Es argentina y el éxodo urbano por la pandemia la llevó a fundar una escuela inspirada en Reggio en Chile

En Chile, un decreto del año 2007 permite que en los hechos existan escuelas independientes del sistema educativo público. Tienen total libertad para trabajar su proyecto pedagógico, aunque no pueden entregar título oficial. Sin embargo, eso no es un problema: sus estudiantes pueden rendir libre en las escuelas municipales de todo el país para obtenerlo cuando quieran.

Esa normativa permite que en el país vecino los requisitos para iniciar un espacio de aprendizaje sean mucho más livianos que en Argentina. Si no se forma parte del sistema formal, son similares a los de un comercio. Con este panorama, varias escuelas alternativas vieron la luz a raíz de la pandemia, cuando muchas familias escaparon de Santiago. «Ruka del mar» es una de ellas, está en Puchuncaví, en la zona de Valparaíso, y, casualmente, es iniciativa de la maestra jardinera argentina Ana Grinner. Conversé con ella para saber de su proyecto, que lleva tres años, pero también si existe acaso una «educación a la chilena», tan mentada en nuestro país a partir de la campaña del presidente electo en Argentina.

¿Desde cuándo vivís en Chile y cómo llegaste hasta acá?
-Hace 10 años que vivimos en Chile con mi marido. En ese momento teníamos dos hijos y la tercera en camino; hoy tenemos cinco. Yo soy profesora de nivel Inicial egresada del Eccleston, y ya en Argentina tenía una consultora educativa. Hice congresos y talleres en Buenos Aires, en Mendoza, en San Juan.
Organizo viajes de estudio con profesores y estudiantes para conocer escuelas y jardines Reggio Emilia u otros «que tengan la mirada de un jardín eterno». Viajamos a Buenos Aires, a Quilmes, al Tríptico de la Infancia en Rosario, a una escuela en Perú.
Durante la pandemia empecé a asesorar y dar charlas. En paralelo con el ámbito privado, también trato de llevar eso mismo ad-honorem a jardines municipales de por acá. Pero de ninguna manera estaba en mi cabeza armar un jardín o un colegio.

-Entonces, ¿qué pasó para que dieras el salto?
-En realidad el despertador fue mi marido, que siempre me preguntaba por qué nuestros hijos no van a una escuela así. Lo cierto es que no la encontraba. Me gustaban Aleph de Lima, Copernicus en el sur de Chile o QMark en Bariloche, alguno en Uruguay o en España, pero nada donde vivíamos. Lo que hice fue buscar un colegio donde puedan estar los cinco y que tenga una mirada importante centrada en valores, porque acá en Chile se pone un peso académico muy fuerte a las escuelas y la importancia de las calificaciones. Es común que las empresas paguen a sus empleados premios por las buenas notas de sus hijos.
Así que iban a una escuela tradicional y la mirada distinta la poníamos nosotros como familia. Lo que sí me despertó la pandemia es que no quería que nos encierre y cortara la socialización. Entonces, algunas tardes cuando terminaban la escuela online íbamos a un campo donde se juntaban varios chicos al aire libre. Empecé a proponer actividades y juegos y se empezaron a juntar más y más chicos. Y de repente fue pensar ¿por qué no armamos algo? Como dice La Chiqui González que dice Tonucci, no pede ser que la pandemia no nos haya enseñado nada sobre Educación. Frenemos, nos dijimos, es el momento de transformar y hacer algo distinto. Volvería feliz al colegio que había elegido para mis hijos, pero esta es una nueva mirada.

Mi colega argentino Jorge Ullúa (fundador del colegio «Arbol del Norte» en Grand Bourg) fue en parte quien me inspiró para fundar una escuela que fuera «un Jardín eterno».

-¿Cuán posible es armar algo bien distinto en Chile?
-Acá tenemos el Decreto Exento 2272 que permite que los chicos que no estén dentro del sistema educativo por cualquier motivo puedan certificar sus aprendizajes rindiendo examen libre. En Junio y en Octubre podés rendir una prueba y te dan certificado de forma digital sin ir al colegio oficial. Eso facilita el homeschool aunque no se declare expresamente, fue más bien para facilitar la vida a los migrantes y permitir otras opciones, porque en Chile no hay escuelas subvencionadas, y la gran mayoría de las privadas con católicas.
Ese decreto nos abre la puerta a las escuelas libres. Aunque en «Ruka» sí le damos importancia a las bases curriculares del Ministerio de Educación, cómo lo aprenden es distinto. Nosotros no calificamos, los chicos no tienen pruebas. Nos apoyamos mucho en el juego, y hasta tenemos muchos juegos de mesa inventados por nosotros. Algunos son trivias al estilo «Preguntados» donde hay preguntas como las del examen libre. Existe una página de Internet del Ministerio de Educación donde uno puede bajarlas y en base a eso se van preparando.
Nosotros estamos en la V Región. Para que te des una idea, acá hay tres escuelas municipales, que son las estatales, y cuatro escuelas como la nuestra, una Waldorf, otra Montessori y otra más enfocada en tecnología. Nosotros nos definimos más por el contacto con la naturaleza. ¡No hay ninguna escuela tradicional! 

-¿Es verdad que hay evaluaciones públicas que ranquean los resultados de las escuelas para que las familias puedan elegir?
-Sí. Desde 1968 en segundo básico, en cuarto y en octavo se toma un examen que se llama SIMCE que evalúa con la misma prueba a todos los colegios de Chile. Lo que hacen ahí es puntear según cada zona y rankear los colegios; todos los años las familias esperan a ver cuál es el colegio número uno en tal zona. Eso es para los colegios «tradicionales», pero también existe otra prueba de acceso a la educación superior que se llama PAES (https://acceso.mineduc.cl/paes/) que es la que rinden para entrar a la universidad. Es la misma para todos y a partir de esos resultados ves a qué universidad puedes acceder.

-Entonces, para entrar a la Universidad no importa tanto cómo aprendiste lo que aprendiste mientras rindas bien esa prueba. ¿Y cómo son los exámenes libres en las escuelas municipales?
-Ahí es distinto, no hay un examen igual para todos, sino que el Ministerio habilita a que cada escuela municipal prepare la prueba que quiera, incluso algunos toman un bloque de materias y otras, otro. La postulación para el examen la hace online cada familia, yo sólo les explico.
El año pasado, por ejemplo, con chicos de «Ruka» fuimos a cuatro colegios municipales de Puchoncaví, en tres les fue muy bien y en el cuarto las pruebas eran tremendas, dificilísimas. Además, cada colegio corrige y no podés verla.
Acá el crecimiento de las escuelas como la nuestra fue tal que tuvieron que habilitar los exámenes en todos los municipales. Que tienen 120 alumnos y de repente les caemos 300 más a rendir. Están hablando de un 40% de estudiantes que se fueron a escuelas independientes después de la pandemia.
Yo inscribí a mis hijos para rendir segundo, quinto y séptimo, así que me mandaron el temario. Si hubiera ido en forma presencial. me daban también los libros de texto, que también están online gratis.

-Te facilitan todo para que puedan rendir. ¿Qué figura legal tiene «Ruka del mar» y qué controles reciben?
-Nosotros creamos una Sociedad que se llama «Sociedad Educacional Flor de la Vida». Y aunque no podemos otorgar título de estudios, sí podemos otorgar certificado de escolaridad cuando en el trabajo de algún padre o madre se lo solicitan.
No hay requisitos edilicios, bromatológicos o de seguridad específicos si no sos una escuela. Nosotros los tenemos porque yo vengo del campo educativo y quiero cumplirlos. Por suerte, además a la directora de Educación de la zona le gusta mucho nuestro proyecto. Yo contraté arquitectos que sepan construir en barro, tenemos las rampas, la cantidad de puertas, la ventilación, la cantidad de baños por metro cuadrado. Pero hay otras escuelas funcionando en containers, en casas restauradas. Yo lo hice así por si un día el Ministerio cambia los requisitos para ser escuela formal y de esa manera tener esa parte lista. Ya después sería sólo presentar el proyecto pedagógico bien.
Estoy convencida de que algún día se va a abrir todo esto y ya tengo todo armado para poder ser escuela habilitada. Hay otras escuelas que son gestionadas por juntas vecinales. Y escuelas rurales donde tampoco tienen todo eso. Puede que haya una confianza real en la autonomía de las comunidades para hacer sus propias escuelas.

-¿Te imaginás que algo así fuera posible en Argentina?
-Para ser honesta, incluso en Chile este sistema pareciera estar siempre en riesgo. Un decreto es más precario que una ley. Creo que en la mayoría de los países se preocupan por la higiene psicológica y cognitiva de los chicos que no van a las escuelas oficiales, y eso ejerce una presión constante sobre estas escuelas y el homeschooling.
Pero si las cifras al menos en Chile están mostrando que un 40% de estudiantes están eligiendo no educarse en escuelas del Ministerio de Educación, entonces hay que buscar avalar estas experiencias, que, por otro lado, ya está suficientemente demostrado que funcionan. Creo que tenemos que ir más por ahí que simplemente quedarnos donde estamos avalados por ese decreto. No tenemos nada que esconder. En la charla que dio Alfredo Hoyuelos en Buenos Aires hace unos meses, dijo algo así como que hay que buscar la forma de engañar al inspector para no engañar a los niños.
No podemos seguir mirando una sola forma de enseñar. Hay escuelas para cada chico y para cada familia, y hay profes que necesitan enseñar distinto.
Ojalá que los gobiernos que llegan a Chile o Argentina no borren con el codo lo que acaba de hacer el otro cuando son cosas buenas. Yo no tengo un «perfil de egresado» como se usa en otras escuelas, porque los chicos son ciudadanos hoy. Pero creo que tenemos la posibilidad de cambiar a quienes van a gobernar más adelante.

¿Cómo es el día e día en «Ruka del mar»?
-En principio no pertenecemos a alguna pedagogía definida, ni siquera somos una escuela bosque porque tenemos un edificio. Pero Estamos en 53 hectáreas con un cerro, así que la naturaleza es el curriculum emergente e inmediato.
La primera cosa que me abre la cabeza por completo fue una charla en plena pandemia que dio Magdalena Fleitas, del jardín «Risas de la Tierra». Hablaba sobre Emi Pikler y el movimiento en libertad, que es algo que yo he trabajado años y años (por ejemplo, en el Maternal de la Cancillería en Buenos Aires). Así que a «Ruka» lo que hice fue traer a Pikler y Reggio Emilia hasta cuarto medio. Pikler decía que un bebé para poder ingresar al mundo primero manipula el objeto, después acciona sobre ese objeto, después relaciona dos objetos y después lleva ese objeto a la imaginación. Me dije que eso es lo que tiene que pasar en un aprendizaje. Una filosofía como el dibujo de la «flor de la vida», por la que siempre hay que pasar por estos cuatro espacios.
En vez de tener matemáticas o lenguaje, se engloba todo en el proyecto de investigación pero pasando siempre por esos cuatro pasos. Un día entonces arrancamos las mañanas con el «aprender a ser», con las asambleas, yoga, meditación, 15 o 20 minutos todas las mañanas. Después está el segundo momento que es el más cognitivo, donde armamos los talleres de profundización, que son unas mini-provocaciones con 4 o 5 chicos, pequeños proyectos de investigación. Con los más grandes, por ejemplo, calculamos y diseñamos la cancha de fútbol en este lugar nuevo donde estamos ahora. Otros tuvieron que medir y diseñar la biblioteca. O aprendimos sobre el riego (en Chile hay una gran crisis del agua) yendo al campo de enfrente y calculamos cuántas vacas se pueden tener con esa limitación. De antemano conocen para qué sirve lo que van a aprender.
Los grupos son multiedad y tienen un maestro a cargo, pero además están los de área. Para hacer la cancha de fútbol hay una profesora de matemática que enseñó cómo se mide una circunferencia. Lenguaje es un área mucho más transversal, que está en todas partes.
Desde los cuatro hasta los 18 están organizados en grupos: semilla, de 4 y 5; raíz, son los de kínder y primero, y pueden seguir en ese grupo o el otro de acuerdo a la madurez que veamos. En el grupo Brotes están los de segundo y tercero y cuarto. En Hoja están los de quinto y sexto y los más grandes son el Polen, que están comenzando ahora, que son los de primero y segundo medio. Para cada uno hay un máximo de 12, que permite tres subgrupos de cuatro trabajando al mismo tiempo. Entonces, hay cuatro chicos trabajando el lenguaje, otros cuatro trabajando lógica matemática, otros 4 trabajando culturas. Pueden estar así 45 días y rotan, con otros proyectos.

-¿Cómo se manejan en ese esquema los docentes?
-Todos vienen de 8 a 16 horas y los de áreas no todos los días. Hasta las 14 están con los chicos, pero después de esa hora hacen trabajo profesional. Tenemos que aprender mucho todo el tiempo en una escuela tan distinta. Hay dos profes que saben mucho sobre educación en la naturaleza, otra es bióloga marina y tiene un diplomado en inteligencia artificial, otra está capacitada en neurociencia. Y yo traigo la mirada de Reggio Emilia. Entre nosotros nos vamos capacitando y aprendiendo, o invito a profesores de otros lados. Siempre con la línea del liderazgo y de llevar todos juntos el barco.

El equipo de Ruka del Mar

-¿Cómo se sostienen económicamente?
-Los padres pagan una mensualidad. En Chile son caros los colegios, pero nosotros estamos en la mitad de lo que se cobra en promedio. Ahora hay 50 chicos y siete becas, que salen de la propuesta de Ruka, que es siempre poder ofrecerlas. Hacemos también intercambio: alguien tiene la concesión de kiosco, otro ayuda a hacer la limpieza, otro nos organizó el punto limpio y la compostera, otro saca las fotos. Somos una comunidad.

-¿Vos estás también en el día a día?
-Sí. Por eso tengo el apoyo del directorio de la Fundación que estamos terminando de armar, con personas que opinen distinto (Verónica Abud, Cristina Murillo, Eugenio Rengifo y Francisco Zucchino). Está mi marido, que siempre me recuerda que aunque el proyecto a largo plazo está pensado para 180 niños y niñas, podemos quedarnos chiquitos si es que crecer me saca la sonrisa de cada día. Después está mi mentora que es ex funcionaria de Educación, y ahora tiene una fundación que dona bibliotecas públicas a todas las escuelas municipales de Chile y las acompaña para que realmente se usen y no queden en el olvido. La tercera es actriz, y la cuarta es una mujer que tiene toda la mirada ambiental. Entonces, dos veces al año tengo reuniones con ellos y me ayudan a ordenar mis ideas. 

Contacto con «Ruka del mar»: https://www.instagram.com/rukadelmar/

Dolores Bulit

Nací en la Ciudad de Buenos Aires en 1972. Mi educación formal ocurrió en el jardín Casa de los Niños fundado por Elena Frondizi, la Escuela Normal Nacional en Lenguas Vivas “John F. Kennedy” y la Carrera de Comunicación Social de la Universidad de Buenos Aires. Mi educación no formal se amasó en una familia numerosa, presente, matriarcal en medio del patriarcado, de clase media profesional. Sin presiones curriculares o extracurriculares, con mucho tiempo y enorme oportunidad para el juego libre en la ciudad y en el campo. También me eduqué en mis empleos y en mis viajes, en mi pareja y con mi maternidad, con todas las personas que pasan por mi vida y a través de mi experiencia más reciente y transformadora con la gestación de Tierra Fértil, un espacio de aprendizaje basado en el juego y la autogestión con 8 años de historia.

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