2021: la oportunidad de las alternativas y la reinvención social de la educación

OPINIÓN. Por Dolores Bulit, editora de www.alteredu.com.ar.


– Abu, ¿qué te acordás del 2020?

– Ahhh… que tuvimos la oportunidad de transformar la escuela y la desperdiciamos. ¿Por qué querías saber?

Me preguntan para una tarea de la escuela.


Escuelas detonadas y sin insumos desde siempre, docentes que no quieren volver en estas condiciones, familias que no tienen idea de cómo se las arreglarán con el transporte, los turnos y los riesgos. ¿No es el momento perfecto para una verdadera rebelión dentro del sistema educativo? La educación escolar era un caldo con los ingredientes listos y la pandemia prendió la hornalla. Sin embargo, sigue reinando la sumisión. Si los Estados (nacional y provinciales) no amparan a sus comunidades educativas, ¿qué esperamos para ponernos de acuerdo, distrito por distrito, escuela por escuela? Las resoluciones ministeriales no pueden seguir siendo el combustible de las escuelas, ni las tareas virtuales el de los y las que aprenden.

El día en que nos demos cuenta de que la comunidad educativa somos los niños y las niñas, los jóvenes, las familias y los educadores que los acompañan bien, ese día cambia todo. Es difícil, porque como adultos somos los productos acabados de un sistema educativo creado hace doscientos años para la obediencia. Los que se han rebelado dentro de las aulas, o se hacen invisibles para que los dejen tranquilos o son premiados por fundaciones internacionales. Y hay otros que se fueron hace rato. En el medio, como sánguche, como siempre, queda la mayoría de los chicos y las chicas.

Ya no hay excusas. Todas las evidencias de que los aprendizajes pueden ocurrir en otros formatos están frente a nuestros ojos. Las escuelas llamadas «alternativas», las comunidades de aprendizaje, los movimientos sociales y las familias que educan sin escuela hace ya décadas que se han organizado. En comunidades educativas de escala humana y sustentable, con gestiones cooperativas, curriculum contextualizado, evaluaciones sin calificaciones ni puntajes, formación continua y adecuada, trabajo en redes de apoyo mutuo y plena integración de las familias. El año pasado, muchas de ellas vieron la oportunidad que tenían de mostrarlo al mundo y redactaron la declaración «Es tiempo de alternativas». El desinterés por y la negación de estas propuestas por parte de quienes ostentan el poder de decisión y acción en educación no deja de sorprenderme. Parafraseando a Luis Pescetti en este texto, «hace años que convivimos con formas alternativas de estudiar»,  ¡debemos preguntarles!

Con pandemia y sin pandemia, yo sigo teniendo las mismas preguntas. ¿Por qué la escuela, que se proclama igualadora social, no la consigue? ¿Por qué el formato de la escolarización de tipo industrial y obligatoria sigue vigente, con un mundo nuevo y abundantes pruebas de que hay otras formas? ¿Por qué la evaluación sigue siendo la médula espinal de la educación escolar, calificando con puntaje a las personas en pleno desarrollo? ¿Por qué la deserción en la adolescencia es tan alta? ¿Por qué a pesar de que se la valora tanto la docencia es una profesión mal paga en casi todo el mundo? ¿Por qué la familia delega y minimiza su lugar en la educación? ¿Por qué en la era de las democracias la escuela sigue siendo una estructura vertical incuestionable? ¿Por qué los jóvenes sólo pueden ejercer su derecho a participar en el centro de estudiantes -cuando lo hay- y no adentro de las aulas? ¿En qué año se divorciaron las ciencias de la educación de las escuelas? ¿Por qué los estudiosos del aprendizaje siguen estudiándolo en el contexto evidentemente sesgado de la enseñanza de tipo escolar? ¿Por qué la arquitectura escolar no refleja las necesidades auténticas de los humanos para aprender de forma eficaz y saludable? ¿Por qué siguen existiendo los profesores taxi? ¿Por qué persiste la puja entre achicar o agrandar el curriculum? ¿Cuáles deberían ser las funciones útiles de un Ministerio Nacional de Educación si no logra asignar presupuesto para unas condiciones materiales dignas, si cada provincia maneja su propio sistema y las decisiones se toman en el Consejo Federal? ¿Los inspectores y la burocracia escolar en general, contribuyen al bienestar de una comunidad educativa o son el rey desnudo al que tenemos miedo de contrariar?

Agreguen ustedes las preguntas que quieran, pero para mí podría haber al menos tres explicaciones por las que los adultos siguen avalando un sistema tan ineficaz, verticalista y desigual. Por una parte, ni los docentes, ni los funcionarios, ni los académicos de la educación, ni las madres o los padres han podido experimentar otra cosa que las formas convencionales de ser enseñados: actúan como hámsters buscando soluciones mientras giran en la rueda dentro de su propia jaula. En segundo lugar, quienes tienen poder de decisión en educación suelen pertenecer a la clase media de las ciudades, en mejor posición para huir hacia adelante, eligiendo para sus vidas escuelas privadas o estatales progresistas, con cooperadoras fuertes y mayor uniformidad socioeconómica, que los alejan de la realidad escolar más cruda. Por último, creo que es más sencillo para los adultos sostener la escuela a como dé lugar que cuestionarla, por su rol central en el cuidado de las infancias y adolescencias que nos permite dedicarnos al trabajo productivo fuera del ámbito doméstico. Si la escuela es un ordenador familiar, como dijeron varias figuras públicas, ¿podemos preguntarnos a quién beneficia ese orden? Si la escuela como lugar de cuidados se nombra con eufemismos y como lugar de aprendizaje se ningunea, volvemos al primer casillero: ¿para qué educamos hoy? ¿qué estamos dispuestos a hacer y a qué estamos dispuestos a renunciar para priorizar a los más chicos?

«No ganamos nada re-confinándolas en colegios, juntándolas a centenares en espacios pequeños e incómodos. Es mucho mejor que estén repartidas por la vida en función de su intereses y realidades, nutriendo con su presencia las dinámicas de apoyo mutuo y de cuidados, y ensayando, al igual que en nuestras casas, una sociabilidad basada en la relación y en el vínculo. Y el Sistema Educativo tendría que ponerse al servicio de este proceso, colectivizar recursos materiales y humanos, salir fuera de sus fortines, abrir las puertas de los colegios, deslocalizar su trabajo, poblar y habitar los espacios sociales propios de los barrios y pueblos así como facilitar y colaborar con madres y padres que estuvieran dispuestos a participar activamente en los procesos de aprendizaje. Lo contrario, el enroque, el intentar responder a las demandas sociales con la precariedad que implica el modelo institucional llevará a la decepción social, y como consecuencia a las dinámicas de autoafirmación y consolidación del maltrato como normalidad, a la vez que producirá una mayor fragmentación e individualización social». Nada que agregar a esta cita de uno de los buenos textos de Paco Herrero Azorín sobre educación y cuidados.

La confusión es total. Hace unos días, una periodista se refirió al mal manejo de las clases virtuales y al «embrutecimiento magistral» que habría sufrido su hijo como alumno del Colegio Nacional de Buenos Aires durante 2020. Suponiendo que pudiéramos llamar así a la situación momentánea de un adolescente de clase media de un colegio universitario en la mayor ciudad del país, ¿qué podemos asumir que le pasa al resto de las escuelas y de los estudiantes? Por otra parte, ¿puede alguien vivir unos años como éstos sin aprender nada, o embrutecerse como consecuencia de aprender otras cosas? Algunas familias observaron lo contrario. Que aprendieron como nunca en una convivencia intensiva que no habían experimentado jamás, con disminución del estrés y la ansiedad que la escuela provocaba en los chicos. Otras se lanzaron raudas a averiguar sobre el homeschooling, saturando de consultas los sitios y las redes de quienes lo practican hace años. Muchas, hay que decirlo, buscando una solución instantánea para salir de escuelas que, de pronto, dejaron de gustarles.

Yo no sé. Hay de todo, como en botica. Hay padres y madres organizados para presentar medidas legales de amparo si una escuela no abre. O haciendo, junto con los docentes, su propia Verificación Técnica Escolar para juntar pruebas de que las escuelas no son seguras ni higiénicas para volver. Hay Universidades instalando programas de reconocimiento facial para tomar exámenes virtuales. Hay investigadores pidiendo apelar a la creatividad para usar espacios disponibles mejor ventilados que un aula y funcionarios pensando en la alternancia como algo novedoso, cuando hace décadas que algunas escuelas rurales funcionan así. Hay familias y educadores organizando grupos de encuentro y aprendizaje que otros despectivamente llaman «escuelitas clandestinas». Hay un movimiento de maestros en EE.UU. que se reúnen, al estilo de los grupos de adicciones, para intentar dejar de poner calificaciones a sus alumnos/as. Hay estados de ese mismo país que están aprobando leyes para financiar a los alumnos en vez de a las escuelas (school choice o cheque escolar). Hay gente reunida para reinventar los patios escolares y hacerlos más habitables. Hay otros descubriendo las ventajas de aprender en la naturaleza y exigiendo que este año no cierren las plazas otra vez.

Yo no sé. Hay gente negando una pandemia y otra negando los efectos adversos de este sistema educativo.

Foto de portada: mural en mi barrio de Mabel Vicentef .

Dolores Bulit

Nací en la Ciudad de Buenos Aires en 1972. Mi educación formal ocurrió en el jardín Casa de los Niños fundado por Elena Frondizi, la Escuela Normal Nacional en Lenguas Vivas “John F. Kennedy” y la Carrera de Comunicación Social de la Universidad de Buenos Aires. Mi educación no formal se amasó en una familia numerosa, presente, matriarcal en medio del patriarcado, de clase media profesional. Sin presiones curriculares o extracurriculares, con mucho tiempo y enorme oportunidad para el juego libre en la ciudad y en el campo. También me eduqué en mis empleos y en mis viajes, en mi pareja y con mi maternidad, con todas las personas que pasan por mi vida y a través de mi experiencia más reciente y transformadora con la gestación de Tierra Fértil, un espacio de aprendizaje basado en el juego y la autogestión con 8 años de historia.

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