Nieta y abuela, gestoras de otra educación en Fisherton y Funes

Sofía Mendez es educadora, militante de la justicia social, viajera, madre de dos y emprendedora educativa. Desde hace no mucho vive con su familia en Funes, el pueblo cercano a Rosario donde las alternativas educativas están floreciendo. Impulsadas por la pandemia, muchas familias se instalaron en este paraje que conserva naturaleza y costumbres de pueblo chico.

Silvana Sandri de Méndez tiene 97 años y es fundadora histórica de la escuela Integral de Fisherton, una experiencia pedagógica nacida en los años ´60 con el propósito de respetar la singularidad e integrar las culturas de sus estudiantes que sigue abierta en ese barrio del Gran Rosario .

Quiero saber cuánto de la abuela hay en la nieta y, de paso, conocer en vivo cómo se va gestando una propuesta pedagógica no convencional que tiene múltiples vertientes e influencias. Es que Sofía y Yayo, su pareja, viajaron enseñando astronomía y hoy están dedicados a consolidar el proyecto de aprendizaje de «La casa de la tirolesa», que empezó como un lugar de juego en su casa abierto a otros niños. 

-¿Quién era tu abuela y qué de ella hay en la educadora que sos hoy?

-Creo que soy una síntesis de muchas cosas: mi abuela, la Integral, el Proyecto Miradas (de astronomía vaiajera) y mi militancia en los barrios. Todo eso me llega en un momento de madurez como mujer y de encuentro con compañeras con las que sentimos que podemos ir juntas en este proyecto pedagógico de «La casa de la tirolesa».

Mi abuela era italiana, hija de albañiles, y aunque se recibió de maestra en Argentina no podía ejercer porque no tenía la nacionalidad. A finales de los años ´50 arma un proyecto en su casa para los chicos del barrio, en Fisherton, que en ese momento era chico y tranquilo como es Funes hoy. Recién llegada de Italia, había sido alumna de Fermina, una maestra influenciada por Decroly que salía a hacer las compras por el barrio con los chicos para cocinar el puchero. Querían repetar su singularidad, integrar la cultura de cada uno. Siento que eso fue fundante, y había además padres y madres muy respetuosos de sus hijos, en muchos casos anarquistas. No había una linea pedagógica como modelo, aunque sí estaba el pensamiento de una escuela activa, no estática. También siento que había una disconformidad del colectivo y la necesidad de construir con compromiso y responsabilidad. Y con la particularidad de que para elegir maestros se armó un jurado, del cual formaron parte las hermanas Cossettini y otras maestras de avanzada.

Me encuentro con ex alumnos que ahora tienen 50 o 60 años y me cuentan. Ahora no es lo mismo, pero siempre tuvo como característica que no tiene dueño y está gestionada por una mutual. En las aulas se siguen compartiendo mesas, hay amor y una impronta artística. Entre los `60 y los ’80 fue su época de esplendor, y en el `87 hubo un quiebre en la mutual y mi abuela se fue. 

Con otras mujeres se organizaron y armaron un espacio cooperativo en Barrio Belgrano que se llamó «Vivir y convivir». Alquilaron una casona vieja de esas con altillo sótano y pileta y hacían eso que yo veo ahora en los espacios de educación libre, donde no hay un curriculum único. Yo participé de ese espacio cuando era chiquita. Había alguien que se encargaba de las gallinas, otra de la huerta, otra de las actividades artísticas. Mi abuela siempre investigaba e invitaba a las personas a visitarla. En el ´93 dejó de ser una cooperativa y pasó a ser una escuela con dueñas. 

De esa experiencia de cooperativa tomo la ley italiana de las escuelas abiertas inclusivas. Y también me encuentro con Reggio Emilia, donde se habla de las escuelas y el derecho al aprendizaje para todos por igual, ni siquiera hablan de integración, porque todo el mundo es potencialmente capaz de aprender algo. Hice mi escolaridad en la Integral, como casi todos mis primos. Volví a la escuela a dar talleres, hice cosas interesantes pero sentí que no era mi lugar. 

-¿Y fue ahí cuando decidieron viajar?

-Sí. A mis 30 me fui de viaje con Yayo. Negra nació en México un año después de nuestra partida y Coral en Brasil, cuando estábamos ya volviendo. Viajamos porque para mí la docencia es poder hacer algo que alimente y me alimente. Si pasábamos por una escuela, conversábamos con las organizaciones locales para hacer algo. Sobre todo fuimos a escuelas rurales, y conocimos muchas formas que tenían para organizarse; aprendimos mucho. En Ecuador un grupo de familias originarias habían armado una escuela para que sus hijos no tuvieran que trasladarse a las ciudades y abandonar lo que eran y la vida que llevaban con orgullo. Ante la amenaza de dejar de existir como comunidad, se organizaban e inventaban algo. En Chile, igual. En un pueblito cerca de Calama había una pequeña escuelita donde el ministerio y el sostén económico estaba separado de lo pedagógico. No les convenía sostenerla por cinco alumnos, pero las familias no querían trasladarse aunque les ofrecían llevar a los chicos en bus a otra escuela. Finalmente consiguieron quedarse en esa escuela, que además consideraban que era parte de su herencia porque era un antiguo pucara.

-Cuando volvieron, después de esas experiencias, ¿qué sentías acerca de la educación de tus propias hijas?

-Todo eso que vivimos me parecía muy genuino, situaciones de mucho encuentro y cuidado. Cuando llegamos acá me parecía muy difícil tomar la decisión de institucionalizarlas. Teníamos el proyecto de vivir en el campo en la isla en Entre Ríos. Me anoté para ser maestra jardinera ahí y también a las nenas en el del pueblo, mi compañero es carpintero y comunicador social. Nos llegamos pero al año el lugar se inundó y decidimos volver.

Volvimos con mucho trabajo relacionado con nuestro proyecto de astronomía educativo y cultural. Todos los jardines me parecían, al menos, raros. Río Libre recién estaba empezando y no pudimos ir. Empezaron en un jardín común pero también las llevábamos a Alamo Azul, donde también trabajé. Fue ahí cuando nos mudamos a Funes. Tuvimos años de crisis, nos separamos y nos juntamos. Yo volví a trabajar en una escuela común pero que trabajaba con proyectos y tenía hectáreas de bosque. Ahí conocí a mis compañeras actuales de «La casa de la Tirolesa», lele y Anto. Hay mucha tribu ahora en Funes, familias que vienen a tener más tiempo para acompañar a sus hijos, personas más permeables a la naturaleza y que tienen cierto compromiso con las situaciones políticas, de estar atentos a las injusticias.

A mis hijas les gusta mucho ir a la escuela, y yo les ofrezco elegir. Coral va al Integral, hizo amigos, sigue siendo muy linda, con patio de tierra, árboles, la bilbioteca en el medio, salen a caminar por el barrio. Y Negra va a la escuela 1061, tiene un buen grupo y para ella es suficiente. En mi casa, además, no paran. Siempre hay algo para hacer y gente con la cual compartir.

La Casa de la Tirolesa. en Funes

-¿Qué cosas te dejó el viaje que formaron la mirada que como educadora tenés hoy?

-Siempre fuimos viajeros con Yayo, cada uno por su cuenta. Creo que alimentar las experiencias de la vida te da contenido y sentido. Tengo que sentarme a escribir porque aprendí muchísimo. Hago una lectura de ciertos modismos que se van formando sobre lo que es la educación, en general ligados al consumo, porque la educación no deja de ser algo posiblemente alterado del mercado. Me gustó de esas escuelas que conocí que no sueltan sus propias identidades. Tuvimos la suerte de estar en Chiapas cuando los zapatistas abrieron sus comunidades para los visitantes. Llegamos a un caracol y participamos de sus asambleas y plenarios, donde contaban qué era para ellos la libertad, la autogestión y la soberanía. Fuimos cinco días a vivir a una comunidad haciendo las mismas tareas que todos, con una «guardiana» que me acompañaba todo el tiempo. Eran 20 familias con un pequeño espacio de aprendizaje, con una maestra que mantenía su rol por dos años y después tenía que llegar otra persona. Por eso no había una formación estática que marcara qué se debe enseñar: cada uno enseñaba desde su propia experiencia y construcción, y por eso era importante pasar por todos los roles dentro de una comunidad. Se enseñaba y se aprendía con lo que había. Fue tan lindo.

Muchos europeos se querían quedar. Uno preguntó qué pasaría si después los chicos quisieran ir a la universidad. Hubo un silencio absoluto y alguien respondió que tienen un sentido identitario tan fuerte que no intentan pertenecer a un mundo determinado, no compran el deber ser. En la asamblea final fueron muy claros: que son experiencias necesarias de transformación cuando hay una conciencia de injusticia. Pero no son experiencias que se puedan trasladar como modelo, y ahí es donde encuentro los límites de algunas pedagogías, que pueden transformar en su propia geografía. Eso a mí me ordenó: ahora estoy acá, en Funes, y soy litoraleña. Creo que dentro de la Integral había mucho de eso. Mi abuela siempre tuvo mucha seguridad de lo que hacía, así que no le interesaba ceder para gustar.

-Pero si tu proyecto encontrara ciertos límites, ¿cederías? ¿En qué?

-El respeto a nuestro trabajo, eso es serio y sirve para ordenar a las familias que llegan a nuestro espacio. Sabemos que está en discusión la ley de educación de gestión social y cooperativa y nos gustaría entra en un movimiento más amplio, para no quedarnos en una burbuja. Creo que hay que ceder sabiendo siempre que podemos ser desobedientes. Decidir entrar siendo desobedientes. Con la verdad, y bancarse lo que venga. Paso a pasito, en principio buscamos la aprobación municipal. Soy psicóloga social y entiendo el juego de las contradicciones. También me gustaría poder darle un giro para que sea más democrático. 

De integrarnos a la gestión social y cooperativa me daría miedo tener que seguir lo curricular, es decir, que las cuestiones administrativas le roben tiempo y se transforme en algo más importante que la vivencia placentera de aprender. Que te desaliente, que es lo que veo que pasa con las directoras. 

Otro gran problema, y pasó en El Pesta, es que lo económico termine siendo una determinación del proyecto, y como militante me genera contradicción que no accedan quienes no puedan pagar. Me gusta trabajar en educación porque es un movimiento permanente de conocerte, transformar, desarrollar la creatividad, y eso te lo da estar en un ambiente de mucha oferta de estímulos.

-¿Qué cosas te atraen de la mirada Reggio Emilia?

-Supongo que por la psicología social de Pichón Riviere, estaba en mi familia, mi abuela trabajó incluso con él. Cuando armamos el proyecto de astronomía proponíamos agudizar la mirada para hacerla más profunda y crítica, usando múltiples lenguajes. En una escuela privada de Valle Bravo, cerca de Querétaro, nos pagaron para llevar nuestro taller. Ahí conocí a Laura, que había ido a Reggio Emilia. Y ella me decía que lo que yo hacía «era muy Reggio». Y yo, con mis prejuicios, me decía que eso era para otra gente porque era algo muy caro. Desde ese día me quedó el bichito picando. Por la pandemia no pude ir, pero hice una formación online y luego viajé al Centro Internacional Loris Malaguzzi. Me conmoví muchísimo porque las formadoras me parecieron muy generosas en la forma de contar y hacérnosla vivir. Te dicen que esto es una experiencia con la que cada uno verá qué hace como enfoque.

La primera escuela nace en los años ´60, en coincidencia con la Integral, como fruto de la organización de una comunidad. Salían de una guerra y se preguntaron si debían hacer un cine. Pero las mujeres querían una escuela y le pidieron a Loris Malaguzzi que las acompañara. Querían que la escuela trabajara para la democracia y para la paz, y desde ese momento empezaron a trabajar para ser reconocidas por la ley.

Algunos eran del Partido Comunista. Me parece interesante ese nacimiento político de esa escuela, es una fuerza sostenible en el tiempo. Y, por otra parte, tiene un montón de cosas muy atractivas, como el arte y la investigación. Que tiene coherencia con mi experiencia de que el proceso es un proceso y no tiene un fin determinado. Del respeto por la identidad porque todos somos constructores de cultura. Eso fortalece una idea del mundo que nos merecemos. Y aunque yo crecí en la naturaleza, tuve que agudizar la mirada. La geometría, los colores y el arte de las hojas o un insecto. Me gustó esa mirada no condescendiente que tienen, como la que solemos tener con los chicos. 

-¿Cómo están modelando las rutinas y propuestas de «La casa de la tirolesa»?

-Estamos conectados con la biblioteca popular, así que aprovechamos eso. También tenemos un espacio asambleario y seguiremos dándole forma este año. Vienen talleristas a ofrecer sus actividades. El año pasado hice una formación con Aine Corrizo en Río Libre y una diplomatura en gestión educativa de FLACSO. Además,  estoy en contacto con Paula Lo Celso de la escuela Montessori de Funes. Solemos hacer reuniones como maestras para enriquecernos y siempre nos cruzamos en un circuito de familias de las dos escuelas de mis hijas, las ferias y los eventos culturales.  

Cada vez valoro más que el espacio que mi abuela nos dio en su casa para el encuentro de los primos. Ella viajaba mucho, como me está pasando ahora. Trabajó en las ludotecas latinoamericanas en los ´80, es amiga de Tonucci y trajo la primera imprenta de Freinet, muchas cosas que en ese momento eran solo para entendidos. ¡Esa imprenta la tenemos hoy en casa y la usamos! Mi abuela, ahora me doy cuenta, se ocupó para ofrecerlas con mucha generosidad, muy servicial. Todo lo hizo porque había que hacerlo. Hace poco charlamos y yo le contaba inquietudes y me decía: «no lo podrías hacer de otra manera, sos así». Me encuentro con ella en esas cuestiones.

Conocé La casa de la tirolesa: https://www.instagram.com/lacasadelatirolesa/

Conocé el Proyecto Miradas: https://www.facebook.com/ProyectoMiradasArgentina

Conocé el Planetario Móvil de Rosario: https://www.instagram.com/planetariomovilrosario/?hl=es

Mirá el documental sobre el viaje de Sofía y Yayo en México: https://youtu.be/3hSNTniD30s

Mirá «El cielo que nos une», el documental de Canal Santa Fe sobre el Proyecto Miradas de viaje entre 2011 y 2015: https://www.youtube.com/watch?v=TYXrmnxrq0I&ab_channel=SantaFeCanal

Mirá el libro que se escribió sobre la Integral de Fisherton: https://www.lacapital.com.ar/la-ciudad/presentan-libro-educacioacuten-n300830.html

El planetario móvil de Rosario

 

Dolores Bulit

Nací en la Ciudad de Buenos Aires en 1972. Mi educación formal ocurrió en el jardín Casa de los Niños fundado por Elena Frondizi, la Escuela Normal Nacional en Lenguas Vivas “John F. Kennedy” y la Carrera de Comunicación Social de la Universidad de Buenos Aires. Mi educación no formal se amasó en una familia numerosa, presente, matriarcal en medio del patriarcado, de clase media profesional. Sin presiones curriculares o extracurriculares, con mucho tiempo y enorme oportunidad para el juego libre en la ciudad y en el campo. También me eduqué en mis empleos y en mis viajes, en mi pareja y con mi maternidad, con todas las personas que pasan por mi vida y a través de mi experiencia más reciente y transformadora con la gestación de Tierra Fértil, un espacio de aprendizaje basado en el juego y la autogestión con 8 años de historia.

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