13 razones para desescolarizar #5 Socializarte

Podríamos prescindir de la escuela, pero no podemos dejar de encontrarnos. La convivencia nos hace humanos, porque en ella se cuece la enorme gama de emociones que construyen nuestra cultura.

Los que aceptan que la escuela no tiene el mejor diseño para aprender sostienen que por lo menos es necesaria para que los niños y niñas empiecen a socializar (como si no hubiesen nacido en una). En algo tienen razón: dos bebés que se encuentran inmediatamente se miran, intentan acercarse y tocarse, hacen muecas, se reconocen. Todos brillamos cuando nos encontramos con otros (con otros que nos aceptan, claro). La cuestión es cómo y para qué.

Cuando mi hijo tenía 4 y por primera vez empecé a pensar seriamente en la posibilidad de educarlo sin escuela, sabía que no quería hacerlo sola. Estaba segura de que no era bueno para mí ni para él. Ese año pasaba casi todos los días en la plaza, un modelo social de convivencia infantil que pronto empecé a admirar.

Es uno de los pocos lugares donde los adultos dejan que sean las niñas y niños quienes tomen la iniciativa. Donde su autonomía es acompañada con sonrisas, donde en el mejor de los casos se les dice lo menos posible, apenas lo necesario. Ahí hay relaciones igualitarias: ellas y ellos eligen cómo, con quién y por cuánto tiempo jugar. Pueden estar con los más grandes o los más chicos si la propuesta entusiasma. Las amistades más intensas pueden durar media hora, el rato que se compartió la arena, la pelota o las escondidas.

Así, como una plaza aireada, arbolada, variada, imaginaba que podía ser esa no-escuela que permitiera a mi hijo crecer, jugar y aprender con pares aún después de los seis años, cuando se supone que la vida debe ponerse seria para ellos, de cuaderno con renglones y escritorio.

Tierra Fértil es, desde hace seis años, eso. Una comunidad infantil que va aprendiendo a autorregularse en compañía de adultos que, también, seguimos aprendiendo a intervenir poco e inspirar mucho. Que juega sin parar, con compañeros que pueden cambiar cada mes o cada año.

Si las paredes y jardines de las tres casas que habitamos en estos seis años hablaran, serían una excelente charla TED sobre cómo los humanos aprendemos como protagonistas de un collage interminable de conversaciones, movimientos, gestos, amistades y conflictos. Nuestro único aporte como adultos fue desplegar los materiales, porque socializar es más un arte que una ciencia.

La socialización entre pares y adultos que cada tarde tiene lugar en Tierra Fértil es nuestro gran tesoro. Es honesta, abierta, espontánea. Con el único condicionamiento del respeto mutuo y por el ambiente. Sin miedo a una agenda adulta que se impone sin participación ni deseo pero con la enorme tarea de descubrir quién soy y qué quiero hacer cada día. Asumiendo el gran costo de la libertad en dosis acordes a cada etapa del desarrollo.

Un ambiente donde todos podemos elegir es terapéutico por sí mismo. Como le dijo N. a una nena que venía con sus padres a conocernos: «No te preocupes, acá no importa si te equivocás».

Este «hallazgo» es el que transmitimos en cada conversación, en cada charla que ofrecemos cuando contamos nuestra experiencia. Que una socialización sana y un aprendizaje autodirigido son absolutamente posibles siempre que no violemos desde pequeños nuestra propia naturaleza de seres deseantes, autónomos y libres. Y, para eso, «descubrimos», las relaciones y los vínculos deben tener prioridad para desarrollarse en el tiempo de los niños. Que es un tiempo fluido, sincero, de altos y bajos instantáneos. Que no es genuino si lo sujetamos al recreo, el gabinete, el concejo de convivencia, la charla con la directora o la clase sobre emociones. Ni siquiera, incluso, a una asamblea programada.

Mi apuesta, como persona antes de ser madre y doblemente como madre, era poder auspiciar una socialización no sólo respetuosa sino transformadora. Lo que no me gusta de las relaciones de nuestro mundo adulto, ¿podríamos mejorarlo si aprendemos a vincularnos de otra manera desde chiquitos? Claro que sí, puedo asegurarles que funciona. Y las comillas del párrafo anterior están ahí porque no fuimos los primeros en descubrirlo, aunque sí uno de los pocos en animarse a vencer la inercia del paradigma adultocéntrico que domina cualquier proyecto educativo.

Colocar la vinculación en el centro de las preocupaciones por sobre los resultados en el aprendizaje ha sido siempre la bandera de las escuelas o propuestas educativas revolucionarias, en distintas partes del mundo y en distintas épocas. Sin embargo, el respeto y admiración por la enorme fragilidad y sutileza de las relaciones humanas nunca es la protagonista en los programas de los profesorados o estudios académicos sobre educación.

Por todo eso aposté a un proyecto colectivo como Tierra Fértil, a pesar de las dificultades anunciadas en la gestión: ponernos de acuerdo, financiarlo, enriquecerlo, disfrutarlo. A todos los que educamos fuera de la escuela nos falta más grupo, más esfuerzo para encontrarnos. Porque ya sabemos que se puede aprender sin programa, pero también sabemos que no queremos quedarnos solos.

DATA para socializar sin escuela:

Parques y plazas

Centros culturales

Clubes deportivos

Clubes de ajedrez o de inventores

Casas de amigos y parientes

Talleres extraescolares

Espacios de permacultura, reservas y aldeas ecológicas

Espacios de educación libre y autodirigida

Festivales, ferias y peñas folklóricas

Asambleas barriales

Jardines rodantes

Bibliotecas

Círculos de mujeres y de crianza

Juegos online

Grupos específicos de encuentro en Internet

 

 

 

 

 

 

Dolores Bulit

Nací en la Ciudad de Buenos Aires en 1972. Mi educación formal ocurrió en el jardín Casa de los Niños fundado por Elena Frondizi, la Escuela Normal Nacional en Lenguas Vivas “John F. Kennedy” y la Carrera de Comunicación Social de la Universidad de Buenos Aires. Mi educación no formal se amasó en una familia numerosa, presente, matriarcal en medio del patriarcado, de clase media profesional. Sin presiones curriculares o extracurriculares, con mucho tiempo y enorme oportunidad para el juego libre en la ciudad y en el campo. También me eduqué en mis empleos y en mis viajes, en mi pareja y con mi maternidad, con todas las personas que pasan por mi vida y a través de mi experiencia más reciente y transformadora con la gestación de Tierra Fértil, un espacio de aprendizaje basado en el juego y la autogestión con 8 años de historia.

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