Una historia sobre la educación libre en Perú a través del relato de Gabriela Zavala Gianella

En Perú existe una red que se esfuerza por hacer visibles otras miradas educativas. Gabriela Zavala Gianella es peruana-argentina y una pieza importante que resume en su propia vida y la de sus dos hijos un recorrido por dos espacios de educación libre en Lima y Cusco. Co-fundadora de Casita Munay en la ciudad capital, hace cuatro años llevó sus petates hasta Tikapata, una escuela libre en el bellísimo valle cusqueño a la que ahora van sus hijos y en la que, inevitablemente, participa de forma activa.

Encendemos nuestras cámaras para la entrevista y siento a sus hijos de 9 y 12 correteando por ahí. Me cuenta que están ofreciendo una formación online en pedagogía libre (el formato virtual de una formación anual que se ofrece desde 2011 en Perú). Y que la pandemia ha sido una sacudida para todos, pero que también ha traído cosas buenas. Le pido empezar contándome su línea de tiempo, porque es la historia de cómo la psicomotricidad y la educación libre se han afirmado como el corazón de varias propuestas en Perú.

«En Lima trabajé en Retama, que es la propuesta de educación inicial más antigua que se pueda relacionar con la psicomotricidad. Cuando conocí ese espacio vi que había elementos en común con la expresividad del juego espontáneo y me fascinó. Me quedé tres años trabajando allí. Y si bien todavía no había formación en psicomotricidad en el país, hicimos grupos de estudio autónomo tan serios como nunca antes había hecho, con análisis exhaustivos de situaciones de juego, estudio de casos», arranca Gabriela.

-¿En qué momento entra en tu vida La Caseta?

-Llegué a Barcelona en el 2000 buscando la formación de Acouturier que no había en Perú. Una formación en ayuda terapéutica que ofrece la AEC (Asociación para la Expresión y la Comunicación). Y también pasó que a los tres meses de llegar a a España conocí a Paco, que hoy es mi compañero y papá de mis hijos. A mí me interesaba en especial explorar el tema de los vínculos con las familias, y mis formadores en psicomotricidad me derivaron a La Caseta. Llegué, y casi nada más atravesar la puerta, ya estaba jugando con los niños y las niñas y sintiéndome como en casa. Eso fue en 2003, mi gran zambullida en la educación libre, cuando La Caseta estaba comenzando a posicionarse como propuesta educativa que iba a inspirar a otros más tarde. Me quedé siete años trabajando ahí. Tenía este latido de que si volvía a Perú, quería hacer una «Casita» para compartir todo lo que había aprendido.

-¿Estaba bien instalada en Catalunya la psicomotricidad?

-Sí, mucho. Me atrevo a decir que el 60% o 70% de las escuelas públicas incluye la Práctica Psicomotriz Acouturier, y algunas hasta segundo grado porque se contempla el primer septenio como período importante para cuidar. Claro que es una o dos veces por semana y luego vuelven al formato más tradicional. En eso fue pionera La Caseta, porque creó un diseño que entendía la psicomotricidad como parte del trabajo por ambientes, ampliando toda la exploración corporal y el juego espontáneo como parte del contexto cotidiano para los niños y niñas.

-Pero no había «escuelas o jardines Acouturier», ¿no? ¿Qué opinaba él de incorporarla así, a contextos educativos?

-En muchos espacios se ha ido incorporando la Práctica Psicomotriz como parte de una propuesta educativa. Pero cuando lees lo que Acouturier describe como una escuela coherente, mucho son parte de los principios de la escuela libre. ¡Hasta tuvimos el privilegio de recibir su visita en Casita Munay en Lima! Fue un regalo para reconocer la ruta que estamos diseñando. Para la educación infantil, el juego espontáneo es la base para el aprendizaje, así como lo propone la práctica psicomotriz.

-Y ahí empezó tu romance con la educación libre.

-Una de las cosas que más me cautivó de la educación libre es que cada proyecto hace su propia integración a partir de la gente, equipo y familias, como las condiciones materiales que tiene. Y cada vez hay más apertura a saber que hay híbridos. Lo sistémico, la psicomotricidad, Reggio Emilia, Montessori, Waldorf, cabe algo de todos. De hecho, ahora en Catalunya hay escuelas de libre creación que han adoptado todo esto, y son avaladas por el Estado. Buscan que haya más de un adulto cada 25 niños, y lo hacen con voluntarios o familiares. Yo vislumbro eso, que ya no se sigue solo un autor o marco concreto de manera única. Se toman como puntos de inspiración que se van recreando a partir de diferentes integraciones. Y todo con la columna vertebral de las personas que vamos acompañando. Claro que para cuidar la coherencia hay que cuidar los principios, algo que creo posible cuando hay un trabajo de conciencia y auto-conocimiento permanente. Estuve en Barcelona en ese momento de multipicación y expansión de los proyectos de Educación Libre, algo que ha continuado exponencialmente desde que me mudé a Perú.

¿Cuándo fue que cruzaste el Atlántico?

-Cuando fui mamá, allá en Barcelona, seguía este deseo de querer probar volver a Perú. Mi mamá era argentina, yo ya con 9 años en Barcelona me sentía tricultural y ya sabía que siempre iba a estar repartida. En 2009 mi hijo mayor ya podía entrar a La Caseta, y era el momento de decidir. Nos mudamos a Lima a fin de año y a comienzos del 2010 La Casita peruana ya había empezado. Me encontré con Paola Valladares, que había sido compañera en Retama y que ya se había formado en Perú en atención temprana desde los principios de Emmi Pikler. La reconexión fue inmediata, con mirarnos nomás nos entendíamos para poder acompañar a los niños y las niñas en un mismo marco. Para el inicio de La Casita en Perú pudimos acordar con una gran compañera también de Retama, Silvia Callirgos, el uso del centro de psicomotricidad que tenía, que estaba libre en las mañanas con una sala ya armada. Al principio con 4 niños y poco a poco fue creciendo el grupo. Luego llegó Sofía Palacios, que tenía experiencia acompañando embarazos como doula, y se abrió esta perspectiva y proyección de acompañar todo el período desde el embarazo hasta los 6 primeros años como el nido donde se empiezan a sentar las bases de todo. Así nació Munay Wayra, que quiere decir en quechua «viento o espíritu del querer». Hoy la llamamos Casita Munay, integrando ambos nombres.

-¿Y cómo fue el proceso hasta llegar a Tikapata en Cusco?

-Desde que nis mudamos a Lima estaba la idea de no asentarnos del todo allí para poder vivir más cerca del campo. Pero buscábamos lugares donde hubiera la posibilidad de darle a nuestros hijos una continuidad en la vivencia de una educación respetuosa. Empezamos a mirar opciones para integrarnos a algo que ya estuviera funcionando. Estaba «Semillas de vida» en Huaraz, o una comunidad en Oxapampa, que es un ambiente más de selva a diez horas de Lima. Y luego estaba Tikapata, que habíamos conocido en un viaje familiar en 2014. El verano siguiente pude conocerlo más profundamente, ya que vine a compartir un taller con el equipo y me enamoré de la propuesta. Así que nos decidimos a hacer el traslado. Tikapata ya venía funcionando desde el 2008, con una propuesta claramente encaminada y toda una ruta recorrida. En 2016 Tiago, mi hijo menor, había terminado su ciclo en La Casita y nos mudamos entonces al valle. Al principio mi vínculo con la escuela era solo como mamá, pero desde mi experiencia previa con la Educación Libre hizo que no pudiera dejar de vincularme con el equipo y la construcción de la propuesta, que siempre está recreándose. De esta forma me fui acercando cada vez más al equipo y a la coordinación, hasta formar parte. Nunca con un grupo a mi cargo sino siempre como apoyo o asesoría a la coordinación con el equipo y el trabajo con las familias.

Desde el 2016 comencé a compartir la formación anual de Pedagogía Libre en Tikapata, en la que han participado hasta hoy la mayoría de las y los acompañantes. Un proceso que ha contribuido a unificar la mirada, que tiene que ver sobre todo con hacerse cargo del propio crecimiento, reconociendo qué es de uno y qué es del otro/a (niños/as, compañeros/as, familias), así como los principios de intervención en esta mirada educativa. Me gusta mucho la diversidad del equipo de Tikapata porque tiene muchos perfiles: ingenieros, comunicadores, biólogos, etc. Para ser parte se hace una entrevista en profundidad para ver sobre todo si existe la voluntad de aprender de los niños y niñas de mirarse a uno mismo. Igual que en La Casita Munay y en Mares, otro espacio referente de educación libre en Lima, con el que tenemos grandes vínculos. Está todo de alguna forma entretejido, porque varias personas del equipo han ido participando de cada una de estas propuestas.

-De alguna manera, tu familia se fue construyendo alrededor de la educación libre…

-Sí, es una búsqueda personal, y si no hubiera tenido hijos probablemente también estaría en un camino parecido. Pero los hijos han sido los impulsores de los tiempos y los cambios. Y Paco tiene una capacidad de adaptación admirable, es muy versátil y eso ha sido súper importante en todos los movimiento que hemos vivido. Yo, en cambio, estoy en mi monotema educativo desde siempre, desde la genética porque mi mamá y mi papá eran profes…

Es un regalo estar en el valle, y Tikapata ha sido gran parte de todo. Yo venía de una formación que se llama justamente Práctica Psicomotriz porque tiene un peso enorme la intervención directa, pero con mucho estudio, fundamento y encuadre. Como muchas otras propuestas que había conocido, que tenían personas formadas, siempre con una base académica. Encontrarme con Tikapata y ver que se ha llegado a las mismas reflexiones y entendimientos, pero desde la experiencia directa, ha sido una gran oportunidad para valorar la diversidad que somos. Reconocer que en ese camino de escucha y diálogo genuino y honesto se puede construir respeto y diseñar los formatos, recogiendo constantemente lo que niños y niñas van pidiendo, transmitiendo cómo sienten las cosas. Eso es tremendamente valioso.

-¿Cuál es el contexto sociocultural en el que aparece Tikapata y cómo se ha ido formando su identidad el proyecto?

-El Valle Sagrado tiene la particularidad de ser un punto de encuentro de personas que han vivido en muchos diferentes lugares. Hablando con Marcel Boesch, investigador de diferentes propuestas pedagógicas, veíamos eso, que así habían nacido otros proyectos educativos de la región andina, en valles también, como el de Tumbaco en Ecuador. Con familias que no querían poner a sus hijos en escuelas tradicionales, lo cual los llevó a iniciar un camino particular. Tikapata comenzó de esta manera, desde una iniciativa de familias que crearon en 2008 un espacio diferente para sus hijos e hijas. Al principio había materias y propuestas más dirigidas por los adultos, aunque cuidando siempre el clima afectivo. Y lo que fu un punto de inflexión fue el diálogo generado con los jóvenes, que trajeron con toda la contundencia la importancia de ser respetados en sus ritmos e intereses. La propuesta de la escuela se fue recreando y cuando finalmente se decidió que no habría ninguna materia obligatoria, hubo un gran movimiento con la salida de muchas familias. En 2015, cuando yo vine a dar ese taller, ya había esa claridad para posicionar a Tikapata como una escuela libre. Igualmente, cada año trae un reajuste con el diálogo constante con el equipo y las familias. La propuesta siempre sigue transformándose. Siento que ahora estamos en un momento de expansión y solidez, acogiendo a más de 60 niños y niñas en sus diferentes niveles, y esperamos que esa expansión siga.

-¿La comunidad autóctona se incorpora al proyecto? Quizás es prejuicio mío, pero me pareció de haber viajado tres veces al país que las escuelas son allá más duras, casi militarizadas, en comparación con las de Argentina. Reitero, quizás sea un prejuicio por desconocimiento o diferencias culturales.

– Hay todavía mucho peso del pasado colonial y cierta dificultad para construirnos como colectivo, veo yo. Creo que la educaciónd e todo el Perú tiene todavía aspectos muy militarizados. El 28 de julio, la fiesta nacional, todas las escuelas públicas salen a marchar y desfilar. De hecho, fuera de Lima creo que hay todavía más dificultad para sumarse a una idea distinta. la gente suele ser menos abierta a formatos nuevos, generando duda y desconfianza, sobre todo en temas relacionados con la crianza y el aprendizaje. Esto también sucede con Tikapata, por lo que estamos diseñando espacios de intercambio con la comunidad donde se encuentra la escuela, desde diferentes actividades colectivas, y la posibilidad de que niños, niñas y jóvenes puedan participar de talleres o actividades que no impliquen dejar de participar en la escuela tradicional, ya que podría ser una decisión demasiado radical para las familias locales. Resulta todavía difícil reconocer el valor en los propios intereses de los chicos y las chicas, que no provengan de un adulto. Y para pertenecer a la escuela (y a cualquier proyecto de educación libre en general) es necesario un nivel de confianza y de compromiso básico. Cuando hay opiniones muy contrastadas entre familia y escuela, los niños y niñas pueden sentirse de cierta forma «infieles», y no se logra la profundidad que se desea. Aunque de todas maneras quedan las experiencias distintas de la comunicación, el diálogo, los acuerdos, desde una relación respetuosa.

-¿Logran trabajar en red para apoyarse mutuamente con otros espacios y escuelas?

-Sí, pero hay que seguir construyéndola. En principio nosotros somos tres proyectos en el paradigma de la educación libre: Casita Munay, Propuesta Mares y la Eco Escuela Tikapata, que además compartimos relaciones cercanas y de amistad. Hay interacción entre los miembros de los equipos.

Luego está la Escuela de Huamachuco, en el norte del Perú, que también está muy clara en su formato como escuela democrática. Que tiene muchas coincidencias con nosotros pero una vida más autónoma. Semillas de vida, en Huaraz, también tiene vida propia, creando sus propias formas en la búsqueda de respetar y dialogar. Y lo que siento que está siendo un gran elemento vinculante es el “Kuska Risunchis”, un encuentro donde nos vemos una vez al año para compartir nuestras experiencias, que a veces tiene invitados también de otros países. El Kuska ha ayudado mucho a visualizar las propuestas, pero creo que el siguiente paso es constituirnos como red. Hacer un manifiesto, ponerle nombre. Cada proyecto necesita tanta energía para subsistir por sí mismo que crear y sostener la red puede ser algo que se vea complicado, aunque no necesariamente tiene que ser así. Creo que estamos en un umbral, cercanos a concretarlo

-¿Sentís que las familias llegan porque eligen el proyecto o por rebotar en el sistema convencional?

-En general a Tikapata sí vienen las familias por el proyecto. Porque quieren ofrecer otras alternativas de vínculo y aprendizajes a sus hijos e hijas. Como en Casita Munay. Estamos igualmente en un momento de transición, con todos los cambios a los que nos ha empujado la pandemia. Tikapata ha dejado el espacio que ocupaba desde el principio, que era el terreno de una de las familias fundadoras. Y Casita Munay también ha tenido que dejar el espacio físico para continuar, por ahora, en el formato virtual. Pero, como te decía, este año también ha traído cosas buenas, y hemos recibido en Tikapata una donación que nos ha permitido comprar y tener un terreno propio, así que ya estamos soñando la nueva escuela. Que se construirá buscando la mayor armonía posible con el medio ambiente y todo lo que ayude a gestionar las energías de la manera más orgánica y ecológica posible.

Y en Casita Munay, hemos reforzado nuestra misión de acompañamiento a la infancia, comprobando que es posible crear desde la virtualidad las condiciones afectivas y de respeto que necesitamos para continuar nuestro crecimiento.

Yo creo que a la larga estos proyectos nuestros tienen una proyección que va más allá de las familias y del Equipo que las conforman. Porque hay una entrega y una búsqueda de transformar la vida y la humanidad bien grande, cada uno de los que somos parte, a su modo. Es como si estos proyectos pedagógicos tuvieran su entidad o vida propia y fueran generando que sucedan cosas como ésta (donaciones, adaptaciones a los cambios). Como si estuviéramos alineados con lo que nos toca como humanidad. Y eso me genera mucha esperanza y confianza de que estamos en el camino que nos toca, y que estos niños y niñas probablemente sean grandes precursores de la ruptura de aquellos patrones que no podemos seguir repitiendo. Y poder así crear un mundo más diverso, lleno de autenticidad y plenitud.

-¿Creés que las alternativas en educación necesitan liderazgos?

-Creo que hay un tiempo de traslado de los liderazgos a toda la comunidad, que va empoderándose. Luego, está la capacidad de ser un líder iniciador, no un líder egocéntrico. Estamos en esa transición a lo comunitario pero creo necesitamos figuras que encabecen de cierta forma, que ayuden a visualizar, no de forma autoritaria. Siento que como humanidad las seguimos necesitando. Creo que no estamos listos en un 100%, seguimos necesitando de ciertas directrices que se pueden votar y consensuar, pero creo que es importante que haya alguien o algunos que puedan encaminar las iniciativas.

Para conocer más:

https://www.ecoescuelatikapata.org/

https://www.facebook.com/lacasita.pe/

https://www.facebook.com/KuskaRisunchis

Dolores Bulit

Nací en la Ciudad de Buenos Aires en 1972. Mi educación formal ocurrió en el jardín Casa de los Niños fundado por Elena Frondizi, la Escuela Normal Nacional en Lenguas Vivas “John F. Kennedy” y la Carrera de Comunicación Social de la Universidad de Buenos Aires. Mi educación no formal se amasó en una familia numerosa, presente, matriarcal en medio del patriarcado, de clase media profesional. Sin presiones curriculares o extracurriculares, con mucho tiempo y enorme oportunidad para el juego libre en la ciudad y en el campo. También me eduqué en mis empleos y en mis viajes, en mi pareja y con mi maternidad, con todas las personas que pasan por mi vida y a través de mi experiencia más reciente y transformadora con la gestación de Tierra Fértil, un espacio de aprendizaje basado en el juego y la autogestión con 8 años de historia.

Tambien puede interesarte...