La psico en cuestión

Texto: Dolores Bulit

Levante la mano quién no ha ido a terapia, o al menos le han recomendado. Por muchos años en Argentina eso era sinónimo de ser psicoanalizado, es decir, tratado según la lógica freudiana.

Hace unos meses fui a una charla sobre las Prácticas Narrativas, una mirada sobre la atención psicológica de las personas basada en la prédica del australiano Michael White. Y ahora se anuncia un diplomado en Buenos Aires para mayo de 2019, que me atrevo a recomendar por varios motivos.

Primero, porque se anima cuestionar el paradigma del psicoanálisis, con sus categorías y etiquetas tan arraigadas hasta en el lenguaje de la calle. De entrada aplaudo que alguien se atreva a dudar y ver desde otro lugar disciplinas tan fuertemente sostenidas por la práctica y la academia,al menos en Argentina.

Pero sobre todo me ha impactado porque responde a una pregunta que tengo desde hace años: ¿por qué la terapia insiste en llevar a la luz la psiquis profunda -a veces durante años, creando dependencias cuyo beneficio no comprendo en algunos casos- sin ver que muchos de nuestros problemas son compartidos por otros grupos de los que formamos parte? Simplemente, me incomoda que tantas cuestiones de origen social se intenten atribuir al ámbito íntimo. Claro que la conciencia o resolución siempre es personal, pero saber que son compartidos por otros nos facilita, por ejemplo, sumarnos a grupos de apoyo y de pares, para sentirnos menos solos o animarnos a transformar nuestra realidad en comunidad.

Por ejemplo: ¿puedo entender a un niño si no tengo en cuenta primero que está sometido a una relación de poder con los adultos que lo crían/educan/cuidan? ¿Puedo entender cabalmente a una mujer sin tomar en cuenta los condicionantes que la rigen sólo por su género y su contexto familiar y social? ¿Puedo decir que una mujer tiene depresión postparto o es mejor comprender que pasa por un estado psicoemocional lógico, mamífero, cuya estabilidad dependerá enormemente de las redes de apoyo con las que cuente?

La terapia narrativa, que prefiere llamarse a sí misma «práctica» o «terapia centrada en soluciones», se sale de la actitud patologizante y cuestiona al anquilosado consultorio. Como dice Nitsan Perets Singer, que fue quien me la mostró: «Uno de los efectos más graves y peligrosos a mi entender de la Psicología moderna/colonial es que crea un monopolio social e institucional sobre el cómo, cuándo y con quién suceden las conversaciones «terapéuticas» (metáfora muerta que sirve perfectamente para mantener este monopolio). Pienso en la importancia de habitar o practicar, en cambio, conversaciones locales, subversivas, curiosas, multi-historiadas, solidarias, no sólo en los «consultorios» sino también en las aulas, en los pasillos, en el trabajo, con el verdulero de la esquina, en la familia, en los vínculos en general, con unx mismx…».

Nistsan no es cualquier persona. Fue criado y educado bajo esta mirada, en casa y en la escuela democrática de Hadera, Israel, donde estuvo desde los 3 hasta los 18 años. Ha trabajado con personas en zonas de conflicto, con alta vulnerabilidad social, forma parte de la Pluriversidad Latinoamericana (que cuestiona el rol monolítico de la Universidad), estudia por primera vez en el sistema educativo tradicional en la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires y es coordinador de Resonancias, que co-gestiona la diplomatura que hoy les recomiendo junto con Pranas Chile y Fesna.

Yo tuve dos experiencias terapéuticas. La primera derivada por mi neumonólogo cuando tenía unos 16 o 17, para acompañar el tratamiento del asma. La viví con curiosidad, pero me desilusionó la falta de diálogo. La segunda, al par de años de nacido mi hijo. Necesitaba ayuda para entender cómo se reconfiguraba mi vida y, sobre todo, mi pareja, en esa nueva etapa. No sentí una gran colaboración hasta que encontré un grupo virtual cerrado de crianza.

En fin: cada uno con su experiencia vital. Pero te siembro la duda. ¿Cuántos de tus problemas psicológicos son en realidad sociológicos?

Dolores Bulit

Nací en la Ciudad de Buenos Aires en 1972. Mi educación formal ocurrió en el jardín Casa de los Niños fundado por Elena Frondizi, la Escuela Normal Nacional en Lenguas Vivas “John F. Kennedy” y la Carrera de Comunicación Social de la Universidad de Buenos Aires. Mi educación no formal se amasó en una familia numerosa, presente, matriarcal en medio del patriarcado, de clase media profesional. Sin presiones curriculares o extracurriculares, con mucho tiempo y enorme oportunidad para el juego libre en la ciudad y en el campo. También me eduqué en mis empleos y en mis viajes, en mi pareja y con mi maternidad, con todas las personas que pasan por mi vida y a través de mi experiencia más reciente y transformadora con la gestación de Tierra Fértil, un espacio de aprendizaje basado en el juego y la autogestión con 8 años de historia.

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