Por Sabrina Testa*
Una de las tendencias más fuertes en la educación actual es la gamificación en los procesos de aprendizaje. Esta práctica, que incorpora elementos y dinámicas de juego en contextos educativos, responde a la necesidad de transformar un sistema que a menudo parece desfasado en relación con las expectativas y habilidades de los estudiantes del siglo XXI. Como se menciona con frecuencia, vivimos en un mundo donde las escuelas son del siglo XIX, los docentes del siglo XX, y los alumnos del siglo XXI. Los estudiantes, en su mayoría, no encuentran relevancia en los contenidos tradicionales y enfrentan desafíos como la comprensión lectora y la motivación en el aprendizaje. Sin embargo, ¿qué estamos haciendo para revertir esta situación?
Es común pensar que gamificar las clases implica un aprendizaje menos efectivo o superficial, pero ¿lo hemos intentado alguna vez? Aprender es un proceso exigente y a veces incómodo: el cerebro no está naturalmente predispuesto a aprender cosas nuevas, y por eso enfrentarse a estos desafíos puede resultar frustrante para el estudiante (Lieberman, 2013). La gamificación, sin embargo, aprovecha un aspecto importante: el poder de la recompensa y el placer como incentivos para el aprendizaje. Cuando se introduce diversión y satisfacción en el aprendizaje, el cerebro libera dopamina, una neuroquímica que incrementa la motivación y la retención de información (Howard-Jones, 2014).
La gamificación, entonces, es la aplicación de elementos de juego, como desafíos, recompensas y niveles, en entornos de aprendizaje no lúdicos. Investigaciones señalan que estos elementos no solo motivan a los estudiantes, sino que también estimulan partes del cerebro relacionadas con la creatividad, la resolución de problemas y la memoria (Gee, 2003). Además, el aprendizaje basado en el juego está evolucionando: hoy se busca no solo el entretenimiento, sino también el desarrollo de habilidades socioemocionales como la empatía y la resolución de problemas complejos, muchas veces con el apoyo de inteligencia artificial adaptativa que permite crear experiencias personalizadas (Chen & Michael, 2005).
Personalmente, muchos de mis estudiantes me han contado que aún recuerdan con precisión reglas de ortografía o conceptos gramaticales a través de los juegos que desarrollamos en clase: «¿Te acordás cuando hicimos la ronda de juegos para aprender sintaxis?». O: «Todavía recuerdo las reglas ortográficas gracias al juego de la Oca que inventamos». Estas experiencias son prueba de que un aprendizaje duradero y significativo no solo es posible, sino que puede asociarse a momentos placenteros y libres del estrés de la desaprobación.
En conclusión, pensar en objetivos de aprendizaje adaptados a los intereses y habilidades de los estudiantes, conocer a quienes aprenden y diseñar experiencias significativas, es una inversión que vale la pena. La gamificación es una poderosa herramienta que no solo aumenta el interés, sino que puede generar un aprendizaje significativo, memorable y alineado con los desafíos actuales.
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