Es sorprendente el parecido entre el modelo médico de atención al parto y el abordaje escolar del aprendizaje humano. El primero está basado en la enfermedad y el segundo en el supuesto de que niños y niñas no saben. En ambos los cuerpos y su equipamiento natural para parir, nacer y aprender están negados. Veamos.
Fisiología olvidada
Ni el parto ni el nacimiento son una enfermedad. Sin embargo, la mayoría ocurre en hospitales, lugares donde se aplican a personas sanas protocolos médicos concebidos para las dolencias o emergencias, porque tanto obstetras como parteras han olvidado su más elemental fisiología. Por ejemplo, la importancia del tiempo y la tranquilidad de la madre para liberar el cóctel perfecto de hormonas que lo desencadena, sin inhibirlo. También han olvidado que es más fácil parir sentada o parada, con libertad de movimiento para estimular y pasar cada contracción.
Con la educación pasa igual. De siglos de sentar a los chicos y chicas a escuchar y reproducir pensamos que ese es el mecanismo biológico que los seres humanos tienen para aprender. Y no: el aprendizaje ocurre en movimiento, por interés, en acción y mucho mejor entre pares. Por lo menos hasta la pubertad, el juego es el mecanismo privilegiado que nos otorgó la naturaleza para aprender. La atención se va sosteniendo muy gradualmente según la etapa de desarrollo y las funciones ejecutivas no terminan de madurar hasta bien pasada la adolescencia. Emociones y hormonas también juegan un delicado equilibrio en un proceso que ocurre 24 horas al día, en todo lugar y durante toda la vida. Pero la formación docente sigue otorgando un lugar secundario a la biología del aprendizaje. Para muestra basta un botón: desde hace un par de años en la carrera de Educación de la UBA la materia correspondiente dejó de ser obligatoria y ahora es opcional.
El objetivo del modelo de atención médica del parto es minimizar riesgos, como en la educación es el de minimizar esfuerzo unificando edades, temas y evaluaciones iguales para todos. En ambos casos, lo que se maximiza es la eficiencia. Son modelos de matriz industrial.
Pérdida de confianza
Si culturalmente el parto se percibe como una experiencia peligrosa, si toda la industria cultural lo muestra como un proceso hospitalario donde el poder de la vida lo ejercen los médicos, es lógico que las mujeres perdamos la confianza en nuestra capacidad natural de parir y atravesar ese dolor físico. El pedido anticipado de cesáreas programadas de muchas mujeres es una de las consecuencias más notorias. La liberación de adrenalina que inhibe la dilatación es otra. ¿Tenemos que agradecer el haber sobrevivido, nosotras y la cría, o deberíamos aspirar a tener una experiencia fundante, gozosa, poderosa?
Lo mismo ocurre con la educación. Progresivamente hemos depositado todo el trabajo en las instituciones, porque ¿son ellos los que saben? Hemos delegado la enseñanza y la socialización, desde bebés, a las escuelas. Que no son más que instituciones masivas con protocolos y determinada concepción ideológica e instrumental sobre cómo debe manejarse la infancia. Sabemos que no queda otra, que la escuela hay que pasarla. Que si sufrimos, era inevitable. Entonces, al aprendizaje le está vedado también el gozo.
La escuela en Argentina surgió luego del genocidio y destrucción cultural de los pueblos originarios. El objetivo era «civilizar», es decir, anular la visión cultural divergente y toda su riqueza. Unificarnos a todos bajo el concepto de patria, opuesto al imperialismo político pero favorable al imperialismo colonial cultural. Perdimos la confianza en el valor de la diversidad cultural y al mismo tiempo perdimos la confianza en los niños como sujetos de derecho y protagonistas de su aprendizaje.
Prácticas y diagnósticos errados
En el quirófano y en el aula hay prácticas que se aplican porque generan una falsa ilusión de control. La oxitocina sintética, la cesárea, la cantidad excesiva de tactos, la anestesia, la maniobra de Kristeller, la episiotomía, el monitoreo fetal o los antibióticos cuando la bolsa se rompe. Las lecturas iguales para todos, los exámenes, las calificaciones, los premios o castigos, las tareas. Todas ellas nos parecen normales. ¿Pero qué pasaría si partimos de premisas equivocadas? Todo el razonamiento lógico se desmorona. Diagnosticamos problemas donde no los hay. Si usamos un punto de partida diferente, esas prácticas seguramente carezcan de sentido.
Imaginen una casa de partos o un hogar en vez del hospital. Ambientes agradables y aireados, personas respetuosas elegidas por la parturienta para acompañarla. Libertad de movimientos y tiempo, mucho tiempo. Ahora imaginen una escuela sin premios ni castigos, sin objetivos dictados por la edad o un programa igual para todos, ambientes preparados para que sean autónomos, con libertad de movimiento y participación real de los niños en su aprendizaje. Con maestros y maestras bien pagos que se dedican a su trabajo ¿Cuántas cesáreas y cuántos diagnósticos psicopedagógicos menos podríamos tener? Es mucho más seguro, barato y eficaz respetar las condiciones biológicas del nacimiento y el aprendizaje.
El cuco no existe
La inercia de estos dos modelos de atención se sostiene con el pequeño aporte de todos. Por eso no hay un malvado cerebro que podamos atrapar para que todo cambie. Hay cadenas de intervenciones con distintas responsabilidades involucradas. En el parto: profesionales que no recuerdan la fisiología del parto y aplican rutinas innecesarias, que están apurados para poder atender varios, que prefieren programar para mantener su agenda organizada, que hacen bromas intimidatorias, machistas o que infantilizan. En la escuela: el apuro por copiar, planificar, corregir, cumplir, llegar, igualar, alfabetizar.
¿Y si perdemos la memoria?
Ambos sistemas son difíciles de cambiar porque están naturalizados: creemos con total ingenuidad (y en contra de las evidencias) que no hay otra forma de hacerlo. Sin embargo, mirando en la línea del tiempo y del espacio, hubo y hay otras maneras. La atención del parto por parteras en Holanda, las parteras tradicionales en todo el mundo, las casas de parto, las licencias largas por ma/paternidad en algunos países, las escuelas activas o democráticas que respetan el derecho a elegir el propio camino de aprendizaje, e incluso los países con libertad educativa que permiten educarse fuera de la escuela.
En el documental que me inspiró este texto (El renacimiento del parto), el famoso obstetra francés Michel Odent se pregunta qué pasará en un siglo si seguimos impidiendo el trabajo de lo que llama el cóctel de las hormonas del amor, que permite a las mujeres parir en forma natural. ¿Nuestros cuerpos olvidarán? Yo me pregunto qué pasará si seguimos aplicando modelos mecánicos y tecnológicos a la atención de nuestra infancia en todas sus etapas.
Como siempre la buena noticia es que hay movimientos capilares que visibilizan y custodian derechos, que inspiran cambios. En Argentina ya tenemos leyes que nos protegen contra la violencia obstétrica (la de Parto Humanizado y la de Protección Integral), un Observatorio y modelos de atención de la salud reproductiva que son respetuosos de la singularidad de las mujeres y los tiempos de sus bebés. Es importante que sigamos defendiendo los derechos de nuestros hijos a vivir y aprender en entornos saludables aún después de la primera infancia. Porque para cambiar el mundo hace falta cambiar la forma de nacer. Y de educar.
Texto y foto: Dolores Bulit
Gran articulo… debemos sacarnos el mandato de que el niño no escolarizado no tiene alternativas. Tuve que atravesarlo internamente y luchar contra este concepto mientras criaba a mi hijo… En su adolescencia él mismo decidió que el sistema no le daba lo que necesitaba aprender asique se autoeduco en casa y pudo rendir su secundario en forma libre en un año haciendo tres años de la curricula, y hoy en dia esta estudiando en alemania sin ningun problema. Asi que mamás a ser valientes!!!!!!!!!!!