A 10 años de «La educación prohibida»: entrevista con Germán Doin

En 2013 se estrenó una película sobre educación que batió récords de proyecciones en todo el mundo. ¿Qué hizo que un tema tan poco taquillero causara tanto furor? «La educación prohibida« sacudió la comodidad de muchos docentes y confirmó las dudas de otros tantos. Alentó a quienes ya estaban construyendo otras formas de enseñar y aprender. Y causó estupor y alivio entre adolescentes y jóvenes que intuían que algo no está del todo bien en la escuela. Filmada cuando su director tenía solo 21 años y co-financiada por el público, hoy se proyecta incluso en profesorados y facultades de Educación como material de estudio. Tiene una introducción de ficción y luego muestra  entrevistas a referentes de 45 experiencias educativas en 8 países. 

La escuela inauguró la cultura de masas: la exaltación de la uniformidad sobre la diversidad. La era de la razón la moldeó con sus programas estandarizados y sus métricas de resultados, de manera que hoy es casi igual en cualquier parte del mundo. El capitalismo terminó de afirmar el modelo, porque hoy la escuela es un producto. Privada o estatal, es parte de una industria que da de comer a muchos, con oferta de títulos, el prestigio de una institución sobre otra, sus insumos y subproductos. Con una particularidad: es una mercancía que estamos obligados a consumir.

Quizás, esas sean las razones del gran impacto que causó la película, poniendo el dedo en la llaga de algo que ni siquiera sabíamos que era un tabú. Desnaturalizó aquello que damos por sentado desde hace dos siglos: que la escuela debe ser difícil, tediosa o que hay que ser buen alumno para estar preparado para la vida. 

La parte más interesante de la película, sin embargo, es todo lo que pasó después: la red y mapeo de experiencias que fue REEVO, los Encuentros Plurales de Educaciones Posibles (EPEPs) en Argentina -más otros regionales- y los espacios educativos surgidos por su inspiración. Todo eso alimentó algo que sin dudas ya es un movimiento. No más experiencias exóticas aisladas, congeladas en los manuales de la historia de la educación: la demanda de una escuela más comunitaria, eficiente, feliz, diversa e inclusiva de verdad, viene sonando desde abajo en cada rincón del planeta. De todo esto conversamos con su director, Germán Doin, en esta entrevista.

-A 10 años del estreno de la película, ¿ves algún tipo de evolución en las llamadas alternativas educativas que tu documental mostró?

-Tal vez haya que hacer una distinción geográfica. Creo que en Argentina tuvo un impacto muy grande que solo se puede medir a largo plazo. Lo que sí pasa, viendo la cantidad de experiencias que hay, todas, en algún punto, fueron inspiradas o tuvieron acercamiento a los proyectos y escuelas que mostramos. Hay un antes y un después para mí. Empujó a que la gente se pregunte, busque escuelas, busque otras formaciones docentes, se conecte entre sí y se anime a hable del tema. Que la movida del Encuentro Plural de Educaciones Posibles (EPEP) se haya multiplicado y sostenido, es otro indicador. O que hoy se estén dando discusiones vinculadas al reconocimiento de las experiencias. Y también creo que hay un impacto, quizás más difícil de medir para nosotros, hacia dentro del sistema escolar, porque donde hoy se ve más la película es en las universidades y centros de formación. Son muchos docentes expuestos a las ideas de la película, y de esos algunos salieron a la cancha a tratar de hacer cosas. Algunos afortunadamente las pudieron hacer, y otros no. Lo que pasa es que eso no llega a transformar todo el sistema, pero tampoco se proponía eso la película.

En otros países fue una referencia importante. Pasan los años, han habido películas muy interesantes incluso algunas mejor hechas, en cuanto a la calidad de la investigación, pero no ha habido una pieza que resuma la necesidad de este momento histórico en cuanto a la educación. Aunque la peli ha logrado que circule el tema, se mantiene en el campo de lo alternativo. Me parece que le falta dar el salto que ha dado, por ejemplo, la soberanía alimentaria en los últimos años. Ese salto al mainstream de las discusiones aún no lo hemos dado, pero siento que será pronto. Todavía hay mucha gente que no pone en discusión el rol de la escuela, o el sentido industrializante de la escuela. Discutimos la industria de los alimentos ultraprocesados pero no discutimos el aprendizaje ultraprocesado.

-Al día de hoy, ¿hubieras hecho una película distinta? ¿O cómo harías una segunda parte?

-Hoy haría otra cosa. Que tenga que ver con algo que tengo ganas de hacer, como por ejemplo hablar de discusiones que la peli genera y que son interesantes de contar. Por ejemplo, la legitimidad y el reconocimiento de las formas colaborativas de educación. Yo no creo que el éxito de la peli esté dado por esas discusiones, sino por cómo interpeló a la gente internamente. Durante muco tiempo yo pensé que había que seguir hablando sobre cómo sería un nuevo sistema educativo, y ahora creo que no es por ahí. Creo que hay que seguir hablando de lo mas profundo de cada uno, de conectar a la gente con una fibra sensible, que comprenda que esto es medular en la historia de la humanidad. Y no me parece que vaya tanto por el lado de las ideas sino por una cuestión de sensibilizar, con unas formas de contar más precisas y agudas, los males o pifiadas que se dan a la hora de acompañar niños en su proceso de aprendizaje y desarrollo.

-¿Tu acercamiento a la escuela de autoconocimiento de Claudio Naranjo en estos últimos años, tiene que ver con esa perspectiva?

-Creo que esto lo tuve siempre, y de hecho la peli nace de esa perspectiva. Lo que tengo ahora después de haber estudiado en la escuela que fundó Naranjo, es mucha certeza de que es por ahí, o de que esa reflexión es necesaria para que los educadores, madres y padres puedan iniciar procesos de tansformación con sus hijos. Creo que sin eso seguimos reproduciendo, y que la pedagogía y la gestión colaborativa del aprendizaje será un devenir de eso. Que si podemos ver más conscientemente a cada niño y ver cómo nuestra inercia social, personal, lo invade, poder corrernos un poquito a un lado y acompañarlo en cambio para ver qué necesita en cada momento. Que no puedo decir yo qué es, cada uno verá en su momento. Creo que si podemos hacer eso, entonces ya después podremos ver si el examen o la nota tienen sentido. Dejar de guiarnos por los mandatos o por lo que hay que hacer, sino por lo que cada uno necesita, y siendo mirado por alguien que le importa.

-Creo que precisamente de ese énfasis en el mundo interno vino alguna crítica a la película, ¿no?

-Honestamente creo que es una crítica no fundada, porque si van a ver a las escuelas alternativas y la manera en que trabajan, es hasta más profundo e interesante que otros espacios más escolares. Pero el problema más grande que tenemos es que no hemos aprendido el campo de la evaluación, no hemos aprendido a dar cuenta de lo que se hace  en nuestras experiencias en una escala que sea comprensible para el resto del mundo. Me parece que ése es el problema. Pero me parece que cualquiera que pase por una escuela o espacio alternativo con algo de recorrido, se da cuenta de que los niños aprenden con calidad y desarrollan herramientas del campo intelectual que no tienen nada que envidiar a otras escuelas.

Y también creo que lo que le pasa a la mayoría de la gente es que no reconoce que el origen de muchos problemas cotidianos están en emociones y vínculos de su infancia. Entonces, es difícil que se vea que estas escuelas son una salida. Cualquiera que se lance a este mundo sabe reconocer que tiene muchas más garantías de desarrollo, felicidad y despliegue habiendo tenido una infancia saludable en términos emocionales; no hace falta ser un psicólogo para darse cuenta. Tiene mas que ver con la negación que tenemos como sociedad a abordar eso, incluso en un país con un despliegue enorme de la psicología como el nuestro.

-¿Qué otras críticas recibió la película?

-Desde sectores aparentemente de la «izquierda» señalaban que las escuelas alternativas son espacios de la élite. Pienso lo mismo que dije antes, decir eso es no haber hecho la tarea, porque cuando salís a recorrer lo primero que vez es que la élite no aporta a estos espacios. Creo que es al revés, las élites quieren garantizarse el poder, la ausencia de ciertos cuestionamientos, cuando estos espacios sí se preguntan cosas. Es cierto que sí hay muchos surgidos de la clase media, pero también de profesionales y del campo de las ciencias sociales que están buscando formas nuevas de relacionamientos, y puede que muchas de ellas no tengan una forma de hacer política de base, pero no por eso dejan de tener un horizonte político más o menos explícito. De las Waldorf a la Experimentales pasando por las escuelas libres, en general sus comunidades tienen un pensamiento critico. Ya hace años que venían discutiendo la soberanía alimentaria, el hacer colectivo; estaban adelantadas de alguna forma en algunas discusiones. Me parece que hay un poco de prejuicio.

También creo que hay una cuestión de estrategia. Yo ya no creo que la solución sea tomar el poder. Me parece que la forma en que vamos a construir transformaciones en el futuro es desde conversaciones con esos otros que tienen miradas distintas, para llegar a lo común. Y creo que algo en común que es el dolor de la infancia, seas de clase baja o clase media, el desamor, la ausencia. Ausencia de cuidados: ese dolor es el que origina las miradas incluso de la derechas, no nace de un repollo. Nace de una educación que no es cálida, no es amorosa ni atenta: es autoritaria. Para mí, a los hijos de los ricos, que son los que van a heredar el poder, tampoco podemos dejarlos solos. A nadie, pero a ellos especialmente. 

Y en esto tenemos una deuda, porque aun no nos hemos encontrado todas las alternativas, en general las miradas pedagógicas se encuentran entre ellas pero no con las diferentes. 

-Al final, la mirada pedagógica separa…

-Creo que cada una trabaja una mirada política y un ideario. Sí creo que hay un crecimiento de algunas discusiones, como la del reconocimiento. Son pocas las experiencias que sobreviven sin un marco legal mínimo, así que es hora de hacer algo.

Insisto que tenemos que documentar nuestras prácticas, y para eso hay que tener al menos unos años de haber rodado. En eso todavía estamos solos, necesitamos el apoyo de otros sectores como el de las ciencias de la Educación, para poder sistematizar, tenemos el límite que es el dinero. Siento que estamos por dar ese salto de madurez, empecemos a hacer las cosas más seriamente. A jugar con las reglas de las grandes ligas, a escribir nuestros informes ricos y vastos, nuestros libros, a tener nuestros influencers.

-¿Qué es más difícil, hacer una película o gestionar un espacio de aprendizaje como el Proyecto C?

-(Risas) Es una pregunta trampa. Me agarra distinto. Para mí la peli fue muy difícil de hacer, porque era muy chico. Ahora tengo otra madurez, otra experiencia. Y aunque en ambos casos hay una autoría, en la peli yo marcaba hacia dónde y, si bien es una obra colectiva, siempre se va afinando. Y en el Proyecto C, es una obra colectiva y depende todo el tiempo de un equipo coordinando. Pero también es un lindo desafío.

Mi desafío en el proyecto es trabajar con los adultos; después, usar tal material, esas cosas son más anecdóticas. Es lo que queda en lo libros, pero me parece que el desafío más grande no se puede medir: ¿cómo construir confianza en los vínculos? ¿Cómo acercar pedagogías a la gente sin que las vivan como dogmas? Soy muy cuidadoso de eso en relación a cualquier cosa. Como dice Naranjo, hay que buscar formas de organización en las que estén conviviendo todo el tiempo las tres formas de gobierno históricas. Una es la mal llamada autoritaria, que es decir hacia dónde vamos. Muchos proyectos se caen por la dinámica de abrirlos tanto. Después, debe estar la voz del grupo, el espíritu tribal y democrático. Y la tercera forma es el espíritu anárquico y autárquico de cada uno. Es decir, que todo eso tiene que dejar lugar también para un espacio para que cada uno pueda hacer la suya en ese marco de cuidado.

Vamos explorando, si lo hacemos todo anárquico, ¿qué pasa? Todo democrático, tampoco avanza. ¿Se genera una tiranía de grupo? Hay que construir un equilibrio entre todo eso, es lo que uno trata dentro de una experiencia educativa. Todavía no se filtra en nuestras organizaciones ese equilibrio. Nosotros, por ejemplo, tenemos con los niños grupos de exploración. Nos inspiramos en algo que hacía José Pacheco en Brasil. En ese momento la línea es de trabajo grupal, con temas que surgen de la votación colectiva, y dentro de ese margen cada uno lleva su procesos, su tiempo, su interés, su aporte. En ese momento otra cosa no hacemos, no es tan libre. La libertad está dada en que uno puede sugerir y que dentro de ese marco decide hasta dónde profundizar en el tema. Hay niños que buscan información en la compu o la biblioteca y otros que lo exploran desde lo expresivo. En la escuela eso no pasa, ni siquiera está la posibilidad de preguntarse qué queremos hacer. Si apareciera un poquito eso, estaría mejor. El único espacio ahí para el deseo personal y la voluntad es el recreo.

 -¿Cómo te afectaron a vos las crisis personales que viviste después?

-En retrospectiva, me doy cuenta de que cuando hice la peli era muy chico: me quería comer el mundo. Y si bien muchas de las cosas de entonces las sigo sosteniendo, en ese momento no tenía bases muy firmes. La misma vida me fue encontrando con esos aprendizajes. Las crisis personales terminaron siendo lo que permitió la madurez de esto que repercute hoy en el Proyecto C. Darme cuenta que no lo tenia todo claro, y menos en el campo de lo personal. Ver cómo los malestares personales me afecataban en la mirada hacia lo otro. Eso fue tal vez de lo más importante. La peli fue importante, pero en términos de aprendizaje real fueron estas crisis las que me trajeron mayor adurez: separarme de mi compañera, de mis amigos, aprender a ser padre solo cuando estoy con mis hijos. Muy afortunadamente me llevó a buscar otra cosa, vi que no alcanzaba con las ideas. Haciendo el SAT me permití encontrarme con otras formas de mirar mi historia. Y todo eso deviene en el Proyecto C. Con mayor solidez me pude preguntar qué quería, y yo no me encontraba queriendo hacer otra cosa que esto que hago. Cuando uno se empieza a conocer sabe lo que le gusta, lo que quiere hacer. 

-¿Y cómo describirías eso que querés hacer y que estás haciendo?

-Un proyecto educativo que pueda equilibrar la necesidad del campo del aprendizaje, desarrollo de herramientas prácticas para la vida -lo que la mayoría cree que es la única función de la educación-, con un desarrollo de una mirada crítica del mundo, permeable a la cultura, la diversidad, con una mirada política contextualizada en este momento histórico y una mirada interpersonal para que cada uno pueda conocer quién es, qué le gusta, cómo es su historia, dónde están sus fortalezas. Cosas que la mayoría de nosotros no descubrimos hasta bien grandes, en los mejores casos.

-¿Qué cosa de todo el sistema educativo formal es incompatible con lo que querés hacer? Es decir, ¿qué cosa impide que eso que proponés pase dentro de las escuelas comunes?

-Que las expectativas que se tiene en la escuela abarcan un solo un campo. Los otros no les interesan y son los que de alguna manera nos invitan a transformar la práctica cotidiana. Solo interesa un aspecto, y dentro de ese aspecto, la masividad, la necesidad de resolverlo todo de una forma súper eficiente. Y eso hace que se pierdan aun mas las particularidades de los procesos. Hacen falta cabezas más desescolarizadas, de gente que se haya animado a mirar más allá y ver otros modelos diferentes. Lamentablemente, tenemos en la academia gente que está muy enamorada de la escuela, que quizás le ha salvado la vida, y enhorabuena, pero no puede verla objetivamente. Yo la disfruté, pero puedo hacerme a un lado y ver que eso que me pasó a mí no es lo que le pasa a todo el mundo. No puedo cuestionarla y ponerla en duda si no me separo. Los académicos de la educación están muy embelesados con esa idea por lo que significa en nuestra vida. Se defiende a la escuela como defendemos a la madre. 

-Tu hija y tu hijo forman parte del Proyecto C. ¿Cómo los ves y qué expectativas tenés?

-Hay una parte de la expectativa que se está cumpliendo. En lo socio-emocional y lo político, que es lo que descuida la escuela, estoy satisfecho. Son conscientes de sí mismos, de su entorno, de lo que pasa en sus vínculos. Lo veo en los míos y en el resto, y siento que en eso estamos haciendo un laburazo. Pero también veo que las escuelas libres, dentro de las alternativas, no hemos desarrollado una propuesta integrada y armónica en el campo pedagógico que la escuela sí parece resolver. En eso estamos hoy, mi mayor energía está ahora ahí.

Me parece que tiene que ver con que acá ha sido tan fuerte la escuela pública que tenemos que las alternativas tuvimos que salir corriendo a explorar otros campos. Está claro que lo podemos resolver, como lo han hecho otras corrientes pedagógicas que están más «empaquetaditas». Creo que, mejor aun, y es lo que me interesa a mí, es desarrollar nuestros modelos, cada escuela en función de lo que necesita. ¿Cómo lograr que estos niños y niñas, mientras se desarrollan críticamente y de otra forma, puedan acercarse al conocimiento en un tiempo cercano al que sucede en el resto de las escuelas? En procesos que, en definitiva, no terminen siendo tan dispares. 

Igual, a mí, en el sentido profundo, esa disparidad no me preocupa. Porque se termina de acomodar entre los 18 y los 25 años, a menos que hayas estudiado ingeniería al cuete, pero incluso en ese caso seguro llegás más tarde a otra cosa por necesidad. No es donde yo pongo el foco. Pero esa distancia tan grande con la sociedad es la que nos termina señalando. Hay gente que cree que es muy difícil integrarse a una universidad depués de ser educado libremente, y yo la verdad es que no sé. A todos nos cuesta entrar a la Facultad. Son las cosas que he visto que le inquietan a mucha gente hace mucho tiempo. Pero tengo confianza de que la parte importante, que es la otra, se está saldando, en el sentido de que no es menor que los hijos de uno sepan quiénes son, qué quieren hacer, aceptar que pueden cambiar de camino. He visto cantidad de adultos insistir con sus mandatos. Eso, con estas miradas, aunque no podemos resolverlo, sí podemos prevenirlo. 

-¿Por qué te parece que en todo el mundo los Estados no suelen llevarse bien con las alternativas educativas?

-Lo que pasa es el patriarcado, una estructura del mundo que no tolera la diferencia. Una vez charlando hace tiempo nos dábamos cuenta que nuestra causa es la misma que la de la comunidad LBGTQ+, el veganismo, los pueblos originarios, incluso la discapacidad: cualquier minoría que ofrezca diversidad va a tener que encontrarse con el establishment. Nosotros somos una minoría muy diversa en este campo de la educación que atenta también contra el statu quo. Y el patriarcado tiene esa forma de abordar este problema.  Lo único que separa a un niño del conurbano con otro del barrio privado es que todos hemos sido niños. Todos necesitamos amor, que nos cuiden, un techo, seguridad. Construimos desde ahí y eso nos condiciona. Por eso, no nos estamos metiendo con algo menor. Nuestra estrategia tiene que ser, cada vez, poner sobre la mesa eso. Así como el ecologismo dice que todos tomamos agua y respiramos aire y la comunidad de la soberanía alimentaria dice que si no guardamos las semillas nos vamos a morir envenenados, deberíamos poder explicar nosotros esto. Hasta las leyes de producción capitalista los seres humanos eramos hijos de las familias y comunidades con adultos disponibles, no descendemos de gente que aprisionaba a los niños en la escuela. Venimos de esos otros humanos, hace poco y nada. Hay algo de eso que tenemos que poder recuperar. Y se evidencia muy rápidamente en el bienestar casi inmediato, automático, cuando empezás a cuidar y acompañar a los niños de esa otra manera en nuestros espacios de aprendizaje. El trabajo que hacen las herederas de Pikler trabajar con niños que vienen de los peores maltratos con sólo presencia, cuidado y tacto. También lo hicieron Malaguzzi, Montessori y y la educación popular, que consiste en dar la palabra a quien nunca nadie se la dio. Entonces, el amor es lo único que nos une,  que si no construimos y nos educamos en vínculos de apoyo y cuidado, perdemos lo más preciado que hay. Por eso descreo muchísimo de cualquier corriente que se llame innovadora si no tiene el origen puesto en la vinculación humana. 

Click acá para visitar la web del Proyecto C

Click acá para ver «La educación prohibida» completa

Fotos: https://www.facebook.com/edprohibida/?ref=page_internal

Dolores Bulit

Nací en la Ciudad de Buenos Aires en 1972. Mi educación formal ocurrió en el jardín Casa de los Niños fundado por Elena Frondizi, la Escuela Normal Nacional en Lenguas Vivas “John F. Kennedy” y la Carrera de Comunicación Social de la Universidad de Buenos Aires. Mi educación no formal se amasó en una familia numerosa, presente, matriarcal en medio del patriarcado, de clase media profesional. Sin presiones curriculares o extracurriculares, con mucho tiempo y enorme oportunidad para el juego libre en la ciudad y en el campo. También me eduqué en mis empleos y en mis viajes, en mi pareja y con mi maternidad, con todas las personas que pasan por mi vida y a través de mi experiencia más reciente y transformadora con la gestación de Tierra Fértil, un espacio de aprendizaje basado en el juego y la autogestión con 8 años de historia.

Tambien puede interesarte...

1 Respuesta

  1. María Eugenia Arcos Arriagada dice:

    Buenísimo e interesante escrito
    Gracias