Escuela: culpable de genocidios culturales, ayer y hoy

Una comunidad originaria del actual territorio de Canadá, los Tk´emlúps, acaba de descubrir los cadáveres de 215 niños y niñas enterrados en una fosa común de la antigua «escuela para indios» de su región. Sí: las «escuelas para indios» existieron, con el propósito de «integrarlos» a la cultura europeizante de sus conquistadores. Si leyeron o vieron «Anne with an E«, se dan una idea. Hay ahí un par de capítulos dedicados a la amiga que cae en la trampa de la «escuela residencial», el otro nombre con el que se las conoce. A donde llega inocentemente empujada por sus padres, que suponen que esa educación le dará mejores oportunidades. Los castigos físicos y psicológicos son aberrantes.

En Argentina también hubo «escuelas de indios», de norte a sur. Dentro de las reducciones, en Chaco y Formosa, en el sur y el norte patagónico. En esta nota, Adrián Moyano hace un recuento de cómo «desde Canadá hasta las aulas e iglesias patagónicas, el patrón “civilizatorio” se extendió -y extiende- por toda América. La orden salesiana fue la punta de lanza de la cruzada de conversión de los pueblos originarios». Residente en la patagonia, Moyano señala que «en la memoria oral mapuche abundan testimonios similares: golpes con punteros por hablar mapuzungun en el aula, humillaciones por parte de maestros, separación de familias para lograr la escolarización de los pequeños y prohibición de la espiritualidad tradicional. El colonialismo en su faceta espiritual era mandato constitucional: los convencionales de 1853 no encontraron ninguna contradicción en admitir la libertad de cultos aunque al mismo tiempo, ordenaban la evangelización indígena».

Lo más triste y significativo es que estas escuelas no son, del todo, parte del pasado. Las hay en India, Australia, Malasia, Indonesia, Ecuador, gestionadas por gobiernos, empresas u organizaciones religiosas. Quizás, bajo la pátina más tranquilizadora de escuelas para pobres. Hay cuatro documentales para verlas de cerca: «Escuelas fábrica: un crimen contra la infancia»; «Schooling the world»; «Inendi. Mi tía es sobreviviente de una escuela residencial» y «Unrepentant». La organización Survival International, productora del primero, declara que «hay 2 millones de niños indígenas confinados en escuelas-fábrica actualmente, a quienes se les niega su identidad y se los separa de sus familias». En su mensaje, busca apoyo para «detener estas escuelas y poner la educación en manos de los indígenas».

Escuela en Oregon, EEUU

La noticia que hoy asombra al mundo no lo es para quienes conocemos la raíz segregacionista de la escuela desde su origen. Hoy el sistema formal argentino reconoce la escolaridad «intercultural bilingue», que, sin embargo sigue negando el derecho de los pueblos originarios a auto-organizar su educación. No es fácil ir contra el paternalismo escolar, que poco a poco va minando su capacidad para sobrevivir en su propia tierra una vez olvidadas las herramientas que provee su cultura. Los zapatistas en México, de alguna manera, lo han logrado a fuerza del ejercicio de los «caracoles». Las escuelas populares y campesinas son otro ejemplo de autonomía, y las hay en Argentina. Incluso, pueden verse niños y niñas gitanas que rinden libre en la ciudad de Buenos Aires junto a gran parte de los homeschoolers locales.

«La escuela fue concebida como la institución que debía formar generaciones de ciudadanos con sentido de pertenencia a una nación, por encima de las particularidades regionales, sociales o étnicas a través de una oferta uniforme, de un mismo currículum, con docentes de formación similar y reglamentaciones uniformes. Se trataba de igualar a través de un camino único. Este momento fundacional determinó las directrices del sistema y alentó relatos hegemónicos sobre el “ser” argentino y la negación de la “otredad” que permanecieron vigentes durante más de un siglo, sin
cambios, salvo raras excepciones, hasta por lo menos 1993″, nos recuerda Mariano Nagy en su artículo académico de 2017.

La organización escolar fue un molde propicio para el genocidio cultural en América. Jerárquica, sostenida por dos conjuntos de creencias poderosas como el nacionalismo y la religión, en ambientes segregados de la vida comunitaria, a cargo de criaturas sin ningún poder para defenderse. Me pregunto cuánto de ese fondo ha cambiado hoy y cuán responsable es la escuela como institución de la indefensión aprendida de estas culturas que se esfuman.

Video «Enseñando Chiapas. Una introducción a la educación zapatista»

Dolores Bulit

Nací en la Ciudad de Buenos Aires en 1972. Mi educación formal ocurrió en el jardín Casa de los Niños fundado por Elena Frondizi, la Escuela Normal Nacional en Lenguas Vivas “John F. Kennedy” y la Carrera de Comunicación Social de la Universidad de Buenos Aires. Mi educación no formal se amasó en una familia numerosa, presente, matriarcal en medio del patriarcado, de clase media profesional. Sin presiones curriculares o extracurriculares, con mucho tiempo y enorme oportunidad para el juego libre en la ciudad y en el campo. También me eduqué en mis empleos y en mis viajes, en mi pareja y con mi maternidad, con todas las personas que pasan por mi vida y a través de mi experiencia más reciente y transformadora con la gestación de Tierra Fértil, un espacio de aprendizaje basado en el juego y la autogestión con 8 años de historia.

Tambien puede interesarte...