¿Qué tienen en común una escuela y una fábrica? En principio, la historia nos muestra que en el siglo XVIII el formato de la escuela clásica se inspiró en la organización fabril del trabajo. A toda prisa había que alfabetizar y crear una cultura común para los habitantes de los nuevos estados naciones y, a la vez, garantizar más formación para las habilidades que requería la industria naciente. La línea de montaje se transformó en grados y años y el tiempo se organizó, con campana y reloj, en horas de trabajo y horas de recreo. Así, el modelo fabril de la escuela monopolizó la administración de la educación, aunque hoy sabemos que hay otros modos posibles de educar y aprender.
La historia que voy a contarles hoy es, en ese sentido, doblemente significativa. Ford, la fábrica de autos que le dio nombre al proceso industrial por excelencia, el fordismo, me invitó a conocer una de las 41 escuelas que construyó en distintas provincias de Argentina en los últimos 50 años. Mucho antes de que se empezara a hablar de la responsabilidad social de las empresas, la marca con 115 años en el país decidió reinvertir parte de sus ganancias en la comunidad y eligió localidades rurales o de frontera, donde el Estado tardaba más en llegar.
Marcelo Machao, entrerriano y gerente de RSE de Ford, me contó cómo lo hicieron. Lo que hablé con él, con las familias y el personal de la escuela, me hizo pensar una vez más en el debate siempre abierto sobre las responsabilidades de la sociedad a la hora de garantizar el acceso al conocimiento. ¿Cómo hacemos para no instalarnos como meros clientes de la escuela, tanto de la que pagamos extra de nuestro bolsillo como de la que financiamos con nuestros impuestos? ¿Cómo involucramos a las empresas, que son personas jurídicas y parte de nuestra sociedad, en la provisión de servicios educativos sin que el Estado las use como excusa para no cumplir con su propia obligación?
Marcelo me contó que a partir de los años ´60 Ford hizo el doble trabajo de recorrer el país y sentarse a hablar con las autoridades del Ministerio de Educación de ese momento para saber en qué zonas hacía más falta. Después de construirlas las donaban al gobierno nacional, que a su vez las traspasaba a cada jurisdicción provincial. También quisieron que los proyectos fueran consensuados por la población en base a sus necesidades reales. Por ejemplo, la escuela 271 de El Bolsón en Río Negro que conocí, fue una escuela rural que hoy quedó dentro del casco urbano. Cincuenta años después de su inauguración, necesitaba ampliarse para que sus más de trescientos alumnos de primaria no hicieran sus recreos y actividades expresivas y deportivas en los pasillos. Por eso se construyó un SUM de 387,5 metros cuadrados que los cobija en los meses helados o lluviosos característicos de la Patagonia andina.
Los concesionarios de la marca en las distintas provincias también aportan un porcentaje de sus ganancias que se equipara con el aporte de la empresa, creando un presupuesto específico para el “Programa Ford para la Educación”. Muchas veces ofician además de padrinos, manteniendo el contacto de la empresa con la comunidad local. La parte difícil del programa es quizás el encuentro con la magnitud de las necesidades y las expectativas. En el 2003 retomaron el apoyo a las escuelas ya construidas, actualizándolas para las nuevas necesidades e incluyendo tecnología sustentable o de fácil mantenimiento. Y en el futuro el desafío sería poder usar una parte de ese dinero para garantizar el mantenimiento de la obra que, muchas veces, no financia el gobierno local.
Como efecto colateral, el gerente de Ford me contó que luego de las refacciones la matrícula suele aumentar, más o menos, un 20%. A todos nos gusta más ir a una escuela que está linda. Precisamente, ese es el debate que en algunos actores de la educación argentina generan las escuelas chárter, un sistema popular en Estados Unidos por el cual las empresas patrocinan algunas y generan indirectamente que las familias elijan dónde vivir para estar cerca, reconfigurando incluso el mercado inmobiliario.
Para sus críticos, este esquema genera desigualdades, algo que precisamente la escuela estatal debería trabajar para neutralizar. La realidad es que en Argentina esto ya sucede por otros motivos: las familias prefieren ir a las escuelas de los barrios de clase media alta, donde la composición social pareciera cumplir un rol parecido al del aporte económico en la escuela chárter. Como si supiera esta verdad vox populi, este programa empresarial se propuso desde el principio generar igualdad de oportunidades, y por eso están en casi todas las provincias con una iniciativa de apoyo privado a la educación extendida y constante a lo largo de los años. Les encantaría que otras empresas los copien, aseguran.
La escuela que se hereda y se elige
Nadie sabe el número de esta escuela primaria porque todos la conocen como “la escuela Ford”. Viniendo desde Bariloche, está al fondo del valle donde se asienta El Bolsón, una ciudad-pueblo que se extiende en un valle andino y es famosa por el lúpulo, las frutas finas, las artesanías y el turismo: en verano las cabañas y en invierno el centro de ski del Cerro Perito Moreno. En sus 50 años de vida la escuela parece haber generado un sentido de pertenencia enorme, para los primeros nacidos y criados pero sobre todo para los que llegaron a poblarla desde otras provincias, como suele pasar en la Patagonia.
Buceando en el origen de esta preferencia, queda claro que no alcanza con sentarse en los laureles de los padrinos mágicos: los directivos y docentes son los grandes responsables de generar y mantener un clima que hace que ya haya tres generaciones que la elijan, aunque hoy, por el crecimiento de la población, acceden a la vacante los vecinos del radio geográfico. “Educar es responsabilidad del Estado”, dice la ministra de educación provincial en la inauguración del SUM, y agrega enseguida: “Pero cuánto mejor es cuando otros se suman a la escuela, que es por excelencia el espacio de lo público”.
Hablando con Norma Woodman, la directora actual, y Silvia Latour, la anterior, veo que coinciden en varias cosas. Ambas me dicen que el fuerte de la escuela es la flexibilidad para atender cada caso, sin rigideces ni castigos como la repitencia. También destacan la libertad para hablar en las reuniones donde participan los 31 docentes de la planta. “La impronta de esta escuela es que estamos abiertos a lo nuevo y no enfocamos a los problemas como tales, sino con el espíritu del desafío. La diversidad y la convivencia son nuestras fortalezas”, me cuenta Norma. Otro de los grandes aciertos, me dice Silvia, es cómo han logrado abrazar la inclusión. En este video de abajo pueden escucharla contando cómo se prepararon para recibir a Ismael, un alumno ciego que hoy está en cuarto grado.
VIDEO: Cómo nos preparamos para recibir a un alumno ciego. Silvia Latour, ex directora de la escuela primaria “La Ford” de El Bolsón, Río Negro, Argentina.
En el viaje también conocí a Candela Alzueta, del programa Rayuela de Silvia Bacher en radio Splendid AM990, uno de los pocos dedicados exclusivamente a temas de educación. Podés escucharlos acá. Y a Estela López, de la Dirección Nacional de Responsabilidad Social, que viajó para entregar a la escuela material de la Editora Nacional Braille y Libro Parlante. Si en tu escuela, organización o barrio hay personas ciegas, niños o adultos, pueden pedir materiales y libros a la Editora: Hipólito Yrigoyen 2850, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, de lunes a viernes de 8 a 16 horas. Por correo electrónico a: editorabraille@senaf.gob.ar.
En este sitio podés conocer las estadísticas educativas de Río Negro.
Texto y video: Dolores Bulit
Fotos: Dolores Bulit y Ford Argentina
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