Cuando tuve a mi hijo en 2006, la terapeuta y escritora argentina era la única que yo conocía que nombraba la parte oscura de la maternidad. Sin embargo, a pesar de ponerle origen y palabras a esa etapa que puede sentirse solitaria y feroz, Gutman seguía parándose del lado del bebé. Me parecía muy valiente y maduro reconocer la falta de sostén y referencias de una generación de madres sin por eso dejar de subrayar las necesidades prioritarias del bebé por sobre las de los adultos. Acabar con el adultocentrismo sigue siendo el eje de toda su obra en conferencias, cursos y libros.
Por eso no dudé en escribirle en 2013 cuando con un grupo de familias le dimos forma a Tierra Fértil, un espacio para seguir poniendo en el centro las necesidades de los mayores de 6 años. Yo sentía que así como se asentaba la defensa del derecho al parto y el nacimiento respetados y surgían las primeras voces en contra de la escolarización temprana en guarderías, nadie hablaba de los que terminaban el jardín y eran lanzados a la escuela sin más oportunidad para seguir jugando.
Laura declinó mi invitación a conocernos y charlar sobre educación centrada en el niño, lo que estábamos haciendo como pioneros y los incipientes contactos que teníamos con otros proyectos y otras latitudes. Yo no conocía muchas personas en el país que promovieran una sociedad centrada en los niños y niñas, así que la negativa fue una desilusión. El año pasado, cinco años después de mi correo, por primera vez la escuché poner a la escuela también en el centro de sus cuestionamientos, como una institución contraria a las necesidades de desarrollo de los más chicos. Lo hizo primero en un capítulo de su libro «Una civilización niñocéntrica» y después a través de un curso virtual.
La semana pasada fui a la charla de «educación consciente» donde presentó su último libro: «Mi hijo no quiere ir a la escuela. ¡Y tiene razón!». Llenó el auditorio de la fundación antroposófica del barrio de Saavedra junto con Cristina Romero Miralles, la española co-autora del libro y fundadora de la escuela libre Liberi en España, y la música y directora de jardín de infantes Magdalena Fleitas. A Cristina la conocí en uno de los tantos encuentros organizados por La educación prohibida y Reevo, y su experiencia es muy valiosa porque ha sido maestra (especial) y madre dentro y fuera del sistema educativo oficial español. También porque Cataluña es una de las regiones con más densidad de escuelas libres que yo conozca.
En ese salón que preside el típico retrato con cara de susto de Rudolph Steiner me encontré también con Mónica Spagnol, directora del primer jardín Montessori estatal en Vicente López; con Blanca, madre reciente de Tierra Fértil; otra madre del proyecto hermano Ayni; con Germán Doin; Aine Corrizo de Río Libre en Rosario y Mariela Caballero, facilitadora de la Biografía Humana en esa ciudad.
A Laura Gutman la han criticado por ser terapeuta sin título de psicóloga luego de sus artículos más polémicos y por, supuestamente, culpabilizar a la madre. Yo creo -y lo digo hace rato cuando escribo sobre crianza y educación desde el punto de vista de mi experiencia- que se trata de una maniobra típica del adultocentrismo: el discurso de liberarnos de la culpa materna no es tanto una propuesta de cambio cultural hacia una ma/paternidad más consciente sino otro desvío más para seguir sin hacernos cargo de lo que como sociedad hacemos para silenciar a las dos puntas más débiles, niñxs y ancianxs. Claro que vivir atados a la culpa judeocristiana no ha servido más que para alimentar la dominación de unos sobre otros, pero hay una tendencia peligrosa a liberarse de ella a la par de la responsabilidad que debería traer la madurez. Quizás, en vez de «defender a los niñxs de sus madres», tal como ella define su trabajo, sea hora de no seguir alimentado al patriarcado y defenderlos de los adultos en general.
En ese sentido, sí estoy dispuesta a admirar el valor y la coherencia de Gutman frente a otros autores masivos dedicados a la educación y crianza en Argentina. Lo que no me parece tan coherente es su forma de relacionarse con su entorno dedicado al mismo tema, aunque puedo entender que es la forma que la mayoría hemos aprendido: el vínculo consumista (o basado en la competencia). No estoy hablando de no cobrar el trabajo, no, sino de complementarlo con una relación de cooperación y ayuda mutua, como hacen la mayoría de los colectivos argentinos dedicados a la crianza y la educación con la mirada centrada en los niñxs. También, debo reconocer, me sorprende como investigadora que no se haya contactado con los referentes o familias argentinas que ya tienen años de experiencia de educar sin escuela o en proyectos de aprendizaje libre/democrático.
No puedo hablarles del libro porque no lo compré; gasté casi el doble de su valor en la entrada a la charla. Tampoco pude obtenerlo como periodista para publicar una reseña, pero seguramente lo compre igual para mi biblioteca dedicada a la educación no tradicional. Sí puedo contarles algo de lo que se habló el 1 de mayo pasado a sala llena de madres, educadoras, terapeutas y hasta su primera nieta revoloteando por ahí.
Laura Gutman arrancó la charla sentada en el escenario recordándonos que es «bruta y cruda para hablar». Que su punto de partida es el niño tal cual nace (ella habla del «diseño») y que su marco de referencia para proponer en clave terapéutica un mundo centrado en el niño es la crítica al sistema civilizatorio actual, occidental, capitalista y patriarcal, de dominación del más débil por el más fuerte. «Maltratamos suficientemente a los niñxs para que de grandes estén alineados con ese esquema», dijo con su habitual primera persona del plural que usa incluso cuando habla de los menores de edad.
Recordó el origen industrial de la escuela y su afán alfabetizador y se preguntó si ese sigue siendo su rol. Señaló cómo la educación pasó del Ministerio de Desarrollo Social a tener su propio ámbito y, hoy, un actor social al que se le pide que cumpla todas las funciones, desde la alimentación a la crianza y la contención. Exactamente como pienso, señaló que el punto de inflexión de la escuela formadora a la escuela pulpo fue la incorporación de las mujeres a mundo del trabajo fuera del hogar. Es el combo más elegido para solucionar el temita de quién se ocupa de los chicxs.
«¿Realmente les damos herramientas cuando gastamos toda esa fortuna en los high schools? Esa es una fantasía adulta, porque si nos dejaran a nosotros un día a las 7:30 en la puerta no aguantaríamos ni tres horas», lanzó con el sarcasmómetro alto y desató la ola de preguntas y catarsis que es habitual en los encuentros donde la escuela se cuestiona sin tabúes. «Buena voluntad como madres y padres tenemos todos. Lo importante es revisar qué nos pasó a nosotros y reconocer nuestros marcos de referencia adultocéntricos para poder darles al máximo desde nuestra consciencia y no desde nuestra ceguera», arriesgó, dando por tierra con las teorías de las buenas intenciones y de la calidad versus la cantidad.
«Si mi hijo me lo dice, tiene razón. Grábenselo«, fue otra de sus máximas. En realidad, esa es la potencia de su propuesta pedagógica: escucharlos, cada momento y cada día. «Yo no estoy diciendo que mañana todos desescolaricen, pero sí los invito a pensar». No, el desafío es mucho más sutil y complejo. «El problema no es el sistema sino nuestras propias creencias. Además, las escuelas libres requieren un nivel de compromiso y madurez que no son para todos», aclaró justo antes de presentar a Cristina Romero para la segunda parte del encuentro, dedicada a las propuestas.
«Yo ya no sé dónde anotarla», lanzó una mujer desde las filas delanteras, y abrió otro reclamo recurrente: que las escuelas alternativas son caras. Laura no la dejó avanzar mucho y recordó lo que se gasta en los nombramientos simultáneos en los cargos estatales y que, otra vez, revisemos cómo los padres y madres nos paramos frente a la escuela, delegando todo. Cristina hizo su parte contando otra vez su anécdota personal de las lentejas. «Yo era maestra en el sistema, y cuando tuve mi primer hijo me juntaba con un grupo de madres. Una de ellas dijo que había preferido dejar su puesto para criar a su hijo y estaba dispuesta a comer lentejas todos los días si hacía falta. Yo escuché eso e inmediatamente supe que quería lo mismo».
Acto seguido Laura le hizo a Cristina las preguntas generales clásicas acerca de la educación libre: qué pasa si los niñxs juegan todo el día, cómo se dividen y cómo trabajan, qué pasa si después quieren ir a una escuela o universidad oficial. Ella explicó que ya hay escuelas libres homologadas que tienen que tener un mínimo de alumnos y estudiar algunas materias obligatorias de la ESO, entre otros requisitos. «La diferencia es que ellos tienen un esquema de materias y las van tachando en la planilla a medida que avanzan, y que esos contenidos pueden elegir cómo aprenderlos, con clases o con material autónomo», por ejemplo. De todas formas, recalcó que son cada vez menos las escuelas libres españolas que quieren permanecer fuera del sistema oficial para no restringir su proyecto pedagógico original.
Alguien del público preguntó cuál era la diferencia entre una escuela libre y una escuela Waldorf (el auditorio antroposófico aumenta la confusión). Ella lo aclaró bien: tanto Waldorf como Montessori son métodos directivos, donde lxs adultos enseñan o diseñan el aprendizaje. En la escuela libre el protagonista es el niño, sin condicionamientos de curriculum, y los acompañantes y el ambiente físico ofrecen oportunidades y estímulos para acompañar el propio camino de aprender. ¿Pero cómo se aprende lo que no se conoce?, siguió preguntando Laura. «Todos queremos pertenecer y estar con pares, así que muchas veces descubren las cosas a través de los amigxs. O puede pasar que el tiempo en la escuela libre lo usan para socializar y en casa es cuando se interesan por los conocimientos más cognitivos», explica.
Es un hito que Laura Gutman haya elegido dedicar la charla a las escuelas libres, que no son más que espacios colectivos de desescolarización. Pero no es casual: son las únicas que no anulan o disfrazan la voluntad infantil. A diferencia de España y otros países, en Argentina no están reconocidas. Cristina Romero animó al público a conocerlas, visitarlas y aprender de ellas, incluso aunque sigan dentro del sistema oficial. Ya hay varias, que además ofrecen encuentros formativos y gestionan espacios comunes de encuentro. La mayoría de ellas surgieron como iniciativa de padres o maestros para sus propios hijxs y algunas son grupos pequeños con encuentros periódicos.
Escuelas libres en Argentina
CABA: Ayni Educación Viva; Utinghami.
Conurbano norte: Tierra Fértil; Amanecer; Munacuna; Magnolia Resuena; Tutú Marambá; Espacio Senderos.
La Plata: Semillas de estrellas; Casa Escuela Soles.
Ranelagh: Munay.
Villa Lía (San Antonio de Areco): Pampa Traviesa.
Padua: Tierra Arcoiris Educación Cosciente.
Zárate: Espacio Educativo Holístico.
Marcos Paz: Quinto elemento.
Córdoba: Abrakadabra Escuela Monte Educación Viva.
Rosario: La Casita, Río Libre.
Bariloche: Los Maitenes.
Espacios de formación
Encuentro Plural de Educaciones Posibles (EPEP); La educación prohibida; Reevo.
Mirá un video que describe cómo funciona una escuela libre argentina (Tierra Fértil)
Texto y fotos: Dolores Bulit
Comentarios recientes