Detrás de un hijo desescolarizado, siempre hay una gran mujer. La adaptación del dicho bien vale para Olga Lubel, la madre de Tane Da Souza Correa, el salteño que conocimos en los diarios por haber entrado a la Facultad de Física a los 14 años. Ni él ni sus hermanos fueron a la escuela, sino que se educaron con su padres en «La Huella», la finca agroecológica que tienen en Vaqueros, al norte de la ciudad de Salta.
Olga fue una pionera. Y seguramente alguien valiente como para proponerse educar fuera del sistema escolar en una sociedad tradicional como la de Salta. Tal como me lo confirma en esta entrevista, no fue fácil. En los ´90 había un desconocimiento total de cualquier alternativa educativa, y fue incluso amenazada de perder a sus hijos. Pero ni Olga ni su marido querían aislarlos de la comunidad donde crecían, así que sus hijos y ellos mismos estaban integrados a las distintas organizaciones y actividades del pueblo. Por eso, con paciencia, el reconocimiento de que no eran «bichos raros», finalmente llegó.
Hoy Tane tiene 30 años, es padre, académico y fue candidato a intendente de Vaqueros. Hace diez años, con su hermano más chico aún aprendiendo en casa, tomó forma «La Granjuela», un espacio educativo en la naturaleza al que concurren una vez por semana chicos y chicas, escolarizados o no. «Un espacio de construcción vivencial de los conocimientos en la naturaleza. Para despertar vocaciones, generar habilidades propias y colectivas. Para educar para el bien vivir», explican grandes y chicos en uno de los podcast que graban para compartir con la comunidad.
-¿De dónde salió la decisión de educar a sus hijos sin escuela? ¿Qué impacto causó en su entorno?
-Imaginate. Nuestra decisión estuvo bien vinculada a lo ideológico, en el sentido más puro del mundo de las ideas. De cómo entendemos nosotros que los niños y las niñas deben y pueden ser educados Dentro de las posibilidades, una era la escuela, y nosotros queríamos tomar para nosotros otras posibilidades. Poder acceder al conocimiento por fuera de una institución. Valga la distancia, un camino parecido al de tener una vida espiritual sin religión. De la misma forma, se puede tener una vida ligada al conocimiento sin una institución. Creo que la educación debe ser situada, y nosotros nos tomamos una libertad que creo que está dada. Y lo hicimos con los tres, el mayor tiene 30 y el menor, 18.
Claro que antes ya habíamos hecho otras rupturas. Vivimos de la producción agroecológica, aunque no vengo de una familia campesina. Yo vivía en Buenos Aires, fui al Colegio Nacional y estudié Sociología en la Universidad de Buenos Aires pero no me recibí por elección. Con mi marido nos conocimos en una escuela de tecnologías apropiadas en Chile, pertenecíamos a un movimiento que pensaba y diseñaba tecnologías apropiadas. Ya en esa época había un diagnóstico del mundo, por ejemplo, el que hizo el economista Ernst Schumacher. Y nuestro planteo entonces era: ¿nos vamos a tomar en serio las reflexiones o van a ser solamente acervos culturales? En los ´70 ya se hablaba de que este modelo de desarrollo ya no daba para más.
En algún momento, como padres, pensamos qué modelo queremos que forme a nuestros hijos, y era uno que iba para otro lado. No era solamente para nuestros hijitos y por fuera de la escuela, realmente pensamos que iba a haber más gente, que iba a ser un movimiento, que el Estado iba incluso a reconocerlo. En Argentina no conocíamos a nadie, habíamos leido mucho sobre el movimiento de las escuelas libres, sobre Summerhill… Pero el tema para mí siempre era cómo resolver la tensión entre estas opciones y el sentirse pueblo. Para nosotros es muy importante formar parte de una sociedad que tiene una realidad, y en ese sentido la desescolarización plantea una opción un poco elitista. Toda la infancia y juventud de nuestros hijos vivimos en el mismo pueblo. Pasamos de ser los hippies raros a ser aceptados, ¡y con un hijo candidato a intendente! Cuando eran chiquitos y jugaban al fútbol, si no atajaban el gol les decían medio en broma, medio en serio, que era porque no iban a la escuela. Todo se explicaba por la desescolarización, incluso cuando se enfermaban.
-Y hoy, ¿cómo conviven en el pueblo y cómo los ven?
–Mucha gente ahora me confiesa que no se animó, pero que hubiera hecho lo mismo. Hay gente que valora nuestro uso de la libertad y que seamos personas bien involucradas en los problemas del pueblo, y eso ha ayudado mucho a cambiar la perspectiva. No es que estamos recluidos haciendo la nuestra. Yo soy parte de la biblioteca popular, mi marido participa del consorcio de riego, estamos en las mesas de violencia de género y otras muchas construcciones colectivas. Otras veces, me han hecho comentarios del tipo «tus hijos saben un montón porque no fueron a la escuela».
Nuestro hijo del medio está en el campo con nosotros. Investiga sobre semillas criollas y nativas, es un pragmático. Hace poco dio una conferencia sobre duraznos en Jujuy, sentado al lado de profesionales del INTA. Al más chico le gusta el sonido y ahora está haciendo eso en el Teatro Provincial. Pasamos de ser señalados a ser reconocidos. Acá hay dinámicas de provincia chica y eso me jugó en contra al principio. Estuve mal y encerrada cerca de un mes porque me amenazaron con sacarme a los chicos. Me retuvieron sus documentos, hubo llamados al juez de menores. Me cuestione cuánto más estaba dispuesta a hacer.
-¿Creés que hoy hay también ese control o se ven las cosas de otra manera?
-Estamos en una sociedad en crisis; esa que percibíamos hace 25 años, ahora está entre nosotros. Si bien hay elementos jurídicos y legales para exigir a los desescolarizados, la realidad es que ahora no lo hacen mucho, creo que la pandemia mostró muchas cosas. Los maestros me llamaban de la escuela para que los ayude a organizar las clases por Zoom, y eso que soy una analfabeta digital. Ellos querían saber cómo organizaba el día de aprendizaje, y hasta me preguntaban cómo hacía para levantarlos de la cama.
Dentro del movimiento de la desescolarización hay que construir un modelo donde sí podemos guiar a los niños. No es un estado asambleario permanente, sí tenemos como adultos una función orientadora. Ya sea que tengas una idea disruptiva o hegemónica, hay ahí un sujeto padre, una madre o sus combinaciones, que están tomando una decisión. No podes preguntarle a un nene de 4 años si quiere ir a la escuela. De mis hijos y de trabajar con tantos otros sé que necesitan una orientación. Incluso para poder rebelarse contra algo.
-Y dentro de tu historia de desescolarización, ¿en qué momento se te ocurre abrirlo a otros?
-«La Granjuela» surgió cuando el más chico todavía aprendía en casa. Tuve un grupo de desescolarizados, era gente que me venía a ver de manera individual y yo los reuní para que se conocieran. Creo que sí hay una cuestión social que los desescolarizados tenemos que resolver de alguna manera. Pensar que no hay ningún lugar que reúna condiciones propicias para los chicos genera algo de soberbia.
La Granjuela tenía en un momento un grupo de desescolarizados, que estuvo buenísimo para ellos y sus familias. Y se empezó a dar naturalmente que empezaron a venir niños que si iban a la escuela. Era gracioso cómo miraban unas familias a otras, al principio supongo que con prejuicio hasta que se daban cuenta que eran niños como todos y adres como todos. Hicimos reuniones de padres, fue un tiempo muy rico. Algunos decidieron entrar al secundario y otros construyeron una relación muy interesante con del secundario del pueblo, y se terminó oficializando de hecho que rindieran libre ahí. Al principio fue difícil, porque hay profesores más reacios a las nuevas experiencias. Otros lo veían hasta con curiosidad. Mis hijos, que fueron punta de lanza, no lo pasaron muy bien, pero también aprendieron que se requiere fortaleza cuando estamos convencidos. Han reprobado, han llorado, he discutido con los profes, pero también nos hemos reído. Hoy me cruzo docentes por la calle que me pidieron disculpas años después. «Cuando llegaron tus hijos yo no entendía nada», se excusaban.
-¿En qué etapa creés que estamos ahora las alternativas educativas?
-La desescolarización tiene que dejar de ser una experiencia de individuos, hay que cruzarla con métricas. Porque si no, siempre nos vana decir que es posible «porque su mamá era profesional, o era joven, o recibió una herencia», siempre nos quedamos con lo mas atípico de la experiencia. Yo creo que eso es una estrategia inconsciente para que protegerse de cuestionarse que ellos también lo podrían haber hecho. Ahora lo que toca, me parece, es proponerle al Estado un sistema homologador de saberes. En este momento de transición, hasta que esté legalizado, se debería poder ir a la escuela de mi distrito, avisar que no irán, que sumo la responsabilidad de su educación y a fin de tercero y séptimo va a que le tomen un examen de contenidos mínimos.
-¿Te consultaron en algún momento funcionarios o legisladores?
-Alguna vez un legislador me vino a ver, cuando Tane se hizo conocido. Ahora yo me pondría a pensar con otros porque creo que es eso lo que le tenemos que exigir al Estado. Trabajo con muchos chicos de distintos estamentos sociales. Y también es una realidad que hay abusos, hay abandonos, hay adicciones. Incluso, gente que desescolariza sin ningún plan, sin rutinas. Yo he dado charlas sobre eso, les hablo de construir ciclos, que generan en la psiquis infantil seguridad y previsibilidad. A veces se espera que el niño pregunte todo, pero nadie pregunta sobre la regla de tres simple. Hay que ver la manera de que preguntar eso sea una necesidad. Por eso hablo de conocimientos homologados, que son los que te habilitan como un interlocutor en la sociedad. Podemos ser críticos con ese corpus, pero no no reconocerlos sería generar inhabilitados sociales.
-¿Cómo funciona La Granjuela?
-El «examen de ingreso» es ya no usar pañales. Con el tiempo te das cuenta que ese requisito es un primer acto de voluntad, dejar los pañales para poder venir. Hay distintos grupos. Semillas, para quienes tienen etre 2 y 3 años. Plantines, para 4 a 6. Árboles es para los mayores de 7 y Bosques es un grupo para adolescentes. También tenemos la «Escuela libre de agroecología y ocupaciones sustentables» para los jóvenes.
Tenemos un sistema de autopromoción, donde cada uno dice cuando siente que esta preparado para el otro grupo. Lo tienen que expresar y poder decir. Un nene una vez dijo que quería pasar de Plantines a Árboles porque «ya hago sombra». Cada año preparamos una propuesta que es una unidad de sentido y que nos acompaña todo el año. Va cambiando para que sea interesante para los que vienen desde hace más tiempo. Un año, por ejemplo, fue un viaje por Latinoamérica. Cuando hablamos de la Puna, fuimos a la parte más seca de acá, vimos la altitud en un mapa ,prendimos fuego con bosta de animales. Queremos que aprender sea una experiencia que la pasen por el cuerpo; para mí eso es fundamental.
Cuando hablamos de recolección de semillas, de proyecciones matemáticas y geométricas de la reproducción de una especie, o de masa crítica, lo adaptamos a la edad de cada chico. Cuando hablamos de co-evolución, miramos flores, abejas e insectos, y es evidente que hay un pico que necesita una flor y una flor que necesita un agente polinizador. Tratamos de usar las operaciones operaciones con sentido. No pretendemos reemplazar a la escuela, vienen una sola vez por semana. Y una vez por mes vienen niños de la escuela estatal y comparto lo mismo que hago con los chicos de La Granjuela.
El desafío es hacer las fronteras más porosas. La misma directora de la escuela que me perseguía, ahora me pide por favor que puedan venir. Yo sigo siendo la misma, y les hablo de lo mismo. Yo trabajo en contra de la línea de tiempo , porque tiene que ver con la idea de progreso, de la imposibilidad de la naturaleza, que no es lineal ni cartesiana. Para mí la escuela está inscrita en esa idea de mundo. Tenemos que vivir de otra manera.
-¿Te apoyás en la Ley de Edución Ambiental para que se avale tu propuesta?
-Como muchos de nosotros, me ilusioné con esa ley. Pero si no se reglamenta siento que corremos el peligro de quedarnos haciendo flores con botellas de plástico. Si se escucha nuestra propuesta completa, la experiencia que tenemos de trabajar contenidos ambientales. Sabemos qué e slo que los chicos y las chicas pueden entender, lo disruptivo que puede ser para una familia que llegue un niño con conocimientos asimilados de la conciencia ambiental. ¡Cambia toda la familia!
Hace un par de años vengo desarrollando algo que ahora comparto que es el «Circulario», el sentido circular del tiempo, y veo que las maestras en las escuelas comunes lo incorporan muy bien. Es una educación situada. Les muestro el mástil de la escuela como elemento para verificar los movimientos de traslación, por ejemplo. Mucha gente de buena fe cree que el cuidado ambiental es sacar una bolsita a la basura, y quedarnos en eso es peligroso. Nos estamos incendiando y mi trabajo es un compromiso para aportar.
-Si en vez de educar sin escuela hubieras tenido cerca un proyecto educativo ideal, ¿cómo debería haber sido para que te convenciera?
-Me lo he planteado, sí. Pero la verdad es que en ese momento yo era identitariamente desescolarizadora. Para mí nos estamos equivocando en la estructura: no podés hacer de cuenta que todos los días son iguales. La semana es una construcción que, por supuesto, es ordenadora, pero tenemos que situarnos en un tiempo y en un espacio. Una educación hegemónica lo primero que hace es homegeneizar tiempo y espacio. El bajón del domingo se aprende así, te vas criando con esa sensación.
Contacto con Olga Lubel (Finca La Huella y La Granjuela): fincalahuella@yahoo.com.ar / https://www.facebook.com/fincalahuella
Escuchá el podcast sobre La Granjuela contada por grandes y chicos:
Escuchá más podcasts sobre distintos temas de la naturaleza realizados por La Granjuela:
Celebró el acompañar y permitir de los hijos soltando la expectativa ahí habita la magia!🙌🙌