«Ciudadanos del Mundo», una academia fuera de lo común en San Martín de los Andes

Cuando conozco un proyecto educativo iniciado por familias, me gusta escarbar hasta la semilla. Porque ahí no hay una cultura institucional o un saber hacer que provenga de la profesión docente. Me gusta saber qué es lo que anima a dejar la comodidad del vaivén casa-escuela. ¿Qué tan fuerte es esa certeza de que todo podría ser de otra manera? ¿Es fruto de la intuición, de una actitud crítica que se viene ejercitando en otros ámbitos, de ese amor inabarcable que son los hijos, es la información circulando o la necesidad de no repetir la historia personal?

Llegué a saber de «Ciudadanos del mundo» por una conocida recién mudada a esa ciudad que buscaba espacios de educación integral para sus hijas. Hicimos una videollamada con Melisa Kraus: ella y su marido son las semillas de ese proyecto que empezó como homeschooling y que hoy es un espacio y un tiempo compartido con una pequeña comunidad. Melisa se recibió de técnica mecánica en San Martín de los Andes, se fue a estudiar a La Plata, quedó embarazada y así, madre joven y reciente, completó su carrera de ingeniera nuclear en el Instituto Balseiro de Bariloche.

Y aunque estoy convencida de que las credenciales no son determinantes, me resulta interesante comprobar que las personas que se replantean la educación como sinónimo de escolaridad pueden provenir de campos tan diversos.

La propuesta de «Ciudadanos» es trabajar en «grupos reducidos que permiten relevar la etapa de aprendizaje de cada niño de manera constante, permitiendo enfocar los esfuerzos en donde es necesario». El grupo, con cuatro adultos que trabajan en la gestión y como educadores/coordinadores, logró conseguir un espacio físico en el centro comunitario de una Junta Vecinal. Así, en un octógono vidriado que da a la plaza del barrio, se encuentran chicos y chicas de diferentes edades para planificar actividades, hacer proyectos, seguir sus intereses, aprender cosas nuevas, leer y jugar con los vecinos que congrega el lugar. A cambio del uso en esas horas de la mañana, se encargan de mantenerlo. Especialmente después de la pandemia, que, como muchas otras cosas, lo había dejado patas arriba.

Le pregunto a Melisa sobre los orígenes. «En 2017 volví a vivir a San Martín con un hijo chiquito, y quería dar clases en la que había sido mi escuela técnica. Trabajaba con adolescentes de 16 a 19 años y me encontré de frente con la desidia del sistema educativo y su efecto en los jóvenes. Quizás es una apreciación personal, pero no tenían la voluntad de hacer, de crear, de pensar. Los veía como caminando sonámbulos por el mundo. En paralelo, hacíamos la doble temporada de invierno en EE.UU., porque mi marido es instructor de snowboard. Mientras estabamos allá hacíamos homeschooling con el que en ese momento era nuestro único hijo. Cuando volvimos, lo desescolarizamos, y su hermano menor nunca fue a la escuela».

«Hace ya 5 años que empecé a hacer homeschool con mis hijos. En un principio eran sólo un par de meses al año mientras estábamos viajando, y después se reincorporaba a la escuela convencional. Pero estos últimos tres años decidimos como familia apoyar la decisión de Luca, que era más feliz aprendiendo en casa que yendo a la escuela tradicional. Esta decisión nació durante las vacaciones de verano, cuando estábamos en el Escorial, camino a las termas de Lahuen Co, en el sur de Neuquén. Ahí nos encontramos compartiendo con nuestros hijos contenidos de Geografía sobre la formación de la tierra, de Historia sobre las distintas comunidades que habían habitado esos espacios, de Biología sobre cómo se desarrolla la flora y la fauna ahí. Fue en ese momento que decidimos que para aprender no hace falta estar encerrado, sino estar atentos a las oportunidades que se van presentando en nuestro entorno», cuenta en la página web del proyecto: https://ciudadanos-del-mundo5.webnode.es/ 

«Al principio teníamos los típicos miedos de hacer algo radical, así que empecé haciendo lo que sabía, que era enseñar como maestra e intentando hacerlo mejor. Cuando dejaba la escuela empezamos a ver la diferencia, a verlo entusiasmado con la vida. Me metí en los foros que encontré sobre educación sin escuela. Incluso, les avisamos a nuestros amigos que eran bienvenidos si querían compartir sus saberes con nuestros hijos. Arrancamos por estar presentes y compartir con ellos hasta que ellos empezaron a adueñarse de sus vidas. Y nos empezó a pasar que nos decían que nuestros hijos eran, de algún modo, «diferentes». O nos decían que no todos podían hacerlo. Respondíamos que nuestros hijos no son diferentes, ni nosotros, pero nos dimos cuenta de que no todas las familias estaban dispuestas o podían poner en juego toda su estructura y su economía para adoptar esta forma de educar».

Antes de la pandemia, Melisa no usaba redes sociales. «Hasta que vi una nota sobre el nuevo modelo educativo japonés que intenta formar ciudadanos del mundo. Yo tenía muchas ideas pero no sabía cómo gestionarlas, siempre había sido estudiante o trabajado en relación de dependencia. Me junté con otras personas y sentíamos que teníamos que hacer algo. Hice la web, faltaba el lugar. Me acuerdo que arrancamos un 3 de marzo con 5 familias, con 8 chicos entre 9 y 16 años. El único requisito era tener ya lectoescritura autónoma. A partir de ahí y hasta hoy nos alucina la capacidad de autogestión de los chicos, más de lo que podíamos haber imaginado. Nunca más entendí por qué se segrega por edades el aprendizaje».

Información, redes y decisiones

Los que han iniciado proyectos desde la nada saben que en algún momento hay que acotar formas y líneas de convivencia. Que entre la libertad de no llamarnos escuela y la necesidad de reunirnos para el hacer común existe un espacio. Si usáramos una metáfora química, ese lugar puede estar ocupado por algo sólido, algo que fluye como un líquido o el más sutil e inestable gas. Y ahí entra en escena la información que nos llega o la que salimos a buscar, lo que que queremos y lo que podemos hacer. En ese tránsito, a Melisa le llegaron noticias de la escuela «Agora» de Holanda, donde idiosincracia y metodología, me cuenta, coincidieron con lo que estaba imaginando (pueden conocerla leyendo acá). «También estamos en contacto con otros espacios educativos integrales o alternativos de acá, como Semillas del Sol y Quantum, pero somos diferentes en la propuesta», me explica.

«En Ciudadanos, cada semana tenemos un coordinador, que es el responsable de la continuidad del acompañamiento a los chicos. Con el paso del tiempo se van, o nos vamos, sintiendo más cómodos con esta forma de acompañar el aprendizaje. Como decía el director de esa escuela holandesa, es muy difícil formar los recursos humanos para trabajar de esta forma».

Como guía, la escuela extranjera West River Academy los acompaña en la acreditación de los aprendizajes de cada uno. Así, cada año completan ellos mismos su «boletín» describiendo lo que han podido desarrollar o las metas pendientes. «Así logramos que el proceso de evaluación no sea ajeno a los chicos», resalta.

Si la condición de ingreso es la lectoescritura, el límite de edad no es tan claro. «Tenemos un chico de 17 y el año pasado se acercaron de 19 que habían arrancado el CBC de la Universidad de Buenos Aires. Nos pidieron venir al espacio porque eso los ayudaba a organizar su rutina de estudio. También se sumaron dos que aun cursaban en la escuela técnica. Terminaron incorporándose también y nos inspiraron a darles lugar a los jóvenes que terminan. Para generar sus propios proyectos, apelando a los recursos humanos bien formados que hay en San Martín y que están dispuestos a participar. Porque acá pareciera que estudiás turismo, sos empleado de comercio o te tenés que ir. Y no todos pueden costearse eso, ni están emocionalmente listos para separarse. Otros, no saben qué hacer de su vida y pueden sentir que San Martín los eyecta», relata Melisa.

«Yo era muy cuadrada y organizada. A los 16 años me di cuenta de que mis amigos eran un año más grandes y me anoté para rendir libre y recibirme con ellos. Aunque después no lo hice, valoré más el verano que los libros. Estudié en La Plata porque era lo mejor para poder entrar al Balseiro. Me quedé embarazada y sentí que no estaba lista para ser mamá y seguir estudiando, así que me volví al sur en plan de sabático para aprender a ser mamá. Después me anoté para el examen de ingreso al Balseiro y entré. Mis viejos y mi pareja me ayudaron con el cuidado de mi hijo. Fue raro el primer tiempo porque mis compañeros eran todos veinteañeros independientes. En un momento fijaron un horario de clases en el que yo no podía. No iban a cambiar las pautas así que conseguí una amiga que me ayudara y al día siguiente fui igual. El profesor que fue firme con las pautas pautas vio mi nivel de compromiso y se convirtió en una especie de guardián de mi carrera. La terminé con mi hijo de cuatro años; era la única mujer».

«Sin embargo, en ese momento no supe qué hacer. Yo sentí que había planificado hasta ahí. Me agarró un vacío muy grande y empecé a reconstruir mi identidad, a hacer el proceso que invitamos a hacer a los chicos en «Ciudadanos». Que yo lo hice recién a los 23 cuando me recibí. Porque pensaba que a esa altura iba a tener respuestas, no preguntas, y eso fue duro. Ahí empecé a preguntarme también qué quería yo para mis hijos. Mi marido, por su parte, no terminó la secundaria porque no le encontraba sentido. El ya había aprendido a «entrenar a su dragón» y lo admiro por eso».

-¿Cómo los recibieron en la ciudad?

-Muchos nos dicen que les encanta pero que no se animan. O que se les complica económicamente. Estamos dispuestos a charlar siempre que el otro esté dispuesto a construir. Manejar las ansiedades de cada familia, ser capaces de ver valor en lo que hacemos, de reconocer dónde estábamos parados antes y dónde ahora, es lo más difícil.

En el sistema educativo formal nos conocen, y comprenden que ninguna escuela arranca desde el día uno incorporada. Nosotros estamos dispuestos a trabajar para que esta visión pedagógica sea reconocida y los que vengan después de nosotros no tengan que remar tanto. Vemos buena voluntad. El año pasado incluso nos contactaron familias de Mar de Ajó que quieren hacer algo parecido y compartimos con ellos cómo lo estamos haciendo. Esto de cómo es enseñar sin el enseñar que conocemos. Es muy de a poco; intentamos ser multiplicadores.

Para conocer más sobre la Academia Ciudadanos del Mundo: https://ciudadanos-del-mundo5.webnode.es/

Dolores Bulit

Nací en la Ciudad de Buenos Aires en 1972. Mi educación formal ocurrió en el jardín Casa de los Niños fundado por Elena Frondizi, la Escuela Normal Nacional en Lenguas Vivas “John F. Kennedy” y la Carrera de Comunicación Social de la Universidad de Buenos Aires. Mi educación no formal se amasó en una familia numerosa, presente, matriarcal en medio del patriarcado, de clase media profesional. Sin presiones curriculares o extracurriculares, con mucho tiempo y enorme oportunidad para el juego libre en la ciudad y en el campo. También me eduqué en mis empleos y en mis viajes, en mi pareja y con mi maternidad, con todas las personas que pasan por mi vida y a través de mi experiencia más reciente y transformadora con la gestación de Tierra Fértil, un espacio de aprendizaje basado en el juego y la autogestión con 8 años de historia.

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