Enseñó en una escuela democrática de Brasil y ahora en una de Inglaterra: conocé la experiencia de Andresa

A sus 29 años, Andresa Prata Cuginotti llegó a Summerhill para sumarse al staff del internado. Dos años después volvió a su San Pablo natal para el nacimiento de su primera hija. Pero en 2019 volvió a abrirse una vacante y Zoe Readhead, la hija del fundador y directora de la escuela inglesa, la llamó. Sabía que sus hijos, con 5 y 7 años, ya tenían edad para formar parte de la escuela también.

Hoy Andresa es maestra de la Class 2 de Summerhill. La conocí junto a otros profesores y profesoras en la charla que dieron durante el festival por los 100 años de Summerhill, en Leiston, Inglaterra. Era un encuentro de preguntas y respuestas para satisfacer la enorme curiosidad de los asistentes, que llegamos de todas partes del mundo. «Los niños tienen derecho a tener su propia vida», había dicho Alexander S. Neill entre las principales razones para dar tanta libertad a sus estudiantes.

No es habitual encontrar latinos entre los niños o adultos de la escuela, así que me propuse entrevistar a las dos que encontré para tener un punto de vista desde nuestra región acerca de esa experiencia anglosajona (pueden ver la nota a la mexicana Montse Mejía acá).

-¿Cómo es que llegaste hasta Summerhill?

-Vine primero como houseparent, y también se abrió una vacante para profesor de Ciencias, que tomó mi marido. Somos ingenieros ambos; y yo además soy pedagoga. El no era profesor pero había dado clases de química, así que fue profesor de Ciencias por dos años y medio. Después, volvimos a Brasil, y en 2019 me avisó Zoe que había trabajo otra vez, sabiendo que nuestros hijos ya tenían edad para la escuela. Así que desde ese año estamos acá. Mi marido viaja bastante por su trabajo, va y viene. Cuando está acá es voluntario de la escuela.

-Entonces, ahora sos maestra y tus hijos son estudiantes de Summerhill.

-Sí, soy maestra de la clase 2, que tiene niños y niñas de entre 9 o 10 y hasta los 13 años.

-¿Te resultó fácil ser maestra en un ambiente de tanta libertad?

-Sí. Al comienzo de cada term hacemos grupos y hablamos sobre lo que vamos a querer hacer. Con los de clases 1 se va ofreciendo, pero ya en clase 2 podemos sentarnos y planificar qué hacer. Solemos hacer clases de lectura, de escritura, de álgebra o geometría. Y también proyectos, por ejemplo, hicimos uno sobre la electricidad, otro sobre el cuerpo humano. En base a esa reunión armamos grupos específicos para cada actividad. Entonces, podés tener estudiantes más adelantados en una materia y más atrás en otras. El tiempo se divide en clases que anotamos en el horario y en otro espacio abierto, de arte, de juegos de mesa, de lectura. A veces estoy dando clases en una sala y en otros espacios al mismo tiempo. A veces ellos están muy bien «en la suya» y yo en la mía. Tratando de ser invisible.

-Como decía María Montessori… Cuando se anotan para determinada clase o proyecto, ¿se comprometen a seguir hasta el final?

-El compromiso es por un term, que dura unos tres meses, más o menos. Pueden ser clases de matemática, de inglés, gramática. No están obligado a hacer ninguna, y podrían hacer solo una si quisieran. También se compromete para esos proyectos que tienen cierta continuidad y un plazo, que en general terminan en algún tipo de producción. Claro que si ven que no les gusta, pueden dejar. Y saben que algunas clases son correlativas, entonces, si se van y vuelven en cinco semanas, les puede costar ponerse al día. También hay otras clases que son mas independientes, que son más bien módulos, entonces no tienen tanta continuidad. Tuvimos un proyecto de guía turístico, por ejemplo, y después de dos visitas a Leiston había que escribir algo. Es decir que si iban, después tenían que escribir algo sobre eso.

-¿Ser maestro en Summerhill es más relajado? ¿Hay menos papeleo y burocracia?

-Hay profes que le huyen, pero a mí me gusta el papeleo. ¡Mis informes son larguísimos! Los hago de cada estudiante, pero son internos, ni sus padres ni ellos los ven. Los hacemos para acompañar y seguir el desarrollo, registrar cómo se desenvuelven. Hay que hacerlo bien completo porque no hay pruebas, exámenes. Entonces, anoto qué hacen, cómo se involucran en las cosas. Y también para que tengan un documento si se cambian de escuela. Los niños pueden ver sus informes si quisieran, pero por lo general no les interesa; sólo a veces, de más grandes.

La gran diferencia es que acá no tenemos esa parte que tienen otras escuelas de «gerenciar» el comportamiento en las aulas, y en se sentido es muy tranquilo. Acá está en cada lugar el que quiere estar. No pasa como en otros lados, donde los que no quieren boicotean para que no funcione para nadie más. Si alguien empieza con eso acá, le recordamos que se puede ir. Así que esa parte del trabajo es mucho menos cansadora.

Hago una planificación, pero fluida: si veo que eso que preparé no funciona, está bien. Lo que veo es que los chicos y las chicas progresan mucho más rápido que en otras escuelas cuando están interesados. Y entonces les pasa que se entusiasman. Mi hija está en mi sala, hizo muchas cosas y aun así tenía mucho tiempo libre. Acá no hay tarea y no tengo que llevarme a casa cosas para corregir. Y eso e suna carga menos, me parece.

-¿Conocés las escuelas democráticas de Brasil? ¿En qué se parecen o diferencian de Summerhill?

-Sí. Trabajé en Lumiar de 2013 a 2016, y conocí a parte del equipo de Politeia, aunque nunca trabajé allí. Creo que el respeto a los niños y las niñas es parecido, pero al menos en Lumiar las clases y los proyectos son obligatorios. La ley obliga a poner nota, incluso aunque se trabaje por proyectos. Yo tenía que poner la nota pero hacía era un histórico de cada estudiante y les explicaba.

Al principio en Lumiar la asamblea era obligatoria. Pero un año nos vinimos de intercambio una semana a Summerhill y cuando volvieron a San Pablo los estudiantes pidieron que no fuera más obligatoria. Lo que pasaba era que aprovechaban el momento de la asamblea para jugar, porque era el único. Ahora no sé cómo es, pero los profes en ese momento preferían que lo fuera.

-Si las normas educativas fueran diferente en Brasil, ¿creés que las escuelas democráticas serían más elegidas, más populares?

-Creo que de todas formas tendrían un público pequeño. Ahora la legislación es muy cerrada, no permite los grupos multietarios, ni dejar de dividir la enseñanza en materias o dejar de poner calificaciones.

-¿Tenés saudade de alguna cosa?

-Brasil es diferente, claro, pero me siento cercana. En Brasil la gente se vive abrazando, es casi automático abrazar a una criatura, y el primer día de clases ya te rodean. No creo sentir falta de muchas cosas y con el jeito de la escuela estoy feliz.

-¿Planean que sus hijos hagan toda su escolaridad en Summerhill?

-En principio habíamos pensado que a sus 12 años nos iríamos para que ellos hicieran la experiencia completa de vivir solos. Pero cuando ese momento llegue, lo van a decidir ellos.

-¿Qué opinan tus conocidos de Brasil sobre Summerhill?

-Nos apoyan aunque probablemente no mandarían a sus hijos acá, pero ven que progresan. Algunos amigos educadores que estudiaron sobre Summerhill se sorprendieron porque pensaban que era un cuento de hadas. ¡Pero existe!

Dolores Bulit

Nací en la Ciudad de Buenos Aires en 1972. Mi educación formal ocurrió en el jardín Casa de los Niños fundado por Elena Frondizi, la Escuela Normal Nacional en Lenguas Vivas “John F. Kennedy” y la Carrera de Comunicación Social de la Universidad de Buenos Aires. Mi educación no formal se amasó en una familia numerosa, presente, matriarcal en medio del patriarcado, de clase media profesional. Sin presiones curriculares o extracurriculares, con mucho tiempo y enorme oportunidad para el juego libre en la ciudad y en el campo. También me eduqué en mis empleos y en mis viajes, en mi pareja y con mi maternidad, con todas las personas que pasan por mi vida y a través de mi experiencia más reciente y transformadora con la gestación de Tierra Fértil, un espacio de aprendizaje basado en el juego y la autogestión con 8 años de historia.

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