No es habitual que unos padres se deshagan de todas las certezas y ayudas que da la escolaridad en la aventura de criar y educar. Por eso me interesó conocer a Carolina Paz y Juan Cruz Lusardi, madre y padre de cuatro en el rango de los seis meses a los 9 años, de los cuales ninguno va al jardín o la escuela. Es interesante ver los motivos de cada quien, desde qué puntos seguros sí arrancan, porque de algo hay que agarrarse para ir como salmones contra la corriente.
Juan Cruz tiene 40 y es diseñador tecnológico con tramo pedagógico para escuelas técnicas, mientras que Carolina, con 39, fue maestra de inglés y catequista en los grados del primer ciclo de primaria. Viven en la provincia de Buenos Aires y, como muchos otros, su contacto estrecho con la docencia y el sistema educativo formal tuvo que ver con la elección de educar a los propios hijos de otra manera.
-¿Qué los trajo hasta la decisión de no escolarizar?
– JC: Vivo un dilema desde que hacemos educación en casa, porque colaboro con un sistema con el que no estoy del todo convencido: trabajo como docente en una secundaria técnica. Hace dos años me hizo mucho ruido, pero ahora siento que enriquezco para ambos lados. Incluso desde esta escuela, que me aportó una cultura de métodos y recursos que no conocíamos y adecuamos ahora en casa. Como la disciplina positiva, la cultura de la evaluación constante, no calificatoria, sino argumentada con indicadores de logros y mucho feedback. Esa mirada integral tiene la escuela en la que trabajo.
C: Yo estudié teología en la UCA y fui catequista en distintos colegios, siempre en Primaria. Como fui a un colegio bilingue, empecé a dar clases de inglés también en ámbitos no formales. Después de 8 años nació mi primera hija y dejé. Necesitaba un corte, estaba cansada de ver cosas que no andaban. Me di cuenta de que en cuarto grado se empieza a fragmentar el aprendizaje en materias y por eso me fui a grados más bajos, donde la mirada es más amable e integrada.
-¿Cómo autodefinen lo que hacen? No por ponerle una etiqueta, sino para darnos pistas de cómo lo sienten y lo ponen en práctica.
C: Me di cuenta de que me gusta acompañar procesos de aprendizaje. Cuando nos toca explicar nuestra decisión de no escolarizar, decimos que aprendemos en familia. Si hay que ponerse en algún lugar, hacemos unschooling, porque no seguimos un curriculum. Aprenden por intereses, tratamos de que sea autodirigido, que hagan autoevaluación de sus procesos. Nuestro plan es que, a lo sumo, rindan séptimo grado libre por si quieren seguir una educación formal de más grandes.
JC: Yo no sé si fue un momento específico en que elegí el unschooling, pero sí analicé un conjunto de cuestiones a lo largo de mi vida, que se concentraron cuando nuestra hija mayor tendría dos años y empezábamos a preguntarnos a qué escuela iba a ir, con qué criterios elegirla. Me pregunté cuán necesario había sido invertir en ese modo de atravesar los aprendizajes en mi propia escolaridad, dejando de lado intereses y tiempo que hubiera querido para otras cosas. Las que aplico las aprendí de la realidad cuando me las exigió, y las mantengo vivas porque me las sigue exigiendo. Y adquirí muchas otras de espacios no formales, como los boy scouts o jugar en la calle y estar en contacto con distintas situaciones que le fueron dando carácter a mis competencias, por decirlo de alguna forma. Todo eso se me vino a la cabeza. Ahí empezó el diálogo, con las cartas sobre la mesa. Pero yo ya venía en ebullición, disconforme con la forma en que llegué hasta donde llegué desde la instrucción.
C: Yo como docente en los primeros grados percibía todavía la chispa, mientras que Juan Cruz los «agarraba» después, en secundaria, con dificultad para encarar cosas solos. Nos preguntábamos por qué con el tiempo se enajenan; y eso es algo que no queremos para nuestros hijos. Se sumaron también nuestros propios procesos de boyar por muchas carreras, ambos. El siente que puede estar con un pie en el sistema educativo y yo soy más tiraboma, más antisistema. Yo siento que las cosas no están cambiando tan rápido como nuestros hijos crecen. Al principio buscamos alternativas y nada nos terminaba de encantar, así que nos dimos cuenta de que lo teníamos que crear nosotros.
-¿Qué es lo mejor de esta vida sin escuela y, a la vez, qué es lo más difícil?
-C: Lo difícil es acompañar de manera personalizada a cada uno y, a la vez, hacer equilibrio con mis propias necesidades. Hay una renuncia muy grande. Tengo que estar constantemente atenta a no descuidarme yo en este proceso o me salta la térmica.
JC: Lo más difícil es el foco en lo emocional del que acompaña, estar inmerso en lo emocional, ahí me encuentro en mi propio límite de ser asertivo. Esa es mi mayor amenaza. Saltan cosas que son siempre las mismas y no es productivo, así que me queda trabajarme yo para ser congruente. Nosotros somos un parámetro más que hace al aprendizaje de los chicos, porque no aprenden ellos solos, aprenden en la realidad en la que están con nosotros y para lo que ellos quieran hacer de sus vidas. Y, a su vez, eso es lo maravilloso. Una vez que logramos traspasar eso, veo el crecimiento, los vínculos, ésa es la mejor parte: el nivel de cercanía, de encuentro y conexión que tenemos. Y hay cosas más pavas que están buenas, como que no hay horarios, levantarse a la hora que el cuerpo necesita, que puedas tener un martes de programación y papas fritas y un desayuno en inglés un domingo. El aprendizaje trasciende el horario estanco escolar. Por ejemplo, como anécdota, un día con amigos hicieron una carrera de caracoles, y eso derivó en varios días de investigación que nos llevó por muchos lugares. Es fascinante no saber cómo cualquier cosa puede encender la chispa y no saber dónde vas a terminar. Otro día se cayó una cuchara en un respiradero y los alenté a intentar sacarla. Hicimos un ensayo recreando el tubo de desague y probamos distintas formas de sacarla. Cuando el ensayo funcionó, lo probamos. Cuando salió la cuchara, ¡fue una fiesta!
C: ¡Hay que buscar apoyo! Siempre estamos con el radar encendido buscando familias en sintonía, pero nos vimos solos. Ahora, con la panedemia, al menos nos preguntan cómo hacemos y qué hacemos. Somos muchos, hay que buscar otras experiencias. Nos contactamos con otras familias por redes sociales, muchas de afuera, como en Estados Unidos, donde la educación en casa está más socialmente aceptada. Ese recurso para nosotros fue como un tesoro, porque encontramos que hay más recursos en inglés que en español. Lo que más flojo tenemos es una estructura que acompañe y ayude a descomprimir. Con la familia lejos, es más difícil. Es algo que hay que saber construir y tejer, porque si no lo preservamos termina sacando el gusto de lo que hacemos. Con ellos tratamos de incorporar otros espacios con otros pares y adultos que no seamos nosotros, como talleres y club. Y, como vivimos en un barrio cerrado, los chicos tienen vida de calle, como la que tenía Juan de chico. Eso es espectacular y ayuda mucho a la socialización. Nos alivia la proactividad que se necesita para cumplir con esa necesidad emocional.
-¿Les pasa que se encuentran con más homeschoolers que unschoolers?
-Sí, nos pasa. Muchos ahora educan en casa porque no les gustan los protocolos de COVID-19. Yo creo que eso es como hacer la escuela pero con otro código postal. Y desde nuestro lugar creemos que tenés que tener una visión distinta de a dónde querés llegar. No nos interesan los contenidos curriculares sino que estamos más enfocados en el desarrollo de habilidades para desenvolverse de manera plena y exitosa, entre comillas. Saber usar el conocimiento, saber aplicarlo, tomar decisiones, pensar críticamente, comunicarse. Los contenidos van apareciendo en la medida que van surgiendo actividades e intereses. Nos pasó con la lectoescritura de Eli, que arrancó más tarde y hoy es una chica que, gracias al respeto y a cómo la fuimos llevando, supo preservar el gusto por leer y su autoestima. En el camino, descartamos que tuviera dislexia o alguna otra dificultad.
-¿Qué pasa si un día piden ir a la escuela?
JC: ¡Todos quieren ir a la escuela! Aunque creo que hay un sesgo ahí. Antes de las vacaciones de verano, a la mayor la llevaba a la escuela donde trabajo a completar tareas administrativas. Cuando llegábamos, le ponía una peli o le daban el pizarrón para jugar. Le convidaban medialunas, almorzábamos en el comedor y a la tarde la llevaba al ombú y la huerta. Con esa imagen de escuela, obviamente que quería ir.
C: Cuando me piden ir a buscar a tal amigo del barrio y les digo que está en el colegio, ellos se sienten a contramano. Es algo a transitar y es lógico que quieran ser parte de la manada.
JC: Eli, ahora, con 9, nos pide ir a la escuela para poder rendir el ingreso en la que conoce, donde trabajo. Pero esa escuela en donde trabajo es particular: rompe el molde y tiene una excelente forma de acompañarlos. No se va en el discurso, lo hace, sabemos que esta escuela marca muy por arriba de las demás. La escuela donde trabajo tiene un staff que está a la altura. Propone una formación que en casa no podemos abarcar, y claramente buscan recursos afuera si adentro no los hay. También en educación emocional nos capacitaron varios años seguidos y eso nos paró diferente frente a las chicas y los chicos. Yo en eso salgo enriquecido. Pero por ahora pensamos que educar en familia es superador; las escuelas no están listas para hacer acompañamientos singulares.
–¿Cómo decidieron abrirse y compartir lo que hacían con el resto del mundo?
-C: «Lupaz» surgió para compartir los recursos que vamos usando, y pasó que nos empezaron a escribir familias. Muchos preguntan cómo lo hago, y yo creo que hay mucho de intuición y otro poco de cambio de época. Estamos tratando de organizar estos recursos que para nosotros fluyen, quizás porque somos docentes, pero no lo sé. De organizarlos, curarlos y brindarlos como talleres o mentorías para otros. Uno de los grandes agujeros que veo a nivel secundaria es la educación financiera, que no aparece en ningún lado. Cómo se generan ingresos y se maneja el dinero, y no me refiero solo a los estados contables. Para nosotros como generación hay trabajos que ya no existen, menos para ellos.
-¿Cómo reaccionaron sus familias a esta forma de vida que eligen?
JC: En mi familia no hubo grandes incomodidades, creo que porque yo rompí esquemas desde que tengo tres años. Nunca fue negativa la reacción, más bien neutra, y ahora hay más curiosidad por parte de mis hermanas, por ejemplo. La pandemia y las clases no presenciales detonaron un montón de preguntas que ayudaron. «Mirá, ellos no van a la escuela hace rato y son seres que se relacionan y pueden leer y escribir». Cualquiera puede hacerlo, pero no es para todos. La parte económica, por ejemplo, no es sencilla de llevar. Creo que en ese sentido la escuela como parte del tejido social es necesaria.
C: En mi familia creo que los escandalicé, pero la jugaron callada… (risas).
-¿Qué opinión tienen sobre la legalidad y la reglamentación de las prácticas educativas no escolares?
-C: Nosotros la tenemos muy fácil en nuestra familia, pero hablando por ejemplo con madres solas que reciben subsidios, desescolarizar es más engorroso. O parejas que se separan y no tienen un acuerdo respecto a eso. Me imagino que un marco legal agilizaría, incluso para los que viven en provincias donde no pueden rendir examen libre para acreditar estudios. Que se contemplen esas situaciones estaría bueno. Así que, en principio, creo que no es necesariamente mejor tener una reglamentación específica salvo por estos casos.
-JC: Yo me pregunto si el Estado está a la altura de regular para superarse, para bien, para potenciar lo que se viene dando. Mi mirada hacia el sistema educativo es pobre: si regulando ya las instituciones escolares deja el nivel educativo como lo deja, dudo. No meto en la bolsa a las familias para las que la escuela lo es todo. Pero cuando, incluso para esas familias, la calidad del sistema educativo se convierte en un lastre, prefiero que no, porque la va a entorpecer. Hay una riqueza muy genuina que da cada grupo familiar.
C: Claro, y en este camino el núcleo es la libertad, y no sé hasta qué punto el Estado va a poder regular esa libertad, sobre todo pensando en los chicos. Tampoco ayuda la gran desinformación que hay, debería ser más ágil el poder desescolarizar y hacerlo sin miedo.
Para acceder a los recursos que Carolina y Juan Cruz comparten con las familias que deciden educar sin escuela, visitá «Lupaz – Aprender en familia»: «https://www.facebook.com/lupazaprenderenfamilia
1 Respuesta
[…] En esta nota podés conocer a la familia de Carolina y Juan Cruz: https://alteredu.com.ar/2021/06/01/eligen-aprender-en-familia-sin-escuela-con-sus-cuatro-hijos-cualq… […]