Lo reconozco: el fin de la escolaridad obligatoria me tiene a mí más entusiasmada que a mi hijo, el protagonista de la historia. Hasta sus 12 años se educó sin escuela, pero después entró a una secundaria formal, que termina este año. Con todas sus falencias, siente que va extrañar esta etapa. Yo, que pienso que la educación es obligatoria pero la escuela debiera ser opcional, me maravillo de vivir esta fase suya donde, finalmente, no es el Estado sino él mismo quien decidirá qué aprender y hacer. Porque, recordemos: sólo hasta los 4 y después de los 18 se nos permite en Argentina responder a la pregunta: ¿qué te gustaría aprender?
Ya lo expliqué en otras notas. Cuando tu cabeza está desescolarizada, aunque tu hijo vaya a la escuela, tu forma de ver las cosas no cambia demasiado. Como adulta que eligió la educación libre para su niñez, tengo el hábito de mostrarle cosas que puedan ser de su interés y que, pienso, yo conozco por el simple hecho de haber vivido más. Así es que este año, su último de educación obligatoria (qué oxímoron tan ridículo), me propuse mostrarle ferias de carreras, universidades y oportunidades de trabajo y formación. Me agradeció entusiasmado, e incluso hizo un par de excursiones relacionadas con la escuela. Aún no eligió una «carrera», pero tiene muy claros sus intereses.
Como parte de mi acompañamiento, se me ocurrió averiguar sobre el campo de la psicología vocacional (yo misma me hice un test a los 17 y me «salió» Comunicación, con Letras y Psicología como plan B). Mariano Muracciole es psicólogo especialista en orientación vocacional. Atiende en su consultorio de Victoria, da talleres en escuelas y es formador de profesionales en esta materia. Respondió generosamente a mi convocatoria para dar un taller en el curso del último año de secundaria de mi hijo, así que nos encontramos para conversar sobre su trabajo, que tiene una función trascendental. Dar espacio, tiempo y guía para que los jóvenes y adultos puedan hacerse preguntas que, quizás, nunca tuvieron tiempo o incentivo para imaginar.
-Pienso que el concepto de vocación puede resultar un poco intimidante para alguien que no la tiene definida. Tiene el peso de algo inamovible, por lo menos como se entendía cuando yo era joven.
-El concepto de vocación va cambiando un poco con la historia. Hoy la podemos entender de otra forma, más como un entrecruzamiento entre lo subjetivo, el contexto y las oportunidades. Ya no lo pensamos como algo de uno solamente, como si todo en esta vida dependiera de lo que hacemos o dejamos de hacer. De pronto una situación puede hacer que a alguien se le abra una oportunidad para desarrollar aspectos que antes nunca había podido.
Yo entiendo la vocación como algo a construir en forma constante. Y en el medio de todo esto está justamente el contexto, las modas, las redes, las influencias, la incertidumbre, que asustan, y esto es algo que trabajo mucho con los jóvenes. ¿Desde dónde elijo cuando elijo? ¿Desde el miedo a no poder sostenerme económicamente, desde el temor de quedar afuera del sistema? Si elijo desde ahí, voy a tender, como toda defensa, a compensar y a elegir una carrera como si fuese un salvavidas.
Por lo general, en el consultorio, los primeros ensayos de respuesta ante la pregunta de qué voy a hacer después de la secundaria -en el caso de uno se pueda permitirse esa posibilidad- suelen ser más defensivos, más resistenciales. Elijo ingeniería en informática porque es lo que se viene y me va a dar mucha plata.
Por otro lado, el mundo del trabajo cambió, hay interdisciplina y terrenos nuevos que pueden ser pisados por muchas profesiones y por personas que vienen con formaciones muy distintas, que antes era impensado. Porque las nuevas problemáticas requieren nuevas formas de ser pensadas.
Por eso se apunta a trabajar muy fuerte quién es uno, para qué estoy eligiendo, con qué sentido. Se trata de empoderar para elegir desde las fortalezas, desde lo que puedo, lo que quiero, lo que me gusta.
-¿En qué medida se tienen en cuenta las circunstancias de cada uno?
-Cada familia y cada joven es distinto. Uno suele generalizar, incluso subestimamos a los adolescentes y creemos que el contexto no les importa, que «están en otra». Y sin embargo, cuando te ponés a hablar con ellos, aparecen la incertidumbre, los temores, los prejuicios. Porque también les impactan los ideales, los modelos que ven en la sociedad, en las redes. Que muchas veces los ponen en un lugar que los presiona: hay que trabajar poco y ganar mucho, tener plata. O les da temor sufrir, no poder lidiar con el día a día y las preocupaciones.
O tienen una visión más omnipotente y quieren llevarse el mundo por delante.
-¿Qué se hace en el proceso de orientación?
-El proceso de orientación vocacional es un lindo espacio para parar la pelota, hacerse preguntas con un interlocutor distinto que por ahí te va a plantear nuevas maneras de pensar. Y que, sobre todo, te va a dar lugar para permitirte elegir o descartar más allá de los estereotipos. Por ejemplo, alguien piensa que estudiar psicología es sinónimo de escuchar gente todos los días las 24 horas, pero también hay otras áreas profesionales. Y lo mismo pasa con otras profesiones, cuyos campos de acción se asumen muy lineales y simplistas.
Yo trabajo en diez sesiones. Hacemos lo que llamo «rodear con preguntas los intereses». Si dibuja mucho, por ejemplo, pregunto qué dibuja, con qué materiales, desde hace cuánto que dibuja, me muestran lo que hacen. Hablamos sobre qué actividades le dan satisfacción y por qué cree que le pasa eso. Vamos hacia lo singular, que es lo más preciado que buscamos en la orientación, esas cuestiones tan particulares de cada quien y con las que uno se siente autor, citando a Alicia Fernández. Todos podemos ser productores de sentido. Nada más poderoso que lo propio frente al mundo y el contexto. Alan Watts dice un poco de eso en el libro «La sabiduría de la inseguridad»: se trata de animarnos a entrar en las reglas del juego, que quizás no las vamos a poder cambiar de un día para el otro, con nuestra creatividad, con lo propio, con lo que tenemos. Y cuando logran identificarlo, ahí se empieza a tratar de imaginar una manera de proyectarse.
No me pongo en el lugar del que va a definir tu destino en la vida, sino que le doy espacio para pensarlo juntos.
-¿Hay procesos más predecibles y otros más sorpresivos?
-Sí, pueden salir muchas cosas. Hay quienes vienen a confirmar algo, otros a pedir permiso. Otros buscan una segunda opinión. Y otros realmente vienen sin saber, sin la inquietud instalada, pero llegan porque en su entorno de amigos ya todos están eligiendo.
Uno trata de incomodar a veces también, para que el desafío despierte preguntas. Pero la decisión se empieza a construir desde el primer encuentro.
También derribamos mitos, como que una profesión es siempre placentera y perfecta: a veces en el trabajo nos sentimos bárbaros y en crecimiento y otras un poco aburridos, en una meseta. Por eso está bueno entender que la vocación es algo que tiene muchas idas y vueltas, que no es todo para arriba, derecho y bárbaro. Se trata de instalar una mirada más real, sobre una vida que se va construyendo, sin suponer que con una elección van a resolver toda la historia en un mundo tan cambiante. Eso no tiene mucho sentido, porque cada experiencia por la que van a pasar podrá implicar una revisión de uno mismo, un autodescubrimiento de cosas o aspectos que no conocían y al mismo tiempo la posibilidad de que se abran caminos nuevos. El proceso va mucho más allá de ver qué carrera te puede gustar.
La orientación es un lugar para hacerse preguntas, para conocerse, para dudar, para hacer planteos, pensar en voz alta, plantear los temores y desde ahí poder construir una posible salida. Desde ahí se hace un poco más sencillo identificar carreras, porque si no, es salir a buscar cualquier cosa. Una carrera puede ser una herramienta para llegar a muchos lugares.
-Pareciera que hoy hay muchas más opciones. Eso, ¿marea?
-El hecho de que haya mucho para elegir complejiza, es verdad. Hoy hay cosas más específicas y combinaciones de saberes que antes no existían. Hay varios estudios psicológicos que indican que cuantas más opciones hay, mayor confusión o sensación de insatisfacción, de sentir que me pierdo de algo. Lo dice Barry Schwartz en su libro «La paradoja de la elección».
Pero en general, cuando está todo el diálogo previo, al final nos dedicamos a examinar de cerca lo que hay, y eso ayuda. Si siguen dudando les pregunto qué creen que necesitan para terminar de definirlo, y en general ellos lo saben. Algunos te dicen que necesitan más tiempo. Otros, estudiar más en detalle los programas de las carreras y sus materias. Analizar las distintas áreas de aplicación de una carrera. O hacer visitas a universidades o terciarios.
Tratamos de concretar y transmitir que una carrera no va a resolver todas las inquietudes, porque a veces las expectativas son enormes: que me haga feliz, que me dé tiempo para hacer otras cosas que me gustan, que no tenga que trabajar tanto, que gane mucha plata, que me salga fácil, que pueda vivir por el mundo, me permita hacer home office o un montón de amigos. Bueno, ¡es sólo una carrera, pobrecita! Es ni más ni menos que un medio, una herramienta que nos va a permitir entrar al mundo del trabajo y, a partir de ahí, vivir experiencias que nos pueden llevar por un montón de caminos de desarrollo personal.
-Puede pasar que alguien se plantee no querer estudiar.
-Claro. Pero yo siempre transmito que, si hay oportunidad para estudiar algo, está bueno tomar la posibilidad. A veces es un lujo poder preguntarnos ¿qué quiero hacer? Entonces, me parece que está bueno aprovecharla. Y hoy el contexto habilitó muchos cursos y carreras cortas accesibles para más personas.
En contraste, hoy cuesta mucho más proyectarse a mediano o largo plazo, cuesta mucho más concentrarse para estudiar. Hay un montón de factores que hicieron que, de pronto, veamos que hay otras formas de elegir. Y, en paralelo, hay mayor apertura por parte de los padres. Sobre todo después de la pandemia, que volteó creencias y paradigmas. Hay certezas que dejaron de serlo y noto mucha más aceptación y apertura a lo nuevo.
-Mi hipótesis es que uno pasa 14 años en el sistema educativo obligatorio en escuelas donde en general te dicen todo el tiempo lo que hay que hacer. Hay poco espacio para el autodescubrimiento y para la elección dentro del aprendizaje. Entonces, me pregunto si es lícito pedirle de repente a alguien que por sólo cumplir 18 sepa qué quiere. ¿Qué podría hacer distinto la escuela?
-Sin generalizar pero sí, esta hipótesis tuya sirve para llamar la atención a todas las personas que trabajan en escuelas. Hay que trabajar lo humano sin entrar en contradicción. Porque muchas veces el discurso dice que está centrada en el alumno, pero por otro lado exige un montón y más de lo que el estudiante puede, sólo para rendir exámenes. Entonces, muchas veces hay un mensaje medio ambiguo, un doble mensaje.
Pero sí, creo que en 14 años hubo tiempo para trabajar con los chicos, con la familia. Es llamativo que llegue alguien al último año de la secundaria sin haber tenido la posibilidad de trabajar en lo personal. Me da la impresión de que pisamos el palito muchas veces con la educación y jugamos el juego de esta sociedad de consumo, de velocidad, de competencia, de carrera, literalmente.
Me encantaría ver escuelas que vayan en otro sentido, en vez de ganadores y perdedores, que cada uno vaya haciendo su propio camino. Pensar la escuela es pensar críticamente qué tipo de humanidad estamos construyendo.
Deberían tener espacios concretos para hacerse preguntas, para trabajar más el desarrollo personal. Pero no como una cuestión aislada, sino una propuesta coherente, como por ejemplo lograr mantener viva la curiosidad para que puedan suceder cosas nuevas dentro de la escuela. Si no, es puro marketing.
-Me meto un poco en el tereno personal. ¿Qué educación querés para tus hijos y cómo elegiste vos tu carrera?
-Con la pandemia empezamos a cuestionarnos la escolaridad de nuestros hijos. Al principio vimos que había un gran vacío, pero después encontramos a una persona que nos orientó y pudimos hacer un cambio. Creo que sin esa situación tan abrupta hubiéramos seguido con el carrito, eligiendo colegio porque queda cerca, porque hay descuento…
Y a mi propia carrera la elegí un poco en base a las materias en las que me iba bien en el colegio. No hice orientación vocacional ni investigué demasiado. Pero ya sobre el final un compañero me habló de la orientación vocacional, que en la facultad era una materia electiva. Me sumergí creyendo que era una especialidad muy pequeña, pero resultó que no. Desde ese momento disfruto mucho de trabajar en el campo específico de la Educación.
Mariano publicó un libro y un juego de cartas con la Editorial Biblos. «Pienso, luego elijo», en coautoría con Esteban Beccar Varela y Nicolás Larocca. Conseguilos acá: https://orientacionarmando.com.ar/publicaciones-materiales-blog/
Comentarios recientes