Bachilleratos Populares: los refugios de Freire que siguen buscando reconocimiento integral

¿Qué vestigios de la educación popular propuesta por Paulo Freire hay en Argentina? Además de las experiencias en la educación no formal en barrios y dentro de movimientos sociales y religiosos, los Bachilleratos Populares surgieron con gran fuerza luego de la crisis social y económica de 2001. Según un censo propio realizado en 2015, había 93 funcionando en el país, con la mayoría concentrados en la ciudad de Buenos Aires y la provincia homónima. Hoy existen 28 en la capital y 27 en la provincia. Según Juan Carlos Magoc, uno de los voceros de la Coordinadora de Bachilleratos Populares en Lucha, si bien el 80% de ellos ha sido reconocido dentro de la educación formal de jóvenes y adultos por los ministerios de educación de sus jurisdicciones, en la práctica reciben escaso apoyo para funcionar.

Por eso, esta semana referentes y estudiantes reclamaron una vez más a las áreas de educación de adultos de ambas jurisdicciones «el reconocimiento integral de nuestras experiencias y que se garanticen las condiciones para que nuestrxs estudiantes puedan acceder a sus estudios en este contexto de emergencia». Creada en 2006, la Coordinadora que reúne a la gran mayoría de los Bachilleratos Populares de CABA y Provincia de Buenos Aires reclama estos puntos: inmediato reconocimiento de los que aún no están oficializados; reconocimiento salarial de todxs sus trabajadorxs y reconocimiento de las parejas pedagógicas; financiamiento integral (no financian ni mobiliario, ni productos de limpieza, ni tizas, ni insumos básicos necesarios para la educación, como herramientas tecnológicas, libros, etc.); que se realicen las designaciones directas para los que funcionan en las modalidades de FINES y Secundarios con Oficio; entrega de alimentos suficientes y nutritivos; conectividad en los barrios y acceso a netbooks como herramienta de estudio.

Le pregunté a Natalia Corral Vide, educadora del Raymundo Gleyzer de Capital, qué diferencia a los «bachis» -como cariñosamente se los conoce-, de otras propuestas de educación formal para adultos. «Los bachis surgen de las necesidades de un determinado territorio, que en general ya venían registrando los movimientos sociales que trabajaban en ese lugar, en recreación, en comedores. A diferencia de cajas cerradas de materias que se ofrecen desde el Estado, toman en cuenta la realidad de la población. Siempre que hay un bachi es porque hay matrícula, no al revés. Todas nuestras orientaciones están relacionadas con las herramientas que necesita ese trabajador adulto, que en general están relacionadas con el trabajo cooperativo, la habilidad de comunicarse y la educación con una perspectiva de género», me explicó.

Sobre la forma de evaluar, Natalia me explicó que aunque cada bachillerato tiene sus particularidades, la línea común es entregar dos boletines al año donde se le da mucho valor al informe narrativo de cada estudiante. Ese informe cuenta el proceso por el cual pudieron sostener la cursada, porque se entiende que en un adulto que vuelve a estudiar es muy valorable. «Evaluamos el intercambio con los compañeros/as, el trabajo en grupo. Y ponemos nota porque lamentablemente sigue siendo un chip, quieren ir con un nueve, un diez o un aprobado a su casa, volver contentos. Muchos traen la mochila pesada de no haber aprobado matemática en su vida, la alfabetización meritocrática es muy fuerte en los pibes«. Cada materia en particular tiene su forma de evaluar, y lo importante es a principio de año establecer un consenso con el grupo acerca de lo que se va a tener en cuenta. Sobre la toma de asistencia Natalia me aclara que se valora sostener la presencia, pero se tienen en cuenta las variables de cada uno/a. Por ejemplo, en invierno hay madres que faltan más porque cuidan a sus hijos enfermos, así que en esos casos les piden mantenerse comunicadas.

Muchos de los bachilleratos surgieron en las fábricas recuperadas luego de la depresión económica de 2001. «Nuestra propuesta pedagógica principal es la escucha. Somos más abiertos y permeables a las necesidades de las distintas realidades, tanto en edades como en recorridos. Trabajamos a partir del diálogo y de compartir saberes, sobre los que muchas veces ya existen, muy de la mano de lo que proponía Paulo Freire. También creemos que no puede estudiar a distancia un adulto que no venía escolarizándose, sin tener un otro que acompañe. Sobre todo porque los nuestros son espacios para hablar de otras problemáticas de su vida en la casa, el trabajo, la salud, y las mujeres en especial sobre violencia de género», agrega Natalia. «Las consecuencias que provoca la pandemia por COVID-19 en términos sanitarios, alimentarios y económicos, afecta particularmente a la población que concurre a nuestras instituciones educativas», subrayan desde la Coordinadora.

Sobre la cuestión pedagógica, Juan Carlos admite que «la escuela tradicional es expulsora. Por eso, desde los bachis trabajamos para que los adultos ya no se sientan desplazados. Queremos formarnos como sujetos críticos, donde la palabra de cada uno tenga un sentido e igual peso. La llamamos educación para la emancipación, para que tanto estudiantes como profesores puedan ejercer la autogestión como una práctica política consciente en el entorno donde la experiencia se está desarrollando. Que tengan una mirada crítica de su realidad y que esa transformación los lleve hacia una sociedad más justa. Esa es nuestra propuesta política-pedagógica». Según las últimas estadísticas, hace décadas que en el país se mantiene una deserción cercana al 50% de la matrícula de escuelas medias.

En la ciudad de Buenos Aires la figura legal que los contempla es la de «Unidad de gestión experimental» y en la provincia de Buenos Aires caben dentro de las categorías «Centros Educativos de Niveles Secundarios» (CENS), «Secundarias con Oficio» y «Plan FINES». Son presenciales, suelen durar tres años y funcionar en fábricas recuperadas, cooperativas, movimientos sociales, locales compartidos. Y uno de los puntos centrales de los reclamos es conservar la autonomía para elegir a sus docentes. «Parte de nuestro convenio previo es que nuestros bachis designan a los profesores de su plantilla. Los elegimos directamente, a veces planteamos una terna. Ahora el Estado sacó el plan PIEDAS para permitir a los y las docentes tomar cargos luego de la suspensión por la pandemia. Ahora falta designarlos y que nos dejen armar las comisiones».

Como la mayoría no recibe presupuesto para infraestructura, mobiliario y servicios -y no comparte edificio con escuelas, como las clásicas «nocturnas»-, se terminan financiando con los salarios de los docentes. Que, como trabajan en parejas pedagógicas no reconocidas, a veces hasta tienen que compartirlo. Hoy muchos de esos docentes no están reconocidos en la planta orgánica funcional y no cobran, además de que en la Provincia los planes FINES aún no se abrieron. «De todas maneras, al ser un programa, consideramos que es en realidad el FINES es una forma de precarización porque se reconocen los profesores por módulos, que duran un cuatrimestre, como un contrato. En cambio, si trabajás en un CENS, te corresponden vacaciones y demás beneficios laborales. En Provincia hay 11 bachis funcionando como CENS, 10 reconocidos como FINES, 2 como secundaria con oficio y 3 sin reconocimiento hasta ahora», aclara Juan Carlos.

En la última década, algunos bachilleratos populares se sumaron al diálogo con otras experiencias pedagógicas transformadoras en las reuniones anuales del Encuentro Plural de Educaciones Posibles (EPEP) y en las del movimiento por la reglamentación de la educación de Gestión y Social y Cooperativa, la tercera modalidad contemplada en la Ley Nacional de Educación pero escasamente reglamentada en el país. Si me preguntan, yo sigo pensando que los Bachis forman parte del creciente y diverso movimiento por la renovación pedagógica del país por varias características que comparte con otras experiencias, más allá de las diferencias: surgen desde la demanda; practican la autogestión; centran su propuesta político-pedagógica en las necesidades y contextos de sus estudiantes; eligen a sus propios educadores y proponen una enseñanza para la transformación.

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Fotos de archivo de la Coordinadora de Bachilleratos Populares en Lucha

Dolores Bulit

Nací en la Ciudad de Buenos Aires en 1972. Mi educación formal ocurrió en el jardín Casa de los Niños fundado por Elena Frondizi, la Escuela Normal Nacional en Lenguas Vivas “John F. Kennedy” y la Carrera de Comunicación Social de la Universidad de Buenos Aires. Mi educación no formal se amasó en una familia numerosa, presente, matriarcal en medio del patriarcado, de clase media profesional. Sin presiones curriculares o extracurriculares, con mucho tiempo y enorme oportunidad para el juego libre en la ciudad y en el campo. También me eduqué en mis empleos y en mis viajes, en mi pareja y con mi maternidad, con todas las personas que pasan por mi vida y a través de mi experiencia más reciente y transformadora con la gestación de Tierra Fértil, un espacio de aprendizaje basado en el juego y la autogestión con 8 años de historia.

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