poco lo que hacemos en Amaranta es eso, esperarlos, no los vemos por la historia que traen sino que los vamos descubriendo, porque además él tiene que descubrirse también. Percibir dónde está, porque llegan confundidos. Lo que hacemos es para cuidarlos, entendiendo que no son nuestros, mientras les damos lo mejor para que puedan reorganizarse y no estar esperando que lo vengan a buscar sino viviendo cada día de su vida como un niño. Es un trabajo muy intenso personal que cada cuidador pueda tomar ese dolor del niño o la niña y no lo sienta como un ataque. Porque no me lo hace a mí. A veces cuando llegan se encierran o sacan cosas lastimando porque tienen miedo. Y entender eso es un trabajo personal de cada adulto y una característica muy importante del proceso de cuidador de Amaranta.
Luego de esa experiencia hice la especialización en atención temprana del desarrollo infantil y empecé a dar charlas sobre crianza para familias, directivos. Y durante 15 años tuvimos un programa de TV en un canal de la zona norte que se llamó «Espacio de niñez», que luego pasó a otro que llegaba a toda Latinoamérica y España. Desde entonces, acompaño ininterrumpidamente a familias en la crianza y soy parte de la Red Pikler de Argentina.

-¿Qué procesos has visto en el hogar en sus primeros seis años de vida?
-Han venido niños devastados por haber sido vulnerados de manera extrema. No podían hablar ni dejarse tocar porque entraban en un ataque. Esperamos con mucho respeto que pudieran aceptar este cuidado que queremos darles, entendiendo que no es que no me acepta, sino que no puede porque quizás pasó por situaciones inimaginables o simplemente no sabe dónde está, si estas personas lo van a cuidar. Los bebés suelen llegar con los puños cerrados, en gesto de protección absoluta. A la semana vemos a veces que empiezan a poder distenderse, y eso también pasa cuando juegan, o cuando no pueden hacerlo. Nosotros no interrumpimos esos momentos de expresión, son sagrados. Con los cuidados durante el baño o nombrando a los bebés con su nombre completo, con su historia, vamos reparando esa piel psíquica herida.
Vemos que al tiempo tienen otra actitud, otra postura. A veces aparece el lenguaje cuando a los tres años aún no hablaba. Esta conquista de que puedan encontrar la ropa doblada por niño, por prenda, que viste en las habitaciones, habla de que el orden que le vamos dando les hace poder anticiparse y prever todo lo que tiene que ver con el entorno, que se convierte en un lugar seguro. Si cambia algo, le van a avisar. El orden les da claridad y el cuidador es un adulto digno de imitar.
Tenemos conocimiento de que muchas veces la adopción no resulta positiva, los nuevos padres no pueden con la situación y los devuelven. Hace mucho tiempo juzgaba eso, pero después pude comprender desde nuestra experiencia, que a veces si solo se ha recibido destrato y desamor, no puede dar otra cosa. Pero si el adulto no está disponible y preparado, aunque tenga la mejor intención y haya sido evaluado, puede que no lo sepa manejar, o no le hayan dicho que ese nene todavía está transitando el trauma inicial por el cual llegó a la adopción, eso puede pasar. Por eso los padres necesitan también un acompañamiento en paralelo.
Nosotros tenemos un proceso de vinculación que es progresivo para empezar a construir un vínculo que no existía. Hacemos ese puente. Les comunicamos cómo es la dinámica de todos los días y ellos se incorporan a una merienda, al juego, a los paseos. Empezamos de a poquito a alejarnos. Vamos juntos a visitar la casa y, en la medida en que los papás lo toman, se van soltando. Una vez percibimos que no estaba funcionando, tuvimos una alerta y los mismos papás se dieron cuenta, hasta el niño sintió alivio a su modo porque también se dio cuenta que no funcionaba el vínculo. A los dos meses llegaron otros, los que son hoy sus papás.
Igual, seguimos en comunicación para acompañarlos y vuelven invitados a tomar la merienda y jugar. Es saludable para el niño que se fue ver que sus amigos quedaron bien. Se genera una gran familia, con mucha fluidez se cuentan sus vidas. A su vez, para el niño que a lo mejor está hace tres años con nosotros porque los procesos a veces no son lo dinámicos que deberían ser, no sabe sobre la experiencia de una familia. Pero ve que su amigo vuelve siendo parte de una familia, lo va entendiendo, y empieza a aparecer en él también el deseo de una nueva familia.
Promovemos que el paso por Amaranta no quede oculto, porque eso puede ser traumático y tener consecuencias. Ese bebé puede haber tenido tres años maravillosos, nada que olvidar porque fue feliz y cuidado. La verdad sobre el origen siempre prevalece y es lo que nos permite cerrar etapas y reconstruirnos sobre una base sólida. Tenemos un chat exclusivo de acompañamiento a la familia que se inicia. Hasta que los padres mismos nos sueltan, como hacen los niños.

-Desde el cambio de paradigma en el tema de minoridad y tutela, ¿creés que hay cosas que aún hay que mejorar?
-Creo que como sociedad no hacemos una inversión real consciente en la infancia, se hacen parches. Y no sólo hablo del Estado, sino de todos nosotros como sociedad. No acuso ni justifico a nadie, pero a veces se forma una cadena de desidia.
El Estado actúa con una medida excepcional de abrigo cuando los derechos de un niño, niña o adolescente son vulnerados, y es en ese momento que los recibimos. Mientras intenta ayudar a los padres para ver si esa familia se puede volver a encontrar. Pero hay quiene a su vez han sido vulnerados y no tienen la posibilidad de salir y criar. ¿Qué pasa mientras tanto con el niño? Muchas veces siguen institucionalizados toda la vida. ¿Dónde está el límite, el borde? Porque los primeros años son absolutamente estructurante para la vida. ¿Cuánto vamos a esperar para la adopción y qué estrategia hay? ¿O estamos tan centrados en el adulto que puede dilatamos lo mejor para los chicos? Ellos en los hogares son capaces de constituirse sin su familia, pero en general les es ajeno, se apropian para sobrevivir. Más aún si ese hogar no tiene el suficiente apoyo para cumplir todas las funciones, porque no se trata sólo de techo y comida, hay que ofrecerles atención psicopedagógica, médica. En Amaranta redoblamos los esfuerzos para que tengan todo eso.
A su vez, aunque el niño tiene tutor, defensor y un juez que vela por él, pero también como su hogar transitorio somos la voz del niño. Tenemos que orquestar entre todos un plan de ruta para cuidarlo, porque no siempre se tiene en cuenta con claridad qué le pasa a un niño mientras espera.

Conocé más sobre el trabajo de Amaranta acá: https://amaranta.com.ar/ y https://www.instagram.com/hogaramaranta/

De izquierda a derecha, las fundadoras Carolina Berra, Marina Sandoval, Lucía Heath, Alejandra De Renzis Peña, Mariana Rancaño, Karina Bonavita y Cecilia Carnevale.

Dolores Bulit

Nací en la Ciudad de Buenos Aires en 1972. Mi educación formal ocurrió en el jardín Casa de los Niños fundado por Elena Frondizi, la Escuela Normal Nacional en Lenguas Vivas “John F. Kennedy” y la Carrera de Comunicación Social de la Universidad de Buenos Aires. Mi educación no formal se amasó en una familia numerosa, presente, matriarcal en medio del patriarcado, de clase media profesional. Sin presiones curriculares o extracurriculares, con mucho tiempo y enorme oportunidad para el juego libre en la ciudad y en el campo. También me eduqué en mis empleos y en mis viajes, en mi pareja y con mi maternidad, con todas las personas que pasan por mi vida y a través de mi experiencia más reciente y transformadora con la gestación de Tierra Fértil, un espacio de aprendizaje basado en el juego y la autogestión con 8 años de historia.

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