El mundo está descubriendo el homeschooling por el coronavirus

Las escuelas están cerrando en varios países y los funcionarios, docentes, directores, padres y madres no saben qué hacer con los chicos y las chicas en casa. Buen momento para hablar y aprender de las familias que hace ya tiempo eligieron la educación sin escuela como alternativa. En Argentina el número crece cada año, aunque sin amparo legal, a diferencia de países como Estados Unidos, Canadá, Rusia y gran parte de Europa (excepto Alemania, Eslovaquia, Bulgaria y Rumanía, más Holanda y Grecia, donde es difícil practicarlo aunque no esté prohibido), donde no sólo es legal con distintos niveles de regulación, sino que además es una modalidad incorporada al sistema de educación pública. Es decir, que en muchos casos está legitimado y acompañado por programas e instituciones públicas como museos, bibliotecas y espacios públicos, además de participación e integración con las actividades habituales que realizan las escuelas.

Las familias que se educan sin escuela están acostumbradas a concebir el aprendizaje con flexibilidad, más personalizado y como oportunidad que sucede en distintos ámbitos, con lo cual logran que sea más placentero. Además, tienen una invaluable experiencia para conciliar sus trabajos rentados de adultos con las necesidades de sus hijos e hijas en sus distintas etapas de desarrollo. Para ellos y ellas es cosa de todos los días lo que hoy para muchos es una tarea imposible, una convivencia obligada y de emergencia.

Existen variedad de motivos por los que las familias o los propios estudiantes prefieren aprender prescindiendo del típico formato transmisivo y homogeneizante de la escuela tradicional, pero todos suelen tener en común el deseo de que el aprendizaje no sea concebido como algo aburrido, inalcanzable o inútil, como a veces provoca el sistema escolar según lo atestiguan sus propios usuarios (tanto docentes como alumnos). Esta visión de la educación relacionada directamente con las situaciones de la vida logra que el aprendizaje termine ocurriendo naturalmente en situaciones multiedad y con la concurrencia de gran diversidad de factores culturales, sociales y económicos.

Los y las docentes que corren a aprender a usar aplicaciones para dar clases virtuales mejor harían en buscar inspiración en las situaciones descontracturadas del aprendizaje no escolar. Por ejemplo, pedirles a sus alumnos que en estos días tomen responsabilidades cotidianas en las tareas domésticas, o que les enseñen a los propios docentes a usar la tecnología que ellos ya dominan hace rato (¿flipped teacher en vez de flipped classroom?). También, este amor compulsivo y repentino por la enseñanza a distancia podría servir para que el Ministerio de Educación de la Nación desbloquee para los niños, niñas y jóvenes las opciones de educación a distancia que ya existen, pero que hasta ahora sólo otorgan títulos oficiales a los adultos (Plan Fines, Terminá la secundaria, Escuela Domiciliaria prevista en la Ley Nacional y los sistemas que sólo pueden usar miembros del ejército y la diplomacia al viajar).

A nivel social, que es la principal preocupación de sus objetores, los chicos y chicas que aprenden sin escuela buscan otros ámbitos de encuentro que, hay que reconocerlo, son efectivamente más difíciles de encontrar mientras esta opción no logre mayor legitimidad social y seguridad jurídica. Por eso, en países como los de nuestra Sudamérica, es aún difícil poder traducir los beneficios del homeschooling y el unschooling en materia de aprendizaje orgánico (el famoso aprender a aprender para toda la vida que recomienda la ONU), socialización genuina, cooperación y sustentabilidad (no hay embotellamientos de espacio o calendario regidos por la época de clases, ni necesidad de hacinarse en grandes estructuras, además de la posibilidad de compartir espacios y pasar más tiempo aprendiendo al aire libre).

Por otra parte, hay que recordar que la escuela como tecnología social es muy reciente: no más de 400 años de historia en el mundo, menos de 200 en Argentina (la Universidad existió antes, y con cierta lógica porque en esa etapa los cerebros ya están maduros para los conceptos más abstractos, la reflexión, la contención de los impulsos y la posibilidad de establecer metas). Es decir, la escuela es la forma de transmisión del conocimiento utilizada en apenas el 1% de la historia de la humanidad: un bebé de pecho. Eso sí: un producto histórico y de marketing muy exitoso en términos virales, igual que el COVID-19.

Sería bueno aclarar también que los movimientos de educación no escolar pueden ser muchas cosas menos nuevos, meros actos de rebeldía o de espontaneísmo, como se los suele encasillar. Tienen una profusa historia cultural (más que la escuela), documentación, teoría de varias disciplinas y resultados «empíricos» encarnados en proyectos concretos, más jóvenes y adultos que han logrado seguir carreras universitarias o planes de vida no académicos cuando así lo desean.

Más allá de los terribles problemas sanitarios y económicos que trae cualquier pandemia, la cuarentena mundial está revelando costados inesperados de una convivencia humana que suponíamos inalterable en varios sentidos. Ya hay muchos análisis hablando de esto que el coronavirus pone de relieve, como el objetivo del buen vivir por sobre el PBI, el hacinamiento o la recesión económica en países centrales que paradójicamente retrasa el cambio climático, incluso el olvido de que la pobreza, las migraciones y otras enfermedades endémicas matan más que este nuevo bicho. La pregunta de ¿cómo y para qué educamos? es parte de esa reflexión que podemos aprovechar. Y que quizás, de yapa, ayude a hacer más visible el movimiento mundial que busca la libertad educativa como una más de las libertades sociales logradas en este siglo. No sólo para los progenitores, sino también y principalmente por el derecho a la autodeterminación de los niños, las niñas y los jóvenes.

Y si no sirve para eso, como dice un conocido argentino que es artista independiente y unschooler en España: «lo malo es que seguiremos siendo invisibles, lo bueno es que ya estamos acostumbrados» (gracias Diego).

Fuentes: Madalen Goiria; International Center for Home Education Research.

Foto de portada: Festival Alternativo de Creatividad y Educación (FACE)

Foto: Mi familia, unschooler durante seis años, en uno de los viajes por Argentina que hicimos en la temporada baja que nos permitió la vida sin calendario escolar.

Texto de Dolores Bulit Tyrrell. Editora de www.alteredu.com.ar

Dolores Bulit

Nací en la Ciudad de Buenos Aires en 1972. Mi educación formal ocurrió en el jardín Casa de los Niños fundado por Elena Frondizi, la Escuela Normal Nacional en Lenguas Vivas “John F. Kennedy” y la Carrera de Comunicación Social de la Universidad de Buenos Aires. Mi educación no formal se amasó en una familia numerosa, presente, matriarcal en medio del patriarcado, de clase media profesional. Sin presiones curriculares o extracurriculares, con mucho tiempo y enorme oportunidad para el juego libre en la ciudad y en el campo. También me eduqué en mis empleos y en mis viajes, en mi pareja y con mi maternidad, con todas las personas que pasan por mi vida y a través de mi experiencia más reciente y transformadora con la gestación de Tierra Fértil, un espacio de aprendizaje basado en el juego y la autogestión con 8 años de historia.

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4 Respuetas

  1. Pipi dice:

    Ojalá fuéramos invisibles. Recientemente hubo casos donde fueron vigilados y castigados unscholers y espacios que alojan unscholers. Y aún sin llegar a la «fuerza pública», el vecindario actúa de panóptico, nada más «bocina» que dos niñas de 8 y 6 años andando en bicicleta en horario escolar. «Qué? no van al colegio?», Preguntan los vecinos chusmas. El poder disciplinario es invisible pero pide a sus sometidos visibilidad obligatoria, como dijera Foucault

    • Claro, si lo hacés por tu cuenta mejor invisibles. Y aún así hay gente que tiene tiempo de meterse a molestar. El problema es cuando organizás algo grupal, ahí ya hay exposición y responsabilidades nuevas. Que, si algo sale mal, termina pagando el que pone tiempo, trabajo, patrimonio, nombre. Yo viví seis años con el corazón en la boca, eso no puede ser bueno.

  2. Agustina Bernardez dice:

    Hola! Somos estudiantes de la UBA, de la carrera de diseño de indumentaria.

    Para la materia de Comercialización y Mercado de la Cátedra Gagliardo, estamos haciendo una investigación acerca del homeschooling.

    Nos sería de una gran ayuda, si ustedes pudieran responder este formulario.
    Desde de ya muchas gracias y perdón por la molestia.

    https://forms.gle/JuJitai4SZZJwJXC9

  3. Laura dice:

    Hola. América del norte y Europa no son los únicos lugares donde la educación en casa es legal.
    En CHILE es legal.