Sandra Majluf se volvió «famosa» a partir de su aparición en las entrevistas de la película «La Educación Prohibida». Le seguí el rastro desde ahí hasta que dejó las escuelas experimentales de Ushuaia, donde vivía, para viajar y conocer otras miradas pedagógicas que estaban surgiendo con fuerza en ese momento. Sobre todo, la educación viva, con influencias en Argentina que venían de la escuela Inkiri de la comunidad de Piracanga en Brasil de la mano de su fundadora, la uruguaya Ivana Jáuregui. Junto con su marido, Julio Brunet, recorrieron distintas escuelas libres hasta que finalmente se enamoraron de un pedazo de monte en las sierras puntanas y se dedicaron, hasta hoy, a construir una comunidad de aprendizaje. Caranday, por el tipo de palmera que abunda en la zona, está seis kilómetros del pueblo de San Francisco del Monte de Oro, sede del X Encuentro Plural de escuelas Posibles que ayudaron a organizar.
Cuando se van cerrando las últimas conversaciones me acerco a un lado de la pileta del hotel que nos aloja y conversamos a la sombra unos minutos.
–¿Cómo está saliendo el EPEP, cuál es tu impresión como organizadora esta vez?
-Es un encuentro hermoso, especialmente porque hace tanto que no nos veíamos. Han participado tantos proyectos que no conocía o que conocía solo de forma virtual. Fue para mí maravilloso y acompañó este lugar tan hermoso. Para nosotros empezó mucho antes, porque cuando estás como organizador…
-¿Qué es Comunidad Caranday, el lugar que eligieron con Julio para vivir?
-Caranday, cómo decirlo, no tenemos grandes pretensiones de crecer. Al momento somos 10 familias con 14 niños y estamos contentos así. Lo iríamos abriendo un poco más en la medida en que consigamos personas que estén bien comprometidas. Estamos en ese proceso también de que las madres que me acompañan en el espacio de niños puedan asumir más responsabilidad y venir más días. Y en la medida en que lo logremos, puede crecer ese proyecto. Y esto que te cuento es solo sobre el espacio de niños, pero Caranday es mucho más. Tenemos gente que trabaja una huerta comunitaria que sustentaría a cinco familias, estamos en ese camino. El otro proyecto productivo es la carpintería de Caranday, que se asoció con Lala Montessori para producir muebles infantiles. Así que hay muchos proyectos que están empezando, siento que este año fue de gran activación después del primer año de la pandemia volviendo a reveer todo y preguntarnos por qué estábamos haciendo lo que estábamos haciendo. Fue un año de reflexión profunda y ahora este año es de de mucha acción, de plasmar todo eso que imaginábamos. Así que estamos re felices y a pleno. Y esto de la organización también nos trajo mucho conocimiento, eso de trabajar bajo presión despierta en los vínculos cosas que nunca aparecen en el cotidiano. Estuvimos atentos a aprender de esas situaciones: cómo reaccionamos, a qué le damos prioridad.
-¿Caranday es una comunidad de aprendizaje intencional, en el sentido de que tiene sus requisitos para formar parte? Y si es así, ¿cuáles son?
-Cualquiera que resuene con estar aquí. Yo ya no pongo reglas ni nada, para mí es una afinidad de piel. La gente llega y resonamos o no. Y eso a veces ni siquiera lo sabemos antes de que lleguen, por eso ya no ponemos tantos requisitos. Lo básico es que la gente que está realmente interesada en quedarse venga a compartir. Los invitamos a que vengan a convivir primero una semana, un mes, tres meses, o dos meses ahora y después a fin de año; hay distintas modalidades de participación. Porque tenemos ocho hectáreas que queremos compartir con 8 familias. Al momento somos dos familias que vivimos, las demás viven cerca, en el paraje, en campitos cercanos o en el pueblo. Pero sentimos súper importante sumar personas que estén para sostener el cotidiano con nosotros. Porque afuera están lejos, por más que quieran colaborar, por ejemplo para regar la huerta, solo pasando te das cuenta si le falta agua o no. Estamos procurando crear las condiciones para que otras familias puedan integrar el proyecto de forma más comprometida.
–Hoy, en uno de los círculos de conversación, Romina Vernaz y vos propusieron profundizar la formación en Educación Libre. ¿Qué te llevaste de esa puesta en común?
-Fue muy bueno. Estoy segura de que estamos maduros para hacerlo porque si no no se hubiera planteado el tema. A veces siento que somos muy autocríticos con nosotros mismos, siempre nos parece que nos falta. Siempre nos va a faltar aprender un montón de cosas y por eso seguimos vivos, porque nos falta. Siento que es el momento de dar, para muchas personas esto que tenemos ya es mucho. Y hay que brindarlo, y en ese brindar que siento que es la aventura que me entusiasma a mí, vamos a aprender nosotros también con todos los otros referentes y proyectos. Es una bomba para nosotros los que vamos a conducir ese curso, formación o carrera, no sé cómo lo vamos a llamar. Pienso que lo primero es uno, si te entusiasma a vos misma va a servir para los demás. Me llevo de la conversación cosas que no se me habían ocurrido para enriquecer el proyecto, agregar algunas y quitar otras.
-¿Ya tenían algo imaginado?
-Yo tengo todo escrito, bastante avanzado. Pero tampoco lo quise plantear todo, lo expuse como una idea general para ver que aportaban los demás, qué formas les son afines. Y me dijeron muchas cosas.
-Tu caso es bien particular porque venís ya de la educación alternativa, sos fundadora y formadora de escuelas experimentales en Ushuaia. Y sin embargo decidiste desandar esa mirada. ¿Podés resumir cómo pasaste de ser esa maestra experimental a la que sos hoy?
-Las escuelas experimentales me dieron un orden y una estructura que yo en un momento sentí que me enriquecían. Y luego llegó un momento en que me asfixiaban, y ahí fue cuando me fui al otro lado, a la libertad total, a visitar comunidades y proyectos. Estuvimos cuatro años viajando, visitando y trabajando en varias escuelas libres. Y ahora me encuentro en un momento uniendo todo eso, volviendo a sostener una estructura, viendo la importancia de tenerla pero, a la vez, que esa estructura no te ahogue. Es de mucha tensión todos los días, cada momento, porque uno enseguida se agarra de las recetas. Estamos acostumbrados a eso: en la escuela nos enseñaron a seguir las recetas. Entonces se trata de ser flexible y a la vez sostener, porque si no los proyectos terminan cayéndose. Cuando hay demasiado caos la gente se cansa y los abandona. Entonces, para mí es el resumen de las dos experiencias, unir todo eso y construir algo nuevo de sentido. Que quizás no es tan nuevo, pero es nuevo para mí.
-¿Creés que el contacto más estrecho con la naturaleza acá ayuda a esa visión de comunidad de aprendizaje que están construyendo ahora?
-Yo elegí esto, así que para mí si, siento que es vital. Se empiezan a despertar otras capacidades que ni yo misma sabía que tenía. Capacidades más salvajes, de empezar a percibir un montón de cosas más sensoriales, corporales. Como los perros que perciben los terremotos. Los seres humanos tenemos esas capacidades que a veces en la ciudad no necesitamos y se colapsan, pero reaparecen y se despiertan cuando volvemos a la naturaleza. Yo estoy en esa maravilla ahora: hablo con las plantas, siento cuando les falta agua. Esto de que las plantas llaman a las hormigas para que las poden debe ser cierto, químicamente digo. Uno desarrolla esas habilidades, los niños criados acá en el monte tienen eso muy natural, y nosotros que venimos de las ciudades las estamos recuperando. Claro que no es para todo el mundo: ¡a mí me interesa esta aventura y la recomiendo!
–Tanto en este EPEP como en los anteriores sale la pregunta de cómo se hace para sostener los proyectos educativos, ya sea un espacio de aprendizaje, una escuela o una familia que quiere educar en casa. ¿Podés aportar algo en base a tu experiencia?
-Nosotros vamos hacia un modelo de sustentabilidad pero no de un proyecto de escuela o de educación donde los niños se quedan y los padres se van. Queremos que sea un lugar donde las familias están haciendo su trabajo y están los niños también ahí aprendiendo junto a varios otros adultos. Que sería como una escuela que es para todos, adultos, niños y abuelos. Ahora estamos en el medio de eso, tenemos un espacio para niños y otro para adultos, pero no todo el tiempo. Vamos en camino a lograrlo ahora más que nunca porque hay dos proyectos productivos en marcha -la huerta y la carpintería- para lograr la autosustentabilidad.
Una cosa que aprenden todos los chicos en las escuelas experimentales es que si quieren una pelota hacen una venta de pizzas y la compramos. Y cuando llegan a la Universidad cuando les falta plata a veces no la piden a los papás: se van a la puerta de la facultad y venden panes o galletitas, lo que hayan aprendido a hacer en la escuela. Es muy importante para mí aprender desde pequeños a cerrar el ciclo de la sustentabilidad, que no todo viene de arriba, que no está mal esforzarse en dirección a conseguir lo que quiere. Por ahora estamos poniendo dinero de nuestros ahorros, trabajos anteriores o paralelos. Que no va en contra de lo comunitario: esa es otra cosa que trabajamos, que cada uno tenga además su proyecto personal. Porque si no, es otra de las razones por la que fracasan las comunidades. Se absorben en lo comunitario y ya dejan de saber qué es lo que quiere cada uno y eso en algún momento colapsa. Mantener lo individual y lo colectivo es un gran desafío, no solo en el sentido económico.
–A lo largo de la historia, las educaciones no convencionales siempre fueron etiquetadas de «experimentales», y siento que hasta hoy los Estados siguen apartando con esa etiqueta. Parece una visión en la que los Estados saben cómo hacerlo y los que quieren hacerlo diferente son condenados a ser marginales. ¿Sentís que esa visión está cambiando?
-Yo creo que sí, siento de parte de los Estados que ya también se dieron cuenta de que no va más lo otro y están queriendo nutrirse de otras experiencias. Aparte, ven el ejemplo de otros países, donde ya la educación alternativa es algo normal y necesario, además de que es cuestión práctica: antes se necesitaba gente más obediente y el modelo de escuela calzaba bien; ahora no, se necesita gente creativa para resolver los nuevos problemas mundiales que tenemos, desde la alimentación, el agua, la salud, todo. Entonces, necesitamos aplicar otro tipo de enseñanza. Siento que hay cierta apertura del Estado a las innovaciones, muy poquito. Pero bueno, esta provincia (San Luis) es un ejemplo de eso, hay una legislación que es maravillosa, pero la gente no sabe qué hacer con eso. Esa es otra cosa: uno puede crear todas las condiciones pero si las personas no saben qué hacer con eso… Pensá que las escuelas experimentales nacieron con esa la ley anterior, que era un desastre, y lo hicieron igual porque sabían lo que querían, entonces adecuaban todo lo que fuera legal a lo que querían.
Mirá un video de Comunidad Caranday (por Gustavo Laskier) en: https://youtu.be/JHdaH_DJKT4
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