No porque no y sí porque sí: dos historias de cuadernos que muestran el dogma escolar

Opinión – Por Dolores Bulit, editora de www.AlterEdu.com.ar

Hace unos días veía el cuaderno de mi sobrino de siete años. Nunca «revisé» cuadernos porque mi hijo no fue a la escuela primaria, así que los miro con ojos frescos. En una hoja con garabatos en los márgenes la maestra le había escrito: «no dibujar en el margen». Algunas páginas después, los dibujos en el margen seguían, pero ya no eran garabatos sino pequeñas piezas detalladas y prolijamente alineadas. Más adelante, encuentro otra «corrección» que obligaba a pintar dos dibujos que él había decidido dejar sin color.

Me pregunto, de verdad: ¿existe alguna materia del profesorado de educación primaria que diga que debe corregirse a los niños y las niñas que se están alfabetizando cuando dibujan en los márgenes? ¿Acaso tienen miedo de que, llegados a sus 25, estos chicos hagan garabatos en sus escritos o planillas de cálculo de la oficina? Y si no hay manuales que lo impongan, que alguien me explique qué extraño automatismo aprehendido lleva a una maestra a pensar que este tipo de observaciones favorece el aprendizaje, el clima escolar o cualquier otra variable que decidan tomar.

No puedo dejar de imaginar al cerebrito incansable de mi sobrino tratando de entender el mensaje: ¿hice lo que me pidió que hiciera pero no puedo hacer nada más? O: ya entendí que los renglones son para escribir, pero si los márgenes son lisos, ¿no puedo dibujar? O: ¡¡ahhh!! Ya entendí: dibujar solo puedo en la hora de Plástica. Ah, pero fuera de la hora de Plástica ¿tengo que pintar el helicóptero sí o sí?

Pido explicaciones otra vez: ¿cuál es la relevancia pedagógica de estos comentarios en los cuadernos? ¿A los 7 años? ¿En pleno siglo XXI, con todo lo que sabemos ahora sobre el aprendizaje humano? ¿Con toda esa creatividad que decimos que las futuras generaciones tienen que tener? ¿Con el descubrimiento del visual thinking como poderosa herramienta para el aprendizaje?

No puedo más que acordarme, en contraposición, de los cuadernos de la escuela Carrasco cuando Olga Cossettini. Ella realmente creía que les pertenecían a sus alumnos, que podían decorarlos y usar el espacio como quisieran. También recuerdo aquello que pedagogos italianos como Malaguzzi, Lodi o Tonucci quisieron enseñar: el dibujo y el juego son el primer lenguaje que hablan los niños. No dura para siempre. Para suerte de maestros, esa «manía» ya se le pasará. Para desgracia del mundo adultocéntrico, ese lenguaje florido y honesto dura demasiado poco.

Un cuaderno de circa 1950 en la escuela Carrasco de Rosario (Archivo IRICE-CONICET)

Efectivamente, todo lo contrario

Parafraseando a un sindicalista de mi adolescencia, les cuento ahora sobre una escuela que hacía lo opuesto. Lo vi con mis propios ojos, hace unos cinco años, en una de las llamadas «alternativas». Era la hora de Poesía o Literatura, no me acuerdo bien. La cuestión es que ahí, las chicas y los chicos eran obligados por su maestro a dibujar unas guardas en los márgenes del cuaderno.

Que quede bien claro: a mí no me interesa señalar personas ni escuelas. Me parece mucho más trascendente mostrar con estos ejemplos simples, al pie de aula, cómo es que sí existe un «sistema» educativo que opera culturalmente por sí mismo, más allá de las personas buenas o malas. Ni la escuela convencional ni la alternativa se salvan del poder dogmático de la institución escolar.

No me quedan más que preguntas: ¿qué y para qué se corrige? ¿entienden los que aprenden el sentido de las correcciones? ¿de quién es el cuaderno?

Dolores Bulit

Nací en la Ciudad de Buenos Aires en 1972. Mi educación formal ocurrió en el jardín Casa de los Niños fundado por Elena Frondizi, la Escuela Normal Nacional en Lenguas Vivas “John F. Kennedy” y la Carrera de Comunicación Social de la Universidad de Buenos Aires. Mi educación no formal se amasó en una familia numerosa, presente, matriarcal en medio del patriarcado, de clase media profesional. Sin presiones curriculares o extracurriculares, con mucho tiempo y enorme oportunidad para el juego libre en la ciudad y en el campo. También me eduqué en mis empleos y en mis viajes, en mi pareja y con mi maternidad, con todas las personas que pasan por mi vida y a través de mi experiencia más reciente y transformadora con la gestación de Tierra Fértil, un espacio de aprendizaje basado en el juego y la autogestión con 8 años de historia.

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