Caranday, una comunidad de aprendizaje que apuesta a la convivencia en San Luis

Dentro del pequeño e íntimo mundo de las alternativas en educación, Sandra Majluf es una persona reconocida. Fue maestra en las escuelas experimentales de Ushuaia, directora del instituto Terranova de formación, en esa misma ciudad y, luego de 20 años por esos pagos, levantó el ancla y salió a conocer y difundir los beneficios de la educación libre o viva. Como saltos de rana en un charquito, pasó de maestra convencional a maestra alternativa y, otra vez, a preferir ser menos maestra y más promotora de comunidades de aprendizaje, donde todos aprenden de todos, sin importar cargo ni edad. Eso la muestra dispuesta a evolucionar, sin aferrarse a pedagogías, hasta el punto que la vida la encuentra ahora en la construcción de Caranday, una comunidad de aprendizaje enraizada en 8 hectáreas de monte en San Luis, Argentina, que inicia junto a su marido Julio Brunet. En estos tiempos de incertidumbre su propuesta ha despertado aún más interés, señal de que era el momento indicado para hacerle una nota.

-Después de tantos años como maestra en las escuelas experimentales, formadora de otros maestros, involucrada en la red de escuelas vivas, me gustaría saber qué has masticado, rumiado acerca de la «escolaridad alternativa» por un lado y la educación por el otro. O todo junto…

-Dentro de la educación convencional, tanto como en la alternativa, hay muchas formas y matices diferentes, y quisiera poner la atención más que en los distintos modelos, en algo que me parece esencial: los vínculos, pues es algo fundamental a la hora de aprender algo de alguien o con alguien. Creo que más que pensar en qué tipo de estructura nos cobija, si es más o menos libre, más o menos limitante, lo importante es cómo nos vinculamos con el otro en una situación de aprendizaje que son todas las situaciones de la vida.
La confianza, el afecto, el desarrollar un vínculo de interés con el otro, potencia cualquier tipo de aprendizaje. Y un vínculo sano con el otro se crea a partir de un vínculo sano con nosotros mismos. Es decir, a través de un intenso trabajo de autoconocimiento para discernir qué es lo queremos más allá de las opiniones de los demás y de los condicionamientos de la cultura a la que pertenecemos. Estarse en la pregunta, aun sin lograr una respuesta, es lo que nos acerca al estado de los niños, es lo que nos mantiene en el estado de pureza, de claridad, lo que hace posible el aprendizaje.
Creo que debemos revisar la estructura de la familia y abrirla a otra multidimensional, como podría ser crear lazos con la gente que tenemos más cerca, los vecinos, la comunidad. En donde vivimos, un poblado pequeño, esto se da naturalmente. Los niños en un ambiente así pueden desarrollar la autoconfianza y la autonomía. Un niño criado en tribu se ve enriquecido por la visión del mundo de muchas personas más, aparte de sus padres, y podrá desarrollar una visión propia a partir de la confianza en sí mismo y de lo que se nutra de las experiencias de los demás.
La curiosidad innata, las ganas de experimentar, el juego y la creatividad son herramientas poderosísimas que, permitiéndolas libremente en los niños y en los jóvenes, hacen que el aprendizaje se convierta en algo sencillo, rico, fluido y vital. Y si además el aprendizaje se da en un contexto de solidaridad y cooperación, los niños, jóvenes, adultos pueden aprender unos de otros de forma natural.

En mi caso, me salí de la escuela, a pesar de que estaba en una de las escuelas alternativas más hermosas que he conocido, pues me di cuenta que fuera de las escuelas había un mundo maravilloso para descubrir.
Luego de viajar durante cuatro años y visitar varias escuelas libres, vivas, democráticas, comunidades de aprendizaje, etc., nos nació el interés de crear un lugar donde aprender viviendo, donde el aprendizaje se diera de forma natural, en libertad, en fraternidad, al propio ritmo de cada uno, donde no hubiera apuros por conseguir resultados, sino un lugar donde pudiéramos desarrollar a pleno nuestros talentos, junto a otros, en entusiasmo, con dedicación y alegría. Todo ello enmarcado en un entorno natural donde fuera posible cultivar nuestro alimento y disfrutando de un ambiente puro y amigable.
Así es que nació Caranday, un espacio vital donde el aprendizaje se da en el quehacer cotidiano: la huerta, el monte, el arroyo, la carpintería, los talleres, que propician una diversidad de saberes que se regeneran todo el tiempo. Cada uno comparte su forma de hacer las cosas y a la vez se nutre de las formas de los demás. Y para ello, es esencial crear un clima de confianza y afecto.
A los adultos nos queda la imprescindible tarea del autoconocimiento, de conectar con nuestro entusiasmo y trabajar de aquello que nos gusta. Que nuestro trabajo sea nuestro taller de aprendizaje activo. Volver a conectar con la capacidad que teníamos de niños de aprender jugando, de cambiar cuando es necesario y aprender en la acción entendiendo que estos son procesos que pueden llevar tiempo y no desesperar por ello. Construir estos espacios de aprendizaje en comunidad requiere de una gran convicción y confianza en los procesos a fin de avanzar sin prisa y sin pausa.
Tantas veces vaticinamos que este sistema educativo, así como estaba, no podría dar respuesta a los cambios que se venían. Bueno, ya estamos en ese futuro, vino antes de lo que pensábamos o en una forma inesperada, y vemos cómo todo está cayéndose a pedazos. A los sistemas convencionales de enseñanza les resulta difícil adaptarse a los cambios bruscos de rumbo, tal como está ocurriendo ahora mismo. En esto, los espacios de aprendizaje alternativos que han crecido en las márgenes pueden ser de inspiración y ejemplo de cómo ser resilientes.
Mucho de lo que se consideraba bueno antes, ahora resulta hasta peligroso en temas como la salud, la alimentación, la agricultura, etc. Nos toca cuestionarnos todo y tomar responsabilidad de aprender lo necesario para hacer que nuestras comunidades puedan subsistir con todas sus libertades y potenciales disponibles para recrear el mundo que vivimos y hacerlo más fraterno, alegre y amable con la naturaleza.
Para ello se requiere de aprendices activos, atentos, sin prejuicios, que puedan integrar todo lo que la naturaleza nos ofrece a sus vidas cotidianas. Y en esto incluyo a nuestra naturaleza interior, que también debemos explorar si es que queremos acompañar conscientemente a los niños.

-¿Cuál es la propuesta para irse a vivir a Caranday? ¿Hay requisitos, condiciones de compra de la tierra, etc.?

-La idea de crear Caranday nace a partir de nuestro interés de compartir con otros una forma de vida más conectada con la naturaleza. Un llamado profundo de volver a la tribu.
En estos tiempos donde se ha hecho tan clara la vulnerabilidad de los sistemas urbanos, las ecoaldeas son una alternativa. Para muchos puede resultar un salto al vacío. Es animarnos a hacer cambios de vida importantes, con una gran retribución, respaldados por una comunidad e involucrándonos en procesos vivos y de aprendizajes infinitos.
Nuestra intención es formar una comunidad con gente afín, con amigos que acompañen la tarea de nutrir y sostener este espacio de aprendizaje natural, que se da a través de las tareas que desarrollamos diariamente en el campo, en la huerta, en el taller.
En Caranday aprendemos mientras vamos haciendo aquello que creemos necesario para vivir, tanto en cuanto al alimento, vestido, vivienda, etc. como actividades que nos nutren esencialmente como pintar, cantar, bailar, reflexionar juntos. Los talleres que se van proponiendo van cambiando según los intereses de los que participamos.
En cuanto a los requisitos para sumarse al proyecto, los estamos construyendo y cambiando en base a lo que vamos experimentando, lo que nos funciona y lo que no. ¡A los que les interese nos pueden escribir y les contamos la versión actualizada!
Caranday cuenta con una superficie de 8 hectáreas que imaginamos será poblada por unas 8 familias. Hay una parte de la tierra que quedará como reserva del monte original, pequeños claros donde se pueden ir construyendo las viviendas, y una zona para la construcción de los espacios comunes. Esto está todo por hacerse y para este verano seguramente estaremos recibiendo un grupo de entusiastas todo terreno dispuestos a cooperar en la construcción de los espacios de uso común.
En cuanto a la propiedad de la tierra, ahora está a nuestro nombre y estamos estudiando formas legales que se han adoptado en otras comunidades para que cada familia sea también propietaria del lugar que habitamos, pues entendemos que vivir en un territorio que es propio resulta altamente estimulante a la hora de comprometerse con un proyecto.
Para sumarse a Caranday es necesario compartir la idea general del proyecto y pasar por un período de prueba de convivencia en el que la persona y la comunidad prueban si son compatibles mutuamente.
En la etapa fundacional en la que nos encontramos, es importante que los que quieran formar parte, estén dispuestos a dar su 100%. Entendemos que el 100% de cada uno será diferente y por eso no lo queremos cuantificar, sino llegar a un acuerdo con cada uno. Para estos inicios queremos gente decidida, emocionalmente estable y económicamente sustentable. Luego cuando la comunidad ya esté formada y estable, podrá recibir personas que estén todavía en etapa de curiosear, o que no tengan resuelto lo económico, pues la misma comunidad podrá ofrecerle trabajo probablemente.
Construir una aldea es como construirse a uno mismo. Es necesario entender nuestros ritmos y darles a los demás el espacio y el tiempo para ir a su ritmo también, estar dispuestos a aprender, más cuando tenemos esta intención de crear una nueva cultura, algo que es un campo desconocido y que puede traernos incomodidades y una revisión profunda de nosotros mismos.

-¿Qué servicios hay en el pueblo o ciudad más cercana?

-El pueblo más cercano está a unos 6 km, se llama San Francisco del Monte de Oro y allí pueden encontrar los servicios básicos de alimentación, construcción, salud, escuelas primarias y secundarias. En San Luis, a unos 100 km, todo lo que se puede encontrar en una capital de provincia.

-¿Tienen planes de desarrollar otras actividades o propuestas dentro de la comunidad en el corto o mediano plazo?

-Sí, varias. En cuanto se pueda viajar, estaremos recibiendo grupos de personas interesadas en sumarse al proyecto. Ahora mismo estamos haciendo reuniones recurrentes online donde la gente nos pregunta sobre el proyecto y también nosotros nos nutrimos con las ideas que nos aportan.
Y siempre está la posibilidad de iniciar las actividades que los que llegan van aportando.
Empezamos hace poco una especie de almacén ambulante con los productos de Caranday y de los vecinos y soñamos con una cooperativa que pueda dar sostén a varias familias de la zona.
Queremos construir un salón de usos múltiples y un lugar donde la gente pueda alojarse mientras participa de los cursos de Huerta, Permacultura, Bioconstrucción, Terapias naturales, Meditación, y todo aquello que vaya surgiendo como necesario, para aprender nosotros y hacer un aporte a la comunidad.

-Alguien con niños/as que se mudara a Caranday podría imaginar que vos, con tu recorrido, alentarías la gestión de un espacio de aprendizaje para la niñez. ¿Está en los planes o sólo si es una iniciativa de la comunidad que se arme en ese momento?

-En Caranday estamos proponiendo el aprendizaje en tribu, donde todos los espacios son compartidos por todos los integrantes de cualquier edad. No hay un espacio para niños y un espacio para adultos, sino un lugar común donde los intercambios de saberes se dan en forma espontánea, natural, en todo momento, en todo lugar y a todo nivel. De cualquier manera, estamos abiertos a que, si la comunidad decide crear un espacio de lo que sea para niños/as, y están dispuestos a sostenerlo, los apoyaríamos y seríamos parte aportando toda nuestra experiencia y acompañando con amor ese entusiasmo.

Para comunicarse con Sandra Majluf en la Comunidad Caranday: sandramajluf@hotmail.com

Un video con entrevista a Sandra y Julio:

https://youtu.be/nE2sAKDXRBo

Dolores Bulit

Nací en la Ciudad de Buenos Aires en 1972. Mi educación formal ocurrió en el jardín Casa de los Niños fundado por Elena Frondizi, la Escuela Normal Nacional en Lenguas Vivas “John F. Kennedy” y la Carrera de Comunicación Social de la Universidad de Buenos Aires. Mi educación no formal se amasó en una familia numerosa, presente, matriarcal en medio del patriarcado, de clase media profesional. Sin presiones curriculares o extracurriculares, con mucho tiempo y enorme oportunidad para el juego libre en la ciudad y en el campo. También me eduqué en mis empleos y en mis viajes, en mi pareja y con mi maternidad, con todas las personas que pasan por mi vida y a través de mi experiencia más reciente y transformadora con la gestación de Tierra Fértil, un espacio de aprendizaje basado en el juego y la autogestión con 8 años de historia.

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