«Caminos de tiza»: una crítica constructiva e itinerante al sistema escolar y la inclusión a cargo de un profesor con autismo

Julio Manuel Pereyra se despojó de toda la parafernalia escolar que le pesaba para conseguir lo que de verdad quería: convertirse en un educador comunitario itinerante. Trabaja en el noreste profundo de Argentina desde hace siete años, en colonias interculturales bilingues y zonas marginales de Corrientes y Misiones, incluidas poblaciones que crecen al borde de los basurales. Va con su mochila, porque cree que la mejor escuela no es donde está el mejor edificio, sino donde están las mejores personas. La transparencia de lo que hace y dice causa dolor, porque muestra el enorme desamparo de los pobres, las mujeres y las personas con discapacidad. Así, paso a paso, este profesor de historia de 36 años creó “Caminos de tiza”, la única propuesta de «Educación Inclusiva Itinerante y Comunitaria», tal como la describe, de la región.

La libertad que le da no formar parte de una institución determinada es lo que le permite ofrecer lo que cada comunidad necesita. Sus «aulas» son improvisadas en la selva, con los parientes de los chicos y las chicas escuchando alrededor, aprendiendo ellos también. O en un salón improvisado con los mismos tablones de madera que usa la comunidad para sus casas, con aportes de todos. También tiene ventajas no trabajar según el calendario escolar: sabe que el aprendizaje no se detiene y que las necesidades no tienen recreo. Durante la pandemia, el trabajo de Julio no se detuvo, aunque se complicó bastante. Desapareció el transporte público, perdió los trabajos que hace en distintos lugares del país relacionados con la discapacidad y que son su único sustento económico, y a su tarea de prevención de enfermedades y riesgos asociados a la convivencia con animales de todo tipo se sumaron los cuidados básicos por el coronavirus.

Hasta hace muy poco, Julio era esencialmente un solitario. Tiene sus razones, me las cuenta por teléfono. Es muy difícil convocar voluntarios que comprendan que los procesos son largos, que hay que entender la idiosincrasia del lugar sin avasallar con ideas o costumbres propias, o incluso arriesgar vínculos de cercanía por tomar decisiones apresuradas. Sin embargo, hoy forma pareja pedagógica con Yanina Rossi, que oficia de referente de género y traductora del guaraní. Esto es lo que charlamos durante una videollamada en marzo.

-Como persona diagnosticada con autismo, ¿cómo viviste tu propia escolaridad y niñez?

-Yo me crié en La Paloma, Uruguay. En realidad mi autismo nunca importó mucho porque tenía una cardiopatía congénita grave y co-morbilidades, mi mamá de lo que tenía miedo era de que me muriera. Me hicieron 36 cirugías. Al vivir en una ciudad pequeña, aprendieron a cuidarme entre todos y mis padres me habilitaron los mismos lugares que a los demás. A nivel de la escuela primaria y secundaria fue muy lindo, porque encontré buenos maestros, que me entendieron, y yo tenía una discapacidad intelectual; así se referían al autismo entonces. Siempre me destaqué como estudiante. Creo que recién en el secundario empezó a impactar en mi vida. Prefería no salir y quedarme leyendo un libro. Pero no tuve una vida que pudiera cuestionar. Mi madre tenía miedos, sí, hay tanta desinformación que parece que tener autismo es la muerte social. Hoy pasan a ser más tiempo pacientes que niños, pero yo recién usé el certificado de discapacidad para ampararme siendo grande. Creo que en esa época impactaban más mis cicatrices o el hecho de que desparecía por temporadas por las internaciones. Pero en la universidad se me vino el mundo abajo. Un estudiante al que le gusta el conocimiento, se auto-exige y participa molesta a un docente. Mis formas eran entendidas como alarde intelectual y soberbia, ahí empecé a padecer la discriminación. Por eso hoy soy profesor: para nunca ser como los docentes que tuve en esa etapa. Era gente que daba clases y punto. Hoy me frustra mucho que se siga confundiendo aprobar con aprender, también las formas de evaluación. Una vez en un examen cité a varios autores, y al terminar el profesor me remarcó que se notaba que sabía mucho pero que sólo querían que escribiera acerca de uno. Ese es uno de los ejemplos de por qué no me gustan las prácticas del sistema de educación formal. Por suerte también me crucé con alguien como Daguel Morales, ella fue mi referente educativo. Hoy digo que un diagnóstico no es un pronóstico ni una sentencia, y que los que crían o trabajan con personas con autismo que no hay un manual para ser padres o buenos maestros.

¿En qué contextos y cómo trabajás?

-Hago pedagogía de la emergencia en el sentido de que trabajo dando atención adecuada a las necesidades educativas de cada comunidad, con especial cuidado en las personas con discapacidad. Y, a través de todo eso, estoy alfabetizando, educando habilidades linguísticas y dando técnicas de estudio para quienes están en la escuela. Además, uso mi propio diseño universal del aprendizaje, mis sistemas de comunicación alternativa aumentativa, de bajo o nulo costo. Las «rampas didácticas» que diseñé las comparto gratuitamente por el canal de YouTube de la Asociación Educar y la Comunidad Atenea. Si en un lugar hubo incendios, trabajo la prevención, lo mismo con el dengue, ahora el coronavirus, o cómo potabilizar el agua. También las cuestiones de género y la Educación Sexual Integral junto a mi compañera pedagógica. En esta región trabajamos en contextos de comunidades originarias Mbya ́Guaraní, basurales, colonias rurales, barrios marginales expuestos al dengue, la sarna, lepra, toxoplamosis, lehismaniasis, pediculosis, zika, chikungunya, HIV y animales ponzoñosos. Donde hay analfabetismo, desnutrición/malnutrición, trabajo y mortalidad infantil, violencia, prostitución, alcoholismo y presumiblemente trata de personas. Incluso, he recibido amenazas por las realidades que denuncio. Seguimos y enseñamos protocolos de seguridad e higiene, y antes de denunciar o intervenir garantizamos primero la seguridad de las víctimas. Así, en 14 comunidades llevamos a cero la desnutrición y el abandono escolar, bajamos las cifras de embarazo adolescente, desarrollamos cultivos. Armé dos tipos de bibliotecas, con libros en braile y guaraní. Las estables son para estudio y las itinerantes de recreación.

Calculo que, en parte, estar fuera del sistema escolar formal te permite evaluar tus prácticas y los resultados de otras maneras, sin esa presión del estándar.

-Sí. Hago evaluación basada en la evidencia, a través de proyectos y documento, sobre todo con fotos. Pero después esos chicos se institucionalizan y son evaluados ahí. Me gusta que un tercero evalúe lo que hago, es mi garantía de objetividad. Además, la razón por la que soy itinerante es que el principio es dejar «capacidad instalada» en las comunidades, formar a los docentes rurales interculturales y a otros para que queden cuando no estemos. Estoy hace tres años en Misiones porque, aunque no recibo ayuda, es una de las pocas donde no me pusieron palos en la rueda.

-En nuestra charla surgen ejemplos de los derechos vulnerados de niñas y niños. ¿Por qué creés que como adultos nos resulta tan difícil resolverlo?

-Las estructuras mentales de larga duración son las más difíciles de cambiar. Está escolarizada la inteligencia, y si planteo cambios en las prácticas, me cuelgan los sindicatos docentes. Hay algunos que ya están empezando a autorganizarse. No es el mejor sistema, pero es el único que tenemos. Con los chicos escolarizados me garantizo que tengan asistencia médica, DNI y vacunas. Es decir, que existan. No soy omnipotente, y garantizar derechos no debe quedar sujeto a particulares, no queremos suplantar las políticas públicas.

-Si pudieras cambiar algo en el sistema educativo, ¿qué harías?

-Esta es la manera que tengo hoy, pero si pudiera elegir sería fortalecer al tercer sector, a la sociedad civil. A la educación que trasciende la enseñanza, porque educar no es acreditar saberes. El respeto intercultural, el manejo de espacios, una escuela que lo haga bien no significa que así es el sistema. Hay miles de maestros que lo hacen, pero no hay programas específicos. Incluso acá se habla mucho de robótica últimamente, pero me parece una estupidez que la tecnología empiece a suplantar procesos intelectuales cuando debe ser un medio, no un fin. Mi estrategia es hacer. Por ejemplo, construyo una escuela junto los niños y así obligo a que el Estado aparezca con aulas satélites o anexos.

-Y sin embargo, trabajás de forma independiente, sin una organización jurídica.

-En principio aprendí que a veces, trabajando con voluntarios, generás cuando se van cierta orfandad emocional. Y esa es mi ética, si genero un vínculo afectivo, lo mantengo. También estoy en vigilancia para que todo lo que hacemos juntos no sea utilizado política o religiosamente. Y aunque denuncio, mi ventaja es que les pongo rostros, historias y lugares. Tengo mi círculo de cuidado, además de Yanina me acompaña Raúl Saucedo, en la documentación y difusión. Vivo de trabajos temporales que en general hago en otras provincias, como formador y asesor en discapacidad. Las becas de dinero que consigo van directo a los y las estudiantes.

-¿Qué pensás de las formas en que se aborda la discapacidad en general?

-Las escuelas especiales pueden ser depósitos y en los CET puede haber excepciones, con algunos me saco el sombrero. Pero como sistema, no están bien. Yo tuve cargos a nivel educativo, de capacitación, como director de institutos del área terapéutica. Puedo trabajar en conjunto pero ya no acepto cargos para porque quiero poder trabajar libremente.

-¿Recibiste apoyos o reconocimientos en estos años?

-Muchos de otros países, que me llaman para aprender de lo que hago. Pero rara vez de Argentina y del sistema formal, en general me convocan centros de discapacidad, de una municipalidad o una escuela privada. Doy charlas en muchos lugares, pero vivo a tres cuadras de un instituto de formación docente y nunca fui. Fui el único sudamericano en ganar el Premio Espiral de España (ver premio). Y me acaban de reconocer como «Docente Destacado» de la Comunidad Atenea, que auspicia la Varkey Fundation, por mis didáctica artesanal. Soy el único educador no formal en recibir ese premio; igual me pasó con el Premio Iberoamericano a la Labor Docente (ver nota).

-¿Qué necesita «Caminos de tiza»?

-Lo que más necesita es difusión. Porque la idea principal es visibilizar las realidades. «Caminos» es una crítica, no es altruismo ni asistencialismo, sino una forma de proyectar. Una forma de protesta constructiva y educativa. No quiero que romanticen lo que hago ni quiero acumular cosas.

Como es un proyecto itinerante, vendría muy bien un vehículo. Me manejo a dedo, me reconocen como el maestro en los pueblos, me pago los colectivos ahora que no hubo, los remises. Eventualmente para actividades concretas alguien nos presta un vehículo. Lo uso para evacuaciones sanitarias, traslados para turnos médicos, transporte de donaciones, alimentos, material terapéutico y ortopédico. Con un vehículo propio podría pernoctar, y si es un utilitario o carrozado, mucho mejor. Además, muchos de los lugares que recorro no tienen transporte público.

-¿Qué otras cosas te gusta hacer? ¿Tenés personas a las que admirás?

-Disfruto mucho leer y escribo poesía social. Búsquenme con el hashtag #Lasletrasdelprofe. También intento que las fotos que saco sean poéticas, incluso muchas de las que les pido que saquen otros adultos cuando aprendemos salen así. Admiro a Paulo Freire. A Silvana Corso, con quien tengo un vínculo muy estrecho, de cariño y respeto. Y al pediatra Ruben Sosa, del Hospital Gutiérrez, puedo llamarlo mi amigo. Lo admiro y lo cito siempre. A Coral Elizondo también la aprecio, ha dicho a otros de mí: «sigan a ese maestro».

El impacto social y educativo de los caminos de tiza

Hay una bitácora y registro en las redes sociales: https://www.facebook.com/Escuelita-Ambulante-Caminos-de-Tiza-
233399843837220/

Se atendieron más de 400 niños y adolescentes, alfabetizando inicialmente unos 100 niños y 50 adultos, desarrollando Comunicación Aumentativa Alternativa (CAA) con no menos de 70 niños, dando apoyo escolar y
logrando reinserción escolar o escolarización de niños que no estaban en el sistema, además de mejoras en sus evaluaciones y tasas de repetición.
Se han conseguido y donado armados pisos de/para «floortime», sillas de ruedas (posturales) y material ortopédico y terapéutico, desarrollando PECS/Pictogramas para niños con Trastornos Específicos del Lenguaje (TEL) y Autismo (TEA). Se ha conseguido donaciones de útiles y materiales escolares para que todos los niños concurran a clases formales con recursos.
Se ha logrado documentar a indocumentados y acceder a Certificados de Discapacidad (con sus prestaciones) y pensiones a niños con discapacidad, educando e informando a la familia sobre gestiones, organismos, papeles, etc.
Se ha logrado desarrollar en algunos casos la Lengua de Señas como recurso en niños sordos dónde no hay escuelas especiales.
Se ha conseguido asistencia médica, y hasta la construcción de espacios físicos (escuelas/aulas) para el desarrollo de clases y apoyos.
Se logró que grupos sociales colaboraran y entendieran el valor de educar, y el fin pedagógico no asistencialista de la Educación Comunitaria.
Más de 300 (trescientos) kits educativos entregados (mochilas y útiles).
Se ha alcanzado el logro de sacar/reducir a algunos adolescentes y niños del/el trabajo infantil en basurales.
Se han formado no menos de 40 (cuarenta) voluntarios/as como educadores
comunitarios.
Apadrinamiento mediante becas de niños en contexto/situaciones de vulnerabilidad por parte de Apaer.org.ar y particulares.
Quizás, el logro más significativo como educadores, es inspirar a estudiantes de Formación Docente a las tareas de crear Comunidades de Aprendizaje, no haciendo para, sino con y desde lo social.
En la localidad de Andresito (Misiones) se pudo realizar un protocolo de
acción para Infancia, Adolescencia y Familia (Área Municipal) en caso de abuso sexual y/o violencia de género.

Pueden conocer más de cerca a Julio Manuel Pereyra a través de este video de 7 minutos que grabó para estudiantes de formación docente:

Premiado por su didáctica artesanal

Dolores Bulit

Nací en la Ciudad de Buenos Aires en 1972. Mi educación formal ocurrió en el jardín Casa de los Niños fundado por Elena Frondizi, la Escuela Normal Nacional en Lenguas Vivas “John F. Kennedy” y la Carrera de Comunicación Social de la Universidad de Buenos Aires. Mi educación no formal se amasó en una familia numerosa, presente, matriarcal en medio del patriarcado, de clase media profesional. Sin presiones curriculares o extracurriculares, con mucho tiempo y enorme oportunidad para el juego libre en la ciudad y en el campo. También me eduqué en mis empleos y en mis viajes, en mi pareja y con mi maternidad, con todas las personas que pasan por mi vida y a través de mi experiencia más reciente y transformadora con la gestación de Tierra Fértil, un espacio de aprendizaje basado en el juego y la autogestión con 8 años de historia.

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