Como una matrioska, esta escuela alternativa funciona adentro de una estatal

Es muy joven, pero Charlie Moreno-Romero ya lleva 18 años trabajando en Educación. Es uno de los pocos referentes latinos de la Conferencia Internacional de Educación Democrática (IDEC), un encuentro que reúne cada año a escuelas principalmente de Europa y Asia. Estudió filología e idiomas en Colombia e hizo un doctorado en la Universidad Autónoma de Madrid orientado a la educación para la justicia social y la inclusión. Desde ahí llegó a Estonia, donde vive y es coordinador general de una escuela democrática experimental que funciona dentro de una escuela común, una innovación aprobada por las autoridades educativas locales y apoyo del equipo directivo.

Lo entrevisté en Inglaterra durante el encuentro por los 100 años de Summerhill, que coincidió este año con el IDEC 2022. Durante las noches, Charlie era además el DJ del evento que reunió a casi mil personas de diferentes partes del globo.

Charlie Moreno Romero

-¿Cómo descubriste que el modelo de escuela democrática podía impulsar la inclusión y la justicia social en la educación?

-Cuando estaba haciendo el doctorado uní el marco conceptual que estaba diseñado para ciencias sociales y lo conecté con la práctica etnográfica. Pasé un tiempo observando en Ojo de Agua, una escuela así en España. Eso me llevó a conocer otras escuelas y familias desescolarizadas. Gracias a este proceso y lecturas relacionadas terminé yendo a mi primer IDEC en 2017, que fue en Hadera, en la escuela democrática fundada por Yaacov Hecht en Israel. Desde ese momento empecé a ir a todas las conferencias de educación democrática que pude.

En 2018 terminé mis estudios y volví a Estonia. Trabajé en una escuela internacional desde primero de primaria y también apoyando a estudiantes de maestría. Organicé mis primeras clases democráticas, donde los estudiantes participaban con su voz y su voto. Organizábamos los aprendizaje y las evaluaciones juntos. Un día me reuní con un líder local que me presentó a otras personas, y entre ellas estaba una directora de una escuela pública. Hablamos de la toma compartida de decisiones, del enfoque más centrado en las habilidades que en los contenidos, de la mezcla de edades, del juego. Y en abril de 2019 comenzamos un proceso juntos. Primero organizamos varios seminarios para que la gente de la comunidad educativa supiera cuál era nuestra propuesta pedagógica. Recibimos 98 intenciones de interés por parte de las familias y nos reunimos con ellas en julio para explicar un poco más. Empezamos con 65 estudiantes, con distintos bagajes, desde primero hasta noveno grado.

-¿Cómo fue esa adaptación?

-Al lado de la escuela hay una casita pequeña que era usada para el kinder (nivel inicial). Estamos dentro de una escuela orientada a las artes en la ciudad de Tali. Nuestros 65 estudiantes están registrados en la escuela grande. Podemos usar sus recursos, pero en general tenemos nuestra autonomía. Además de los docentes, otros adultos y familiares ayudan. El reto era construir la cultura escolar, el empoderamiento de todos los participantes. Digamos que el proceso tuvo que ver mucho también con los requisitos que teníamos que cumplir por ser una escuela pública. Estamos en un edificio aparte pero en el mismo predio. En seis meses recibimos 13 inspecciones. Luego vino la pandemia por Covid, y hoy tenemos más claro a dónde vamos, adultos y niños.

Lo que hacemos es un ejemplo de currícula negociada integrada, un concepto alineado con una decisión que tomaron los participantes del programa «Educando para la democracia» financiado por el Consejo de Europa en Estrasburgo. Que propone que es necesario proveer de espacios y tiempos para que los estudiantes encuentren sus propios intereses si queremos romper con la educación de corte industrial. Esa conferencia sugirió que al menos el 20 por ciento del tiempo en la escuelas debería dedicarse a talleres y propuestas iniciadas por las personas que aprenden.

Así, en primero o segundo de primaria, de las cuatro horas, una es dedicada a proyectos, que tienen que ver con los contenidos pero tratamos de ser flexibles. Lo que sucede es que empiezan a encontrar amistades, buscar el apoyo de personas para aprender cosas, empiezan a entender sus derechos. En quinto empezamos investigaciones que nacen de los intereses y que están conectados con el curriculum para su edad. También pusimos a primero y segundo juntos, y a tercero y cuarto juntos. No ponemos nota ni tomamos examen. Solo a nivel estatal, en sexto y noveno tienen que presentar exámenes, entonces hacemos uno de prueba juntos para que se familiaricen con los contenidos y formatos.

Las reglas de convivencia las pensamos con ellos. En la resolución de conflictos lo que se busca es una perspectiva no de culpa o castigo sino de justicia restaurativa. Soluciones flexibles que les permitan empatizar y reafirmar una relación. A la par, participamos en algunos proyectos de Erasmus Plus de intercambio, de capacitación en centros juveniles. Entre más mayores se hacen, menos tiempo libre tienen. Tradicionalmente, hay una jerarquía de la competencia académica por sobre el desarrollo emocional y las habilidades sociales. Así que una idea fundamental nuestra es elevarlos al mismo nivel. Si los estudiantes nos e sienten apoyados por la comunidad, no podrán equivocarse tranquilos, buscar ayuda, pensar de forma divergente, desarrollar habilidades ejecutivas. Los propios niños son responsables de los aprendizajes. Es importante para nosotros encontrar el equilibrio entre el tiempo libre y las responsabilidades.

-¿Siguen encontrando apoyo de las familias y las autoridades?

-La escuela tiene unos 800 estudiantes, y algunos no ven el sentido. La directora sigue apoyando el proyecto, que está cimentado en estudios científicos. Con las familias fue indispensable la comunicación. Hay miedos y es entendible, así que se provee de material para esos vacíos de conocimientos que alimentan los miedos. Tenemos casos de personas que durante dos años estaban muy ansiosos y les respondíamos que le diera tiempo. Y este 2022, en junio, nos reunimos con las familias y la retroalimentación fue maravillosa. Los niños volvieron a encontrar la paz en una comunidad que no les ataca. Desarrollan la habilidad del manejo del tiempo que ni siquiera los adultos logran desarrollar. Nos contaron que algunos han llevado la asamblea escolar a la sala de casa.

Las autoridades locales saben lo que hacemos y les explicamos. Cada año organizamos un resumen de lo que hacemos. Seguimos como proyecto piloto, pero en el corto plazo y esperamos estabilizarnos y relacionarnos con otras escuelas. En Estonia la mayoría de las escuelas son públicas, hay muy pocas privadas. Es un país muy seguro y tecnológico, los niños desde los 7 años van solos a la escuela. Muchas familias eligen la escuela más cercana. De acuerdo con PISA, tiene los resultados más altos de Europa. Si tenemos otros dramas sociales como la medicación y suicidio juvenil, que estaba bastante tapado, pero luego del COVID se entendió que esa maquinaria prusiana que es la escuela no funciona con las necesidades y retos de hoy en día. Veo un proceso de despertar e interesarse por otra educación.

-Sos uno de los pocos latinoamericanos en el movimiento de la educación democrática. ¿Podés explicarnos con tu perspectiva cómo es y por qué fue creciendo tanto?

-En los encuentros de educación democrática suelen haber paneles de educación alternativa en general. Yo en este que coincidió con los 100 años de Summerhill, por ejemplo, organicé uno donde hablamos de los miedos parentales cuando nos enfrentamos a otra educación, que nos requiere muchísima confianza. Este es mi quinto año de IDEC y siempre hay una desazón de que el mundo hispanoparlante está poco representado. Acá nos apoyamos y nos conectamos, traemos y nos llevamos ideas de formación docente.

Creo que han habido tres momentos claves de esta perspectiva pedagógica que es la educación democrática. Primero surgió un deseo de educar para la paz en escuelas europeas después de la guerra, fueron las escuelas progresistas. En los ´60, con el movimiento de la contracultura, era educar para la libertad. A partir de allí se consolidaron muchos proyectos también en Ecuador, Sudáfrica, Nueva Zelanda, Estados Unidos y Canadá. Y en los ´90, con Internet esto se volvió global y se organizó la primera IDEC.

Hoy existen unas 600 escuelas así a nivel mundial, donde la toma de decisiones es compartida, el aprendizaje es autodirigido, las edades están mezcladas y se alienta el juego libre. Es un concepto que funciona como sombrilla, que puede variar en los diferentes países. Y esa es una de las virtudes de este movimiento: que no es dogmático.

También pienso que es muy importante conectar con las escuelas estatales. En 2017, en el IDEC de París, hubo un panel muy interesante que se cuestionaba por qué la educación democrática es tan europea, tan blanca y tan de clase media. La mayoría de las escuelas requiere un pago mensual de las familias. No comparto esa perspectiva dualista pública-privada. Debe existir como una alternativa dentro del sistema porque si no habrá familias que no podrían elegirla.

-¿Cómo ves la educación democrática o alternativa en general en América?

-Creo que estamos muy fragmentados, y no solo dentro del país. Latinoamérica es el continente de la esperanza y la innovación, pero seguimos mirando al norte. En América del Norte tienen a la red AERO, y hay muchos latinos que viajan a sus conferencias. Creo que es importante que empecemos a pensarnos como colectivo. Es costoso viajar para encontrarnos y eso causa ciertos retos. Es importante que exista un apoyo a nivel institucional, que podría ser un IDEC latinoamericano. Que estuviera relacionado y que no contradijera incluso otras prácticas, como Montessori o Waldorf. El próximo encuentro de IDEC es en Nepal, y ojalá que seamos más.

Datos de contacto con la escuela Suvemae:

www.suvemae.ee / suvemaekool@gmail.com

Dolores Bulit

Nací en la Ciudad de Buenos Aires en 1972. Mi educación formal ocurrió en el jardín Casa de los Niños fundado por Elena Frondizi, la Escuela Normal Nacional en Lenguas Vivas “John F. Kennedy” y la Carrera de Comunicación Social de la Universidad de Buenos Aires. Mi educación no formal se amasó en una familia numerosa, presente, matriarcal en medio del patriarcado, de clase media profesional. Sin presiones curriculares o extracurriculares, con mucho tiempo y enorme oportunidad para el juego libre en la ciudad y en el campo. También me eduqué en mis empleos y en mis viajes, en mi pareja y con mi maternidad, con todas las personas que pasan por mi vida y a través de mi experiencia más reciente y transformadora con la gestación de Tierra Fértil, un espacio de aprendizaje basado en el juego y la autogestión con 8 años de historia.

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