«Nos tomamos el juego en serio»

Me resistía a llevar a mi hijo a un jardín maternal. Sin embargo, lo hice. Cuando buscaba -y tratar de encontrar algo de lo que no estás del todo convencida es más trabajoso-, me topé con «Rincones del Bajo». Sin saber todavía lo que aprendí después sobre desarrollo infantil, crianza y educación, me guiaba por la intuición y la observación. Y había algo diferente en ese lugar que está en el corazón del barrio ribereño y bohemio que es el bajo de San Isidro. Aunque finalmente elegí uno más cerca de casa, también a metros del río, «Rincones» siempre quedó en algún lugar de mis pensamientos.

Decidí entrevistar a una de sus fundadoras, Carola Kessler, porque la suya refleja en buena medida la historia de los espacios para la primera infancia. Vaivenes históricos, institucionales, pedagógicos y de la cultura familiar que van dando forma a los lugares donde las nuevas generaciones dan, literalmente, sus primeros pasos. Esta historia también es interesante porque Carola es el caso de la docente que logra no escindirse como madre y crea algo como lo que le gustaría para sus propios hijos. Por último, es también la de alguien que, a pesar de las «modas» pedagógicas, decide no encasillarse.

Hay detalles de todo eso en estos 30 primeros años de «Rincones».

-Cuando empezaste, ¿ofrecías algo diferente? ¿Por qué?

-Cuando arrancamos queríamos algo diferente. Primero, queríamos involucrar a los padres. Un poco por lo que me pasaba en ese momento con mi hija, que la mandaba a una guardería, como se decía en esa época, y me la sacaban de los brazos. No había adaptación y jamás pude entrar a conocer el lugar donde ella pasaba las tardes. Yo era maestra en una escuela, y con mi socia armamos el lugar que soñábamos para nuestros hijos. Porque cuando habíamos salido a buscar, nada nos cerraba. Nosotros queríamos un espacio de juego: ni que haya una maestra que los mire, ni que les metan ya «contenido». Que juegue. Nuestro primer folleto hablaba de eso, de que nos tenemos que tomar el juego en serio. Porque el juego tomado en serio es respetar al niño, y sentíamos que eso no ocurría en los lugares que conocíamos. Hagamos algo distinto, con movimiento, donde la maestra ni siquiera se notara. Por tres años alquilamos una casa, hasta que conseguimos este terreno y construimos a medida.
Queríamos darle esa posibilidad de cambiar de lugar, de moverse. Nos parecía que la dinámica del jardín, de la sala al patio y del patio a la sala, era muy estática. El niño se tiene que mover porque el cuerpo se desarrolla moviéndose.

-¿Se inspiraron en alguna experiencia o pedagogía en particular?

-Tomamos cosas, pero no nos gusta encerrarnos en una pedagogía única. Después de formarme como maestra de nivel Inicial, seguí estudiando. Fui profesora durante 11 años del nivel en el profesorado Pedro Poveda. Me metí mucho en lo Montessori y Waldorf por mis alumnas, porque las tenía que observar en sus prácticas y ellas trabajaban en esos jardines. Tenían cosas muy buenas, pero yo sentía que terminaban siendo tan estructurados como la escuela convencional. Y si hay algo que amamos, es el movimiento y la libertad. Nos vinieron a ver educadores de esas corrientes, pero quisimos seguir trabajando sin etiquetas, como hasta ahora. También hicimos cursos sobre Reggio Emilia. En ese sentido, solemos armarles un escenario donde ellos puedan entrar y ver.

Nuestro rincón de literatura tiene mucho de Waldorf, de Tamara Chubarovsky, de títeres y muñecos que participan en los relatos. En el rincón de arte, tratamos de trabajar mucho con materiales reciclados, porque nos gusta esa transformación en cualquier cosa de los objetos. Y el rincón de juegos tranquilos tiene mucho de Montessori, por el desarrollo de la motricidad fina. También, cuando éramos jóvenes, trabajamos en el «Godspell», donde la directora se especializó en la teoría de las inteligencias múltiples. Mamamos eso. Una vez vino de visita y nos dijo que con la disposición de los espacios habíamos logrado poner en juego las inteligencias múltiples.

Un niño que pasa por todos los rincones está estimulado en las áreas que necesita en ese momento. No queremos darle más de lo que necesita, por un montón de motivos. A veces es buena la frustración para poder iniciar otra cosa, para poner el entusiasmo en algo nuevo. Pero no es bueno que se frustren con algo que no son capaces de hacer; eso es tremendo. Y ellos nos sorprenden, por supuesto. Cuando van al rincón de biblioteca les ofrecemos todo para que estén en contacto, y de repente arman su nombre con las letras o leen sin que les hayamos enseñado nada. No es que haya que sentarlos a leer y escribir. Lo van a hacer solos porque estamos en un mundo alfabetizado. Muchos salen de acá escribiendo su nombre y palabras cortas, pero nadie nunca les dijo nada.

Carola Kessler

-Cuando vine a conocerlas hace trece años percibí todo eso, que el edificio «educaba» y que se respetaba el juego. ¿Cómo reflejaron su proyecto pedagógico en el nivel institucional durante estos años?

-Nosotros éramos una guardería, jardín maternal después, habilitados por el Ministerio de Salud y Acción Social en un primer momento. Y por la Municipalidad a nivel local. Se consideraba un servicio para la madre que tenía que salir a trabajar. Después, el Ministerio se retiró como ente regulador, y la verdad es que nunca habían venido a vernos. En ese momento, tampoco era Educación que regulaba. Hasta que estalló la bomba.

-Tribilín.

-Sí. En ese momento, éramos unos 60 en el partido con este tipo de habilitación, incluso algunos ni la tenían. Era común que estuvieran en la casa de la tía, de la abuela. No era algo que la gente juzgara, estaba bien visto. Como un montón de talleres de arte y cerámica, por ejemplo, que no están necesariamente encuadrados. Así que nos llegó un telegrama citándonos al Consejo Escolar y fuimos con la carpetita de nuestro proyecto. Con la inspección ya nos conocíamos por mi trabajo en el Poveda. Alabaron nuestro recorrido, sabían que nunca nadie nos había hecho problemas. Pero, viendo nuestro proyecto, estaban seguras de que la autoridad educativa no lo iba a aceptar. O que iban a tardar años, como pasó con los Waldorf y los Montessori. Con mi socia realmente llegamos a pensar que era el momento de cerrar, nos conformábamos con esos primeros veinte años. Pero nos pidieron que sigamos, porque no había muchos como nosotros.

Entonces, fuimos a la Municipalidad para buscar el nuevo encuadre. Fue casi como volver a empezar. Sacamos todo lo que pudiera ser más «escolar» de jardín maternal, como la bandera, los horarios más largos de mañana y tarde, el almuerzo o la siesta, aunque por supuesto tenemos colchonetas como en cualquier lugar donde hay niños tan pequeños, por si las necesitan. También dejamos de hacer evaluaciones e informes. Además, se convino que entraban los que ya pudieran caminar, lo cual significa que ya están preparados para cierta autonomía. Nos convertimos en un centro recreativo infantil, y quedó más claro que nunca que los chicos vienen a jugar. Ofrecemos grupos de juego y todos los años los padres firman una planilla donde declaran que saben que no impartimos actividades de enseñanza-aprendizaje. Queremos que este sea un espacio donde los propios chicos quieran venir. Si lloran mucho, no es el momento aun para ellos.

Y fue la gran explosión. Se llenó, porque la gente estaba buscando esto. Si bien siempre encontraban un espacio de juego, teníamos cosas escolares, como el acto de fin de año en un teatro alquilado, maestras específicas de inglés y música. Al final, fue mucho más beneficioso de lo que pensábamos. Logramos finalmente lo que queríamos desde el principio. Las madres y padres de mi generación exigían computación, inglés, educación física, música. Ahora no tenemos clases especiales, todas las maestras van habilitando esas oportunidades de expresión. Fue volver a nuestras raíces, a lo que queríamos ser desde siempre.

-¿Cambiar el cartel hizo que llegaran otras familias? ¿O las de siempre se «relajaron»?

-En parte, pero la verdad es que cambió mucho todo. En ese momento las madres eran las de mi edad. Ahora recibo a sus nietos. Hay un cambio de pensamiento y de mirada, hasta con la comida saludable. Ahora acá no hay ni una bolsa de caramelos, y antes había. Nosotras fuimos cambiando. Esa generación nos exigía ciertas cosas, y ahora vienen padres con una impronta más natural: saben que no hay necesidad de caramelos para calmarlos. Fuimos aprendiendo también de los padres, de alguna forma supimos darles respuesta y hoy también.

Esos cambios también incluyen otras cosas que observamos. Como que, por ejemplo, a los padres de ahora les resulta difícil decir no, poner límites. Sienten que hay que explicarle todo, aunque no tengan la capacidad aun para entender todo lo que les están diciendo. Y muchos padres están empezando a ver el problema, y cierta tiranía de parte de sus propios hijos. Estamos acompañándolos para ver cómo ayudarlos en eso. Yo medito hace años y hago grupos de niños y adultos. Eso me sirve un poco para explicarles que ellos y sus hijos están aun en una especie de burbuja energética y nosotros tenemos que poder meternos ahí para que puedan estar acá. No pedimos que lo ignoren, pero sí que nos habiliten la palabra, el acceso a ellos. En la adaptación, su sola presencia ya les da la seguridad que necesitan. Siento que el padre y la madre de hoy anticipan todo, ponen palabras a todo lo que va pasando y no les dejan espacio.

-Como un relato permanente. ¿Por qué creés que es así?

-Exacto. Yo con mis hijos fui «intermedia» por mi forma de ser, pero para la mayoría de los chicos de la edad de mis hijos cuando eran chicos era sí o sí como decretaban los padres. Creo que es una reacción a esa rigidez. Y también siento que ahora nacen más desarrollados, con una sabiduría. A mí me asombran. A veces, tan chiquitos, parecen reaccionar como adultos, y creo que eso nos desorienta y no saben cómo tratarlos. Deslumbrados por esa personita. Yo llevo 40 años en la docencia, y a veces tengo que recordarles a las maestras que son chiquititos. Esos padres deslumbrados quieren, a su vez, tener su tiempo. Creo que también hay muchos estímulos nuevos ahora, y muchas veces tienen problemas con los horarios para dormir.

-Se habla de los efectos de la cuarentena prolongada en los nenes chiquitos. Vos, ¿qué viste?

-Así como les dio a muchos padres la oportunidad de disfrutar el crecimiento de sus hijos, ahora no tenemos casi chicos que lloren. Evidentemente necesitaban estar al aire libre, experimentar esta variedad y libertad. Y no todo el mundo está preparado para estar todo el tiempo con niños. Yo lo comprendo, tengo paciencia pero tengo cinco hijos muy seguidos. Tuve mis momentos de descontrol, ¿qué hago yo con esto? En un momento dado, los tenía a tres de ellos acá, en mi lugar de trabajo.
En agosto pasado mandamos una nota a los vecinos a ver qué les parecía, porque queríamos volver a reunirnos. Lo entendieron perfecto y empezamos a ir a las plazas de acá. Los padres estaban chochos. Después, leímos en los diarios que otros habían hecho eso también en otros lugares del país.

-Las familias, ¿te piden que les recomiendes escuelas?

-Claro. Justo ayer un papá me pedía una reunión para hablar de eso. No puedo recomendar, me cuesta un montón. Yo fui muy libre con mis hijos en el colegio. No me importaban las notas, y cuando se bajaban del auto les decía: ¡que se diviertan! Una vez, una maestra me dijo que no les diga eso, porque venían al colegio a aprender. Y yo le contesté que sí, porque aprender es divertido.
No puede ser que sigamos así. Hay cambios en muchos colegios, que se han metido en cursos y cosas; pero no es pintar paredes o escalones. Preparan un espacio estético, pero tiene que haber un cambio profundo, desde adentro, una transformación del docente. El adolescente, por ejemplo, también necesita moverse. Es torpe, y si estira la pierna y tira el banco el profesor seguramente reaccione mal y crea que lo hizo a propósito. Se crea una guerra entre profes y alumnos, en vez de unirse para juntos aprender. Creo que en los jardines se está mucho mejor, en algunos, aunque ahí también pesa la exigencia de aprender. Los míos aprendieron a leer y escribir en segundo grado, y a mí no me preocupaba en serio, nunca me senté a enseñarles. Y todos tienen una carrera universitaria hoy.

No puede ser que haya tantos problemas de conducta, de desarrollo, de chicos que no aprueban trimestrales en Primaria. Veinte que se llevan una materia. ¿Cuál es el sentido?

-¿Tenés una explicación propia de estos problemas? ¿Hay responsabilidad de las familias, de los docentes?

-El problema es nuestro mundo adulto. Porque el mismo docente también es padre. La escuela ni siquiera está preparada para brindar todas las herramientas para salir a la calle. Siempre pienso en las cosas que se podrían hacer en la secundaria. Cosas para la vida, para ser ciudadano. Enseñarles qué hacer con tanta información. Conversando con una profesora mía que egresó de un colegio Waldorf, le pregunté si era cierto que los ex alumnos de esa pedagogía les costaba más cuando llegaban a la Universidad. Para nada, me contestó. “Muchos están en la facultad, y ¿sabés qué? Salimos todos de la escuela con trabajo porque sabemos hacer cosas con nuestras manos: arreglar cosas de la casa, hacer manualidades”. Para mí, es parte de un mito urbano que creció para desprestigiarlos, lo mismo que con otras pedagogías.

-Yo verifico a diario que hay una demanda enorme de cambio, de opciones educativas diferentes. Pero, con la misma magnitud, una especie de fuerza desde arriba que aplasta y les hace muy difícil existir.

-¡Sí! Todo el mundo busca espacios así, y espacios para Primaria así. Nos lo dicen todo el tiempo, ¿por qué no arman ustedes algo así para Primaria? Porque es imposible. En San Isidro tenemos el río, hay tantos lugares hermosos para hacer proyectos así.

Para conocer Rincones del Bajo: https://www.instagram.com/rinconesdelbajo/

Dolores Bulit

Nací en la Ciudad de Buenos Aires en 1972. Mi educación formal ocurrió en el jardín Casa de los Niños fundado por Elena Frondizi, la Escuela Normal Nacional en Lenguas Vivas “John F. Kennedy” y la Carrera de Comunicación Social de la Universidad de Buenos Aires. Mi educación no formal se amasó en una familia numerosa, presente, matriarcal en medio del patriarcado, de clase media profesional. Sin presiones curriculares o extracurriculares, con mucho tiempo y enorme oportunidad para el juego libre en la ciudad y en el campo. También me eduqué en mis empleos y en mis viajes, en mi pareja y con mi maternidad, con todas las personas que pasan por mi vida y a través de mi experiencia más reciente y transformadora con la gestación de Tierra Fértil, un espacio de aprendizaje basado en el juego y la autogestión con 8 años de historia.

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