Estudiantes de secundaria contra el servicio militar obligatorio: «la educación para la violencia tiene su máxima expresión a los 18»

En Israel, el servicio militar es obligatorio por dos años para todos y todas las jóvenes que terminan la escuela secundaria. A modo de protesta, algunos no se presentan y deben pagar con un tiempo corto de arresto que suele ser de cinco meses aproximadamente. Es su forma de manifestar su oposición a una práctica que, con la excusa de la defensa nacional, consideran opresora. El movimiento crece y este año se dio a conocer una carta colectiva dirigida al gobierno que expresa sus motivos y que puede firmar en apoyo cualquier ciudadano del mundo. «Crecimos en una sociedad que honra a la figura del héroe combatiente. El adoctrinamiento que vivimos en nuestra sociedad desde el día en que nacemos, mediante la educación a la violencia en nombre de ser lxs dueñxs de esta tierra, tiene su máxima expresión a los 18 años, cuando se nos exige unirnos al ejército», enumera entre otras cosas la declaración, que reproducimos completa a continuación. El enlace para adherir está al final.

«Carta de las Shministiot (alumnos y alumnas de nivel secundario de Israel). Declaración pública de rechazo de jóvenxs al servicio militar.

Primer ministro, Sr. Benjamin Netanyahu
Ministro de Defensa, Sr. Benni Gantz
Jefe del Ejército, Sr.Aviv Kochabi
Ministro de Educación, Sr. Yoav Galant

Nosotrxs, jóvenxs de 18 años, nos encontramos frente a un dilema importante: el Estado de Israel nos exige que prestemos el servicio militar, supuestamente, en un Ejército de Defensa que tiene el objetivo de defender al país, pero que en la práctica no se dedica a defender el país de amenazas externas, sino al control y la opresión de la población civil palestina. Es decir, que el hecho de prestar el servicio militar en Israel tiene un contexto y tiene consecuencias.
En primer lugar, consecuencias sobre la vida del pueblo palestino, que vive bajo una ocupación violenta desde hace 72 años. Los desplazamientos forzosos y violentos de lxs palestinxs de sus tierras y sus casas comenzó en 1948, y desde entonces no cesa. La ocupación envenena también a la sociedad israelí- una sociedad violenta, militarista, opresora y machista. Es nuestra obligación oponernos a esta realidad devastadora mediante la unificación de las luchas y el rechazo a formar parte de los sistemas que reproducen la opresión, y en primer lugar, negarnos a formar parte del ejército.
Esta decisión no es un acto de desvinculación de la sociedad israelí, sino todo lo contrario, es una decisión de responsabilizarnos por nuestras acciones y sus consecuencias. Estamos acostumbradxs a que en nuestra sociedad sea legítimo criticar la ocupación sólo después de formar parte activa en ella. ¿Cómo es posible que para protestar contra violencia y racismo estructurales, primero tengamos que formar parte de tales sistemas?
El ejército no sólo sirve a la ocupación, es en sí mismo la ocupación. Pilotos, soldados en los servicios de inteligencia, funcionarixs burocráticxs, combatientes, todxs ellxs son lxs ejecutorxs de la ocupación. Algunxs a través de un teclado, otrxs con un arma en un control militar.
Crecimos en una sociedad que honra a la figura del héroe combatiente. Le enviamos comida, visitamos el tanque con el que luchó, quisimos parecernos a él en las actividades de preparación al servicio militar, y veneramos su muerte en los días de memoria nacional. Que ésta sea la realidad a la que nos acostumbramos no la hace a-política. La prestación del servicio militar es un acto político, al igual que el rechazo de formar parte de él.
El adoctrinamiento que vivimos en nuestra sociedad desde el día en que nacemos, mediante la educación a la violencia en nombre de ser lxs dueñxs de esta tierra, tiene su máxima expresión a los 18 años, cuando se nos exige unirnos al ejército. Nos obligan a usar el uniforme militar, marcado por tanta sangre, y continuar con la tradición de la Nakba y la ocupación. Es sobre estos pilares putrefactos que se construye la sociedad israelí, y ello es reflejado en el racismo, en el debate político lleno de odio, en la violencia policial, y más.
La opresión militar es aliada de la opresión económica. Mientras lxs habitantes de los territorios ocupados sobreviven en la extrema pobreza, las grandes corporaciones agrandan sus ganancias mediante la explotación de éstxs. Lxs trabajadorxs palestinxs son explotadxs de manera continua. La industria armamentística utiliza los territorios ocupados como un laboratorio de pruebas y como publicidad para aumentar sus ventas. Cuando el gobierno elige continuar la ocupación, lo hace también al servicio de las corporaciones de la industria armamentística. Al hacerlo, actúa en contra de nuestrxs intereses y nuestrx bienestar- una parte importante de los impuestos de lxs ciudadanxs israelíes es destinada al mantenimiento del sistema militar y la proliferación de los asentamientos ilegales, en vez de ser destinada a los sistemas de salud, de educación y de bienestar social.
El ejército es un sistema esencialmente violento, pero peor que eso es que sea ejecutor de la política de ocupación destructora. Jóvenxs de nuestra edad son obligadxs a formar parte de la ejecución de toques de queda arbitrarios que constituyen un castigo colectivo injusto, de la detención de menores de edad, de la obstrucción del acceso a servicios básicos de salud, del reclutamiento de «colaboradorxs» mediante el hostigamiento y la amenaza, entre otras cosas. Todos estos son crímenes de guerra ejecutados y ocultados por el ejército a diario. El régimen militar violento en los territorios ocupados impone una realidad de Apartheid, de dos sistemas legales diferenciados: uno para palestinxs y otro para judíxs. Lxs palestinxs están expuestxs cotidianamente a brutales procedimientos antidemocráticos. A diferencia de ellxs, los crímenes llevados a cabo por colonxs, y más aún aquellos crímenes contra la población palestina, son ignorados por el régimen militar y por el Estado. El ejército impone un embargo total a la Franja de Gaza desde hace más de diez años. Un embargo que generó una grave crisis humanitaria, y es uno de los principales motivos del círculo de la violencia entre Israel y Hamás. Como resultado del embargo, Gaza carece de agua potable y el servicio de luz funciona apenas unas horas al día. Hay altas tasas de desocupación, pobreza extrema y falta de insumos básicos para el sistema de salud. Esta realidad es un caldo de cultivo para la proliferación del COVID-19, que se viene agravando en Gaza.
Es importante destacar que estas atrocidades no son aisladas. No son un error, ni un síntoma, son una política sistemática. La actividad del ejército israelí en 2020 es la continuación de la tradición de matanzas, del desplazamiento de familias enteras, y del robo de tierras que fue el pilar de la construcción del Estado de Israel, un estado democrático solamente para sus ciudadanxs judíxs.
Históricamente, el ejército es entendido en nuestra sociedad como un agente homogenizador, como una institución que pacifica diferencias de clase y género. Pero en la práctica, no podría ser más lejano. El ejército conlleva un destino claro: soldadxs de las clases medias y altas tienen acceso a los puestos que garantizan un futuro laboral seguro, mientras que soldadxs de las márgenes económicas y sociales son destinadxs a puestos en los que el riesgo físico y mental es alto, y que no serán la puerta de acceso al mercado laboral más adelante. En paralelo, nos venden una idea del feminismo basada en el acceso de mujeres y su igual representación en puestos que ejercen la violencia miliar, como pilotxs de combate, operadoras y comandantes de tanques, combatientes y lideresas en servicios de inteligencia. ¿Cómo es posible que la lucha contra la discriminación por razones de género se haga mediante la opresión de mujeres palestinas? Estos supuestos “logros” de las mujeres israelíes ocurren en detrimento de la solidaridad con las luchas de las mujeres palestinas. El ejército perpetúa estas relaciones de poder y estas opresiones de grupos desfavorecidos mediante un uso cínico de sus luchas.
Llamamos a lxs jóvenes israelíes de nuestra edad a preguntarse, ¿a quién y a qué intereses sirve el acto de prestar servicio militar? ¿Por qué hacerlo? ¿Qué realidad estamos creando y perpetrando cuando nos unimos al ejército de ocupación? Queremos paz, y una paz verdadera necesita como condición previa que se haga justicia. Para hacer justicia se necesita del reconocimiento de las injusticias del pasado y del presente y de la continua Nakba del pueblo palestino. Para hacer justicia, hace falta una reparación, poner fin a la ocupación, fin al embargo a Gaza y reconocer el derecho al Retorno de lxs refugiaxs palestinxs. Para hacer justicia, hay que elegir la solidaridad, la unificación de las luchas y decirle no al ejército.
Firmá en la campaña de solidaridad internacional con lxs jóvenxs contra el servicio militar»

Para adherir a la campaña hay que ingresar a: https://docs.google.com/forms/d/e/1FAIpQLSdLtrpk2ftWkfTFO7zcFsdMlQK_qH20-Z_mU0C2-r0mBTuWvg/viewform?fbclid=IwAR2D0HSi-Y8o7IbtzGtTzuwgX-w5_72ipFnEIXBBjMOxNS0KaVMuwDPtuAI

Traducción de Nitsan Perets Singer (https://www.instagram.com/resonancias_bsas/).

“Decidí dejar de ignorar el racismo y la violencia”, dice Shajar, de 18 años.

Dolores Bulit

Nací en la Ciudad de Buenos Aires en 1972. Mi educación formal ocurrió en el jardín Casa de los Niños fundado por Elena Frondizi, la Escuela Normal Nacional en Lenguas Vivas “John F. Kennedy” y la Carrera de Comunicación Social de la Universidad de Buenos Aires. Mi educación no formal se amasó en una familia numerosa, presente, matriarcal en medio del patriarcado, de clase media profesional. Sin presiones curriculares o extracurriculares, con mucho tiempo y enorme oportunidad para el juego libre en la ciudad y en el campo. También me eduqué en mis empleos y en mis viajes, en mi pareja y con mi maternidad, con todas las personas que pasan por mi vida y a través de mi experiencia más reciente y transformadora con la gestación de Tierra Fértil, un espacio de aprendizaje basado en el juego y la autogestión con 8 años de historia.

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