No se suicida la escuela

Se suicidan las personas. Como el nene de trece años esta semana en Concordia, Argentina. No fue sin aviso: su mamá había alertado a sus profesores. Ayer, aburrida durante un viaje, me acordé de ese chiste que todos contamos alguna vez: «¡Mamá, mamá! En la escuela me dicen…». Completá los puntos suspensivos con lo que sea, el remate siempre va a ser denigrante, la madre cómplice y la sociedad amplificadora. Los chistes son marcas que condensan nuestra cultura, y éste en particular nos muestra que el acoso se lleva de maravillas con la escuela.

Es muy difícil solucionar un problema tan naturalizado si los adultos a cargo de niños y jóvenes no lo ven. Pueden tomar cursos del método KiVa de Finlandia y organizar charlas con psicólogos, pero poco se puede hacer si no se cuestiona el rol de la escuela de raíz. Hoy, sin importar la clase social, es el principal lugar de convivencia de chicos y chicas. Y sin embargo, el foco sigue estando en los resultados cognitivos. Lo emocional, los vínculos, el despertar de la madurez, son tratados como temas accesorios que los resolvemos con especialistas.

Hace dos semanas Vito empezó a ver la serie «13 razones» (13 reasons why) y yo lo acompaño. Vi la primera temporada cuando se estrenó hace dos años y me costó entender la crítica masiva que recibió en mi entorno. Que incita al suicidio, que no les da herramientas. A mí me gustó porque metió el dedo en la llaga: un cúmulo de situaciones que para los adultos son sutilezas o «formadoras de carácter» puede destruir la vida frágil de una persona en desarrollo. Más demoledor incluso que esas micro violencias cotidianas es darse cuenta como niño o como joven que suceden en la escuela, ese lugar que madres y padres consideran fundamental y en el que nos recluyen gran parte de nuestra infancia. Un golpe parejo y continuo para la estructura psíquica de cualquiera, ni hablar para alguien que se está formando.

Tan fuerte fue la moralina adulta que fueron obligados a poner un spot y hacer una web preventiva, cuya versión argentina pueden ver acá. El debate sobre la influencia de los medios en la promoción del suicidio estalló otra vez y, sin embargo, una vez más, nos olvidamos que los medios son un reflejo de nuestra cultura. El acoso, hay que decirlo sin cesar, no es exclusivo de la escuela: es un síntoma social que padecemos los adultos cada vez que naturalizamos el maltrato en miles de situaciones cotidianas. Su peso en la adolescencia se multiplica por cien: es la edad del riesgo y la prueba, de los secretos, de la mirada social para conseguir aprobación, de la reorganización sináptica neuronal. Más allá de la actividad, el maltrato en cualquiera de sus formas tiene que ser prioridad en cualquier espacio pensado para albergar niños, niñas y jóvenes.

Hoy Vito tiene la misma edad que el nene que se mató esta semana y debo decir que en su primer año de escuela, sí, ya fue blanco de alguna «broma pesada». A veces nos enteramos por él, a veces por madres que pasan tiempo ahí, pero nunca por los directivos o profesoras. Hace una semana, además, lo vimos impactado con el supuesto suicidio online de un adolescente en Rusia, comentado por los Youtubers que conoce. Los debates propios de su edad, ahora, pasan por ahí. Hablar de eso y conocer sus canales de comunicación debe ser parte de la conversación.

El acoso es uno de los principales motivos que lleva a las familias a elegir las escuelas alternativas, incluso el homeschooling (escuela en casa). No fue el mío cuando decidí no mandarlo a la primaria, pero pude comprobar que cuando se prioriza el clima en un espacio de niños y jóvenes, el bullying o no existe o se convierte en una prioridad ni bien se asoma. Ese es un gran aporte que las escuelas libres o democráticas podrían hacer si la escuela tradicional se atreviera a mirarlas con menos prejuicios.

Texto y dibujo: Dolores Bulit

Dolores Bulit

Nací en la Ciudad de Buenos Aires en 1972. Mi educación formal ocurrió en el jardín Casa de los Niños fundado por Elena Frondizi, la Escuela Normal Nacional en Lenguas Vivas “John F. Kennedy” y la Carrera de Comunicación Social de la Universidad de Buenos Aires. Mi educación no formal se amasó en una familia numerosa, presente, matriarcal en medio del patriarcado, de clase media profesional. Sin presiones curriculares o extracurriculares, con mucho tiempo y enorme oportunidad para el juego libre en la ciudad y en el campo. También me eduqué en mis empleos y en mis viajes, en mi pareja y con mi maternidad, con todas las personas que pasan por mi vida y a través de mi experiencia más reciente y transformadora con la gestación de Tierra Fértil, un espacio de aprendizaje basado en el juego y la autogestión con 8 años de historia.

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