Esperaba con ansias el estreno de la quinta y última temporada de la serie danesa. Es que la anterior nos dejó con la noticia de que las dos maestras y amigas, Rita (Mille Dinesen) y Hjørdis (Lise Baastrup), abrirían su propia escuela. El sueño de las pibas, para poder hacer todo lo que no las dejaban. «Al fin vamos a tener tiempo de ocuparnos de lo que necesita cada uno», dice entre extasiada y aliviada Hjordis durante el primer día de clases. Ya no va a hacer falta armar un sótano más amable que el aula para que los los chicos «difíciles» aprendan mejor, tal como hizo Rita en la segunda temporada, desafiando la falta de apoyo de la dirección de su ex escuela.
Extrañaba a Rita, maestra desfachatada, dueña de una pedagogía que nunca falla, la del tan desprestigiado sentido común. Menos grandilocuente pero igual de ensimismada que su primo hispano Merlí, guardiana pragmática del bienestar de sus alumnos y alumnas. Lo reconozco: mi ansiedad por ver cómo ambas mujeres encaraban esta aventura tiene mucho que ver con mi propio proceso de gestar un espacio de aprendizaje «alternativo» acá nomás, en el conurbano bonaerense, allá por 2013. Como Rita, y como la mayoría de los pequeños proyectos autogestivos, en mi propia casa. Aunque me reconozco mucho más Hjørdis que Rita: ¡¿de donde sacó ese glamur para brillar con camisa leñadora y botas sin medias mientras atiende 14 criaturas?!
Las viejas tensiones entre colegas reaparecen en esta nueva etapa. En la apertura, con marcador en mano, la coprotagonista intenta hacer un decálogo de los valores y reglas de funcionamiento de la nueva escuela. En los primeros tiempos de Tierra Fértil, me obsesioné con lo mismo: me parecía vital que todos los adultos del proyecto habláramos el mismo idioma. Escribirlo, pensaba, nos permitiría no tener que reafirmar permanentemente el contrato social que nos unía. Mientras yo tardé años en descubrir que ninguna declaración de principios nos salvaría de las diferencias entre padres y madres, ellas lo resolvieron el primer día. Después de tachar las reglas que habían escrito, sólo una queda en pie: «Rita siempre tiene la razón!», dice en la pizarra.
Lo que sí queda claro sobre el proyecto pedagógico de «Nuestra escuela» -que así se traduce del danés- , es que es «progresista» y «de aprendizaje cooperativo», tal como ellas mismas la definen. Muchos de los clichés de las escuelas «alternativas» están ahí: más almohadones que sillas, muchas telas y arte, las cosas al alcance para permitir la autonomía, la libertad de movimiento, la no segregación por edades, todos enseñando y aprendiendo… Una ternura reconocerse en algunos de esos gestos y un deja vú menos idílico identificarse con algunos de sus problemas: el abismo de que cada alumno/a que entra o sale define el equilibrio de la precaria economía, el diálogo con las familias…
Ese es el meollo del argumento «educativo» de la serie. Una definición de la escuela que Rita lanzó en los primeros capítulos y reafirma en la última temporada: los maestros están para proteger a los niños de sus padres (como ella hubiera querido que la protegieran de los suyos, es preciso aclarar). Es, en parte, un rol útil de la escuela ampliar el ámbito doméstico de la vida y el de los maestros mediar en los conflictos y abusos. Estoy de acuerdo siempre que admitamos que su opuesto también es cierto: a veces, son los padres los que necesitan proteger a sus hijos de una mala escuela. ¿Por qué, si no, Rita y Hjørdis se hubieran embarcado en este lío si no es para darle forma a una escuela que creen mejor? ¿Por qué, si no, haría falta cualquier escuela alternativa? En todo caso, con el correr de la serie que algunos han apreciado como «la mejor crítica progresista al progresismo», queda en evidencia que las madres y los padres alternativos tenemos los mismos problemitas que la gente común.
¿Cómo es la educación en Dinamarca?
Las leyes de Dinamarca estipulan que la educación es obligatoria, pero «sin asistencia compulsiva a la escuela». «Todos los niños deben recibir 9 años de educación -¡en Argentina son 14!-, y siempre que se obtenga un estándar mínimo, es opcional para los padres y madres elegir cómo: en las escuelas primarias y secundarias públicas municipales, en una escuela privada o en casa», puntualiza la web del gobierno. Las escuelas privadas son reconocidas y subsidiadas por el Estado, «sin importar sus motivaciones ideológicas, religiosas, políticas o étnicas», y suelen diferenciarse por ser más pequeñas en cantidad de alumnos/as. Existen varios tipos: pequeñas escuelas rurales independientes; grandes escuelas urbanas independientes; escuelas religiosas o confesionales; escuelas progresistas libres (como la de Rita y Hjørdis); escuelas con un objetivo pedagógico particular, como las Rudolf Steiner; escuelas de la minoría germana y escuelas de inmigrantes.
Sobre las escuelas privadas danesas, encontré esta historia («A short history of the free Danish school tradition»). La constitución de 1849 le dio forma a un nuevo sistema educativo «con énfasis en el entendimiento y la aceptación». «El país creó un sistema dual único donde las escuelas del estado y las escuelas libres (privadas) son consideradas iguales, no competidoras, sino mutua y solidariamente dependientes». Un esquema que se apoyó en las ideas de Grundtvig y Kold, que en ese momento de reforma objetaron no sólo todo lo que se enseñaba antes, esencialmente basado en la Biblia, sino también el cómo. «Para ellos, el punto de partida de la enseñanza debería ser el niño, y no un conjunto de textos polvorientos predeterminados por una autoridad».
La primera temporada de «Rita» es de 2012 y se puede ver completa a demanda por la plataforma Netflix.
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