Soy, luego educo

No tengo una trayectoria extensa de asistencia a encuentros y conferencias sobre educación, pero percibo que se está intentando algo diferente. Que, por otro lado, es lo que ya se viene subrayando en las conversaciones más alternativas y subterráneas sobre el tema: que los adultos tienen que «trabajarse» mucho ellos mismos para poder transformar la educación en los espacios donde operan. Parece una obviedad, y sin embargo no lo es.

El encuentro «Educando a nuestro futuro», organizado por la Fundación Vivir Agradecidos en el CCK de Buenos Aires el 24 de septiembre pasado, iba por ese lado, con una fuerte impronta espiritual. La organización propone aprovechar el siglo donde se unen la sabiduría y las neurociencias y tiene como gurú al monje David Steindl-Rast de la orden de San Benito, orador TED de 2013 en Edimburgo.

Ese día participé de algunas de las charlas breves de la mañana, en módulos de 20 minutos donde se presentaban distintas experiencias educativas que los organizadores consideraron innovadoras. El Instituto Universitario del Hospital Italiano, por ejemplo, propone un acompañamiento que se adecua a los tiempos diferentes del aprendizaje, en grupos pequeños, con profesores que facilitan más que dar clases magistrales, sin apilar materias, como se hace habitualmente. Con énfasis en las entrevistas y la relación médico-paciente.

Caballito de Mar y La Colmena son dos proyectos hermanos en distintos lugares de Rocha, Uruguay: el primero en Punta del Diablo y el segundo dentro de Ambá, una reserva de flora y fauna. El Caballito fue fundado por Luciana Pérez y su prima, ambas hijas de desaparecidos durante la última dictadura argentina. «Somos sobrevivientes de este sistema antivida, que nos prepara para ser funcionarios», arrancó para presentar al espacio Montessori que hoy tiene unos 30 niños y niñas de 2 a 11 años. «Hay familias de varias nacionalidades que han llegado enamoradas de este pueblo de pescadores y se han quedado. El respeto es la única y más importante norma. Como en todo ambiente Montessori, no hay propiedad privada porque hay uno de cada material. Creemos y vemos que esto los y nos libera», puntualizó. La Colmena es parte de una comunidad rural autosustentable de familias, fundada por dos terapeutas gestálticos.

Nanu Casano, que fue quien me invitó, contó el proyecto de Respirar Comunidad: un campo de 60 hectáreas en Zárate, provincia de Buenos Aires, donde sueñan con construir un entorno sustentable donde convivan personas con y sin discapacidad. El diseño responde al modelo Camphill, una comunidad que nació en 1939 en Inglaterra y de la cual ya hay más de 100 réplicas en el mundo. Allí se prioriza la dignidad del trabajo real como generadora de bienestar y se borran los límites asimétricos entre paciente y terapeuta, maestro y alumno. Se proyectan las actividades típicas de campo, con huerta, producción de alimentos, carpintería, cría de animales, etc.

La última charla a la que fui ese día fue de la Universidad de San Andrés, donde Sonia Fox y María Eugenia Podestá presentaron sus investigaciones sobre neurociencias. La pregunta que las guiaba fue: si el cerebro cambia con las experiencias, ¿qué tipo de experiencias está ofreciendo la escuela? Hablaron de cómo nuestro cerebro piensa en red, con lo cual tienen mucho sentido integrar las áreas de conocimiento que habitualmente las instituciones ofrecen por separado. Contaron sobre su colección en castellano «Neurociencias y educación«, pensada para los docentes locales que no acceden a publicaciones extranjeras, y sobre un experimento donde artistas habían trabajado con docentes por un tiempo, logrando que éstos pudieran dar vuelta sus aulas de forma creativa. «El descanso no es pereza»; «Animarse a salir del aula y la escuela para crear comunidades que educan»; «El clima escolar predice la salud emocional de los alumnos» y «Hay que impulsar el autoconocimiento» fueron algunas de las frases que se escucharon y que valdría la pena llenar de sentido.

Tres días después pasé una jornada completa en un convento de Boulogne con varias de las experiencias del lunes y otros invitados. Universidades, escuelas públicas y privadas, autores, documentalistas, sindicalistas, ONGs dedicadas a la infancia y la discapacidad, proyectos no formales y funcionarios convivimos en un esquema guiado muy eficiente para aprovechar el tiempo de los oradores de lejos y las 80 personas, pero que me hubiera gustado fuese más participativo. Miniconferencias y dinámicas de world cafe me llevaron a encontrarme con Germán Doin, director de «La educación prohibida«; Delfina Varela del documental y libro Lilah que recoge la voz de los niños y niñas en entornos educativos de todo el mundo; Violeta del Río, autora de «Mi primer libro rojo«; Diego Painceira, pediatra colaborador de la Asociación Síndrome de Down de la República Argentina; Camila Agostini del Hogar Amaranta.

Fui a la charla de Tania Singer, del Instituto Max Planck de Alemania, especialista en neuroplasticidad y una de las principales investigadoras sobre la empatía. Nos mostró los resultados del ReSource Project, una especie de entrenamiento mental con app incluida para mejorar la atención, la afectividad/compasión y la metacognición de adultos. Entre otros procedimientos, proponía hacer díadas para conversar y aprender a escuchar (eso en Latinoamérica se consigue); recordó la importancia de las disciplinas mal llamadas «blandas» y habló del mindfulness, como casi todos los oradores en algún momento: que nos sirve para desintoxicarnos de la hiperpantalla pero que no necesariamente despierta nuestra compasión. Y que tampoco debería ser usado para lograr mayor eficiencia escolar.

Margret Rasfeld fue, para mí, el personaje frontal y rupturista de los que escasean en las conferencias educativas. Dio vuelta como directora una escuela de barrio bajo de Berlín, Alemania. Sacó las calificaciones, introdujo la asamblea semanal y el tiempo libre para viajar. A los chicos y chicas de 14/15 los larga a la ciudad durante una semana con 150 euros en el bolsillo, carpa y mochila. Y los de 18 tienen tres meses para pasar en un proyecto educativo o ecológico en otro país. Ella dividió el secundario en tres ejes sucesivos que envuelven todas las actividades: responsabilidad los primeros años; desafíos después y experiencia intercultural los últimos.

También metió las manos en el barro con la formación docente: son los chicos y chicas quienes capacitan a los adultos, en cursos presenciales, virtuales y hasta itinerantes. Como todos los proyectos que redefinen radicalmente qué es educar, tuvo problemas burocráticos y no logró mucho apoyo. Pero está convencida que la reforma es de abajo hacia arriba, así que fundó el movimiento «Schools in transformation» en Alemania, que ya se extendió a 4 países europeos. Cree que la presión de las pruebas mundiales estandarizadas es una mala influencia y que hay deseos de transformar, «pero nos faltan las imágenes para visualizarlo y hacerlo».

Por último, participé de la charla con Alexander Laszlo y Pavel Luksha sobre ecosistemas educativos. El primero se dedica a investigar los nuevos paradigmas de organización social y el segundo es un educador de líderes formado en la escuela de Management de Moscú. Explicaron que se necesita un ambiente muy enriquecido para abastecer a todos y cada uno de los que aprenden, y que para eso la escuela no alcanza. Hay que borrar las fronteras entre escuela y sociedad. Apuestan a las comunidades de aprendizaje, con dos personas como mínimo y un máximo ideal de 150 (que es el número que las ciencias sociales manejan para explicar entornos donde las personas se conocen). Con una identidadcompartida, un propósito común y un compromiso de co-creación de sentido. «Ni los gobiernos ni los expertos saben cómo cambiar la educación, así que no esperemos su permiso para hacerlo», lanzó Pavel. Y en vez de ser los ingenieros del ecosistema, seamos los jardineros.

Para ver al resto de los oradores, pueden visitar el canal de Vivir Agradecidos acá.

Dolores Bulit

Nací en la Ciudad de Buenos Aires en 1972. Mi educación formal ocurrió en el jardín Casa de los Niños fundado por Elena Frondizi, la Escuela Normal Nacional en Lenguas Vivas “John F. Kennedy” y la Carrera de Comunicación Social de la Universidad de Buenos Aires. Mi educación no formal se amasó en una familia numerosa, presente, matriarcal en medio del patriarcado, de clase media profesional. Sin presiones curriculares o extracurriculares, con mucho tiempo y enorme oportunidad para el juego libre en la ciudad y en el campo. También me eduqué en mis empleos y en mis viajes, en mi pareja y con mi maternidad, con todas las personas que pasan por mi vida y a través de mi experiencia más reciente y transformadora con la gestación de Tierra Fértil, un espacio de aprendizaje basado en el juego y la autogestión con 8 años de historia.

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