La importancia de supervisar espacios de Educación Libre: «Cuidar niños es una gran responsabilidad»

Cuidar la calidad de una propuesta de educación libre hoy en día no es fácil. Hay pocas personas con experiencia en Argentina, además de que estos espacios y proyectos suelen estar abrumados por cuestiones organizativas que sobrepasan las buenas intenciones pedagógicas. Supervisar el enfoque general y las actividades cotidianas es una buena idea en cualquier etapa del desarrollo del proyecto. A eso se dedica María José Vaiana, una argentina formada en Cataluña que a su regreso al país fundó «La Casita», el primer espacio habilitado de educación libre en la ciudad de Rosario.

«Cada proceso es único. Las supervisiones pueden ser virtuales o presenciales, aunque para la parte de observación es mejor que yo pueda estar ahí. Primero tenemos un encuentro de media hora donde cada proyecto me cuenta dónde están parados, qué necesitan, y yo les cuento qué tengo para ofrecer. Así vemos si podemos hacer una labor conjunta o no. Luego hacemos, en general, dos encuentros al mes de dos horas, donde me cuentan la historia del proyecto, y les pido que me lo manden por escrito», describe María José.

«El abordaje que yo ofrezco tiene que ver no solo con lo pedagógico sino también con lo sistémico, la gestión y la sustentabilidad de ese proyecto. Otras preguntas que hago es cómo se cuida el equipo y cómo y con qué frecuencia se encuentran para trabajar, si estructuran un orden para las reuniones, por ejemplo. Hablamos de los requisitos de los acompañantes, de cómo se trabaja con las familias tanto cuando llegan al proyecto como cuando se van. De esas y varias preguntas más, junto con las observaciones in situ, parto para hacer mi propuesta».

María José acompaña proyectos y forma educadores con la mirada de la Educación Libre

En general, existe poco ejercicio de la supervisión externa, tanto en proyectos de educación libre como en otras miradas pedagógicas. Hay formaciones, pero poco acompañamiento en la realidad de cada práctica educativa. «Estoy contenta de hacer esto porque no hay nadie con experiencia que lo haga hasta ahora en Argentina, y me parece una responsabilidad brutal formarse, investigar, repreguntarse, contrastar. Es lógico que no haya mucha gente formada porque es relativamente nuevo en el país, y por eso también doy una formación anual avalada por la Red de Educación Libre de Cataluña», subraya María José.

Cuando la supervisión es in situ, María José se integra a las actividades como observadora. Registra cómo están configurados los espacios, los tonos de voz, si son percibidas las necesidades de cada niño, si las propuestas opacan la actividad espontánea y se cae en lo que llama la «animación infantil», tan frecuente en las escuelas formales. «Es importante no perderse en la forma y el afuera. La idea del acompañante es que se haga invisible pero se sienta su presencia que cuida y sostiene. Casi siempre lo que sucede es que hay falta de claridad o experiencia. La confusión es querer hacer para afuera lo que no se hace para adentro. Hay que hacer un acto de humildad con una misma», describe.

María José también habla sobre la importancia de alojar colaboradores voluntarios en este tipo de proyectos de educación libre. «Yo misma lo hice en La Caseta, en Barcelona, durante dos años; iba dos mañanas por semana. El colaborador ayuda a sostener una buena ratio, acompaña al que acompaña pero no interviene con los niños/as. Así se va formando gente, y es la mejor forma. Los colaboradores son los futuros acompañantes y suplentes cuando hay bajas por maternidad, por enfermedad, etc.»

Aunque el rango etario que más conoce es del de la educación libre en la etapa infantil, hoy María José sabe que puede supervisar proyectos para edades mayores y que incluso no necesariamente se relacionen con esta mirada. Me cuenta incluso que en España, por ejemplo, hay personas formadas en educación libre haciendo intervenciones y supervisiones en instituciones públicas. Su mensaje es que la supervisión es importante porque cuidar niños es una responsabilidad enorme. La visión externa puede llevar claridad y alivio a los integrantes de un espacio educativo.

«Yo tengo una rutina de situaciones específicas a mirar. La claridad del proyecto para que las familias sepan a qué se están uniendo; la estructura de los tiempos y los espacios; si se están pudiendo ver las necesidades de cada niño/a; cómo se abordan los límites y los conflictos. Miro si hay conciencia sobre el lugar desde el que cada uno acompaña, de quién es la necesidad de intervenir (del niño o nuestra). En base a todas las observaciones y conversaciones con el equipo, vamos trabajando una propuesta en la que podemos practicar la presencia, el tono, la auto-observación, el cuidado del bienestar de todos los integrantes del proyecto y una estructura más profesional de los encuentros, por ejemplo».

«Una de las cosas que más me sirvió siempre es la mirada periférica, un concepto de la psicomotricidad. Lograr esa visión es algo que se va adquiriendo con la práctica, pero que yo tenía espontáneamente cuando empecé en La Casita. Miro lo grueso, los contrastes, y con ese panorama mirar los detalles y cuidar todo. Mi trabajo no es siempre igual con cada espacio educativo porque suele ser mucho lo que hay que abordar. Con todo lo que veo, señalo prioridades y propongo ajustes concretos en lo cotidiano. Mi propuesta es bien práctica, tengo esa agilidad por haber transitados tantos proyectos», comenta.

Situaciones habituales

No siempre es fácil recibir genuinamente eso que otro está viendo desde afuera. «A veces se perciben resistencias de algún integrante del equipo y a ése me acerco con más amor y cuidado», me cuenta. «Para mí, un adulto que acompaña el desarrollo de niños y niñas tiene que tener vocación y disfrutar de estar en ese lugar. Debe implicarse, querer seguir aprendiendo, mirarse, buscar ayuda. Y es importante que esté el que tiene ganas de estar. También, esos educadores idóneos deben recibir una remuneración adecuada, porque esa es una manera de cuidarlos».

María José sabe el costo que implica mantener funcionando en equilibrio estas propuestas de educación no convencional. Pero está segura que todos deben evitar pararse en el lugar de la escasez. «Para mí, la mejor inversión que puede hacer una familia es el cuidado de al menos los primeros siete años de vida de sus hijxs. Tampoco creo que haya que dejarlo todo ahí a costa de la salud y el equilibrio familiar, ni pasar del adultocentrismo al niñocentrismo», aclara.

Le pregunto qué ha observado en los niños y niñas que se crían en entornos de educación libres en sus años de trabajo en España y Argentina. «Suelen ser niños que saben lo que quieren, lo que sienten. Aprenden a respetar sus cuerpitos y poner límites desde chicos si sus necesidades están cubiertas. También el hecho de que sean espacios multiedad genera varias cosas. Los más chicos aprenden de mirar a los grandes, o comprenden más las reglas porque las proponen y defienden los grandes. Y, a su vez, en la convivencia los grandes aprenden a cuidar a los pequeñitos. Yo no sé qué pasa después en el seno de la familia, pero al menos en esos espacios preparados suelen demostrar tener más recursos emocionales, estar más conectados porque simplemente vienen a jugar y a disfrutar y son respetados en eso. Son vistos y mirados, y eso facilita la auto-estima y la confianza. Si no son interrumpidos, suelen ser capaces de profundizar mucho en sus actividades. También se acostumbran a abordar los conflictos en vez de taparlos, no se sienten incómodos ni con el vacío ni con el silencio. Los adultos debemos aprender a superar nuestra necesidad de resolverles todo y dejar que sean ellos quienes consigan sus conquistas. Y, a su vez, auto-observar eso es nutritivo también para nosotros porque empezamos a ver si están nutridas nuestras propias necesidades».

Aprovecho esta conversación para pensar juntas qué es o que lleva a cada vez más familias a elegir criar y educar en entornos de libertad y responsabilidad. «Hay familias que lo buscan por razones ideológicas, por ejemplo, al cuestionar las relaciones de poder en la sociedad en general. También somos fruto de una educación y una historia propia que nos trae hasta aquí, incluso por rebelarnos a esa historia. También, hay que decirlo, nos la hace fácil el hecho de que la oferta de cuidados y educación que hay demuestra no ser la ideal. Igual, saber lo que no queremos no significa tener en claro qué queremos. Creo que la educación libre es una continuación de todo eso más sutil que se gesta en los grupos de crianza, y tiene menos que ver con el plano de las ideas. Es un paradigma, es cómo nos posicionamos ante la vida, no es una pedagogía, no es un método. Para ser cuidadores de los procesos de vida hay que conocer cómo son los procesos de vida, y a veces con la parte material de un proyecto dejamos de ver todo lo demás».

Le pregunto también cómo suele ser recibido su trabajo. «En general, la gente que me busca sabe quién soy y cómo trabajo. Muchas veces me dicen que lo que les digo ya lo suponían, pero les hacía falta escucharlo. Hacemos un seguimiento, algunos me cuentan las modificaciones que van haciendo. Otros también registran lo que les pasa luego de mi supervisión y también les hago una devolución. Incluso, algunos proyectos me convocan para hacer supervisiones muy específicas de determinadas situaciones», cierra.

Testimonio de Lago Puelo, Chubut

«Soy Emiliano Vega López y formo parte de «El Salto», una Escuela Viva para niñxs de 3 a 7 años que funciona en Lago Puelo, Chubut. El contacto con Majo vino a través de la película «La Educación Prohibida». En ese momento, 2013, yo vivía en Rosario y estaba buscando un espacio de educación libre para hacer voluntariado. Después de estrenar la películase armó un mapeo de experiencias alternativas y ahí estaba «La Casita». Pude participar de varias jornadas y algunos talleres que se daban en ese espacio. En 2019 se dio la posibilidad de armar un espacio acá en Lago Puelo con 3 compañeras, y el recuerdo de La Casita siempre estuvo presente como referencia. Al año de arrancar, con muchas dificultades para sostener el proyecto, nos contactamos con Majo para ver si podía ayudarnos a encontrar nuestra manera. Ya veníamos trabajando con una supervisión de pedagogía sistémica y con referentes de «Semillas del Sol», que nos acompañó en la gestación del proyecto.

En pocas palabras, diría que Majo es un ser muy potente, que nos ayuda a cada unx de lxs acompañantes a ordenarnos internamente, a encontrar coherencia, a hacernos cargo con responsabilidad de lo que elegimos hacer. Como ese laburo individual y grupal se hace, después podemos avanzar en ordenar el proyecto, la economía, revisar los acuerdos, la comunicación con las familias, los roles, el vínculo con lxs niñxs. Revisamos situaciones que no entendemos, nombramos lo que no nos gusta o nos cuesta encarar, etc. Al principio hacíamos dos encuentros mensuales de dos horas y media. En ese momento fue una apuesta a crecer, porque en los números estábamos en rojoCon el tiempo los encuentros se fueron haciendo más esporádicos, menos dramáticos y urgentes, salvo por algún emergente. Y hoy nos encontramos una vez al mes, mes y medio, y siguen siendo encuentros tan nutritivos como el primero».

Hicimos avances bien concretos, incluso en la sustentabilidad del proyecto, porque trabajamos mucho el principio sistémico del equilibrio entre el dar y el tomar, que permite la vida y la maduración de los proyectos, y que desarma nuestra costumbre del sacrificio, de auto-explotación laboral, emocional y física. Hoy somos un equipo de seis acompañantes, y aprendemos a cuidarnos cada vez más, nos ponemos límites, nos animamos a crecer, lloramos, nos reímos, compartimos la vida, que es lo mismo que hacemos con lxs niñxs y que intentamos hacer con las familias. Podría seguir con muchas más cuestiones y anécdotas, pero en definitiva agradecemos mucho porque la amamos y respetamos bocha, y agradecemos mucho todo su recorrido y experiencia que pone al servicio de quienes estamos iniciando por este camino. Orden, amor, abundancia, servicio, en esa estamos y nos sentimos acompañadxs».

Testimonio de Rojas, provincia de Buenos Aires

«Soy Verónica Millanovich, del proyecto educativo Amanecer en Rojas. María José vino en un momento muy crítico porque me estaba separando de mis dos socias en el proyecto. Quería tener una visión diferente del proyecto, porque yo sentía que tenia que cambiar mucha cosas pero necesitaba que alguien de afuera me lo dijera. Necesitaba que alguien me ayude. Ella me marcó lo que necesitaba que me mostraran, y fue muy importante porque cambió el rumbo completamente. Me fortalecí porque me dije que era verdad lo que veía. Cambiamos un montón de cosas, me animé a hacer lo que yo quería hacer».

Contacto con María José Vaiana por correo electrónico: formacioneneducacionlibre@gmail.com

Facebook: https://www.facebook.com/LaCasitaEducacionLibre

Instagram: @lacasitaeducacionlibre

Foto de portada: La Casita

Dolores Bulit

Nací en la Ciudad de Buenos Aires en 1972. Mi educación formal ocurrió en el jardín Casa de los Niños fundado por Elena Frondizi, la Escuela Normal Nacional en Lenguas Vivas “John F. Kennedy” y la Carrera de Comunicación Social de la Universidad de Buenos Aires. Mi educación no formal se amasó en una familia numerosa, presente, matriarcal en medio del patriarcado, de clase media profesional. Sin presiones curriculares o extracurriculares, con mucho tiempo y enorme oportunidad para el juego libre en la ciudad y en el campo. También me eduqué en mis empleos y en mis viajes, en mi pareja y con mi maternidad, con todas las personas que pasan por mi vida y a través de mi experiencia más reciente y transformadora con la gestación de Tierra Fértil, un espacio de aprendizaje basado en el juego y la autogestión con 8 años de historia.

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