«A teacher eagerly adopts the adult prerogative. To watch the children, not himself, to register the children’s faults, not his own«. Janusz Korczak, The child´s right to respect.
Luego de los errores de ortografía y cálculo que cometieron algunas maestras en la TV Pública argentina, docentes y funcionarios salieron corporativamente a defender su derecho a equivocarse. Yo los apoyo siempre y cuando, a partir de ahora, apliquen la misma vara con sus alumnos/as: no califiquen con puntaje sus errores sino que los aborden en el momento y descarnados de juicio, desactivando para siempre esa máquina de tortura que pospone y dosifica la corrección en trimestres, exámenes, aplazos y repeticiones de curso. Un mecanismo que, por cierto, tampoco sirve para aprender mejor. Este es el momento ideal para tomar esa decisión ética, porque la emergencia sanitaria ha empujado al Ministro de Educación a prohibir las notas y a incentivar, en cambio, la evaluación formativa.
«La cuestión es qué les enseñamos a los alumnos sobre el error. Del error se aprende, habilita la posibilidad de construir otros aprendizajes”, dijo al diario Clarín Laura Sirotzky, encargada ministerial del programa de continuidad pedagógica en la TV. Ahora, la pregunta clave es: si la escuela realmente cree en eso, ¿qué hace en concreto con los errores que cometen alumnos y alumnas? Los castiga. Como no hay tiempo de que cada uno corrija sus errores y entienda el motivo -porque hay que seguir avanzando-, activa una película de terror clase B que lo único que enseña a los alumnos (que, recordemos, están en pleno desarrollo y tienden a confiar en los adultos) es que equivocarse está mal.
Ojo: las caritas felices y las tristes, el insuficiente o el regular, cumplen la misma función psíquica de alentar lo infalible. No hace falta ser docente, licenciado, doctor en educación o especialista en neurociencias cognitivas para llegar a esta conclusión. Todos tenemos derecho a recordar y nombrar lo que las notas provocaban realmente en nuestros años de escuela: después de un mínimo de 12 años de asistencia obligatoria, que no te hagan creer que no podés opinar sobre educación y evaluación.
En las entrevistas que suelo hacer para este sitio ya se van acumulando varios testimonios de docentes y directivos que acuerdan en que las calificaciones no sólo no sirven, sino que además hacen daño. Motivan a los alumnos a ser buenos alumnos, no a disfrutar del conocimiento por sí mismo ni a asumir la autonomía de aprender. Por eso me entusiasmó encontrar este video de Tiching.com con la opinión de una profesora de escuela convencional que propone en voz alta lo que en los espacios integrales de educación se toma como regla. «Muchos centros cambian la metodología pero continúan poniendo notas porque es obligatorio», dice la docente con formación en química, Neus Sanmartí especialista en didáctica de las ciencias. Defiende la transformación de la evaluación como uno de los elementos imprescindibles en la innovación en la educación.
En este video la escucharán hablar de modificar la evaluación, quitar la competencia, dejar que actúe la motivación intrínseca con actividades con sentido para las y los estudiantes, aprender del error (no castigarlo), esperar resultados a largo plazo, del maestro idóneo como aquel que tiene arte, ciencia, técnica e ideología. Miren:
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