Estábamos en un hotel de San Nicolás de los Arroyos. Habíamos viajado junto a dos educadores brasileños que documentaban proyectos transformadores de América Latina y estaban filmando en Tierra Fértil, nuestra comunidad de aprendizaje (pueden ver el corto acá). Era 2016 y hacíamos tiempo hasta la hora del «5to. Encuentro Plural de Educaciones Posibles» (EPEP).
Ellas estaban ahí. Alguien nos dijo más tarde que eran el dúo acústico del momento, las Perotá Chingó, que se presentaban esa noche en la ciudad. Algún pase mágico hizo que llegaran hasta el fogón de nuestro encuentro y cantaran para la gente que se había acercado, como todos los años, desde distintas partes del país. Es algo habitual: mientras intentamos arreglar el mundo educativo, también nos hacemos tiempo para pasarla bien. Dicen las que estuvieron que esa noche fue hermosa, a pesar del mal clima que había trastocado un poco la logística.
Cinco años más tarde, el destino nos cruzó otra vez. Julia Ortiz es, junto con su hijo Tai, parte del espacio de aprendizaje que se había fusionado con Tierra Fértil en 2019. Era una señal demasiado interesante como para rechazarla, así que, gracias a una amiga en común, la contacté para entrevistarla. El plan no era hablar de música, sino de crianza y educación. Que, entendí a medida que avanzaba la charla, para ella no habían sido cosas separadas. «Es que Tai llegó cuando estaba arrancando la banda. Va a cumplir 9, y con Lola (Aguirre) empezamos hace 10. Realmente es parte de la banda, se incorporó al proyecto desde el principio. Lola, Pocho (mánager) y Martín (percusionista) están con él desde que nació», explica.
Me excuso con ella porque no conozco tanto su música. Sí me cautivaron sus voces desde que, yo también, vi el famoso video de las dos en la playa que se hizo viral. Y que fue el principio de todo. El ovillo se va desenredando y descubrimos que tenemos otras experiencias en común. Ella vivió con su abuela a pocas cuadras de casa, donde estamos haciendo esta entrevista y donde Tierra Fértil empezó. Y también en este barrio parió a su hijo. «Tai nació en la comunidad Aruma, acá en Béccar. Cuando quedé embarazada, buscaba un lugar donde parir porque tenía claro que no quería un hospital. No porque llevara una bandera de parir en casa, sino más bien porque no entendía una situación tan íntima adentro de un hospital. Así que el último mes me fui a vivir a Aruma. Había visitado a un grupo de mujeres que intentaba habilitar una casa de partos en Olivos, pero al final eso no salió. Fui muy bien recibida y me acompañaron en el parto Ileana, una partera que también vivía ahí, y María Monteverde, que al día siguiente del parto abrió las puertas, en esa misma casa, de «Amanecer», la escuela libre que nació con Tai», recuerda.
Es probable -o no- que nos hayamos cruzado en el jardín de esa casona de la barranca de Béccar. Yo había ido a escuchar a Ivana Jáuregui, la uruguaya que fundó una escuela libre en otra comunidad intencional: Piracanga, en Bahía, Brasil. Esas dos experiencias, junto con otras más, terminarían formando una red que llamaron «Comunidad de las Rosas». Que tuvo bastante influencia, en aquel entonces, entre quienes iniciaban proyectos educativos con la filosofía de la educación autodirigida.
«Me tomé nueve meses de descanso de la banda, y después ya hicimos la primera gira a Europa. Tai cumplió un año en París. Le llevé auriculares para taparle los oídos. Él era un bebito y yo una bebita mamá. No era tan chica, tenía 30, pero para lo que era mi estilo de vida, fue fuerte ser mamá. Fueron tres meses de gira. Nos compramos una casa rodante y contratamos a una chica de Barcelona como niñera. Pasamos por Dinamarca, Suecia, Suiza, Francia», evoca. Mientras lo cuenta, me viene la imagen de Lula Bertoldi con su bebé en un recital en la costa en el que estuve. Rocanrol en el escenario y teta en el backstage. Las mil y una formas de ser mamá.
«Desde ese momento, vino a las siguientes giras. Siento que es un niño de giras, y que realmente lo supo llevar muy bien. A mí, en cambio, me costó bastante más la vida de mamá y artista al mismo tiempo. Fue dura, no fue tan fácil. Ahora la tengo incorporada y es parte de lo que soy. En es momento era todo muy nuevo y muy profundo. La banda que recién empezaba, el niño que acababa de llegar. Y yo nunca había viajado tanto. de hecho, en Europa era la primera vez. Pero gracias a eso siento que siempre encontré lugares y personas dispuestas a recibirme en ese estado. Ya embarazada y cuando lo tuve, a todos lados donde iba siempre había alguna mujer, alguna mamá. Empecé a ver esto de las escuelas alternativas. Siento que gracias a que Tai estaba en la banda, se nos abrieron otras personas, otro público. Me acuerdo incluso de una comunidad en una cuevas de España que se reunían en una escuelita. Yo viajaba con un niño, entonces me conectaban, y eso me fue abriendo a la posibilidad de acompañarlo a Tai en su educación desde otro lugar. Que no es la que yo recibí, de colegio católico, doble turno y familia más tradicional de San Isidro. Estos viajes con Tai me abrieron otros mundos. Y sobre todo vi que es posible. Quizás acá en Argentina no es tan normal, pero en otras partes sucede«.
-¿Y vos, cómo lo pasabas en la escuela?
-Yo era tranquila, y pésima alumna, por aburrimiento. Lo único que quería era cantar. Si me llamaban para cantar en un acto o alguna movida artística, iba corriendo. El cole me parecía un embole. Y de lo religioso había un lugar represivo, sobre todo hacia la mujer. Era un colegio muy variado socialmente, de hecho yo estaba becada, pero tenían una bajada de línea muy antigua. No es que la pasara mal, porque tenía buenos amigos y hacía la mía. Pero me doy cuenta de que me quedaron ciertos «traumitas» que después empecé a desarmar.
-¿Pensaste en eso antes de ser mamá, o recién a partir del nacimiento de Tai?
-Antes de serlo me daba cuenta de que ciertas bajadas no tenían que ver conmigo. La forma de vestirme o de ser, sobre todo, porque me gustaba jugar con la ropa, pintarme las uñas. Pero como yo también soy muy de acatar, en ese momento me preocupaba porque creía que estaba haciendo mal las cosas. Cuando termine el colegio me di cuenta de que lo podía separar. Que eso que había recibido era solo una forma. Y después, cuando fui mamá, vi que hay un montón de cosas de la escuela que no me cerraban para él. ¡Tantas horas metida en un colegio! Yo me acuerdo de ver a compañeros que hacían algo que les gustaba. Por ejemplo, uno se fascinaba con la química. Pero a mí no me daban en ningún momento del día nada de lo que me gustaba y me hacía bien. ¿Ocho horas al día para eso? Hoy no entiendo como hice tantos años. Pero bueno, era la forma.
Para acompañar a Tai soy flexible y abierta a escucharlo. No llevo ninguna bandera, ni por la escuela libre ni en contra de la escuela común. Vamos viendo juntos. No soy dogmática. Incluso, en 2020, sin haber ido nunca a un jardín formal, entró a primer grado. Un poco porque me lo pidió, sobre todo porque veía a los demás, a sus primos. Lo probamos y me parece que fue válido. Pero cuando empezó la cuarentena y todo se puso virtual, los dos vimos que no estaba funcionando. Quería abarcar eso también y no me salía, me frustraba y terminábamos peleados. A mitad del 2020 nos unimos al grupo que dos amigos habían armado en Pacheco.
-Entonces, ¿lo desescolarizaste?
-Cuando arrancó 2021, anotarlo de nuevo en el colegio no era una opción. Me acerqué a la escuela a comunicarlo, porque además nos estábamos mudando lejos. Me pidieron un pase de su nueva escuela, y les dije la verdad. Que viajo mucho por las giras y que la escuela virtual no nos cerraba para nada. Nos trataron muy bien, pero como me pedían el pase, hablé con una amiga abogada, investigamos las leyes y armamos un escrito. Mostrando que yo como madre tengo derecho a elegir el tipo de educación para mi hijo y que me hago cargo de dársela. Lo presenté desde un lugar muy amable y agradeciendo por el buen recibimiento y acompañamiento durante la cuarentena. Les expliqué que no era una decisión en contra de nadie, sino a favor de mi vida y de la de mi hijo. Me pidieron que, por lo menos, rindiera libre. Y así fue. Lo anoté para el examen como alumno libre en Buenos Aires. Entendí que estaba bien y, cuando se lo dije a él, le pareció bien también. Y a mí me vino bien. Me dio cierta seguridad, porque seguía con un pequeño miedo pensando si aprendería lo que tiene que aprender.
-Fue como bajar de un escalón a la vez…
-Sí. No me quedé en la idea de que él se autoeduca y está todo bien. Igual, ¡es lo que pasa! Pero me dio un contexto más ameno. Y rendir libre fue súper lindo. Mientras tanto, llegué a Casa Amma porque una amiga me habló de Tierra Fértil y me pasó una nota. Me sentí muy recibida, muy en familia. Estuvo yendo todo el año y, a partir de la mitad de 2021, empezó a venir una maestra, Caro Brea, que le daba clases una vez por semana para rendir Lengua y Matemática. Incluso, ese día le encantaba sentarse con su cuaderno.
-¿Y cómo fue la experiencia de rendir libre?
-Nos tocó en una escuela del barrio de Flores. La directora los recibió muy bien y les explicaba. Incluso, como faltaba llegar una nena, consultó con todos a ver si estaban de acuerdo en esperarla. Llegué y había un montón de mamás de una escuela de la isla, en Tigre, que estaban rindiendo sexto para aprobar toda la Primaria junta. En la escuela de Tai también me habían hablado de esa opción. Yo les llevé el certificado de ese grado aprobado, y listo. Esa experiencia para él también fue buena. Estaba nervioso antes de ir porque es muy exigente, pero su maestra me había asegurado que lo veía listo. Aprendió a leer y escribir solo, de hecho. Fue un laburito de confianza que hicimos. Ese día salió feliz de la vida y me dijo que hasta se había hecho un amigo. Que en un momento no entendía algo y él lo había ayudado.
Además, encontrarme con todas esas mamás de otros lados también me encantó, me sentí parte de algo. Me di cuenta de que no era yo sola en mi casa, sino que hay un montón de personas que lo hacen y funciona. Hay distintas vidas y distintas posibilidades para todos, que es lo que más me gusta. No soy partidaria de nada en particular, pero pienso que no es para todos lo mismo. Hay niños a los que la escuela tradicional les sirve perfecto, les cierra, les acompaña. Siento que ahí está la escucha de cada cual, cada familia y cada contexto.
-En realidad, vos encajás perfecto en ese artículo del reglamento escolar de CABA que reconoce el derecho a rendir libre a quienes se educan en el hogar o en establecimientos no reconocidos. Termina siendo una opción lógica para artistas, deportistas, diplomáticos.
-Claro. Quizás volvamos a hacerlo porque a Tai le gustó. Por ahora sigue en su espacio de aprendizaje libre algunas tardes de la semana. Y, por la mañana, fuimos a conocer un lugar nuevo que me gustó: El Nido, en Florida. Que funciona con la mirada Waldorf, pero que tampoco elegí específicamente por eso. Lo que entiendo y veo ahora es que todo suma. No digo que no a la escuela, sino que busco cosas que vayan sumando en su educación.
En algún momento del año pasado, me dijo que se aburría. Me pregunté si estaba haciendo bien las cosas. Después, me acordé de que yo también me aburría. Y creo que el aburrimiento tiene que ver más con procesos de la vida que con lugares en particular. Con esto de escucharlo, tampoco quería entrar en probar y salir y no profundizar en nada. Así que le dije que íbamos a cerrar el ciclo y que a fin de año volveríamos a conversar. Y así fue; ahora está feliz de seguir yendo.
-Viajan mucho por América. Supongo que se cruzarán con las familias viajeras, que cada vez hay más. ¿Qué percibís, que has visto en cuanto a la crianza y la educación en nuestra región?
-Hay mucha comunidad, por lo menos en los lugares por donde hemos pasado. En Brasil hay muchos espacios para niños. Me parece que estamos en una bisagra, que se está transformando la idea de la maternidad, de la educación, del rol del papá. Cosas que, hasta ahora, eran 100% de la mujer, están cambiando. Como están cambiando muchas otras cosas. Quizás eso pasa justo en los lugares donde estuve, pero se ve red y madres unidas. Siempre hay algún grupito de mujeres que se hacen el aguante entre ellas. Y me alegra mucho, porque siento que antes no pasaba, o no era tan visible. Hoy, si te abrís un poquito, aparece la red. Hablando de eso, una amiga desescolarizó a sus hijos el año pasado porque no estaba para el formato virtual. Y se sintió muy sola, no había otras en su sintonía ni amigos para sus hijos. Me pasaron una nota tuya y le mostré que hay opciones. La que tiene que decidir es una, si quiere entrar en nuevos circuitos. Yo no tengo un montón de personas alrededor, hijos de familia y amigos van a colegios «normales». Pero con lo que tenemos, ya formamos nuestra red.
-¿Y te entienden?
-Lo entienden. A mis viejos les costó un montón al principio. Somos seis hermanos, y aunque hay artistas en mi familia, son más tradicionales. Y saben que yo, en algún punto, siempre traje algo diferente. El año pasado, cuando las escuelas amagaban si abrir a mitad de año, uno de mis hermanos protestaba. Nosotros sí volvimos a reunirnos y ahí me empezó a entender más. Y siento que ahora, cada vez me entiende más. No creo tampoco que que todos tengamos que ir al mismo lugar, pero que sí tengamos todos las posibilidad de elegir. Somos seres muy variados, no me cierra que haya un mismo sistema para todos. Es un alivio saber que hay alternativas, que no son bajadas de línea ni que son para todos, porque no a todos nos funciona lo mismo. Me encanta ver que ahora esa información se esta abriendo cada vez más.
-Se puede decir que Perotá es una banda autogestiva, muy parecido a como se manejan los proyectos educativos llamados «alternativos». ¿Sentís que hay un paralelismo, que eso te hizo sentir cómoda dentro de la educación no convencional?
-No es algo que fui a buscar, se fue dando así. No es que somos una banda independiente porque nos lo propusimos así o teníamos esa bandera. Realmente, todo nuestro camino se fue dando así. Nos hicimos conocidas hace diez años por un video que se hizo viral, y a partir de eso nos empezó a escribir la gente. Que vengan a tocar a Santiago de Chile, que vengan a mi casa y tocan en el teatro de acá la vuelta. Llegábamos a los lugares gestionados ya por un grupo de personas. En Europa también fue así. Nos dejaban las llaves de su casa y tocábamos. Realmente nos impulsaron a ser autogestivos e independientes: casi que la armó el público a nuestra banda. Eramos dos amigas viajando por Uruguay y yo ni siquiera pensaba en ser cantante. Quería viajar y que la vida me mostrara por dónde tenía que ser. Con la educación de mi hijo siento que, en algún punto, fue parecido. Quizá por el hecho de que Tai nació en Aruma, yo vi lo que podía ser una escuela. Si uno llegaba dormidito podía seguir, no tenía que pintar o jugar porque le decían. Sí me pasó que, cuando tuve que firmar el escrito legal y presentarlo en una institución formal, fue poner en la conciencia lo que estaba haciendo. Me hice cargo de la educación de Tai en los papeles, que es lo que ya venía haciendo. Fue potente pasar a la conciencia algo que para mi fue natural. Con la banda fue igual, como cuando le dijimos que no a una discográfica: fueron momentos de hacernos cargo.
-Pienso en ustedes, en Adrián Berra, en Paloma del Cerro. Creo que son los nuevos trovadores de una generación, o, al menos, de una determinada forma de vivir la juventud. Cantan sobre una vida menos lineal y más despierta. ¿Lo sentís así?
-Nosotras componemos desde la experiencia personal, desde lo que somos. Siempre las letras tienen mucho que ver con el proceso personal. Por ejemplo, el rap «Certo». La escribí en Barcelona cuando estaba agotada, con Tai chiquito y de gira con la banda. En ese momento me pregunté por qué no había hecho todo más normal. Me tuve que hacer cargo de la vida que estaba eligiendo. Me puse a escribir lo que estaba sintiendo en ese balcón de Barcelona. Dos años más tarde, estábamos improvisando y agarré esa hoja, que era un diario íntimo. Lo leía y vi que eran las fichas que me iban cayendo en los viajes, a través de la experiencia, los procesos, lo que querés motivar en las otras personas. La canción habla de eso, de que si estás ahí es porque es el camino correcto.
En cuarentena hicimos también una película en la casa de Perotá, donde ensayamos y producimos. Empecé a ver cómo volvían los delfines a Venecia, los pájaros, y me imaginaba entrar a esa casa después de cerrada mucho tiempo y encontrarla tomada por la naturaleza. Y también hicimos en 2021 tres canciones sobre los momentos donde no te salen las cosas. Porque durante la cuarentena el mensaje era: levantate y hacé gimnasia. Y a mí no me salía. Quisimos exponer eso y ponerlo en arte. Siento que estamos muy atentas a nuestro proceso personal y lo que va pasando, a lo que nos pasa y les pasa a las mujeres. Ninguna de las dos somos dogmáticas en casi nada, en eso somos parecidas, no vamos a cantar bajando línea. Contamos lo que nos pasa y, ojalá eso te inspire. Que no pierda la belleza del arte.
-¿Tienen canciones que hablen de la niñez, la crianza?
-Cuando me embaracé, Lola compuso «Luz mezcla con aire». También hicimos «Canción pequeña». Que invitan a llegar al mundo, a vivirlo aunque parezca duro. Habla de cómo todos venimos de un lugar calentito y cuidado y que te atrevas a entrarle al mundo, sin miedo. Hay muchas mujeres que han parido con música nuestra. Y hasta me han mandado el video de un parto.
-Bueno, según la «Ley del esfínter», dicen que relajar y abrir la boca expande también el canal de parto, ¿no?
-Yo hice un trabajo de parto de seis horas vocalizando. No porque me lo haya propuesto, sino porque en el momento era lo que me salía y me ayudaba a pasar el dolor.
Vamos cerrando el encuentro y se me ocurre una última pregunta, que es medio trillada en la crianza de hoy. Por algún motivo, me interesa saber qué piensa. ¿Cuál es la relación del hijo con los dispositivos electrónicos?
-Hace un mes me salí yo del Instagram. Le dedicaba mucho tiempo. Estoy contenta, siento que volví al mundo. Y con Tai, bueno, lo mismo que hablamos hasta ahora. No tengo una postura rígida ni para un lado ni para el otro. No se las niego porque es lo que es y veo que le trae información importante. Pero tiene límites: no está todo el día ni está prohibido porque sea el demonio. Por ejemplo, últimamente se empezó a copar con sacar fotos y editarlas y retocarlas, así que le pasé mi compu. También usa de esas tablets donde podés dibujar porque está copado con eso. Charlamos con él que es un elemento zarpado. Usa esas herramientas pero tampoco le permito el freestyle total. Porque si a mí me pasa, ¿cómo no les va a pasar a ellos, que no puedan salir de ese mundo? Igual, hablando hace poco con un amigo que ahora es guardaparque, me recordaba que de chico se la pasó jugando jueguitos en la consola. Y ahora vive en el medio de la naturaleza. Así que me fijo en qué juegos está. Hubo uno que me generaba dudas y lo charlé con el iluminador de la banda, que es bastante gamer. Y me dijo que no estaba bueno, que era pesado sobre todo para esa edad, así que lo dejó. Son niños, son sensibles, es obvio que les pega.
Gracias por la nota! Maravilla poder conocer otras experiencias de vida.