Es argentina y fundó con su familia una escuela democrática en la naturaleza en España

Paola Boccia y Gabriel Groiss viven en Tenerife sur, Islas Canarias. Me detectaron entre otras mil personas porque era la única tomando  mate en el Festival por los 100 años de la escuela inglesa «Summerhill». Paola es porteña, egresada de Artes en Buenos Aires, pero con más de veinte años viviendo en Europa, donde conoció a su marido y padre de sus dos hijos, Anahí y Nahuel. Yo llegaba con mi hijo desde Holanda y ellos venían cruzando el continente en una furgoneta que les sirvió de casa. Los hispanohablantes eramos tan pocos que nos reconocimos enseguida. Para mi sorpresa, solo tres escuelas democráticas españolas estaban representadas en ese encuentro, y la Playa Escuela El Médano que ellos fundaron hace siete años era una de ellas.

Como me contó Paola, no tenían la necesidad de la aventura que significa crear un espacio educativo transformador desde cero. Pero sí la convicción de seguir educando y criando a sus hijos en la naturaleza más allá de los seis años, ese límite etario que en general imponen las escuelas bosque en todo el mundo. Así que no quedó otra que hacerlo. Para colmo, con doble dificultad: decidieron que no querían limitarse a llevar el aula convencional a la naturaleza, sino que además propiciarían una estructura democrática, donde junto con los adultos los niños serían protagonistas de las decisiones sobre su aprendizaje. Hoy, son reconocidos en las listas de escuelas más innovadoras y con pedagogías activas de España. 

Pasamos mucho tiempo charlando sobre los desafíos de ser una familia fundadora y totalmente involucrada en la gestión de un proyecto educativo. Sobre la sensación de darlo todo y más, de que la vida del proyecto esté amalgamada con tu vida y hasta el humor de la familia. Sobre los vaivenes de la confianza, la renovación constante de la comunidad -como las olas de El Médano, una localidad que atrae viajeros y turistas-, con la vuelta a explicar, cada vez, las bases del proyecto. También hablamos sobre la evolución de estos espacios educativos democráticos: los niños crecen y aparecen nuevas necesidades, de estructura o de personas bien formadas para atenderlas.

Contrario a lo que uno podría pensar, los espacios educativos democráticos europeos tienen problemas muy similares a los que tenemos por Sudamérica: falta de apoyo o trabas estatales; falta de recursos extra para formación y crecimiento; dependencia casi exclusiva de los aportes de las familias para sostener el funcionamiento, además de las cíclicas crisis de confianza que genera esta pedagogía que deja a elegir a niños y niñas su camino de aprendizaje: ¿van a aprender? ¿Podrán defenderse en la vida?

Esta entrevista refleja esas conversaciones entrecortadas por la vida de camping, las rondas sobre distintos temas que se tocaron en el encuentro y las reuniones de la red de escuelas democráticas europeas, de las que ellos son parte activa (EUDEC). También, las charlas que tuvimos mientras mirábamos a los chicos disfrutar el río en la costanera de San Fernando, durante su visita a Argentina.

-¿Por qué decidieron educar de esta manera a sus hijos?

-Viviendo en Alemania conocimos educación en la naturaleza. Gabriel estaba estudiando educación, le encantó ese concepto y pudo hacer sus prácticas en una escuela bosque. Nuestra primera hija, Anahí, tenía en ese momento dos años y medio, así que también fue a una escuela bosque hasta sus cuatro y pico. Esa escuela en la que trabajaba era un poco alternativa en el sentido de que tenía mayor flexibilidad relacional, porque allá en general hay mucha distancia entre los profesores y los alumnos.

Cuando yo estaba embarazada de Anahí, alguien del grupo de amigos nos comentó que había visto un documental de una escuela democrática en el norte de Alemania. Lo vimos y nos dimos cuenta que tenía sentido: educar en la naturaleza está muy bien, pero si la estructura de la educación no cambia, no se aprovecha al máximo, no es transformadora, solo cambia el entorno. Entendimos que era posible hacer las cosas de otra manera. Gabriel seguía formándose como educador y al mismo tiempo iba tratando de introducir algo de eso en la escuela donde trabajaba por las tardes, pero era todo muy hermético.

Cuando vimos que la escuela de Anahí no tenía primaria, nos parecía injusto. Era como decirle «ahora estás grande y vas a la escuela, ahora sí que va en serio y vas a aprender». Nos pareció increíble que desde los 3 a los 6 pudieran jugar y crecer más sanos y libres y después ya no, con toda la tradición de escuelas bosque que hay ahí. No entendíamos cómo no seguía evolucionando. En general me parece una pena que el movimiento de las escuelas alternativas tenga más de 100 años y no se haya podido establecer. Y las pocas que lo logran, tampoco consiguieron multiplicarse o ser un apoyo real para otras escuelas que intentaron hacer su camino.

Eso nos daba mucha pena, y en los países nórdicos es un poco lo mismo: juego libre hasta los 6 y después escuela. Por temas de salud y personales, tuvimos la necesidad de volver a Tenerife (España), donde nos habíamos conocido, donde estaban nuestras familias y el mar. Legamos con Anahí de 5 y Nahuel cumpliendo 3. No había alternativas cerca, así que teníamos que crearla. Porque después de la experiencia en Alemania era inviable para nosotros otra cosa, sentíamos que tendrían que sacrificar un montón y no valía la pena. En Tenerife incluso se da más fácil que en Alemania porque el clima es perfecto, aunque hay gente que nos sigue preguntando qué hacemos en invierno ¡con 23 grados! Además, casi nunca llueve, y ahí salimos a chapotear en los charcos, que se pone todo verde enseguida y se acercan los pájaros a tomar agua.

Así, más o menos, fue como empezó el proyecto. No teníamos necesidad de aventura, la verdad, pero nos pudo más el amor por nuestros hijos y poder ofrecer otra cosa a las familias de la zona. Fue todo de golpe: mudanza y apertura dela asociación. Es que nos dimos cuenta que si empezás con otro trabajo no te podés dedicara eso al 100 por cien. Empezamos con siete niños y niñas, dos eran nuestros. Cuando hizo falta un comedor, cerramos un patio delantero de casa y ahí se hizo. Algunos padres necesitaron que se quedaran hasta las 15.30, así que también usamos la salita de casa para que no estén al sol todo el día. Y así fuimos creciendo.

-Me gusta hablar de los problemas porque es algo que todos los proyectos educativos osados tienen en común. ¿Se los imaginaban o las dificultades los tomaban por sorpresa?

-Cierto. La gente que escucha todo lo que hacemos dice que es utópico. A veces, hablando con directores y maestros de escuela, nos dicen «ah, pero ustedes con tantos acompañantes la tienen fácil». Pero claro, lo difícil que es armar un equipo y poder pagarle bien. No esperábamos todos los problemas que llegaron, pero sí habíamos tenido algo de experiencia por haber vivido en una comunidad en Alemania muchos años, así que sabíamos del trabajo que es. No teníamos en cuenta un montón de cosas. Pero, a la vez, sabíamos de las ventajas y la importancia del recurso humano. Sabíamos que teniendo un buen recurso humano uno puede prescindir de muchos esfuerzos económicos.

Yo creo que confiábamos más en el ideal comunitario y nos encontramos con las necesidades de las familias, que a veces necesitan algo de lo que no se tengan que ocupar. Y a su vez, cuando uno se encarga, las familias están cómodas. Lo que notamos también es que, como no hay muchos espacios donde tu opinión vale, hay un abuso de lo que es la democracia en el proyecto, parece que se quedan en palabras o en descargar lo que no pueden hacer en otros lados. Pero estamos aprendiendo a llevar eso. Es complicado porque trabajamos con algo tan personal y emocional que es difícil no mezclar las cosas. Aunque para nosotros no se puede no mezclar, porque apostamos por el recurso humano, y ahí entra todo lo personal. A veces se confunde el rol del socio/a con el de cliente.

Los primeros años hay que volver a recordar que el fundamento pedagógico de la propuesta, que figura además en los estatutos sociales, no se va a cambiar. Como madres y padres tenemos ciertas opiniones porque vemos que en otros lugares se hace de manera diferente. Pero ya tenemos cierta experiencia, hemos probado muchas cosas y tenemos bastante claro por dónde queremos y por dónde no. A veces, hay que volver a explicarlo en cada asamblea. Playa Escuela El Médano es un proyecto para entrar y confiar, y desde la acción se puede cambiar y se han cambiado muchas cosas, pero el concepto pedagógico no, con eso no vanos a bailar. Hay una abanico de alternativas y no vamos a ir cambiando con la corriente de familias que quizás se quedan un par de años.

Otro de los problemas son los salarios de los educadores. Aspiramos a tener profesionales de calidad, pero es poco lo que podemos juntar para sostener unas cuotas que sean pagables para la clase media, mas aun considerando que a veces ofrecemos becas. Ahora tenemos un buen equipo. Nos cuesta mucho conseguir maestro del nivel primaria que no tenga la formación tan metida en la sangre, y lo necesitamos sí o sí por la regulación. Es difícil destinar tiempo y fondos a formar a alguien que luego no se queda.

-¿Hay posibilidad de que sean homologados por las autoridades de Educación?

Estamos siendo asesorados por la Conserjería de Educación, que se mostró interesada en nuestro proyecto. Intentamos amoldarnos, pero lo ideal seria que nos acepten así como somos, una comunidad educativa diferente.

Creo que, aunque ya hay muchas escuelas democráticas funcionando, el avance es lento. Se sostienen las que pueden pagar cuotas altas por familia o las que tienen subvención del Estado, pero siguen sin ser una opción real para todas las familias. Si el movimiento estuviera ya establecido, las regulaciones las aceptarían con su identidad, que es más participativa y sin un programa preestablecido igual para todos. Nosotros creemos que se puede evidenciar el progreso de cada estudiante haciendo un análisis retroactivo de su desarrollo. Estamos buscando programas y plataformas para hacerlo, como el Transparent Classroom que usan muchos colegios Montessori, por ejemplo, para registrar aprendizajes. Porque si lo que queremos es realmente una transformación social a través de la educación, la escuela tiene que funcionar de otra manera. Por eso cuesta tanto.

-¿Cómo es la organización de la gestión de la escuela?

Nos fuimos estructurando de distintas maneras con los años. Al principio creíamos que era democrática porque se votaba. Después entendimos que de esa forma seguían existiendo mayorías y minorías. Vamos creciendo como van creciendo los chicos. Tenemos una junta coordinadora, un círculo parental, uno pedagógico y otro de representantes de trabajadores. Queremos autonomía de cada círculo y a veces cuesta. Tenemos ese objetivo de que las familias estén plenamente involucradas y así lo explicamos desde la web y en las primeras entrevistas. Pedimos a las familias socias responsabilidad y al menos el compromiso de que van a quedarse un tiempo para que la escuela pueda tener una proyección. La crisis ya se ha empezado a sentir, escuchamos de escuelas aliadas de España que este año septiembre arrancó muy difícil, con menos inscriptos. Algunas sobreviven mejor porque se manejan como privadas, con aportes más altos, o porque otorgan un título de escuela internacional inglesa.

-¿Crees que son crisis económicas o de confianza?

Yo creo que hay de las dos cosas. Cuando se te hace duro pagar la cuota, si te flaquea un poquito la confianza, ya no lo podés justificar tanto. En cambio, si pago el doble pero tiene su título… Además, están siempre en el aire los miedos a que venga la fiscalía, o que nunca van a aprender. Cuando uno está existencialmente cubierto, cuando no tiene miedo, se puede permitir tener más confianza en el desarrollo de la vida. Cuando te tenés que asegurar el pan, vas a buscar lo estable, asegurarte algo. Saber lo que van a hacer mañana, controlar en una libreta, ver que están haciendo tarea, da seguridad.

Tenemos una paradoja: por un lado está muy bueno ser autostenibles, pero por otro lado no es justo depender únicamente de lo que pueden aportar las familias.

Mirá el video para conocer la escuela:

Formación virtual gratuita para Febrero

Todos los jueves de febrero de 2023, en colaboración con otras organizaciones, El Médano ofrecerá una capacitación online gratuita sobre la educación democrática en la naturaleza. Para inscribirte, visita este enlace: https://docs.google.com/forms/d/e/1FAIpQLSeVaUscKFdZaRbtU8ovK7gceQgojfol18Tg7ph1fMHs4u5ZIQ/viewform

Dolores Bulit

Nací en la Ciudad de Buenos Aires en 1972. Mi educación formal ocurrió en el jardín Casa de los Niños fundado por Elena Frondizi, la Escuela Normal Nacional en Lenguas Vivas “John F. Kennedy” y la Carrera de Comunicación Social de la Universidad de Buenos Aires. Mi educación no formal se amasó en una familia numerosa, presente, matriarcal en medio del patriarcado, de clase media profesional. Sin presiones curriculares o extracurriculares, con mucho tiempo y enorme oportunidad para el juego libre en la ciudad y en el campo. También me eduqué en mis empleos y en mis viajes, en mi pareja y con mi maternidad, con todas las personas que pasan por mi vida y a través de mi experiencia más reciente y transformadora con la gestación de Tierra Fértil, un espacio de aprendizaje basado en el juego y la autogestión con 8 años de historia.

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