Laura Gutman: «Existen propuestas pedagógicas muy buenas, pero las ponemos en práctica las personas, que tenemos nuestras luces y sombras»

Mi maternidad en los primeros años de este siglo coincidió con el auge de la autora argentina Laura Gutman. Sus libros avalaron esa doble sensación que en los primeros años de Vito yo tenía a flor de piel: un puerperio solitario y de a ratos sombrío de una maternidad muy deseada, que convivía con la urgencia para acomodarme a la madurez que requiere criar y ser por primera vez sostén de otra vida. Sus textos validaban mi fragilidad pero me recordaban a la vez que yo ya no era el centro del asunto.

Toda la obra de Gutman trae la voz de los bebés y los niños y desenmascara el adultocentrismo que suele impregnar el campo de la salud mental. Incluso, a buena parte de la literatura feminista y de crianza, que relega al segundo plano las necesidades auténticas de las criaturas. No creo que haya que elegir un marco teórico para ser padres, pero sí estoy segura de que si hoy googleamos todo, lo menos que podemos hacer es aprender algo sobre desarrollo humano.

Por eso, en 2019 aplaudí que, por fin, uno de sus libros lo dedicara a la escuela. Me parecía una deuda para alguien que clama por una sociedad niñocéntrica (pueden leer mi nota de entonces acá). Ahora la entrevisté para hablar específicamente sobre Educación y ampliar las ideas que esboza en su libro «Mi hijo no quiere ir a la escuela. Y tiene razón« .

-Pareciera que, hasta ahora, el rol de los profesionales del campo psi en la Educación es el de ser “muletas” para el sistema. Es decir, se intenta en consultorio o en gabinete que el niño pueda adecuarse y ser funcional a la escuela. ¿Por qué cree que hasta ahora se ha mantenido en esa postura en vez de denunciar que debería ser al revés?
-Ay, ay, ay. Lamentablemente, la mayoría de los profesionales psi no piensan con autonomía, sino que repiten opiniones obsoletas. Sin embargo, el verdadero desastre es que seamos las madres y los padres quienes llevemos a nuestros hijos a los consultorios para que diagnostiquen a nuestros niños. Creemos que hay que “recitificarlos”, en lugar de aprender de ellos y de la alineación que todo niño mantiene con su propia naturaleza.

-Hace poco años ofreció un curso llamado “Una escuela feliz” y escribió un libro titulado “Mi hijo no quiere ir a la escuela. ¡Y tiene razón!”. ¿Qué la ha motivado a adoptar este enfoque de denuncia?
-Me dedico a enseñar un sistema de indagación que se llama “biografía humana”, y tengo un equipo de profesionales que he formado que atienden a cientos y cientos de hombres y mujeres de todas partes del mundo. Yo superviso todos los procesos, y el problema de la escolaridad en los niños es un tema recurrente. Las atrocidades -no exagero- que ocurren contra el bienestar de los niños, tanto en casa como en la escuela (que son dos ámbitos habitualmente asociados a favor de los adultos) son tan comunes, y basados en un nivel de ignorancia tan alto, que no tengo más remedio que escribir -también- sobre eso.

-¿Qué le hubiera gustado para su propia educación, o la de sus hijos?
-¡Mi propia educación sucedió hace demasiados años! Sin embargo, yo ya tenía la percepción de que lo que sucedía en la escuela no estaba bien. Mis hijos mayores (hoy de 41 y 38 años) cursaron la escuela pública estatal. En esa época no tenía condiciones económicas para ofrecerles algo distinto, pero me ocupé de compensar con mi presencia, mi escucha y mis intervenciones cuando fue necesario. Y también los apoyé para que desplegaran sus intereses fuera de la escuela.
Con mi hija menor (hoy de 27 años) ya pude acceder a una escuela de pedagogía Waldorf. Hubo experiencias hermosas para toda la familia. Pero no todo lo que brilla es oro. Existen propuestas pedagógicas muy buenas, pero las ponemos en práctica las personas. Y las personas tenemos nuestras luces y sombras, nuestras habilidades y nuestras discapacidades.

-La mayor parte de las alternativas educativas, con distintos enfoques pedagógicos y de gestión, suelen ser impulsadas por familias, especialmente madres. ¿Cree que la necesidad de tribu y la soledad materna son fuerzas que alimentan esas iniciativas?
-Es lógico que así sea. Impulsamos los cambios quienes los necesitamos. Si no somos las madres quienes vamos a buscar las mejores alternativas para nuestros hijos, en todos los ámbitos, ¿quiénes lo harían?

-Hace poco entrevisté a psicólogas que dirigen un jardín Montessori dentro de un hospital dedicado a la salud mental. Les pregunté si creían que una educación integral es necesariamente (causalmente) preventiva para la salud mental adulta. ¿Qué opina usted?
-La educación no es tan importante como creemos. Lo importante es sentirnos amados por nuestra madre -principalmente- cuando somos niños. Si no nos sentimos suficientemente amados, amparados, sostenidos, fusionados y satisfechos, no es un jardín Montessori ni ningún sistema educativo quien nos va a devolver la imperiosa necesidad de sentirnos protegidos por la sustancia materna. El equilibrio emocional se organiza y se despliega en casa. El desequilibrio (más bien la desesperación infantil), también.

-¿Conoce escuelas “alternativas”, en su pedagogía o en su gestión? ¿Tiene alguna preferencia?
-Sí, claro, conozco muchas. Tengo especial cariño por la escuela Liberi en Catalunya. Es una escuela libre, conozco a sus fundadores, he compartido jornadas enteras con los niños, y siempre salí de ese predio maravillada.

-Y en Argentina, ¿tiene escuelas o referentes que prefiera en materia de Educación?
-Honestamente, no estoy muy involucrada ahora mismo en las escuelas alternativas. Tengo noticias, pero no las conozco por dentro, así que no puedo dar ninguna opinión. Las pocas escuelas de pedagogía Waldorf que hay, las conozco y las quiero, con sus problemáticas y dificultades. Pero son infinitamente más amigables que las escuelas convencionales.

Laura y su nieto

-Uno de los mayores desafíos en estos espacios educativos poco convencionales es la confianza de los adultos en que el aprendizaje vaya a ocurrir. Las expectativas que generan casi 200 años de escolarización obligatoria están bien moldeadas por esa institución social en todo el planeta. ¿Puede aportar algo desde su perspectiva para abonar la confianza? ¿O ayudar a detectar el aprendizaje por fuera de los indicadores estándar de la escuela?
-Bueno, depende del proceso de conciencia que cada adulto esté dispuesto a emprender. Hay padres que intentamos vivir bajo nuevos paradigmas respecto a la gestión de nuestra salud, la alimentación, los biorritmos, etc. En el mismo sentido, pretendemos funcionar en sintonía con la escolaridad de los niños. Otros padres simplemente buscamos escuelas que se hagan cargo de nuestros hijos, a quienes les delegamos esa responsabilidad. Honestamente, yo no haría nada para que otros padres “tengan confianza” en un sistema escolar distinto.

-¿Por qué cree que en la era de la diversidad, la diversidad educativa aún sea un tabú? Muchas tienen dificultades para funcionar y sufren falta de apoyo político, aunque existen hace décadas en todo el mundo y muestran buenos resultados.
-La “diversidad” es puro bla bla. La mayoría de las personas estamos aferradas a nuestras creencias primarias. Se requiere valentía y decisión para buscar nuevos rumbos, en todas las áreas de la vida. Y fundamentalmente, la decisión de generar una civilización niñocéntrica. La prioridad debería ser el bienestar del niño, no el bienestar del adulto.

-¿Cómo sería una escuela niñocéntrica que a la vez cuide el bienestar de los adultos?
-¿Por qué habría que cuidar el bienestar de los adultos? Los adultos podemos cuidarnos solos. Por otra parte, todas las áreas de nuestra civilización son adultocéntricas. Es hora de hacer un cambio radical, ecológico y amoroso, dando la prioridad a las necesidades de los niños, que son el futuro de la humanidad.

-De acuerdo, pero ¿podría al menos mencionar algunas características que tendría que tener una escuela con prioridad en los niños?
-Tendrían que respetar los intereses y los biorritmos de cada niño. Tendrían que acompañarlo a investigar y profundizar en las materias que les atraen. Tendrían que jugar la mayor parte del tiempo. Tendrían que juntarse por áreas de interés, no por grupos de edad. Tendrían que tener las puertas abiertas para los padres, siempre y cuando el territorio sea principalmente de los niños. Tendrían que abundar las propuestas creativas, artísticas, deportivas o ligadas a la naturaleza, en mucha mayor medida que las materias intelectuales. Y muchos etcéteras.

Creo observar que algunos adultos forman estos proyectos educativos alternativos o se suman a ellos precisamente para recuperarse de sus infancias, de tal modo que parece que no se pueden cuidar solos, y recurren a estos espacios en calidad terapéutica. Eso, lo he visto, carga al proyecto con trabajo extra. ¿Cree que esta doble función es posible y deseable? ¿Usted puede aportar a ese trabajo de adultos, tanto padres como maestros, con su propuesta, o prefiere mantenerse al margen del funcionamiento de estos espacios? Es decir, ¿cree que tiene sentido que «escuelas para padres» funcionen a la par de las escuelas para niños? ¿La han llamado de escuelas para consultarla?
-Las escuelas alternativas suelen tener presupuestos muy acotados, así que muchas veces me han llamado pero pocas veces hemos concretado. No soy muy amiga del concepto de “escuela para padres”, pero es evidente que los adultos tenemos mucho que reaprender y que también necesitamos ámbitos de encuentro y reflexión. No está mal que eso suceda en una escuela libre. Siempre es bienvenido que los adultos pensemos colectivamente, en parte para acompañar a los niños y en parte para reparar las infancias sufrientes que hemos padecido.

-La escuela sigue siendo el principal lugar de convivencia con pares para la niñez y la adolescencia. Si una familia decide hacer homeschooling o unschooling, qué cree que debería contemplar u observar para cuidar la salud psicológica o vincular de sus hijos e hijas?
-Depende de muchas instancias. Si vivimos en un área urbana o rural. Si contamos con una tribu amorosa que incluya niños. Si nos sentimos capaces de estar en sintonía con las necesidades de los niños, muchas horas al día. Si tenemos apoyo. Si nosotros mismos contamos con habilidades sociales. Si estamos respondiendo al pedido genuino de nuestros hijos.

-¿Cuál es su formación o recorrido? ¿De qué corrientes, marcos teóricos o prácticos preferentes se nutre para acompañar personas?
-Tengo 65 años, hice un recorrido muy sui generis. No uso ninguna corriente teórica, salvo la que yo fui organizando: la biografía humana. Mi brújula siempre fue la intuición y la capacidad de sentir a las personas. Comencé a atender madres con niños pequeños, y a través de la casuística fui generando una serie de conceptos que están descritos en los 14 libros que tengo publicados. El más famoso fue y sigue siendo el primero: “La maternidad y el encuentro con la propia sombra”. Luego, fui describiendo aspectos diversos del comportamiento humano, tomando en cuenta el punto de vista del niño que hemos sido.

Más información y contacto con Laura Gutman: https://lauragutman.com.ar/

Dolores Bulit

Nací en la Ciudad de Buenos Aires en 1972. Mi educación formal ocurrió en el jardín Casa de los Niños fundado por Elena Frondizi, la Escuela Normal Nacional en Lenguas Vivas “John F. Kennedy” y la Carrera de Comunicación Social de la Universidad de Buenos Aires. Mi educación no formal se amasó en una familia numerosa, presente, matriarcal en medio del patriarcado, de clase media profesional. Sin presiones curriculares o extracurriculares, con mucho tiempo y enorme oportunidad para el juego libre en la ciudad y en el campo. También me eduqué en mis empleos y en mis viajes, en mi pareja y con mi maternidad, con todas las personas que pasan por mi vida y a través de mi experiencia más reciente y transformadora con la gestación de Tierra Fértil, un espacio de aprendizaje basado en el juego y la autogestión con 8 años de historia.

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