Texto: Dolores Bulit
La primera semana de enero empezamos a repasar el programa de sexto grado porque Vito rinde por segunda vez examen libre en la ciudad de Buenos Aires. Ya saben, él nunca fue a la escuela primaria, y a sus 12 años se sentó por primera vez a estudiar por temas y programas oficiales. Ya les conté que no aprobó en noviembre, así que tiene su segunda oportunidad en febrero.
Desde sus 6 años aprende según sus intereses y la influencia de su entorno: nosotros, su madre y padre, sus amigos, el barrio, la familia extendida, los viajes, su mundo virtual y todos los que pasan por Tierra Fértil, el espacio de aprendizaje en libertad autogestionado por familias que fundamos en Beccar.
El que estamos haciendo es un repaso de lo que fue aprendiendo durante el año, sobre todo de las cosas que vio a último momento o no entendió bien, como los básicos de la geometría o el análisis sintáctico. También está practicando la escritura fluida, porque hasta ahora ha vivido prácticamente en una cultura oral. Para lo que hace, no ha necesitado escribir, aunque sí leer. Como no ha estado en la escuela, no fue obligado a hacerlo, aunque cuando escribe lo hace correctamente, con coherencia, buena semántica y casi sin faltas de ortografía. Eso sí: con imprenta mayúscula, muy lento y todavía a veces espejando letras y números.
La geografía de nuestra casa va cambiando al ritmo de los intereses y necesidades de sus habitantes. Durante los últimos meses, la mesa del comedor tiene los 4 manuales escolares, la cartuchera, la calculadora y un par de cuadernos. Cualquiera que la viera podría decir que es claramente la mesa de estudio. Y cuando digo cualquiera me refiero a la mayoría de nosotros, que tenemos una mente escolarizada. Es decir, que pensamos que el formato escolar de escritorio y contenido dirigido es el símbolo indiscutido del aprendizaje humano. Hagan el ejercicio de analizar los medios: ¿qué imágenes se usan para ilustrar notas sobre educación? Niñas y niños sentados, en aulas con pupitres, o en casa, con anteojos o inclinados sobre un cuaderno en un escritorio.
Pero vean este detalle, algo que una mente desescolarizada o un educador verdadero podría fácilmente distinguir. En casa se han ido configurando, en paralelo, otras dos mesas de trabajo. Que para mí, con casi 8 años de desescolarización interior y pragmática encima, son también mesas de estudio. Como pueden ver en las fotos, en la mesa ratona del living Vito ha ido trayendo sus propios libros de consulta. Una colección de Minecraft que usa para armar mecanismos complejos para los escenarios que construye en ese mundo virtual y un libro en inglés que eligió para referencia de su hobby, el de modificar pistolas de juguete y armar una comunidad en torno a eso (hablé extenso sobre esto en otro post).
Afuera, en el quincho, también fue tomando forma otra mesa que es importante para él. Un lugar que de más chico tenía trapecio y colchones porque privilegiaba su necesidad de moverse, hoy es su taller de modificaciones, que va equipando a la par de sus iniciativas.
La UNESCO y cada orador de conferencia educativa que conozco insisten: lo importante es aprender a aprender. Todas las declaraciones de principios de instituciones educativas que pretenden innovar lo repiten, justo al lado de la premisa de “desarrollar el pensamiento crítico” (otro cliché educativo). Nos invito a este juego: ¿en cuál o cuáles de las tres mesas creen que él está cabalmente aprendiendo a aprender? ¿A cuál o cuáles creen que va con entusiasmo genuino y logra poner atención por más tiempo? ¿En cuál o cuáles logra investigar por cuenta propia y avanzar mediante ensayo y error? ¿En cuáles logra planificar y sostener proyectos, que lo llevan a aprender cosas nuevas de manera transversal (mientras docentes y funcionarios se rompen el coco para ver como “introducen” el conocimiento de forma transversal en vez de por materias)?
Aprender a aprender -y desarrollar el pensamiento crítico, también- son incompatibles con curriculums inflexibles, seriados por edad. Tampoco se llevan bien con exámenes u objetivos unificados para todos, con posiciones corporales estáticas y sistemas de enseñanza unidireccional. No me canso de mostrar este gráfico de David Elkind que encontré en el libro “Educar para ser” de Rebeca Wild, que ilustra la forma en que los seres humanos aprendemos de forma orgánica (como lo que somos, un sistema orgánico). Miren esta belleza de círculos concéntricos, de aprendizaje de adentro hacia afuera:
Por otra parte, me pregunto hasta qué punto está mal aprender a escribir más tarde. ¿Desarrollar una parte de la vida inmerso en una cultura oral es en realidad desventajoso? Yo he visto estos años cómo, a pesar de eso (o por eso) mi hijo adquirió la habilidad de narrar, de articular con precisión su discurso y con oportunidad. Y de ejercitar su memoria -al menos un tipo de memoria, porque a esta altura sabemos que hay varias-, ni hablar. A esta altura también hay varias opiniones que apoyan la alfabetización tardía. Y en las escuelas libres o familias donde se aprende de forma autodirigida no se han reportado problemas por este retraso.
Hoy Vito necesita adquirir más fluidez para poder responder a un examen escrito con límite de tiempo, y para eso se sienta a escribir, día por medio, sus ideas de proyectos en un cuaderno. Probablemente esto le cueste en sus primeros días de escuela formal, pero sé perfectamente que si ese ambiente le gusta, va a adquirir el hábito para poder moverse en ese lugar con comodidad.
Sin lugar a dudas, sin la fiebre de la alfabetización temprana, podríamos combinar en una sola vida las maravillosas habilidades pre-escritura de nuestros antepasados con los múltiples recursos y herramientas de expresión con los que contamos hoy.
Texto y fotos: Dolores Bulit
Esa frase «aprender a aprender» lo resume todo!
Genial las 3 mesas c todos sus interese expuestos p pensar,imaginar y Crear!