«Disociar el juego del aprendizaje y dejarlo para el recreo es dañino»

Virginia Blaistein fue la primera persona que me enseñó que seguir jugando después del jardín de infantes está bien. Muy bien. Cuando la conocí, mi hijo no iba al jardín, tenía 4 años y yo ya rumiaba la loca idea de crear en mi barrio una escuela donde se pudiera seguir jugando. Alguien me mandó un correo con su propuesta de «Educar para ser y ser para educar», grupos de investigación, lectura y reflexión a partir de la obra de Rebeca y Mauricio Wild, los fundadores del «Pesta» en Ecuador, y supe que tenía que estar ahí.

Ninguna de las pedagogías y experiencias que conocía hasta entonces ponía al juego espontáneo como centro de su propuesta para mayores de 6, y la Fundación Pestalozzi, con 25 años de vida, era una inspiración concreta y posible para mi anhelo. Finalmente, empezamos con Virginia un grupo en Olivos en abril de 2011. En su primer correo, ella se presentaba así:

«El año pasado -2010- viajé cinco meses por Ecuador y Colombia, un viaje cuyo motor fue la curiosidad y necesidad de seguir aprendiendo, investigando e intercambiando vivencias, ideas y dudas con gente de otras culturas, luego de acompañar durante 35 años a grandes y chicos en ese espacio tan amado, sufrido, discutido, que es la ´escuela´. Un año antes en las Sierras de Córdoba, una pareja con niños pequeños me pidió asesoramiento para formar una escuela nueva, alternativa, y compartimos la lectura de la fotocopia ya muy borrada de un libro que fue pasando de mano en mano: «Educar para ser. De Berlín a Quito», escrito por Rebeca Wild.

El libro me conmovió de tal manera que deseé conocer a su autora, y el deseo fue tan fuerte que a los pocos meses lo había logrado. El 1º de febrero de 2010, Rebeca Wild, una mujer de pelo blanco y ojos claros, me recibía en su casa en los Andes ecuatorianos y confirmé lo que venía haciendo y pensando. Entonces, inauguré otro sueño: volver a la Argentina y armar un grupo para compartir la maravilla de lo vivido, de lo aprendido en un curso que tomé con ellos, de lo observado en sus comunidades, vinculado con mi propio recorrido.

Visualicé una ronda de gente leyendo, jugando, pasando por el cuerpo, por qué no cantando, estudiando, discutiendo sobre el material que traje en la mochila y sobre mi experiencia de tantos años habilitando espacios para el juego libre, el arte y la participación comprometida de la familia en la escuela. En los años ´80 había co-fundado con el que era mi compañero de vida un proyecto educativo transgresor, potente, alternativo para esa época en la zona de Palermo Viejo, El Pezquepez, con muchos puntos de contacto con lo que Rebeca y Mauricio armaron en el valle de Tumbaco, sólo que en un ámbito urbano. Luego trabajé 4 años en un kibutz, en Israel, dentro de una comunidad similar a la que llevan adelante los Wild».

Virginia Blaistein conoció a Rebeca Wild en 2010

La dinámica que nos propuso de una tarde por semana incluía el estudio de las prácticas que ocurrían en el Pesta, sumado a una selección de lecturas y conversaciones, debates sobre películas relacionadas y un buceo por nuestras historias y experiencias personales. Las necesidades auténticas de los niños, los adultos como facilitadores u obturadores del juego, el juego como necesidad biológica y cultural, los límites y la libertad, los procesos de vida y los entornos preparados fueron los temas centrales en los que me sumergí fascinada durante un año.

Más tarde empezó a tomar forma Tierra Fértil y Virginia siguió su camino como «educadora y aprendedora» del juego en la infancia por todo el mundo a través de su club itinerante de educación viva «Flor de juego» y sus talleres de «Creanza», con regresos periódicos a la Argentina. La admiro por su insistencia, por su andar quijotesco y a cara de piedra diciendo que el juego es el lenguaje de la infancia y que tenemos que dejarlos hablar más y tal como saben.

Esta entrevista la pesca en en Tabio, al norte de Bogotá, un pueblo pequeño donde vivirá una temporada «con actividades en escuelas bastante alternativas, como el Gimnasio Campestre La Peña, en BAUHAUS, en la Escuela Bosque y en otras sedes de Cajicá y Bogotá, además de los talleres «Creanza» de acompañamiento en crianza a madres y padres». Luego seguirá de viaje hacia México por cinco meses para volver a la Argentina entrado Noviembre.

-¿Qué partes de tu vida o de tu formación dirías que te hicieron llegar hasta donde estás hoy, como educadora y difusora de la importancia del juego, en la infancia pero también en la vida?

-Todo se inicia, como siempre, en mis primeros años. El lugar donde nací, el entorno y la época -fines de los ´50 y los potentes años 60-, en una ciudad pequeña como Concepción del Uruguay, en la Provincia de Entre Ríos. Fueron espacios y tiempos de tierra fértil para la vida comunitaria, el juego espontáneo, el sentirse cuidada por una familia muy ampliada de hermanos, tíos, primos, vecinos, amigos.

Otro faro fue el de formar parte de contextos grupales de educación no formal desde muy pequeña, donde viví la felicidad creadora. Me sentía tan a gusto con estímulos variados donde jugábamos, salíamos a paseos en contacto con el río, arroyos, verde, pájaros, cuevas en las piedras y en los árboles. Recibíamos propuestas de arte, lecturas, conocíamos sobre la identidad, pertenencia, rituales y festividades que nos unían a nuestros ancestros judíos no religiosos de origen europeo. Y yo quería ser “como los grandes”, quería coordinar grupos como los madrijim, que en hebreo significa ´quien te abre el camino´. Darle a los más pequeños lo que yo recibía. A los 14 años ya estaba tomando los primeros cursos de capacitación en temas diversos como dinámicas de juego en grupo, psicología evolutiva, planificación, evaluación. Ahí fue cuando inicié mi camino como facilitadora grupal, que significaba ser anfitriona de y convidar juego, arte y comunidad.

El tercer hito fue conocer a Hugo Grisovski, que luego sería mi compañero de vida, papá de mis hijas y co-equiper por 20 años, gran maestro para mí en temas de filosofía del Juego, creatividad, diseño de actividades muy centradas en el respeto por el juego, el cuerpo, la alegría del convivir, campamentos. Juntos gestamos EL PEZQUEPEZ, una escuela muy diferente a las escuelas donde habíamos sido alumnos y cuyo proyecto se centraba en el Juego Libre con materiales no convencionales, el arte, la comunidad, y el contacto con la naturaleza. Crecimos juntos y profundizamos teórica y empíricamente temas alrededor del cómo habilitar espacios para potenciar la creatividad con la que nacemos, dando permiso y tiempo. Desde entonces no he interrumpido en estos últimos 48 años esa actividad, que ya es hoy una para mí una misión de vida.

El Pezquepez, el jardín que Virginia y Hugo fundaron en los ’80 en Buenos Aires

-¿Creés que es más importante difundir el juego en esta época en comparación con otras?

-SÍ con mayúsculas. Sí, sí. Porque veo que en el paradigma vigente, en los modos de relacionarnos, de convivir, de aprender, hay un alto privilegio de la producción y el consumo desaforado. Se subestima el valor de lo inútil, de la pausa, del silencio, del error, de la construcción de reglas, del humor y la cooperación. En la vida de las grandes ciudades hay un desproporcionado espacio para los automóviles, los edificios, para los grandes que están muy ocupados y corren detrás del “Hayqué”, un virus peligroso y muy contagioso. Se cierran espacios públicos, se cercan plazas, se plastifican potreros. Está ganando el sedentarismo y el “yo me arreglo solito”.

Los dispositivos electrónicos -que son fuente inagotable de información preciosa- producen la ilusión de estar junto a otros, pero te meten dentro de tu propio ombligo, en un círculo de individualismo donde se rompen las redes de solidaridad y comunidad. Aunque las redes parecen unirnos, pueden ser como las redes de los pescadores, que nos atrapan. ¡Creo que nunca estuvimos tan solos, solas, aislados, sin compañeres de juego!

Entonces, como el juego y el arte crean las condiciones para todo lo contrario, porque son fuente de unión, de creación de nuevas reglas, de placer,  creatividad, de pensamiento divergente, de rebeldía, de cuestionamiento, creo que como nunca es vital dar lugar a lo lúdico para recuperar el entramado humano. El prestar atención y no desatender una necesidad humana de primera línea, imprescindible, que nos religa con nuestra historia en esta tierra, que es creadora y transformadora de cultura.

-¿Por qué la didáctica escolar desde los 6 años clausura el juego como parte natural del aprendizaje? ¿Y cómo se te ocurre que una escuela tradicional puede volver a incorporarlo?

-Al juego se lo clausura porque es peligroso. Quien juega, crea, discute las reglas, construye pensamiento crítico, diferencia lo imaginario y lo fantástico de lo real, aprende a ser social, a jugar en equipo, a perder y a ganar, a frustrarse. Y eso es muy peligroso para este sistema. Al juego se lo confina al recreo porque se sostiene una falsa creencia, de que lo importante sucede dentro de un aula y lo de afuera es casi un mal necesario. Dicen y piensan las maestras y los maestros: ¡Salgan al recreo, a ver si descargan y vuelven tranquilos y se quedan quietos en el pupitre!  Adentro está lo serio: pizarrón, cuadernos, tareas, dictados, exámenes, acumulación de datos y exigencias de rendimiento y utilidad.

Lamentablemente, no son muchos los maestros y maestras que toman conciencia de la verdadera causa por la que sólo se puede jugar en los recreos, no se cuestionan estas prácticas porque están demasiado arraigadas. ¡Esta disociación entre el juego y aprendizaje es algo tan dañino! Y es un hábito institucionalizado. Se cree que si a los 6 años se les permite jugar, perderán el tren de ser personas de bien para el aparato productivo…

-Entonces, ¿creés que no hay intenciones de incorporar el juego en la escuela tradicional?

-No lo creo y no lo veo. Casi todo el material teórico que se sigue publicando, los artículos de divulgación, los documentos ministeriales, en los Congresos de Educación, Cursos y Talleres hablan e incluyen al Juego en sus ejes, pero para usarlo como herramienta para… Para enseñar nociones y conceptos, para que sea más divertido, liviano para les estudiantes. Pero no se entiende que el Juego es juego si es libre y desatado de toda expectativa de producto pre-determinado.

-¿Y por qué no sólo la escuela, los propios padres y madres tienen miedo de que sus hijos jueguen «tanto»?

-El miedo de la Escuela y sus representantes y el de los adultos cuidadores en el hogar, lo explico siempre. Temen que se lastimen, que les pase algo, que se peleen, pero sobre todo, ya son adultes que fueron domesticados desde la entrada a primaria, se han creído que jugar no es cosa seria, que si juegan perderán tiempo de lo más importante. Que dejarlos jugar no es ser responsables, que si no se les exige que se sacrifiquen por el futuro luego serán vagos, sin voluntad, sin respuesta al mundo competitivo al que los quieren hacer encajar. Olvidaron por completo el placer que sintieron cuando ellas y ellos eran pequeños.

-Muchas de tus capacitaciones las das en escuelas o espacios de aprendizaje alternativo de distintas partes del mundo. ¿Ves algo en común entre ellos, más allá de la filosofía o mirada pedagógica que prefieren?

-Tienen todo en común. En México, Colombia, Panamá, Uruguay, Ecuador, España… No se entiende mucho qué aprenderán si contratan un Taller de Juego y Arte. Les resulta difícil entender el beneficio de participar como adultes en un espacio y un tiempo solo para jugar por jugar.

Cuando planteo juegos de integración y de competencia, se encienden. Allí se sienten muy cómodos: la algarabía, el éxtasis se apodera del grupo, sean 30, 60 o 120 personas. Pero cuando invito a juegos de cooperación, en general se aburren, no los desafía si alguien no va a ganar. Y esto se repite una y otra vez. Y ni hablar cuando se inicia el juego no dirigido. Muchos se angustian, no saben cómo empezar, ven ridículos a los otros que ya pudieron iniciar el movimiento. No entienden qué se puede hacer con material no estructurado, o con “basura”.

Pero como tienen una duración de al menos 4 horas, les voy acompañando hasta que el impulso lúdico calienta motores, y después no quieren dejar de jugar. Finalizan la experiencia relajados, felices, emocionados y algunos angustiados. Se identifican con sus hijas e hijos, con sus aprendices, y se dan cuenta qué poco dejan jugar.

-¿Creés que los funcionarios con poder de decisión en Argentina están dispuestos a acompañar a los proyectos educativos alternativos, o pensás que eso está aún muy verde?

-Según mi percepción es puro discurso, se escribe y se habla del juego, de la creatividad, pero luego no liberan partidas presupuestarias para facilitadores, armado de ludotecas, talleres, capacitaciones. Conozco experiencias hermosas como CAFF en Tigre, Imaginautas en Rosario, El Puilquén en General Belgrano, y mucha gente trabajando en la gestión y sostenimiento de ludotecas, creo que casi no hay apoyo de los Ministerios y Secretarías. Son iniciativas privadas, de pequeños grupos, de ONGs, grupos como Cáritas, AMIA, asociaciones que a pulmón dan de su tiempo y recursos para junto con los comedores y merenderos acompañar a las infancias tan olvidadas y desvalidas. Y pido disculpas si existen y yo por ser viajera desde hace ya 7 años, no las conozco.

-Si tuvieras hijos o hijas en esta época, ¿qué harías con ellos? ¿Cómo los acompañarías en su desarrollo?

-Tengo hijas adultas y ya 3 «nietos» (no biológicos) Sigo aprendiendo y sigo comprometida con el acompañamiento a las hijas que, aunque grandes, me permiten seguir aprendiendo, ¡y mucho! Y con los nietos, vinculándome muy diferente a como lo hice con las chicas cuando eran chicas. Ahora privilegio el trabajo para la autonomía, el respeto, la amorosidad, los límites que nunca terminan de ser necesarios. ¡A veces ellas me los ponen a mí!

Cuando encuentro una lectura interesante, la comparto, hablamos mucho del tema, me piden consejos, respetan mi recorrido, aunque queda claro que ahora ellas son las que marcan un rumbo y yo acompaño.

-Parte de tu trabajo es recibir consultas de familias en etapa de crianza, ¿cuáles suelen ser los temas que les preocupan?

-Los límites siempre son el “Top 10”, y ahora se han agregado dos temas que están angustiando mucho a las madres, padres y maestros: la sexualidad, los abusos, temas de género, las nuevas tecnologías y sus alcances. Delitos, tiempo, límites.

-Si pudieras barajar y dar de nuevo todo el sistema educativo argentino, ¿cómo lo armarías?

-¡Já! ¿Un sueño o una pesadilla? La Educación y sus modos de ponerla en práctica es algo que responde a las épocas, contextos, necesidades urgentes frente a otras ideales. En principio no podría ser algo nacional porque en nuestro territorio hay muchas realidades, geografías, densidad demográfica, acceso a la salud, la alimentación, el tiempo compartido con la familia nuclear, las formas de tramitar el trabajo remunerado. Son tantas las variables que en principio trataría de descentralizar la cuestión.

Confiaría en que cada comunidad a la que se le de el poder de decidir pueda ser gestora de una realidad acorde a sus necesidades e intereses, acompañados por apasionados/as, honestos/as, personas que hagan de este acompañamiento su trabajo y misión. Sean o no técnicos, licenciados, doctores o secretarios de educación.

No haría obligatoria la escolarización de ninguna manera: permitiría que surgieran propuestas muy diferentes como árboles en un ecosistema, donde se convive y se crece en la diferencia.

Daría voz a maestros de la vida, conviviendo con los de la academia y los vecinos. Todos tenemos para aprender y para enseñar, sólo hay que encontrarse.

Haría talleres para que nazcamos en la familia, desde pequeños y pequeñas pudiéramos aprender a cultivar y cocinar los alimentos, confeccionar nuestras ropas, construir casas y refugios. Aprender sobre el reconocimiento de plantas comestibles, medicinales, venenosas. La interacción con los insectos y otros animales, el ciclo del agua y su cuidado, las formas de alimentarnos material y espiritualmente de manera equilibrada y amable con nuestro cuerpo y el planeta donde nacimos. El alimento es nuestro combustible y nos alimentamos muy mal, esto lo relacionaría con las culturas ancestrales.

¡Esa para mí es una escuela ideal! Sin división de edades, sin sistemas arbitrarios de evaluación. Con invitación a crear reglas y normas grupales, decidir qué hacer con los que por una u otra razón transgreden, cómo acompañarles. Qué y cómo aprender a respetar a cada ser humano, con sus capacidades, dis-capacidades, fortalezas y debilidades.  Algo más tribal. Suena muy utópico, pero hay gente que lo está logrando.

-¿Cuáles son las lecturas, películas, experiencias que recomendarías a las personas que acompañan niños en cualquier ámbito, desde los padres y madres, hasta los educadores y terapeutas?

-Uy, ¡hay tanto! Algunos de los libros de mi biblioteca, que forman parte de mi historia como lectora, y que está desparramada por al menos 15 lugares, gente que custodia libros que yo ahora no puedo cuidar. Autores como Francoise Doltó, Donald Winicott, Enrique Pichón Riviere, Carl Jung, Alice Miller, Freud (Psicoanálisis y psicología), Claudio Naranjo, Krishnamurti , P. Ouspensky (desarrollo personal, espiritualidad), Paulo Freire, María Montessori, Rudolf Stainer, Loris Malaguzzi, Ivan Illich, Olga Cosettini, J. Taylor Gatto, Francesco Tonucci, Rebeca Wild, Casilda Rodrigañez, Eulalia Bosch, Naomi Aldort, Peter Gray (Educación, Crianza), Arminda Arberastury, Graciela Scheines, Humberto Maturana, Roger Caillois, Eliade Mircea, Joan Huizinga, Rollo May (Juego, Creatividad, Filosofía) Bernard Acoutourier, Daniel Calmels (Psicomotricidad relacional), A. Neill, Makarenko…

Y experiencias: ir al campo, caminar, recorrer el barrio, viajar, ir al teatro, al museo, al cine, a las librerías, a ver títeres, clown, circo, danzas, espectáculos callejeros, recitales, visitar asilos, fábricas, talleres de artistas, carpinterías, herrerías, monumentos, navegar, andar a caballo, nadar, cuidar una huerta. Visitar experiencias sociales, comunitarias, escolares, ludotecas… ¡VIVIR!

Entrevista de Dolores Bulit

Fotos de Flor de Juego

Dolores Bulit

Nací en la Ciudad de Buenos Aires en 1972. Mi educación formal ocurrió en el jardín Casa de los Niños fundado por Elena Frondizi, la Escuela Normal Nacional en Lenguas Vivas “John F. Kennedy” y la Carrera de Comunicación Social de la Universidad de Buenos Aires. Mi educación no formal se amasó en una familia numerosa, presente, matriarcal en medio del patriarcado, de clase media profesional. Sin presiones curriculares o extracurriculares, con mucho tiempo y enorme oportunidad para el juego libre en la ciudad y en el campo. También me eduqué en mis empleos y en mis viajes, en mi pareja y con mi maternidad, con todas las personas que pasan por mi vida y a través de mi experiencia más reciente y transformadora con la gestación de Tierra Fértil, un espacio de aprendizaje basado en el juego y la autogestión con 8 años de historia.

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1 Respuesta

  1. 22 de diciembre de 2020

    […] favorita, Virginia Blaistein. Pueden repasar la entrevista que le hice acá: https://alteredu.com.ar/2020/03/03/disociar-el-juego-del-aprendizaje-y-dejarlo-para-el-recreo-es-dan…. O consultarla directamente por acá: https://www.facebook.com/FLOR.DE.JUEGO / […]