Bendita transición

Por Marianela Casanova (Lala Montessori)

En esta columna cuento cómo me fui de la ciudad para vivir en el campo. En la última, confesé que no la estaba pasando para nada bien, por varias razones. Ahora, estoy muchísimo mejor y falta poco para terminar nuestra casa. Pero me vi ante la necesidad de huir esta vez del campo a la ciudad, en busca de un baño normal, agua, luz eléctrica y aire acondicionado incluido.

Dato importante si te vas a mudar: mientras construís tu casa, podés alquilar alguna casa o cabaña desocupada durante el año. Pero, durante las vacaciones, es imposible; los precios se cuadriplican. Por ese motivo, nosotros tuvimos que dejar la cabaña y empezar a vivir en el terreno sin agua, ni luz, ni baño y con mucho calor desde fines de diciembre. Lo intenté, pero a la semana salí corriendo. Con niños y embarazo, no era un planazo. Así que estoy en Buenos Aires adorando el aire acondicionado en este momento.

Volviendo al tema central que es la crianza y la educación, cuando salí del pozo en donde caí y les conté, el destino me metió en otro, mucho menos profundo y, por suerte, con una red: nos quedamos sin espacio educativo para Roma y Luca. Y se los cuento porque también puede pasar: no decidas dónde vivir sobre la base de la escuela alternativa de tus hijos, porque estas suelen mutar algunas veces, y también caerse. Pero esto ya lo sabía desde antes y tenía una frase tatuada: si hay un espacio y se cae, es porque hay comunidad para crear otro. Y en eso estamos, con todas las familias que formábamos parte del espacio, confiando en nuestros niños y niñas, y en nuestra red.

Mientras los míos están acá extrañando mucho el pueblo, los de allá pasan las tardes en el río jugando horas y horas luego de desayunar frutas que algún vecino cosechó, panqueques con la mermelada casera que su misma madre preparó, no sin antes descansar un rato a la sombra porque, aunque no existe la humedad de Buenos Aires, a la hora de la siesta no se puede estar al sol. Ellos y ellas parecen no sentirlo, juegan en las acequias con agua transparente o en las pelopinchos que tampoco faltan y tanto salvan.

Las partes más populares del río se llenan de gente, turistas o de otros pueblos que vienen a disfrutar del maravilloso paisaje. Tanta gente, que los del pueblo van a las ollitas, unas piletas naturales espectaculares más alejadas, en busca de la tranquilidad. Pero también es una buena oportunidad para jugar al turista, tal como lo hicimos en Navidad, cuando nos fuimos a pasar el día al bello Potrero de Funes en el mismo San Luis (ahí les recomiendo la «Casa Biocultural La Guadalupe») y en Año Nuevo, a Piedra Buena, Villa Dolores (Traslasierra, Córdoba). En mi nuevo pueblo, me muero de ganas de ir a este salto de la foto, en el Río Gómez. Como ése, hay otros lugares así: ¡se los recomiendo!

Seguimos en transición. Cosas buenas, cosas no tan buenas.

Foto de la portada: Brujo Excursiones – Río Gómez

Dolores Bulit

Nací en la Ciudad de Buenos Aires en 1972. Mi educación formal ocurrió en el jardín Casa de los Niños fundado por Elena Frondizi, la Escuela Normal Nacional en Lenguas Vivas “John F. Kennedy” y la Carrera de Comunicación Social de la Universidad de Buenos Aires. Mi educación no formal se amasó en una familia numerosa, presente, matriarcal en medio del patriarcado, de clase media profesional. Sin presiones curriculares o extracurriculares, con mucho tiempo y enorme oportunidad para el juego libre en la ciudad y en el campo. También me eduqué en mis empleos y en mis viajes, en mi pareja y con mi maternidad, con todas las personas que pasan por mi vida y a través de mi experiencia más reciente y transformadora con la gestación de Tierra Fértil, un espacio de aprendizaje basado en el juego y la autogestión con 8 años de historia.

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