Conocé Los Calafates, una de las 8 escuelas experimentales estatales de Tierra del Fuego

El sistema de escuelas experimentales estatales de Tierra del Fuego no tiene igual en Argentina. Son las únicas escuelas alternativas financiadas íntegramente por una provincia o una municipalidad -la de Ushuaia-. Ostentan una historia de 30 años que comenzó con una de ellas, Las Lengas, y que recién después de pacífica y artística persistencia entre cambios de gobierno y partido, logró el reconocimiento de su proyecto pedagógico tal cual es. Así, cualquiera que viva en la provincia más austral del país, hoy puede elegirlas como a cualquier otra del sistema público estatal.

Aproveché un viaje familiar para, por fin, conocerlas. Prácticamente no existe información online sobre ellas, salvo un estudio por encargo realizado por CIPPEC y la aparición de sus referentes históricos en la película «La educación prohibida». Recorrí Las Lengas y Los Calafates y quedé impactada por un hecho trascendente y quizás poco valorado: sus espacios físicos poco convencionales, sin aulas graduadas, fueron no solo aceptados tal cual son por las autoridades del ministerio de Educación, sino que las que se construyeron a nuevo se hicieron respetando su propuesta pedagógico-arquitectónica.

Recién asoma el verano. Ushuaia me recibe con 11 grados y lloviznas intermitentes. Contrario a lo que uno pueda pensar, el clima no desalienta el contacto diario con la naturaleza que proponen estas escuelas. Tiene mucho sentido, porque las bellezas de esta latitud están muy cerca de la ciudad: bosques, cerros, valles, glaciares, lagunas, ríos y mar.

En Los Calafates me guiaron las maestras Sandra Solís, Silvina Recabarren y Carolina Barreiro. Si bien Sandra es directora, una de las características de estas escuelas es que no hay jerarquías. Todos son maestros y rotan en todas las tareas, incluida la limpieza y la cocina, pero asumen en los papeles los cargos que exige el Ministerio de Educación. Todas las decisiones se toman en la asamblea de maestros, incluida la selección de los nuevos educadores, algo que también es bien diferente del habitual concurso público. Y gracias a la nueva ley provincial sancionada en 2019, este tipo de gestión de la toma de decisiones está respaldado.

¿Qué familias eligen estas escuelas? «Después de tantos años, creo que ahora hay de todo un poco. En un principio había familias que realmente querían otra cosa. Ahora, muchos entran al jardín porque tiene desde los 3 y es gratuito, pero para la primaria se van. Algunas buscan escuelas donde haya exámenes porque dicen que los prepara para la Universidad. En general, hacemos reuniones informativas y luego entrevistas. Con la situación sanitaria esas reuniones se espaciaron y recién las retomamos. Nos dimos cuenta que hacían mucha falta», resaltan.

Cuando llegué para la entrevista, apenas tres días de finalizadas las clases, los maestros y maestras estaban en círculo distribuyendo materias en el horario anual. Que, me explicaron, es un compromiso inicial que no quita que se puedan enseñar otras áreas cuando es posible. Se prioriza claramente el uso de materiales y propuestas relacionadas con todas las artes, no porque se quieran formar artistas, sino porque consideran que son herramientas de expresión y pensamiento que los van a ayudar a resolver lo que les toque en la vida.

Contrario al prejuicio que se tiene de la escuelas alternativas, los egresados suelen elegir sus caminos de la misma forma que los que van a escuelas comunes. «Hemos tenido médicos, periodistas, artistas, deportistas. Algunos no siguen estudiando, como en todos lados. Yo soy mamá de las escuelas y también me hago esa pregunta de las vocaciones. Ya los ves y van teniendo un perfil. A mi hijo nunca le gustó estudiar, pero es súper deportista y hoy es instructor de esquí. En eso se sintió acompañado por la escuela. No es la intención crear artistas, pero sí darles cosas que los nutren interiormente para que tengan esas herramientas dentro tuyo. Tal vez una de las cosas que nos salva en la vida es poder vivir una infancia feliz, decía Nelly Pearson».

«Las tres tenemos hijos grandes, algunos vuelven incluso a las escuelas para trabajar. Mi hija podía comprender los textos de la facultad en parte porque todos los meses tienen lectura de un libro, y van eligiendo. Y con la pintura u otra expresión artística les pasa como con la lectura, es algo diario. Como el convivir es parte fundamental de la escuela, los aprendizajes de ESI (Educación Sexual Integral), por ejemplo, los vivimos cotidianamente. Disponemos de tiempo para que cuenten qué les pasa. También hemos visto adolescentes resolver la comida para sesenta personas cuando los adultos estaban ocupados. Los más chiquitos a veces ayudan espontáneamente en la limpieza o la cocina porque es lo que ven que hacemos todos, todos los días».

Recorrido por la escuela

Es pasar el hall de entrada donde se guardan los zapatos de calle y sentir el golpe de luz. No hay aulas, sino un espacio abierto enorme dividido en dos solo por estanterías. El cerebro habituado busca bancos y sillas, pero no los hay. Así eran desde sus comienzos estas escuelas, según puede verse en el libro de Dorothy Ling, «El arte original de la música», piedra fundamental de esta mirada pedagógica. Para un ambiente de aprendizaje no graduado por edad, la flexibilidad y el movimiento tiene sentido. Me pregunto si, además, tiene coherencia anatómica no usar o usar menos las sillas. 

Por lo pronto, una de las maestras me muestra fotos de los chicos trabajando y me explica. «No solemos usar sillas porque es más cómodo que estar en una misma posición toda la mañana, y eso nos permite mayor flexibilidad en los movimientos. Esa ventaja se ve especialmente en los momentos de juego de los más chicos. La mayoría de los chicos, de todas las edades, prefieren acostarse para pintar o leer». Para escribir pueden usar tablas que se apoyan en el regazo. Y el que necesita sentarse en una silla, por cualquier motivo, puede hacerlo. «Mi experiencia me muestra que para todos es más cómodo estar en el piso. Te permite una movilidad que no te da la silla. Y para algunas actividades usamos mesas y sillas. Por ejemplo, para cocinar», resume Carolina.

Hay, en el único pasillo de la escuela, una fila de plantas. Allí desembocan una oficina administrativa, los baños y la cocina. Al gran salón da otro baño, un lugar de guardado y una sala chica que es multiuso, para quien lo necesite. Hay pizarrones distribuidos en cada pared. Y un jardín amplio con invernadero y mucho espacio de bosque para jugar.

En Los Calafates hay 18 maestros y 160 chicos, aunque existen unas 220 plazas. No se cubren porque, al agregarse la secundaria -en 2022 egresó la segunda promoción- el espacio está quedando chico. La escuela se construyó en 2016 para jardín y primaria; ya hay una solicitud de ampliación. En total, desde que nació, se mudó cinco veces. Avatares habituales de las escuelas alternativas que la experimentales lograron superar en esta provincia.

Como las experimentales más nuevas, ésta fue construida con fondos estatales. Como cualquier otra escuela del sistema público, todos los sueldos son pagos por el estado, ya sea municipal o provincial. También reciben, actualmente, servicios de Comedores Escolares, que aporta la copa de leche y bolsones de mercadería. Para apoyar el resto de los gastos, sobre todo en materiales y actividades, están las Cooperadoras. Libros, carpas, costos de los campamentos o salidas a patinar sobre hielo, por ejemplo.

Según explican las tres maestras, estas escuelas siempre nacen por iniciativa de familias. Silvina es una de esas madres que la fundó en el año 2000. «Armamos una cooperadora; funcionábamos en un lugar al lado del hospital y compartíamos espacio con otra escuela que después no siguió. No teníamos nada, ni sueldos, y vendíamos tortas galesas para sostenerla», recuerda.

Un día cualquiera en Los Calafates

Las 8 de la mañana es el horario de entrada, y hay 15 minutos de tolerancia. El día se divide en dos bloques de una hora y veinte. En el medio juegan durante una hora, pero antes toman el desayuno. «Todos los días, salvo rarísimas excepciones, estamos afuera. En eso quizás nos diferenciamos de las escuelas convencionales, que acá suelen tener patios cerrados», aclaran. Al final hacen una rueda grande, donde cantan y comparten el pan. La secundaria tiene su propio círculo de cierre en otro horario. Los chicos y las chicas se organizan en grupos de no más de 15 con distintos maestros, con edad cercana pero flexibles.

Cuando los chicos se van, los maestros se quedan un rato más todos los días. «Es cuando charlamos de los chicos, de la organización. Hablar de los adolescentes nos lleva mucho tiempo, porque a los temas típicos de la edad se agrega la situación social de la ciudad, por la cual hay muchos chicos que están solos durante el día. Vemos que nuestra escuela es un lugar de contención para muchos. Se quedan a leer, a hacer sus trabajos, a tocar música. Incluso, nos piden venir en vacaciones, o que hagamos talleres en la escuela», relatan. Rescatan de las asambleas la posibilidad de poder plantear las diferencias, de tener libertad para decir las cosas.

Los docentes más antiguos suelen venir del magisterio de City Bell, el Instituto Speroni. Otros se fueron formando en las escuelas hasta tanto el Terra Nova comenzó y se aprobó su titulación oficial. No es para todo el mundo, aclaran. «Enseñamos contenidos, limpiamos un inodoro, cocinamos y contenemos a los chicos. La escuela es como un hogar, que hay que cuidarlo y hacerlo propio. Pero no todos estamos preparados para eso, a algunos no les agrada. Cuando trabajaba en escuela convencional había docentes que no lavaban su taza», cuentan. En otra nota aparte de AlterEdu vamos a contar cómo funciona el Terra Nova, el magisterio de estas escuelas en Ushuaia.

En las experimentales no hay equipo de orientación escolar como en otros establecimientos. Por cercanía, confianza y vínculo desde muy chiquitos, las maestras y maestros cumplen ese rol y se ayudan mutuamente. Cuando se considera necesario, entra en acción como apoyo Las Bandurrias, otra escuela experimental surgida por iniciativa de madres y padres de chicos y chicas con Síndrome de Down. O trabajan en conjunto con otros profesionales. Como cualquier otro maestro, un profesional o maestra especial tiene que entender la filosofía de trabajo, así que se le pide lo que llaman una adscripción. Si hay un título habilitante, hace observaciones, prácticas y toma algunas clases en el instituto Terranova, el magisterio que desde hace muy poco entrega título oficial. Es condición indispensable que quien entra a trabajar abrace el proyecto y sus formas.

La particularidad de Las Bandurrias

«Las Bandurrias es como un nexo entre todas las escuelas experimentales, donde intercambiamos entre todos los desafíos de aprendizaje que vamos teniendo. Cada vez hay cosas más intensas a las que enfrentarnos, de las cuales siempre estamos aprendiendo. Eso lleva mucho trabajo y compromiso. Vemos dónde un chico va a estar bien y sentirse contenido. A veces no puede ir a la «escuela grande» y va un rato a Las Bandurrias, que funciona en una casa chiquita, donde se generan otras cosas», me explican.

Nació en 1996 como una necesidad de las familias que encontraban muy grande a la escuela especial de la ciudad. Allí trabaja una maestra especial formada como tal, Silvina, que es madre de la escuela y maestra experimental con 23 años de experiencia trabajando con necesidades educativas especiales. Además, cada mes van a participar chicos de los últimos años de secundaria, de a uno, en dos días a la semana. «El año pasado vino uno que, cumplido su mes, quiso seguir viniendo. Nunca faltaba y se enganchó trabajando muy bien, tenía una sensibilidad y empatía enormes. Era un chico que en la escuela grande le costaba expresarse, pero acá nos dijo que podía ser quien era. Ahora se anotó para estudiar el magisterio», me contó. «Estas cosas pasan porque las escuelas nos abrimos a que sucedan, le damos lugar, siendo flexibles y sin estar obsesionados con objetivos. Este año hicimos un viaje largo con todos los chicos de Las Bandurrias, era la primera vez sin sus padres para la mayoría. Y fue increíble».

Supervisoras y aprendices

Las escuelas sostienen con convicción y firmeza su forma de gestionar las escuelas. Tienen supervisoras del sistema educativo estatal que, con la nueva ley, tienen la obligación de conocer el proyecto antes de visitarlas. «En los primeros años las invitábamos a venir, porque es difícil de entender en una charla corta. De las cosas que más les llamaban la atención era que trabajáramos en el piso y que los docentes limpiáramos», recuerdan. También tuvieron que aprender a evaluar a escuelas no graduadas, que no toman exámenes ni ponen notas.

«El Ministerio se tiene que adaptar a nuestra forma, porque de eso depende que funcionen nuestras escuelas. Deben aceptar que están cobijando una escuela diferente, y ciertas reglas no encajan con nuestras escuelas. Tenemos ya una trayectoria, y si bien en el ´96 intentaron cerrarlas, ya había toda una comunidad que las defendía. En ese momento tuvimos que acordar que no se abrirían nuevas escuelas bajo la órbita municipal, y a partir de ahí surgieron las provinciales. En el Ministerio saben que no hacemos paro, que hay familias que nos buscan, así que en los últimos años ya hay un acompañamiento para que podamos funcionar de manera fluida. Nos parece muy bien que dentro de la educación pública estatal se pueda elegir un proyecto pedagógico», remarcan.

«Lo que cambia es el modo en que abordamos los contenidos. No tenemos los objetivos fijos de la escuela común. Brindamos el conocimiento y vemos claramente que algunos tienen más facilidad que otros con determinados temas. De esa gran variedad de temas y experiencias que ofrecemos, van aprendiendo un montón de cosas y encontrando qué les gusta. Y, a su vez, suceden muchas cosas en el día a día gracias a que les brindamos ese espacio. No tenemos como objetivo curricular desarrollar la empatía, pero acá ves chicos de 17 ayudando a los chiquitos», detallan.

Al final de nuestra charla se me ocurre preguntarles qué pueden transmitirles a las escuelas que en todo el país buscan ser reconocidas tal cual son. «Cuando necesitamos pedir algo, vamos y hacemos lo que sabemos hacer. Vamos a las autoridades a tocar música, hacer teatro, pintar en la calle o repartir el pan que hacemos. Ahora que somos tantas disfrutamos, porque si a una le pasa algo, nos ayudamos entre todas. Eso es lo que ha permitido que salga la ley que nos ampara como sistema educativo experimental en la provincia. Sabemos que eso no pasa en todos lados, y que hay muchas resistencias. Incluso nuestras escuelas son poco o nada reconocidas por las autoridades en otras provincias. Entonces, dependen del Instituto Speroni para otorgar títulos. O deben ver cómo articular con escuelas reconocidas».

Mirá la página web de las escuelas experimentales de Tierra del Fuego: https://www.escuelasexperimentalestierradelfuego.com/

Y quedate pendiente para las próximas notas sobre otra escuela experimental, Las Lengas, y el magisterio Terra Nova.

Dolores Bulit

Nací en la Ciudad de Buenos Aires en 1972. Mi educación formal ocurrió en el jardín Casa de los Niños fundado por Elena Frondizi, la Escuela Normal Nacional en Lenguas Vivas “John F. Kennedy” y la Carrera de Comunicación Social de la Universidad de Buenos Aires. Mi educación no formal se amasó en una familia numerosa, presente, matriarcal en medio del patriarcado, de clase media profesional. Sin presiones curriculares o extracurriculares, con mucho tiempo y enorme oportunidad para el juego libre en la ciudad y en el campo. También me eduqué en mis empleos y en mis viajes, en mi pareja y con mi maternidad, con todas las personas que pasan por mi vida y a través de mi experiencia más reciente y transformadora con la gestación de Tierra Fértil, un espacio de aprendizaje basado en el juego y la autogestión con 8 años de historia.

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