Una escuela costera que funciona en la naturaleza y en espacios públicos, contribuye a rehacer el tejido social en Chubut

Todo lo que tiene de joven esta escuelita lo tiene de osada. Como su ideóloga, Luisina Monente, una madre y maestra de nivel Inicial nacida en Entre Ríos que, además, es escaladora y surfista. La escuelita costera «Feley May Tati« es una de las pocas del país que funciona en la naturaleza, una tradición que comenzó en los países escandinavos.

Surgió en medio de un panorama social, económico y educativo que es calamitoso en la provincia desde hace años. Se sumó la pandemia, y con ella la desazón y fragilidad social, más el descuido y desinterés por los espacios al aire libre. Contrario a lo que la lógica indicaba, y como pasó en gran parte del planeta, los pobladores no terminaban de incorporar los beneficios de pasar más tiempo afuera.

Cuando vivía en la comarca andina, la región cordillerana de Chubut, Luisina participó de espacios como «Rizomitas» y «Patagonia Intrépida«. Desde esas experiencias trajo a Playa Unión, en la costa, el impulso para ofrecer otra mirada educativa a las familias del principal balneario de Rawson, la capital provincial.“Viviendo en la comarca aprendí que es posible salir de las aulas para aprender. Que hay que pasar tiempo en el entorno para poder conocerlo y cuidarlo. Vi lo que pasaron los chicos después de tanto estar guardados en casa, y la educación convencional no tuvo esos cuidados de poner en el centro su salud mental. Por ejemplo, llevándolos a espacios abiertos”, me explica cuando empezamos nuestra entrevista.

“Fue triste ver las plazas y playas sucias, sumado al extractivismo pesquero y la contaminación por el procesamiento de langostinos que tenemos acá. Nos empezamos a auto-convocar maestras de diferentes sectores y propuestas para ver de qué forma podíamos reeducarnos en esta nueva consciencia y cambio de paradigma, donde nos hacemos guardianes de nuestros paisajes y las familias asumen la responsabilidad de la educación de sus hijos”, cuenta.

“Nuestro primer año, el 2021, fue de servicio a la comunidad infantil de acá. Nos dimos cuenta que no íbamos a poder generar ingresos. Y en el 2022 pudimos afianzarnos más y llegaron los aportes de las familias, que de todas formas son mínimos para quienes estamos en esto todos los días. La autogestión no es algo elaborado acá, estamos todos acostumbrados a que siempre hay alguien que te da las cosas. El equipo está todos los días y además asumimos distintos roles, de coordinación, inscripciones o difusión, que van rotando. Tenemos muy presente que hacemos educación viva”, define.

El nombre de la escuela es la conjunción de dos expresiones del mapuche: Feley May (“así será”) y Tati (“espíritu de la tierra”). En este momento hay 30 niños y niñas entre 2 y 12 años. Funciona al aire libre en un camping de Vialidad Provincial, que también les presta un refugio cuando no está ocupado por otras personas. Además, todos los días caminan o van en microbús a las playas cercanas. Y visitan periódicamente dos lugares públicos que les ofrecen reparo en los días de clima difícil.

Enfatizamos el uso de los espacios públicos. Al usarlos, logramos que sigan en funcionamiento, porque intentaron sacarlos y poner restaurantes. El camping que ocupamos hoy es de vialidad provincial, que nunca pudo terminar las obras, así que no está habilitado como camping. Revivimos estos espacios, los reactivamos y los adecuamos. Estamos armando una huerta y, además, este verano trabajamos junto con los guardavidas”, me cuenta Luisina.

-¿Cómo son los días en la escuela?

-Acá todos los días son distintos. En verano somos más cambiantes porque recorremos diferentes playas. Por ejemplo, Playa Magagna tiene a su vez cinco playas más. Ayer fuimos al Sombrerito, que es de las más alejadas. Para ir usamos una traffic que está incluida en el presupuesto que pagan las familias. Caminamos y hacemos el reconocimiento de lo que se encuentra, del estado del mar. También fuimos al picadero de piedras que utilizaban los pueblos originarios para hacer herramientas. No nos traemos nada de la playa, creemos que las cosas deben quedar. A lo sumo pedimos permiso si queremos llevar plantas. También observamos la fauna y hacemos el armado del campamento.

Tenemos un rato de compartir el alimento. La playa da mucha hambre, así que los chicos traen frutas, verduras, fideos, arroz, cereales: ¡contundente y saludable! Nos cuidamos con sombrero, protector solar y zapatillas, y traemos siempre muda de ropa. Todas las adultas conocemos los principios de primeros auxilios en zonas agrestes y llevamos un botiquín propio bien completo.

La rutina empieza a las 8 de la mañana en el camping. Los esperamos con una mesa de desayuno, y los que ya lo hicieron en casa se encargan de la huerta: se riega, siembra algo nuevo, se poda. Después hacemos una ronda con mantras de respiración, saludamos al sol, agradecemos o decimos intenciones para ese día y nos preparamos para la aventura. Vamos en traffic cuando es lejos o a nuestra caminata de todos los días hasta la playa. Aunque el recorrido es corto, paramos mucho. Como hay de todas las edades, surgen observaciones, charlas y hay diferentes ritmos. Solemos ser cinco adultas, siempre con un mínimo de cuatro. Si hay menos, no se sale del camping. Los padres y madres los retiran en el camping o donde estemos, se les manda la ubicación.

No tenemos horario determinado de entrada, pueden sumarse a cualquier actividad en cualquier momento. Pueden quedarse incluso con sus padres toda la mañana o unas horas. Nuestros horarios no responden a los horarios laborales. Tratamos de respetar las necesidades de hambre o sueño, y pedimos que si los chicos no tienen ganas de venir, que no los traigan. Las actividades de verano son muy fuertes, como el verano mismo, así que a veces terminan muy cansados.

Salimos todos los días, salvo cuando hay tormenta eléctrica. Cuando hace frío, nos emponchamos y se sale igual. Cuando no podemos salir, cocinamos, tejemos, pintamos, construimos. Ofrecemos actividades de las pedagogías Waldorf o Montessori, más música y actividad física. Para este 2023 nuestra intención es poder seguir por las tardes, especialmente para que puedan sumarse quienes van por la mañana a la escuela o el jardín. Queremos ofrecer talleres de apoyo escolar con estrategias alternativas, expresión corporal, música.

Otros dos lugares cubiertos que usamos en la semana son la biblioteca popular y «Aquavida«, que es un centro de interpretación de la naturaleza. Una versión más pequeña del Ecocentro de Puerto Madryn (¡que ahora se cerró!). A ambos los quisieron cerrar para poner restaurantes. Una de las primeras cosas que hicimos cuando arrancamos fue limpiar las plazas y playas. La gente se ha acercado a agradecernos.

-¿Están en contacto con otras organizaciones? ¿Pidieron apoyo a alguna instancia estatal?

– Sí. El año pasado nos conocimos por primera vez las caras con las maestras de escuelas alternativas de Madryn. Y estamos en contacto con las actividades que suceden en el valle, en Gaiman, Dolavon y 28 de Julio. Carla Caro es médica y trabaja junto con Andrea en Gaiman con chicos y chicas con necesidades educativas especiales. También vamos a visitar a Román  su granja agroecológica “Alimentos con alma”. Nosotros vamos y él viene. Es la única que no trabaja con pesticidas en la zona, y nos ayuda a armar la huerta con plantas y semillas. Y en la playa trabajamos con “Marea baja”, que nos da las clases de surf. Le ponen una garra bárbara y han logrado crecer.

Las autoridades de Rawson no se han acercado. Fuimos a hablar al Consejo Deliberante con varias comisiones: de Deportes, Mujer, Salud. También presentamos el proyecto de hacer una palestra para infantiles, pero nos dijeron que no contaban con recursos. En 2022 mandé una nota al ministerio nacional de ciencia y tecnología en Buenos Aires por su programa de Escuelas Azules, que es un proyecto pero para secundario. Me puse en contacto dos veces pero no tuve respuesta.

Y en 2021 me contacté con una escuela en Camarones que es de una fundación, “Patagonia Azul”.

-¿Cómo está formado el equipo de acompañantes?

Yamile Ovejero es música; Agustina Hernández es músico-terapeuta; Andrea Franco es licenciada en expresión corporal; Ornella Monente es profesora de educación física; Belén Molinari es profesora de yoga y yo de educación Inicial. Además nos acompaña Lucila, que es psicopedagoga.

Nosotras y otras más somos docentes autoconvocadas que nos conocimos en un encuentro sobre educación alternativa que hubo en el planetario de Trelew en 2022. Más tarde, conocimos a más en el Encuentro Plural de Educaciones Posibles (EPEP) que se hizo en noviembre en Las Grutas. La mayoría no se siente cómodas trabajando en el sistema escolar actual. Hay muchas docentes queriendo ofrecer nuevas perspectivas, algunas recién recibidas a las que no les han dado lugar para experimentar otras formas. Había gente del valle, de Rawson y de la costa, gente con muchas ganas. Es difícil, y la mayoría trabaja en instituciones públicas estatales por una cuestión económica.

-¿Cómo es la relación del proyecto con las familias y la comunidad de Playa Unión?

-Vienen familias súper abiertas, presentes e involucradas, que saben lo que quieren para sus hijos. Con paternidades y maternidades elegidas, con sus hijos como prioridad. Por eso nos apoyamos con fuerza, porque Feley no deja de estar en gestación: recién es nuestro tercer año. Participan con su opinión sobre las actividades que proponemos, ayudan en la preparación de la playa y acompañan cuando lo desean. La comunicación con ellos es permanente.

Acá no había alternativas, la mayoría son escuelas estatales, a lo sumo con orientación durante el último año. Y las escuelas privadas que hay son religiosas o convencionales. Necesitamos que la comunidad nos abrace. A veces es muy cerrada, la única comunicación suele darse desde la administración pública, donde trabaja la mayoría. Es una comunidad de abrirse más para el turismo y el exterior que para sí misma, sobre todo en verano y la temporada de pesca.

Si bien nuestra comunidad aun es pequeña, se van sumando. Por eso para este año nos animamos a pedir y buscar juntos una casa o refugio para el otoño/invierno.

Contacto con la escuelita costera Feley May Tati en Playa Unión, Chubut: https://www.instagram.com/feley.may.tati/

Teléfono: +54 9 2945 33-9839

 

 

Dolores Bulit

Nací en la Ciudad de Buenos Aires en 1972. Mi educación formal ocurrió en el jardín Casa de los Niños fundado por Elena Frondizi, la Escuela Normal Nacional en Lenguas Vivas “John F. Kennedy” y la Carrera de Comunicación Social de la Universidad de Buenos Aires. Mi educación no formal se amasó en una familia numerosa, presente, matriarcal en medio del patriarcado, de clase media profesional. Sin presiones curriculares o extracurriculares, con mucho tiempo y enorme oportunidad para el juego libre en la ciudad y en el campo. También me eduqué en mis empleos y en mis viajes, en mi pareja y con mi maternidad, con todas las personas que pasan por mi vida y a través de mi experiencia más reciente y transformadora con la gestación de Tierra Fértil, un espacio de aprendizaje basado en el juego y la autogestión con 8 años de historia.

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