Un proyecto de Coronel Suárez funcionará en una ex escuela rural cedida por el Consejo Escolar: coinciden en la necesidad de alternativas

En la gestación de un proyecto educativo alternativo el componente indispensable es el deseo. Los demás requisitos para nacer se van dando según múltiples factores. En el caso de Sauce Criollo, en la ciudad bonaerense de Coronel Suárez, confluyeron varios en un lapso de tiempo relativamente corto. Hay un grupo de familias y docentes dispuestos, la comunidad extendida apoya y el Estado también da su voto de confianza nada menos que prestando un espacio físico.

El proceso es inspirador para que otras familias y otras autoridades vean cómo se facilitan las cosas cuando hay colaboración genuina, porque la necesidad de que existan alternativas la expresan todos por igual. Quejarse de la escuela es un deporte nacional en la puerta de la institución, en los chats o las reuniones, incluso en los escritorios de los funcionarios del área. Lo que suele faltar son las agallas para proponer y construir alternativas, porque es probable que eso se lleve nuestros recursos materiales y espirituales hasta el agotamiento. Sin embargo, es muy diferente cuando esa tarea titánica es comprendida y sostenida por la comunidad.

Gisela Platz, Patricia Inés Steinmetz, María Jorgelina Soulé, Florencia Alvarez y Florencia Carolina Desch tienen ocupaciones y formaciones diversas, como profesoras de Biología, de Yoga infantil y puericultura. Gisela es la que primero indagó en miradas pedagógicas alternativas y estudia en el Seminario de Pedagogía Waldorf en Santa Rosa, La Pampa.

-¿Cómo empezó esta historia?
-Había en la ciudad algunas familias trabajando y pensando, que en 2021 hicieron una convocatoria abierta. Ahí fuimos de otro grupo, que estábamos indagando acerca de la pedagogía Waldorf. Ellos pensaban más en el enfoque de las escuelas experimentales que surgieron del Instituto Speroni de La Plata. Además, ese día se sumaron otras familias que no estaban previamente en ninguno de esos dos grupos. Nos sentamos a conocernos y charlar, a contar el camino que habíamos hecho cada grupo y, a su vez, las demás familias contaron acerca de sus búsquedas y expectativas. Todos estábamos de acuerdo en que hacía falta un espacio de educación alternativa en la ciudad. Que tiene una gran oferta de escuelas, pero todas enmarcadas en la educación tradicional.
Esa vez sentimos que nuestra búsqueda era genuina e hicimos un punteo. Los que estábamos contamos lo que sabíamos y nos comprometimos a buscar más información para la próxima. Profundizamos un poco más sobre los principios en los que acordábamos y definimos que la línea pedagógica sería la experimental (delineada por Nelly Pearson, Martha Bournichon y Dorothy Ling en los años ´60, en City Bell).
Elegir algo que existe nos ayudaba a enmarcar el proyecto y ponerse de acuerdo. Hicimos otra convocatoria y se sumaron más, que de todas formas, más adelante se bajaron.

-¿El encuadre de la forma de gestión también lo pensaron desde el principio?
-Nos parecía que el mejor encuadre era el de una Asociación Civil. Y sí, desde el principio delineamos lo legal para tener un «traje social» para presentarnos a la comunidad. En Enero de 2022 empezamos a ofrecer talleres de verano para ver la respuesta. Fue muy buena, así que en Abril seguimos dos días con los más pequeños y dos días con la edad de primer ciclo de Primaria. De todas formas, todos seguían yendo a una escuela formal.
Mientras tanto buscábamos un espacio, que por el tipo de proyecto, queríamos que tuviera acceso amplio a la naturaleza.

-Y ahí entró en escena el Consejo Escolar…
-¡Sí! Nosotros habíamos visto un lugar ideal, que era la ex escuela 13 «Tambor de Tacuarí», que está ni bien termina el casco urbano y empieza la zona rural. Estaba al cuidado de una familia mediante la figura de comodato entregada por el Consejo, porque había quedado en un «limbo» cuando la administración educativa pasó de la Nación hacia las provincias.
Esperamos a renovar nuestras autoridades en asamblea ordinaria y ya estamos listos para firmar el comodato con el Consejo escolar de Coronel Suárez.
Sabemos de lo importante de haber encontrado un espacio físico porque estamos en contacto con gente de todo el país que trabaja hace años y sigue buscando un espacio físico cedido que les permita hacer sustentables sus proyectos. Nos consideramos afortunadas -hoy las cabezas de sauce somos cinco mujeres- porque siempre contamos con lo que se necesita, familias y docentes, y ahora un lugar.

-¿Cómo organizan la economía del proyecto?
-Desde la primera reunión estuvimos de acuerdo en que aspirábamos a ser una escuela oficial y, en lo posible, de gestión pública estatal. Somos autogestivos desde el vamos y tuvimos claro también que nadie estaría impedido de formar parte por cuestiones económicas si veía este espacio como una necesidad para sus hijos. Entonces, pensamos en actividades para sostenernos. La que mejor nos financia en términos de energía y recaudación es el mercadito de pulgas, que surtimos con lo que nos donan en buenas condiciones y abrimos una vez por mes. Con eso se pagan nuestros sueldos. Ya este 2023 cambió un poco y no nos da tanto rédito, así que agregamos otras actividades como rifas o elaboración de budines, panqueques o pizzas. Ahora el objetivo está puesto en lo que necesitamos invertir en la escuela para ponerla en condiciones.

-¿Hay otras iniciativas cerca?
-Nuestra ciudad tiene 35 mil habitantes y a nuestro proyecto vienen gente de más lejos, porque somos un centro comercial, de servicios y administrativo para toda la zona. El proyecto alternativo más cercano que tenemos es El Junquero en Sierra de la Ventana, y luego está Bahía Blanca a 150 kilómetros.

-¿Se están formando en el Speroni?
-Por desgracia ya no están haciendo la formación, así que tuvimos que recalcular. Nos contactamos con algunas escuelas experimentales y por ahora hacemos encuentros virtuales. Nos acompañan generosamente y vamos aprendiendo formas de trabajo macro tanto de «El Ombú», de Ayacucho, que es la que tenemos más cerca, como de «Fuente serena» (San Martín de los Andes) y algunas de las de Tierra del fuego. Con ellas tenemos en común no sólo la mirada pedagógica sino también la aspiración de tener reconocimiento oficial dentro de la educación estatal.

-¿Por qué creen que el Consejo Escolar se acercó a ustedes, cuando en general es al revés, que son los proyectos quienes salen a pedir legitimidad a las autoridades?
-Si bien no conocían en particular esta pedagogía, consideran que Suárez necesita una opción así. Ver que su apoyo venía también desde ahí nos dio un empuje enorme. Creo que vieron que nuestra propuesta no es en contra de nada porque lo marcamos siempre: venimos a enriquecer la oferta educativa. Pudieron ver que los chicos seguían yendo en paralelo a la escuela formal y que podíamos ofrecer diversidad. Muchas de nosotras damos clases y vemos que 30 niños en un mismo lugar, sentados y haciendo lo mismo, no funciona para todos. Somos honestas también en nuestra capacidad actual para atender desafíos del aprendizaje, y muchas veces nos jugó en contra, pero somos genuinas. El Consejo nos dijo que veía el trabajo que estamos haciendo, que hay que valorarlo y que necesitamos un espacio acorde. Porque nuestro proyecto incluye huerta, mucho arte y juego al aire libre y una granja.

-¿Cómo van a empezar el 2024?
-Ya con Inicial y el primer ciclo de Primaria, pero en espacios multiedad. Si bien este año somos pocos, hay muchas familias felices de que hayamos vuelto a encender la llamita de esa escuela rural y quieren sumarse el año que viene cuando empecemos formalmente de lunes a viernes.

-Además de ustedes, ¿acompaña otra gente de la ciudad?
-Hay gente que quiere colaborar que no es parte del proyecto pero le parece fabuloso. Dona en dinero o en especie, aporta una cuota social fija y eso nos permite tener un mínimo asegurado. Nos compra lo que elaboramos y está siempre al pie del cañón. Según la economía, hay años en que es más fácil o difícil pedir colaboración. La arquitecta Ana Victoria Smith hizo gratuitamente el relevamiento edilicio de la escuela y nos dijo a qué hay que darle prioridad y qué puede esperar.
También hay gente habilidosa en ciertas áreas que nos va a ayudar. Y gente de la cultura de la ciudad que nos tienen en cuenta y nos convocan cuando hacen eventos para poder mostrarnos porque tenemos el mismo objetivo: que haya una oferta distinta a nivel social, educativo y cultural.

-¿Cómo piensan hacer uso del espacio que les cedieron?
-La arquitecta tiene una mirada linda de poder conservar y poner en valor lo que hay, porque el edificio pertenece a la Dirección General de Escuelas y una de las cláusulas del comodato dice que no puede ser remodelado, agregar ventanas o aulas. Así que vamos a adaptarnos y ya pensar qué hacer cuando crezcamos en número. Son dos aulas grandes más la casa que era de la maestra y podemos usarla. Vamos a aprovechar la naturaleza que tenemos con la mirada de la permacultura, la conservación del suelo, la construcción viva. Vamos a cuidar lo que ya esta ahí sin hacer grandes modificaciones.
El comodato es de un año con renovación automática si ven que cuidamos, por protocolo es así, así que nos dio esa seguridad para la inversión que vamos a hacer.

-¿Tienen hijos o hijas en el proyecto?
-Cuatro de nosotras sí, otra no, pero es docente y formadora de formadores. Todo esto que te contamos no quita que se haya ido gente, que hayamos estado a punto de tirar la toalla, pero aprendimos a sostenemos entre nosotras. Cada una es honesta acerca de su realidad y cada mes avisa si necesita que la cubramos más. Nos sostenemos como grupo humano, es información emocional que sumamos y nos ayuda a revalorizarnos.

Contacto con Sauce Criollo: escuelasaucecriollo@gmail.com – https://www.facebook.com/saucecriollo / https://www.instagram.com/escuelasaucecriollo/

Dolores Bulit

Nací en la Ciudad de Buenos Aires en 1972. Mi educación formal ocurrió en el jardín Casa de los Niños fundado por Elena Frondizi, la Escuela Normal Nacional en Lenguas Vivas “John F. Kennedy” y la Carrera de Comunicación Social de la Universidad de Buenos Aires. Mi educación no formal se amasó en una familia numerosa, presente, matriarcal en medio del patriarcado, de clase media profesional. Sin presiones curriculares o extracurriculares, con mucho tiempo y enorme oportunidad para el juego libre en la ciudad y en el campo. También me eduqué en mis empleos y en mis viajes, en mi pareja y con mi maternidad, con todas las personas que pasan por mi vida y a través de mi experiencia más reciente y transformadora con la gestación de Tierra Fértil, un espacio de aprendizaje basado en el juego y la autogestión con 8 años de historia.

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