Maestras reinventadas (parte III): de Ushuaia a Béccar

Esta es la tercera entrevista a las maestras que formaron parte de Tierra Fértil, el espacio de aprendizaje en libertad que varias familias fundamos en 2013 en el norte del conurbano de Buenos Aires. En esta serie podemos ver cómo atravesaron la experiencia de trabajar en un «dispositivo educativo» poco convencional en relación a su formación e incluso a sus prácticas anteriores, tanto en escuelas tradicionales como en las llamadas alternativas en Argentina.

El correo de Carolina Barreiro nos llegó terminando el segundo año de Tierra Fértil. Nos contaba que estaba trabajando en Las Gaviotas, una de las escuelas experimentales más nuevas de Tierra del Fuego, que había fundado otra junto al padre de sus hijos; que se había formado en Tucumán y más tarde en el Instituto Terranova, el profesorado que esas experiencias pedagógicas tienen en la isla. Nos explicaba que parte de su nuevo proyecto personal era conocer otras escuelas alternativas para «seguir creciendo como maestra y, en un sentido más amplio, como un ser humano, pues es compartiendo las distintas experiencias como nos enriquecemos todos y crecemos, para, en definitiva, ofrecer lo mejor a los chicos que nos toca acompañar».

A las madres que estábamos en el grupo pedagógico nos gustó su correo, que adjuntaba un CV y cerraba con «una frase de Krishnamurti que me gusta mucho: «El que es y por lo tanto, enseña». Tenía mucha experiencia en formas no tradicionales de abordar la enseñanza, en trabajar desde la autogestión y estaba motivada incluso para cambiar de paisaje. En esos días conversamos por Skype y más tarde nos conocimos cuando viajó a Buenos Aires. Fue la tercera maestra de Tierra Fértil durante el año 2015, el de mayor cantidad de familias involucradas.

Carolina volvió a Ushuaia después de una experiencia familiar muy dolorosa, pero nos encontramos cada vez que ella venía para Buenos Aires. Cuando le escribí para pedirle una entrevista estaba en pleno estreno de una obra de teatro y la muestra de 90 alumnos de las escuelas experimentales en la Casa de la Cultura de Ushuaia. Me contestó emocionada y ocupada y me prometió escribir cuando todo el revuelo pasara. Yo quería saber qué la había traído hasta Tierra Fértil, un proyecto pequeño, sin marcos legales o pedagógicos conocidos en el país que pudieran darle más amparo, al menos, como para tomar la decisión de mudarse desde la tierra de «los fueguitos».

Este es su relato:

«Recurriendo al recuerdo de aquello que me  movilizaba en aquel momento, diría que fue el anhelo de seguir aprendiendo. Pues a pesar de seguir leyendo sobre educación y que ya habían transcurrido muchos años de docencia, sentía que el verdadero aprendizaje se da desde la vivencia. La propia experiencia es la que nos posibilita aprehender lo que se nos va presentando si nos permitimos abrirnos a aquello nuevo que está delante. Y que ningún libro o video, por más bueno e inspirador que sea, me iba a dar aquello que sólo da la vida misma.

Ya estando en Tierra Fértil, y como ya tenía marcada en mis estructuras cómo era dar clases, internamente me llevó tiempo salirme de ese esquema en donde el maestro es el transmisor del conocimiento, el que “da clases”.

Mi formación docente la hice en la Escuela Sarmiento, dependiente de la Universidad Nacional de Tucumán. Egresé con la doble titulación de Maestra de Jardín de Infantes y de Primaria. Allí me gustaba el hincapié que se hacía en que las alumnas desarrollaran la autonomía. Observábamos a una  gran maestra, la Sra. María Elena, que calculo tendría más de 70 años y que obviamente estaba más que jubilada, pero su jubileo evidentemente era estar en la escuela con los chicos. De ella aprendí el disfrute en la tarea.

Ya viviendo en Ushuaia empecé a trabajar en una escuela “convencional”. Pero el haber estado en un lugar armonioso durante mi magisterio, donde se daba lugar al espíritu crítico y a la iniciativa propia, sumado a que estaba haciendo observaciones simultáneas en una escuela experimental, me llevó a renunciar a esa escuela  convencional. No era el lugar para mí.

Muchos años estuve en las Escuelas Experimentales. Y realmente disfruté muchísimo, incluso la vida me presentó la posibilidad de abrir una escuela junto a otro maestro, el que era mi compañero de vida en ese momento. Pero como considero que tengo un espíritu curioso, que ansía seguir conociendo y aprendiendo para compartir con los que me rodean, interiormente sentía la necesidad de hacer cambios en algunos aspectos de mi vida. Obviamente, mi trabajo fue uno de ellos. Y como es algo que hago porque me gusta, y encima me pagan, empecé a buscar un lugar donde ese cultivo como maestra pudiera seguir creciendo.

Y nos encontramos con Tierra Fértil.

Para mí fue un lugar soñado, tanto para los chicos y chicas que estaban, como para las guías que los acompañábamos. Primaban muchas cosas que son un tesoro:

El respeto por el tiempo que cada niño o niña precisa para cada actividad, ya sea jugar, estar con sus pares, tocar un instrumento musical o trabajar con un material de matemática. Ninguna actividad  tenía más importancia que otra.

La libertad era algo que se respiraba diariamente, pues los chicos iban eligiendo qué hacer o con qué trabajar. Y esa libertad lleva implícita la posibilidad de elegir, por lo tanto, de ir conociendo qué cosas me gustan. Si quiero ir venciendo un desafío en ese momento, o más tarde. Cuáles son mis intereses. Hasta dónde quiero llegar con lo que estoy haciendo. En definitiva, ¡ir conociéndose a uno mismo!

El hecho de ir observando a cada niño es importante. Por ejemplo, uno va acompañándolos y viendo con ellos si aquello que no les gusta o los materiales con los que no suelen trabajar les muestran el desafío a superar o es un simple desinterés del momento.

Confiar en la sabiduría del ser que habita en cada niño fue algo clave en mi experiencia. Ya no era el maestro el transmisor de aquello que había que enseñar, era el niño o niña el que se iba desarrollando según sus necesidades e intereses. ¡Eso es maravilloso!

Y comprobamos cómo el ambiente relajado, donde todo estaba a disposición, sin presiones de evaluaciones, tiempos, objetivos o expectativas a cumplir, iba ayudando a que chicos que venían de otras escuelas donde no eran felices se empezaran a  distender. Y así encontraban intereses y cosas que disfrutaban de hacer. Veíamos cómo iban cambiando, su autoestima crecía (algunos la tenían bien oculta por las tristes experiencias que habían tenido en las escuelas donde fueron).

La  expresión creativa se iba desarrollando, según la tendencia innata de cada uno de los que participábamos del espacio de Tierra Fértil, pues cualquier madre o padre que quisiera sumarse a compartir algo, podía hacerlo, ya sea desde la organización semanal de las actividades, hacer una merienda, transmitir una experiencia o saber, etc. Y con respecto a los chicos, podían mostrar la obra de títeres que habían improvisado, una coreografía, un libro de historietas o cuentos, las acrobacias que iban logrando, el manejo de un material Montessori o algo rico que habían cocinado.

Y en este florecimiento de cada ser, que se hace con disfrute, uno va teniendo el registro de que el aprendizaje puede hacerse felizmente. Esa vivencia, para cualquier ser humano, para mí, es vital. Pues ese registro de dicha, de felicidad, es el que nos sostiene en los momentos difíciles que a todos nos toca vivir.

Obviamente, no todos podrán contar con un espacio como el de Tierra Fértil. Y sé, por experiencia, que para muchos niños y adolescentes la escuela o el espacio educativo al que concurren pueden ser un oasis en sus vidas. Por eso, para mí es tan importante construir un ambiente que propicie el desarrollo de cada individuo, que tenga esa “tierra fértil” donde florecer.

 Si cada maestro/a, profesor/a, guía o padre da forma, conscientemente, a un ambiente de armonía, libertad, creatividad, respeto, sin presiones, de observación de los intereses y capacidades y da lo mejor de sí, ese espacio puede ser un gran referente en la vida del niño o niña. Incluso de nosotros mismos como docentes. Y que podamos decir, como los alumnos de Olga y Leticia Cossettini: “una escuela donde éramos felices, realmente”.

Dolores Bulit

Nací en la Ciudad de Buenos Aires en 1972. Mi educación formal ocurrió en el jardín Casa de los Niños fundado por Elena Frondizi, la Escuela Normal Nacional en Lenguas Vivas “John F. Kennedy” y la Carrera de Comunicación Social de la Universidad de Buenos Aires. Mi educación no formal se amasó en una familia numerosa, presente, matriarcal en medio del patriarcado, de clase media profesional. Sin presiones curriculares o extracurriculares, con mucho tiempo y enorme oportunidad para el juego libre en la ciudad y en el campo. También me eduqué en mis empleos y en mis viajes, en mi pareja y con mi maternidad, con todas las personas que pasan por mi vida y a través de mi experiencia más reciente y transformadora con la gestación de Tierra Fértil, un espacio de aprendizaje basado en el juego y la autogestión con 8 años de historia.

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