La escuela se ha convertido en una industria bien consolidada en todos los países del mundo, sin distinción entre pobres o ricos. Y no me refiero solamente a los negocios educativos de capitales privados u ONGs, también incluyo a la educación «gratuita» provista por el Estado, que al declararla obligatoria la ha convertido en un monopolio artificial público (un cuasi-monopolio, con mayor exactitud, dirían Narodowski et al, si consideramos a la escuela privada).
La industria de la educación formal es exitosa, desde el punto de vista de su longevidad y cobertura, por dos razones principales. Primero, porque es esencialmente un servicio obligatorio en casi todo el mundo. Y segundo, porque como sociedad hemos aprovechado esa imposición para solaparle a la escuela el rol de los cuidados mientras los adultos salimos a producir. De paso, cañazo, como decimos acá. Un mercado altamente estable, formal y regulado, con demanda permanente, donde los obreros precarizados son los docentes, que se perpetúan gracias a la épica de su misión formadora, y la materia prima es bien fresquita. Cuanto más, mejor. Argentina ha bajado la edad obligatoria de escolarización a los 4 años y el discurso de más guarderías es compartido por casi todos los sectores sociales.
En Argentina esta industria sin chimeneas implica una movilización de casi 15 millones de personas todos los días, en más de 40 mil «unidades educativas» (desde guardería hasta secundario, pasando por escuela especial, técnica, para adultos, hospitalaria, terciaria y universitaria). Y tiene muchos intermediarios. Por ejemplo, para que tu hijo o hija acceda al conocimiento hay 39 intermediarios. Sí, leíste bien. Treinta y nueve escalones desde la punta de la pirámide del máximo poder escolar hasta los niños, las niñas y los adolescentes. Este mercado cuasi-monopólico incluye estos cargos, instituciones, servicios y comercios asociados (el de la foto es solo un eslabón más):
Leyes y pactos internacionales – UNESCO y otras organizaciones globales – Poderes legislativos – Ministerios – Secretarías – Direcciones – Consejo Federal de Educación – Consejos escolares – Supervisores – Inspectores – Empresas internacionales de evaluaciones estandarizadas – Conferencias mundiales, eventos y asesores educativos – Formaciones docentes con puntaje y sin puntaje – Sindicatos – ONGs – Profesorados y Facultades de Educación y carreras afines – Proveedores de tecnología – Proveedores de insumos y mobiliario – Editoriales – Comedores y gastronomía – Aseguradoras – Transporte – Librerías y fotocopiadoras – Comercios de guardapolvos y uniformes escolares – Empresas proveedoras de viajes de egresados – Proveedores de disfraces para actos escolares – Directores/as y Vicedirectores/as- Secretarías – Bibliotecarias – Equipos de orientación escolar (psicopedagogas/os) – Cooperadoras – Trabajadores sociales – Terapeutas y acompañantes – Apoyo escolar gratuito o particular – Servicios del Estado y de privados para reinsertar a los desertores del sistema – Preceptores – Docentes – Auxiliares – Porteros – Padres, madres o tutores – Niñas, niños y jóvenes
Habrá quien objete: ¿qué tiene de malo que la educación sea una industria, que además genera mucho trabajo? Nada, siempre y cuando seamos conscientes de que como toda rama industrial tiene sus propios lobbies operando. Nada, siempre y cuando tengamos en cuenta que monopolizar el mercado de la enseñanza no asegura el monopolio del aprendizaje. Nada, mientras dejemos de decir que es el sistema más eficaz que hemos sido capaces de idear para transmitir cultura y conocimiento de una generación a la otra. Nada, siempre y cuando dejemos de idealizarla, porque en definitiva es un producto más de la sociedad de consumo. Nada, siempre y cuando reconozcamos en ella las evidencias de que va en contra de la diversidad cultural y cognitiva, o peor aún, los derechos de los niños y las niñas a tener voz en su aprendizaje. Nada, siempre y cuando admitamos de una vez que nos han engañado al envolver un derecho con papel de obligación.
Desarmar la parte automática y vetusta de esta industria implica mucha resistencia de todos los actores de su cadena productiva, incluso con las mejores intenciones. Sin embargo, es perfectamente posible mantener los puestos de trabajo en una industria de la educación que sea voluntaria y diversa. Por ejemplo, regulando la libertad educativa para incluir las experiencias y personas de la educación no formal y dándoles la legitimidad que merecen por sus prácticas exitosas y transformadoras. Por ejemplo, aprovechando y reinvirtiendo en todo el aparato cultural de las ciudades, que tiene que mendigarle horas al monopolio escolar en condición de desigualdad. Ahora, si no estamos dispuestos a discutir la economía política de este cuasi-monopolio, escudados en su carácter de servicio de interés público, ni siquiera en pos del bienestar de nuestras infancias y educadores, permítanme, al menos, sospechar de las bondades de esta industria.
Hoy, el componente obligatorio de la industria escolar está levantando polvo entre familias y educadores que hasta ahora no lo habían cuestionado. Muchos se niegan a volver al sistema presencial mientras dure la pandemia, alegando falta de condiciones de seguridad. En Estados Unidos, donde el homeschooling es legal en casi todos los estados, Trump ha salido a amenazar con quitarles los subsidios a las escuelas que no reabran. En España, un grupo de familias ha lanzado a las autoridades y la opinión pública la Propuesta de Flexibilidad Educativa para que el regreso al aula sea optativo.
Si la industria se para, no se detiene la educación. Se detiene la industria.
Foto: Casa de venta de uniformes en Posadas, Misiones, Argentina. Junio de 2020.
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